Introducción
El estudio de los ciclos económicos parece haber vuelto al centro de la escena del
debate, en parte por episodios recientes de boom and burst (véase
Gjerstad y Smith, 2014). Las distorsiones
producidas por los cambios en los precios relativos de los factores, que pueden
parecer poco importantes cuando hay bonanza, adquieren creciente dimensión en las
coyunturas críticas. Esos cambios suelen condicionar fuertemente las decisiones de
los actores, pero sólo en el mediano o largo plazos pueden apreciarse en plenitud
sus consecuencias. Cuando, en un contexto de rápido crecimiento económico, las
decisiones tomadas por el poder político más que corregir las distorsiones provocan
por el contrario cambios de mayor magnitud en los precios relativos de los factores,
y estos no son a su vez acompañados por transformaciones sustanciales en la ecuación
de costos que compensen sus efectos, es evidente que se irán generando problemas que
se manifestarán en plenitud a la llegada de la crisis.
En las páginas que siguen analizaremos la evolución del valor del trabajo y los otros
factores de producción, y su relación con los precios de los productos de las
explotaciones agrarias en la provincia argentina de Entre Ríos entre mediados y
finales del siglo xix, intentando comprender cómo funcionaron en un
contexto que por momentos sufrió fuerte conflictividad: una grave crisis entre los
años 1864-1873, y una violenta rebelión que habría de tener muy graves efectos
políticos y económicos entre 1870 y 1876. Esa dura coyuntura marcó asimismo un
quiebre: a pesar de poseer Entre Ríos una de las áreas rurales más ricas de
Argentina, y en un momento en que la producción agraria de sus vecinas crecía a
tasas espectaculares, esta provincia se retrasó y declinó, perdiendo competitividad
y posibilidades de captar parte consistente del flujo de inversiones y riqueza que
atraía Argentina de ese entonces.
El objetivo es entender las causas de la evolución de los precios relativos de esos
factores y su impacto en las condiciones operativas de las explotaciones rurales,
así como, lateralmente, en sus tasas de ganancia y en las posibilidades de
acumulación. Más allá de que la coyuntura de crisis económica y social impactó, el
análisis en una perspectiva de largo plazo podrá mostrar si esos factores
concurrieron a que la conflictividad escalara hasta niveles tan dramáticos. Por otro
lado, es importante destacar que el estudio que realizamos busca comprender qué
papel tuvo el factor trabajo en esa deriva, es decir, hasta qué punto en esa
evolución el precio de las manos se diferenció o no del recorrido de los demás
factores. Es conocida la mayor inelasticidad relativa del costo laboral; en la
medida en que este se vio asimismo afectado por una difícil situación de guerra,
ello seguramente resintió más aún la generación de oportunidades que esa economía
podía ofrecer, y contrajo las expectativas de rentabilidad, reduciendo por tanto los
fondos disponibles para inversiones que mejoraran la competitividad en una época en
que la misma se tornaba crucial.
Es así necesario destacar que todo ello ocurrió en un momento clave por la necesidad
de transformar la explotación rural en una empresa moderna. Desde mediados del siglo
xix, el área actualmente conocida como región pampeana (y que abarca
las provincias argentinas de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y parte de Córdoba,
así como otros territorios que se incorporarían al ámbito nacional con la conquista
de los dominios aborígenes) se estaba comenzando a transformar en la fábrica mundial
de alimentos y materias primas agrarias que llegaría a ser al final de esa centuria.
En esa evolución surgieron núcleos nuevos en torno a nuevos productos, y los
tradicionales cambiaron por completo. Desde la década de 1840, el área norte de
Buenos Aires fue volcándose a la producción ovina moderna, que implicaba una
transformación radical de instalaciones, rebaños, personal y rutinas productivas;
desde 1850 comenzaron a concretarse colonias agrícolas formadas por inmigrantes
extranjeros en Santa Fe y Entre Ríos, en sus inicios basadas en producción de granja
diversificada, pero que pronto se especializarían en trigo y maíz para mercados
regionales e internacionales; al mismo tiempo, en algunas zonas de Buenos Aires
surgían las primeras cabañas orientadas a la producción de vacunos puros por cruza,
buscando captar la demanda de carnes de calidad de los mercados urbanos y europeos.
Y, por otro lado, la ampliación de la frontera con la progresiva conquista de las
tierras otrora indígenas significaba lidiar con nuevos ambientes y nuevos desafíos
productivos. Esa época de febriles transformaciones culminaría hacia 1910, cuando
Argentina contara con una estructura productiva agraria similar, en cuanto a su
nivel tecnológico, a las de mayor productividad del mundo; un mercado interior
abastecido por las distintas producciones regionales, al cesar definitivamente las
antiguas necesidades de importar harinas o trigos extranjeros, y un abanico de
exportaciones relativamente diversificado, que abarcaba diferentes productos de
origen agrícola y ganadero que cumplían con las pautas de calidad exigidas por los
grandes centros de consumo mundial. Todas esas transformaciones implicaron gran
despliegue de estrategias y experimentación, a menudo fallida, y, por consiguiente,
fuertes inversiones de capital, a veces a pérdida. El mismo era naturalmente escaso
en un país de economía aún pequeña, y en la cual el Estado, generalmente en déficit,
y las rentables actividades de intermediación o de servicios, competían por esos
fondos siempre insuficientes. Por lo tanto, la fuente primordial del capital de
inversión radicaba en las propias empresas agrarias y en su rentabilidad; esto es,
en la ecuación relativa de costo de factores, ya que se trata de una economía
tomadora de precios en el mercado internacional.1
Así, durante la segunda mitad del siglo xix, largas décadas durante las
cuales la producción rural de las pampas argentinas había girado casi exclusivamente
en torno a la ganadería vacuna extensiva, estaba, de una u otra manera, llegando a
su fin. La inversión de capital se transformaba en pivote diferenciador: en casi
toda el área se expandían formas productivas intensivas, que incorporaban procesos
complejos, mano de obra especializada y maquinaria específica. El momento constituía
un desafío; pero esa oportunidad en gran medida se perdió para los productores
rurales de Entre Ríos, ya que sus resultados, al final del proceso, fueron mucho más
magros que los de sus colegas de otras áreas cercanas. Ese fracaso, a menudo, ha
sido atribuido a factores de tipo ambiental, plasmados en dificultades para
instaurar cambios tecnológicos acordes con la evolución del sector en determinadas
regiones (véase Djenderedjian, 2008). Sin
embargo, aun cuando es indudable que las mismas tuvieron su papel, ello no termina
de justificar los problemas de esas áreas ancladas en formas de producción rural
tradicionales para encarar cambios que el mismo fluir de los hechos hacía cada vez
más imperiosos. Acecha aquí un fantasma, el del parasitismo rentista que suele
atribuirse a algunos productores anclados en dominios extensivos gestionados bajo
premisas tradicionales: si el problema no radicaba en los condicionantes
ambientales, o estos no lo explicaban por entero, entonces la ineficacia en adaptar
tecnología superadora de cuellos de botella se debió sin duda a la falta de espíritu
innovador, y por tanto a falencias del sector empresario en tanto que tal.2
Sin embargo, al analizar la evolución de los precios relativos de los factores de
producción las cosas se presentan distintas. Por un lado, porque las señales del
mercado no necesariamente apoyaban un cambio tecnológico unívoco, aun tampoco en el
sentido que este finalmente adoptó y, por otro, porque una vez tomadas las
decisiones erróneas que culminaron en la pérdida de posiciones frente a los
competidores, la acumulación de problemas propios de la coyuntura crítica impidió
remontarlos de manera eficaz, provocando que el retraso se volviera estructural. Es
decir, el menú de opciones que se presentaba a los productores rurales entrerrianos
en determinado lugar y momento, a partir de sus costos y perspectivas de ganancia,
fue cerrándose en forma acelerada, no permitiéndoles trascender la coyuntura con
base suficiente como para encarar los necesarios cambios con los elementos
imprescindibles. Las decisiones tomadas, así, y como es usual, sólo se mostraron
erradas en el largo plazo; por tanto, no pueden atribuirse a simple aversión al
riesgo.
El caso que aquí tratamos es útil entonces no sólo para completar de algún modo un
panorama todavía insuficiente sobre las condiciones operativas de las explotaciones
del área pampeana en una época de grandes transformaciones; también lo es para
volver sobre un debate general, relativo a los límites estructurales del desarrollo
agrario en países de escasa población y abundantes recursos naturales, que basan su
estrategia de crecimiento en torno a la exportación de bienes primarios. Una de las
premisas básicas de ese esquema es la necesidad de un extraordinario dinamismo del
lado de la oferta, a fin de lidiar con problemas típicos del rubro, como la baja
elasticidad del ingreso propia de los mercados de materias primas en los países
receptores. En otras palabras, los aumentos de la productividad deben ser
constantes; y no sólo en el sector exportador, si lo que se pretende es incrementar
el bienestar de la población en general (Korol y
Tandeter, 1999, pp. 19 y ss.; Bulmer-Thomas, 2010, pp. 20-30). Los cereales y el ganado, productos que
cubren tanto la demanda externa como las necesidades del mercado interno, son un
ejemplo de la sinergia positiva generada en el conjunto de la economía por las
mejoras de productividad en el sector de punta. Las mismas, lógicamente, desde
cierto nivel sólo son posibles con una fuerte inversión de capital. Aun cuando el
desempeño de Argentina en el marco de ese esquema haya sido modélico en la
comparación con el resto de Latinoamérica, dentro de este país existieron sectores,
y regiones, en las cuales lograr aumentos de productividad fue difícil, generando un
crecimiento lento, o incluso estancamiento. Es lo que ocurrió en Entre Ríos durante
la segunda mitad del siglo xix, a la par de la construcción en Argentina de
esa economía modélica; y puede incluso aventurarse que ese recorrido constituye un
ominoso anticipo de los problemas que generarían a la economía nacional el posterior
manejo de coyunturas adveras. Es en todo caso una advertencia acerca de problemas
que no siempre merecieron la necesaria atención en los debates sobre el desarrollo
basado en la exportación de bienes primarios; el análisis del sector productor
entrerriano, por tanto, constituye un inmejorable punto de partida para retomar
aquella vieja y no saldada discusión en torno a los condicionantes del crecimiento,
y enfatizar hasta qué punto este último es producto de una larga serie de elementos,
que incluyen no sólo los factores, las políticas y las estrategias de inversión,
sino también cuestiones prosaicas, pero no menos importantes, como el peso de las
coyunturas críticas y los cambios de orientación de los mercados. Las decisiones
erróneas o las dificultades para la acumulación e inversión de capital, así,
adquieren una dimensión substancial, y explican quizá mejor las causas del retraso
relativo de unas economías respecto a otras.3
La provincia de Entre Ríos en el contexto rioplatense de la segunda mitad del
siglo xix
Dentro del ámbito rioplatense, Entre Ríos resulta un caso paradigmático: se trata de
una porción significativa de la región pampeana, es decir, el corazón agrario de
Argentina; si bien en el siglo xix sus tierras no eran las de mejor calidad
agronómica para la agricultura (por la alta humedad ambiente y la presencia
devastadora de plagas de langosta), en la producción ganadera vacuna criolla, a
campo abierto y con animales rústicos, no tenía rival. Pero, durante la primera
mitad de esa centuria, su ingente riqueza fue destruida y vuelta a crear en el curso
de las guerras de Independencia, y luego civiles, que ensangrentaron la región, y
que tuvieron un campo de batalla privilegiado en su territorio. En ese contexto, los
productores intentaron continuar generando negocios en medio del caos, logrando un
notable éxito, patente sobre todo desde las décadas de 1830 y 1840. Un éxito tanto
más sorprendente cuanto que el gran problema de esa economía, la escasez de mano de
obra y de capital, se vio incluso agravado con el fin de la esclavitud y el
reclutamiento de buena parte de los varones para servir en los ejércitos en marcha.
Esta situación fue resuelta mediante la implementación de técnicas aún más
extensivas de manejo del ganado, que compensaban la escasez de aquellos factores con
la abundancia de tierras; y, sobre todo, con un cuidadoso y complejo sistema de
disposición de la mano de obra, la cual fue disciplinada por los gobernantes a
través del esfuerzo de guerra, haciéndola partícipe al mismo tiempo de un
ethos colectivo mediante el cual, por un lado, se afirmaba un
vigoroso sentimiento de pertenencia a la “comunidad” de los habitantes de la
provincia, y, por otro, se distribuían premios y castigos por la participación en el
conflicto bélico, los primeros, en especial, dosificando los permisos para acudir a
la labor rural y otorgando autorizaciones para disponer del usufructo de parcelas de
tierra a los soldados meritorios (Djenderedjian,
2008; Schmit, 2004). De esta
forma, durante esas décadas convulsas la prosperidad no estuvo ausente de la
economía entrerriana; hacia 1850 esta ya poseía la suficiente solidez como para
pretender un lugar de privilegio en la constelación rioplatense, cediendo el primero
sólo a Buenos Aires.
El tercer cuarto del siglo xix fue para Entre Ríos una época de grandes
cambios; la ganadería fue diversificándose hacia el ovino refinado y el vacuno de
rodeo, aun cuando las mejoras genéticas fueron menos profundas que en Buenos Aires.
Se expandieron los saladeros, manufacturas que posibilitaban un aprovechamiento
intensivo del ganado, ya que de él se obtenían allí no sólo cueros curtidos sino
también carne salada, ceniza que servía como abono, huesos, sebo, aceite y otros
diversos productos véase (Macchi,
1971). Hubo avances sobre tierras marginales hacia el interior
provincial; en realidad de productividad decreciente, al encontrarse lejos de las
vías de comunicación y no poseer, en general, buena dotación agronómica.4 La población creció rápidamente, a
una tasa anual de 4.2% entre 1856 y 1869, alcanzando 134 271 habitantes, muchos de
ellos extranjeros inmigrantes.5 Se
ensayaron también emprendimientos de colonización agrícola; pero este fenómeno, que
transformó radicalmente a la provincia vecina de Santa Fe y luego a la de Córdoba,
tuvo en Entre Ríos un impacto menor, por diversos problemas estructurales (Djenderedjian, 2008).
Todas esas transformaciones sólo tuvieron un correlato limitado en lo que respecta a
la infraestructura: aun cuando los caminos interiores mejoraron, el tráfico fluvial
continuó siendo, como tradicionalmente, el principal; ello ampliaba aún más la
importancia de las áreas costeras en detrimento de las interiores, presionando aún
más sobre el precio del factor tierra. La construcción de ferrocarriles, que
hubieran podido cambiar esa ecuación, enfrentaba diversos obstáculos de orden
natural, como la abundante presencia de cursos de agua, una alta humedad relativa y,
a veces, fuertes desniveles del terreno. Así, no sorprende que, hacia 1876, de 2 287
kilómetros de líneas ferroviarias en servicio o en construcción en toda Argentina,
sólo 164 correspondieran a Entre Ríos, mucho menos que a cualquier otra provincia de
su magnitud (Djenderedjian y Roberto Schmit, 2011,
pp. 139-170). El retraso posteriormente se afianzó; si en 1876 Entre Ríos
poseía por encima de 7% del total de la longitud de las líneas férreas de Argentina,
en 1895, con 717.8 kilómetros sobre 14 799, su participación proporcional había
bajado a menos de 5% (Argentina. Dirección de los
Ferro-Carriles Nacionales, 1896, pp. 167-188) .
Los cambios en la ganadería entrerriana y el valor relativo de la tierra
El marco contradictorio que hemos reseñado en el apartado anterior indica que las
peculiares características que a la provincia le habían permitido crecer parecen
también haber estado luego entre los escollos que retrasaron la puesta a punto de su
economía a los dictados de la nueva época. Un dato nos introducirá en el problema:
para 1887, sólo 0.42% de su rebaño vacuno era mestizo o fino, contra 36% en Buenos
Aires.6 Ese retraso sintetiza la
pérdida de posiciones de la ganadería entrerriana: mientras hasta 1850 había
generado fortunas y competido eficazmente con su similar bonaerense, tan sólo cuatro
décadas más tarde esas ventajas se habían esfumado.
Pero a la vez, el valor relativo de la tierra había experimentado un cambio
estructural. Con la nueva Constitución de 1853 y el nacimiento del Estado nacional
argentino, las rentas aduaneras que manejaba cada provincia y que formaban sus
principales recursos fiscales, fueron transferidas a la nación.7 Ello implicó la búsqueda de nuevas fuentes de
ingreso e imposición. La disponible y lógica era la tierra, ya que existían grandes
superficies cuyo estatus legal podía ser reclamado por el fisco provincial y por
tanto ser a la postre por este arrendadas o vendidas; y, por otro lado, conociendo,
midiendo y tasando en forma efectiva las propiedades particulares, podría
conformarse una base tributaria sobre la cual ejercer presión recaudatoria. Pero eso
implicaba un cambio radical en los derechos de propiedad, hasta entonces apenas
respaldados por diversos instrumentos formales e informales, así como por prácticas
consuetudinarias y acuerdos de palabra, tanto entre particulares como entre estos y
el Estado. Antes de 1860, ningún instrumento formal, en rigor, garantizaba la
propiedad plena.8 Los acuerdos entre
particulares (trabados sobre dominios tan inseguros) no habían tampoco sido en
general protocolizados.9 Así,
primaban derechos consuetudinarios y la capacidad de demostrar ocupación a lo largo
del tiempo; esos derechos estaban asimismo respaldados por la larga tolerancia de
las autoridades, e incluso podían alegarse como justa compensación por los servicios
militares prestados por esos ocupantes (véase Schmit, 2004).
Pero desde 1860 comenzaron a transformarse radicalmente las formas de acceso a la
tierra. Se dictó una serie de leyes restringiendo el dominio consuetudinario; se
constituyó un registro catastral, y se puso en arrendamiento a todas las tierras
consideradas públicas aun cuando estuvieran pobladas, tanto fueran las de quienes
contaran con títulos precarios como las de los meros ocupantes.10 Las quejas se multiplicaron, en particular, de
soldados que creían poseer sus tierras a perpetuidad en pago de servicios prestados,
así como denuncias sobre problemas de los ocupantes para demostrar sus
derechos.11 El Estado se hizo
de la propiedad eminente de grandes superficies, las cuales arrendó a sus ocupantes;
pero la resistencia al pago de los mismos parece haber sido generalizada, debiéndose
intimar fuertemente a los morosos, lo que muestra de paso cuánto habían cambiado las
cosas.12 Posteriormente, se
pusieron en venta cantidades crecientes de esas superficies fiscales, con un precio
mínimo de 3 000 pesos en oro por legua cuadrada, a pagar a un máximo de dos años;
aumentado en 1866 a 3 150 pesos, de todos modos condiciones muy onerosas para una
buena parte de los ocupantes.13 Las
mensuras para conformar el registro de títulos suscitaron fuertes tensiones: en 1866
se expidió una circular en la que se reconocía que los derechos de los poseedores de
campos de pastoreo eran repetidamente atropellados por las mismas.14 En resumen, el periodo 1860-1869
está jalonado por el dictado de más de 30 normas legales relativas a la tierra,
contra sólo tres en la década anterior; y, mucho más importante, esas normas fueron
por primera vez aplicadas, a la inversa de lo que había ocurrido anteriormente con
otros intentos de regularizar los catastros. A ello se sumaba la difusión del
alambrado, que contribuía a delimitar eficazmente los campos más extensos. Todo
ello, como es lógico, implicaba también mayores costos.
Es importante tener en cuenta que ese proceso ocurrió en un contexto sin frontera
abierta. La inexistencia de la misma en Entre Ríos, como se ha dicho, diferenciaba a
esta provincia de las demás del área pampeana; y esa inexistencia imponía un límite
inferior al costo del factor tierra, ya que no era posible allí ampliar
constantemente la producción sobre áreas “nuevas” conquistadas a los aborígenes. En
ese contexto, la producción ganadera extensiva necesariamente debía ampliarse sobre
áreas ya ocupadas, o marginales a las mismas; por tanto, de menor rendimiento o más
caras que las disponibles para esas mismas actividades en otras provincias cercanas.
A la vez, la extensividad (y escaso o nulo aumento de productividad del vacuno por
las restricciones a la inversión que suponían los mayores costos operativos)
limitaba el rendimiento del factor trabajo; y a ello se sumaba la presión derivada
de la ampliación del stock de ovinos, los cuales, si bien
constituían una alternativa algo más intensiva a los vacunos, eran del mismo modo
menos competitivos que los bonaerenses, con mayor rendimiento por unidad y menores
costos de acceso al mercado.
Así, en Entre Ríos ambos rubros productivos convivían en un espacio productivo
limitado; si a ello le sumamos la presión gubernamental por la regularización de
tenencias fundiarias, no puede sorprender que, para 1888, el precio promedio de la
hectárea fuera en Entre Ríos largamente superior al de todas las demás provincias
pampeanas, siendo sólo superado (y no mucho) por Buenos Aires, cuyas tierras eran de
alta calidad agronómica.15 Es así
evidente que el costo de la tierra rural había crecido más que la rentabilidad
esperada de la misma, o al menos había limitado al mínimo la rentabilidad, y
constreñido por ello el capital disponible para reinversión.16 El crecimiento de los rebaños y la falta de
tierras alternativas motivaba dura lucha por los pastos; en la segunda mitad de la
década de 1860 algunos grandes propietarios rurales del centro sur provincial
parecen haberse visto asediados por intrusos que, una vez instalados, estaban
incluso dispuestos a pagar arriendo, pero no a irse, pretextando las importantes
pérdidas en sus rebaños que tal cambio provocaría.17
Es importante retener todo esto para comprender dos cosas: la primera, la alta
conflictividad que estallaría en 1870; la segunda, el creciente peso de la tierra
como costo de producción. En efecto, luego de mucho tiempo de ser un factor de
escaso o nulo valor de cambio, la tierra comenzó a convertirse en un elemento de
cada vez mayor peso en los inventarios de los productores rurales (véase cuadro 1). Un estudio sobre
los mismos muestra con claridad ese proceso.
CUADRO 1
DISTRIBUCIÓN DE LA INVERSIÓN RURAL, ENTRE RÍOS, 1832-1879 (EN PORCENTAJES
SOBRE EL VALOR TOTAL)
|
Inmuebles |
Ganado |
Mejoras |
Resto activos rurales |
1832-1849
|
11
|
71
|
7
|
10
|
1850-1859
|
11
|
77
|
4
|
8
|
1860-1869
|
27
|
62
|
7
|
4
|
1870-1879
|
45
|
42
|
11
|
3
|
En el periodo 1832-1859, la tierra sólo dio cuenta de 11% del valor total de los
inventarios entrerrianos. Ese guarismo resulta muy similar (e incluso menor) al que
tradicionalmente había existido en las explotaciones agrarias rioplatenses hasta la
segunda década del siglo xix.18 Es decir, en Entre Ríos se prolongó la disponibilidad de
tierras baratas hasta promediar el siglo, algo que no ocurrió en su vecina Buenos
Aires. Pero en los años siguientes las cosas comenzarán a cambiar en forma
acelerada. En la década de 1860 la inversión en tierras sube en promedio a 27% del
valor total de los inventarios; mientras que en la de 1870 ya es de 45%. De modo que
en poco tiempo se quebró la antigua ecuación en la que la tierra compensaba el alto
costo laboral mediante aumentos en la escala productiva. Las mayores exigencias de
inversión de capital que implicaba esa rápida valorización de la tierra fueron
expuestas en un artículo publicado en 1888, que enfatizaba los cambios en la demanda
de ganado, orientados desde hacía años hacia animales de mayor calidad.
La cría de ganados ordinarios a la antigua usanza produce sólo cuando los campos se
mantienen a un bajo precio; aun así que el valor de la tierra sube hasta alcanzar a
los precios a que ha llegado en esta provincia, ya no da ni un mediocre interés
sobre el capital que representa; y entonces hasta los más retardatarios, vense
obligados a cambiar de método [...] Antes del año 1880 las estancias conservaban en
su casi totalidad su fisonomía primitiva... (Argentina. Departamento Nacional de Agricultura, 1888).
¿Qué ocurrió en tanto con el costo del trabajo?
La evolución de los salarios rurales
Para obtener la serie de salarios rurales, hemos recurrido a los registros de un
grupo de empresas agrarias pertenecientes a Justo José de Urquiza, el principal
hacendado de la provincia, y además hombre político de primer orden en ella y aun en
Argentina (del cual llegó a ser presidente). Este personaje, hijo de un comandante
militar y hacendado de tiempos coloniales, fue construyendo un impresionante
patrimonio que abarcaba, al momento de su asesinato en 1870, una amplísima
diversidad de establecimientos, fundamentalmente ganaderos, situados en diversos
puntos de la provincia.19 Esa
fortuna, para ese año, sumaba 272 leguas cuadradas de campos, es decir más de 734
400 hectáreas, en las que prosperaba un enorme plantel de ganado vacuno y ovino.
Además, poseía un numeroso y diversificado conjunto de inversiones que incluyeron
saladeros, propiedades urbanas, acciones en bancos, empresas de ferrocarril y de
producción azucarera, así como títulos públicos. En su testamentaria su fortuna fue
valuada en un total de 5 436 923 pesos bolivianos, que se repartían en 69.3% en
bienes rurales, 8.1% en propiedades urbanas, 2.2% en bienes industriales y 20.4% en
títulos y acciones, lo que lo constituía en uno de los propietarios más acaudalados
del Río de la Plata (véase Schmit y Djenderedjian,
2006, pp. 7-49).
Luego de su fallecimiento la administración continuó siendo llevada por sus
herederos, encabezados por su viuda, bajo las mismas pautas y con el mismo personal
empleadas anteriormente, por lo que los registros son homogéneos. Los manuscritos se
encuentran archivados en lo que fue la residencia de Urquiza, el llamado Palacio San
José, en un área rural en las cercanías de Concepción del Uruguay (en adelante
apsj). La práctica administrativa (en vigor al menos desde 1846, aunque
sólo se generalizaría a todos los establecimientos en los años sucesivos) consistía
en que, desde cada uno de los establecimientos rurales, los mayordomos o encargados
confeccionaban listas mensuales de los salarios devengados, en las cuales figuraban
usualmente los nombres de los empleados, sus categorías, el monto mensual acordado y
a veces lo pagado en forma adelantada, a fin de que el total de la lista fuera
suplido en dinero desde el escritorio central. Esos registros se volcaban luego a
libros de contabilidad, ya fuera nominalmente o en forma resumida. Hemos utilizado
ambos tipos de registros, tomando todos los disponibles para cada mes y año entre
1846 y 1875, obviamente depurándolos de posibles repeticiones.20 De cada listado de personal tomamos los salarios
mensuales de la categoría más baja (peón-puestero, correspondientes respectivamente
a los trabajadores empleados en tareas generales y a los encargados del cuidado del
ganado). Se trata de los montos en dinero percibidos directamente por los
trabajadores, a quienes además se proveía de alimento y alojamiento, los cuales no
han sido tomados en cuenta en nuestra serie. Entre los salarios pagados a miembros
de la categoría general peón-puestero existían a menudo fuertes diferencias, debidas
fundamentalmente a la edad de los trabajadores (los muchachos de hasta catorce o
quince años, por ejemplo, cobraban alrededor de la mitad de los adultos). Esos casos
extemporáneos fueron incluidos en el cálculo, a fin de reflejar más adecuadamente la
nómina y el gasto total; de todos modos, se trata siempre de una minoría de
individuos. Asimismo, si un trabajador determinado pasaba temporal o definitivamente
a categorías superiores a las de peón-puestero, o cobraba por tareas a destajo, o
por cualquier razón no pudiera ser ya encuadrado en el espectro que definimos, se lo
descartó.
A fin de corregir las distorsiones debidas a la amplitud del rango de las
remuneraciones, elaboramos el promedio de la suma algebraica de todos los salarios
pagados mensualmente en la categoría. A menudo, la lista total mensual abarcaba los
salarios de más de 100 personas, pero en otros casos la cifra descendía hasta 20 o
30, dependiendo de la cantidad de establecimientos cuyos datos han llegado a
nosotros. De esa forma, se minimizó el peso de los salarios inferiores o superiores
a la media, puesto que los mismos sólo constituyeron en todos los meses una parte
menor de la nómina, la cual resultaba determinada por la abundancia de casos
situados dentro del rango de lo que, en cada periodo, se podía considerar el salario
corriente para esas tareas a ser pagado a un hombre adulto joven sin falencias de
formación ni premios determinados por experiencia o responsabilidades adquiridas.
Como forma de control, establecimos las modas mensuales, las cuales coincidieron
bastante estrechamente con la serie elaborada, mostrando así su solidez. Las
diferencias en los niveles salariales de uno a otro establecimiento no fueron
significativas, aun entre los situados a respetable distancia, incluso varios
cientos de kilómetros; los testimonios de la época señalan que existía una gran
movilidad y circulación de información dentro del territorio, por lo que resultaba
muy difícil ofrecer salarios más bajos que la media provincial sin tener que
soportar caídas en la oferta laboral.21 No se detectaron diferencias significativas determinadas
por el hecho de que las tareas se desempeñasen con rebaños de ganado vacuno u ovino;
por otro lado, sí hubo diferencias de magnitud en los casos en que se trataba de
empleados de origen extranjero (lo cual se pudo detectar fácilmente por sus
apellidos). Estos últimos fueron descartados, ya que, aun cuando a menudo la fuente
no lo especifica, se trataba de empleados especializados en el tratamiento de
majadas de sangre pura, o vinculados a tareas que requerían pericia técnica
particular. Tampoco, obviamente, se tuvieron en cuenta aquellos casos en que se
especificaban tareas determinadas, no relacionadas con el cuidado rutinario del
ganado mayor (quinteros, cocineros, carretilleros, boyeros, carpinteros, etc.) ni
los propios de épocas de zafra lanera, y otras tareas estacionales o eventuales,
para las cuales los salarios eran más altos que los del personal permanente
(esquiladores, agarradores, trasquiladores, envellonadores, aguateros, afiladores,
curanderos, lateros, etcétera).22
Además, se elaboró otra serie a partir de los salarios contemplados en el presupuesto
anual de gastos del estado provincial, los cuales figuran en forma más o menos
regular desde 1861; nuestra serie tomó los datos disponibles hasta 1875. Hemos
seleccionado los salarios a pagar a soldados, cabos y sargentos de las comisarías de
campaña hasta 1870; y, desde 1871, los correspondientes a guardias, cabos y
sargentos de las guardias de seguridad con sede en cada uno de los departamentos
provinciales. En ambos casos se trata de promedios de los salarios individuales de
las tres categorías para cada departamento, los cuales fueron luego a su vez
promediados. No existen diferencias significativas entre lo presupuestado para unos
y otros puntos de la provincia. Las comisarías de campaña y las guardias de
seguridad se encontraban en cada una de las capitales departamentales y en la
capital provincial, cumpliendo la tarea de mantener el orden interior, para lo cual
ejercían también jurisdicción sobre las campañas respectivas. El cambio entre 1870 y
1871 responde a que, a partir de este último año, las guardias de seguridad
reemplazan en nuestra serie a las comisarías (que, en los presupuestos, sin embargo,
reaparecen en 1874 y 1875 luego de dos años de supresión, sin que por ello sean
eliminadas las guardias de seguridad) y, más importante aún, para las categorías de
tropa se presupuesta rancho (es decir alimentos), a partir de 1871 y en forma
desagregada del salario. De modo que tuvimos que dividir la serie en dos, una
incorporando el rancho y otra sin él. Anterior a 1871 no hay en los presupuestos
referencias a gasto en alimento para los soldados, pero probablemente el mismo se
supliera mediante envíos de ganado desde los corrales y estancias del estado. El
valor del rancho aumenta gradualmente, desde tres pesos fuertes por mes y por
persona en 1871 hasta cinco en 1875; pero puesto que no conocemos cuál era su
composición, y de que se trata además de montos globales, a cubrir por contrato, no
puede considerarse un indicio del costo real de los alimentos.
Los salarios rurales privados (obtenidos a partir de los registros del apsj)
están en pesos bolivianos, manteniéndose esa moneda en los pagos incluso hasta muy
tarde.23 En tanto, los salarios
de los presupuestos provinciales pasan a contabilizarse en pesos fuertes oro a
partir de 1867, por lo que fue necesario convertirlos a pesos bolivianos a fin de
conformar series homogéneas.24 Es
menester aclarar que, desde inicios de la década de 1860, circulaba en Entre Ríos
papel moneda emitido por varias casas comerciales o bancos privados; sin embargo, no
parece que el monto de esas emisiones afectara sustancialmente la circulación
monetaria, toda vez que las mismas sólo sumaban, para 1880, 15 000 pesos bolivianos
y 11 000 pesos fuertes. La misma fuente calculaba ese año en 4 000 000 de pesos
bolivianos el circulante metálico en manos de los ciudadanos en el interior de
Argentina, y unos 2 335 000 el efectivo en los bancos.25 Lo que podríamos denominar M0, entonces, sumaría a esa
fecha 6 335 000 pesos, de los cuales puede estimarse que corresponderían a Entre
Ríos (de acuerdo con su población y desarrollo económico) al menos 700 000
pesos.26 Todo ello indica que
no hubo a lo largo del periodo cambios sustanciales en la composición del efectivo
recibido por los trabajadores, y por tanto tampoco pérdidas de parte del valor en
metálico de esos salarios, si es que de estos alguna porción se hubiera pagado en
papel, susceptible de depreciación contra la moneda dura (véase gráfica 1).27
GRÁFICA 1
SALARIOS RURALES PRIVADOS Y SALARIOS MILITARES OFICIALES, POR MES.
ENTRE RÍOS, 1846-1875 (EN PESOS BOLIVIANOS DE PLATA)
Nota: salarios rurales privados corresponden al promedio pagado
mensualmente en las categorías peón-puestero según figura en los listados de
personal de los diferentes establecimientos productivos. Los salarios
militares están tomados de los presupuestos oficiales de la provincia para
cada año; hasta 1870 corresponden al promedio mensual pagado a soldados,
cabos y sargentos de las comisarías de campaña, distribuidas por toda la
provincia. Desde 1871, a guardias, cabos y sargentos de las guardias de
seguridad, distribuidas también en los distintos departamentos. Desde ese
año, además, se provee rancho, contabilizado y pagado aparte. La serie por
tanto se divide, a fin de presentar el salario con y sin el rancho, ya que
en rigor este no formaba parte del pago monetario, y además va adquiriendo
mayor entidad con el paso del tiempo.
Fuentes: Salarios rurales privados, fondo Justo José de Urquiza y fondo
Dolores Costa, series Establecimientos Agropecuarios, y otras, varias cajas
y carpetas, listados de personal varios. Salarios militares estatales en
Argentina. Provincia de Entre Ríos (1875-1877, tt. ix y ss.), en
apsj.
Debemos tener en cuenta que, a partir de 1864, se producen diversos acontecimientos
que afectaron de manera sustancial la economía de la provincia. En primer lugar, la
coyuntura crítica 1864-1873: los precios de los productos ganaderos de exportación
se derrumban, viéndose afectados tanto los mercados de la lana como los del cuero
vacuno y el tasajo (véase Djenderedjian, 2013, pp.
169-196). En segundo lugar, en 1865 se desata la guerra del Paraguay, que
durará hasta 1870, afectando particularmente a la provincia por su cercanía al
teatro del conflicto y por la recurrente oposición de buena parte de los soldados a
ser enviados al frente. En tercer lugar, debe mencionarse la durísima guerra civil
desatada en 1870, y que, aplastada a inicios del año siguiente por fuerzas
nacionales luego de una sangrienta campaña, volvería a estallar con intermitencias
hasta la derrota definitiva de su principal caudillo, Ricardo López Jordán, en 1876
(véase Reula, 1969, t. ii, pp. 32 y
ss.).
No es este el lugar para desarrollar esos tres acontecimientos; sólo queremos
destacar la fuerte inelasticidad del salario rural privado, que, a pesar de esas
circunstancias adversas, no se vio mayormente impactado. Sí lo fueron en cambio los
salarios gubernamentales (véase gráfica 1):
luego de mantenerse largo tiempo en el mismo rango que los privados, aumentan
sustancialmente (casi 30%) durante el primer año de la guerra del Paraguay,
sosteniéndose en esos niveles hasta el final de la misma; si bien en los años
posteriores (marcados ahora por la contienda civil) los salarios en dinero
efectivamente percibido descienden, en realidad las prestaciones recibidas continúan
en los mismos niveles, en parte bajo la forma de alimentos.
Es evidente que los niveles salariales pagados por el Estado no influyeron tampoco
demasiado en los privados; en todo caso, recién parecen haberlo hecho una vez
conjurados los problemas políticos. No es del todo sorprendente, ya que, si bien la
movilización por la guerra debió significar una drástica merma en la oferta laboral,
la coincidente crisis económica compensó esa merma con una también menor demanda.
Pero ello no significa que, para los empresarios, los costos laborales no
aumentaran: los pagos por determinados servicios o por ciertas capacidades sufrieron
en esos años aumentos muy consistentes. No hemos incluido la serie de salarios de
categorías superiores (capataz, mayordomo, encargado) por razones de espacio; pero
la misma, aun exhibiendo hasta inicios de la década de 1860 una trayectoria similar
a la de peones-puesteros, posee sin embargo una volatilidad mayor, que se acentúa
aún más desde entonces. En los momentos más álgidos de la crisis, algunos casos
llegan a ser sorprendentes: Ricardo Belson, encargado de la estancia Armonía, ganaba
40 pesos por mes hasta junio de 1870; a partir de julio, su sueldo se elevará a 100
pesos mensuales. Alejandro Martínez, encargado de la estancia El Potrero, tendrá
desde agosto de 1870 un astronómico salario de 200 pesos.28 Se trata de una coyuntura muy compleja: en medio
de la guerra civil, la retención de los cuadros dirigentes por parte de la
administración de los herederos de Urquiza no debe de haber sido algo sencillo.29 El momento exigía además un
know how especializado que se volvía cada vez más
imprescindible y necesario para manejar los crecientes rebaños mestizados; ello en
buena parte podría explicar también la creciente diferenciación en los sueldos de
las categorías intermedias y bajas, y la aparición y difusión de los patronímicos de
origen germánico y sajón, evidentemente ligados al cuidado de reproductores
importados y a la organización y administración de majadas con cruza.
En fin, desde mediados de la década de 1840, y durante casi 20 años, los salarios
rurales privados entrerrianos no dejaron de subir. Y, a partir de 1863, y durante
una década, se estancaron en un rango de entre trece y quince pesos por mes. Es
decir, tuvieron una evolución inversa a lo ocurrido con la tierra (véase gráfica 1). Por tanto, es evidente que, en el
primer periodo, la tierra compensó el incremento de los costos laborales,
probablemente mediante el aumento en la escala de los establecimientos, o por un
aprovechamiento más intenso del factor sin el pago del correspondiente canon por ese
aumento de productividad. En el segundo periodo, es decir, a partir de inicios de la
década de 1860, fueron los salarios la variable de ajuste. Es de apuntar que esto
ocurre en un contexto rioplatense de aparente ascenso nominal de salarios; pero esos
aumentos aparecen ligados a los rubros dinámicos de la economía rural: agricultura
especializada, cuidado de animales finos y puros por cruza.30 Dada la tradicional inelasticidad de los mismos
a la baja, quizá el estancamiento de las remuneraciones en Entre Ríos esté
enmascarando un descenso de la demanda; pero ello no se verifica en las cuentas de
Urquiza, ya que si bien la tendencia es levemente declinante desde 1870 (lo cual
responde en realidad a la venta progresiva de algunos establecimientos), durante la
década de 1860 las nóminas salariales totales alcanzan mensualmente con frecuencia
el rango de 60-80 empleados, superándolo en varias ocasiones. Es, sin embargo, un
factor a considerar el hecho de que, tratándose de un gran complejo empresarial, su
evolución enmascare la de otras unidades más pequeñas, las cuales pueden haberse
visto en dificultades mayores al respecto.
Costos de producción y beneficio en el largo plazo
En la gráfica 2 hemos relacionado los precios
de los principales productos de los establecimientos ganaderos entrerrianos de esos
años (animales vacunos y ovinos), con los de los insumos productivos: salarios del
personal, y equinos, necesarios para el manejo de los rebaños. Los precios están
tomados de los inventarios post mortem y, como ha sido ya
demostrado, los de vacunos y ovinos siguieron muy de cerca la evolución de los
precios de lanas y cueros vacunos en los principales mercados externos (véase Djenderedjian, 2013). El objetivo, aquí, es
evaluar hasta qué punto, durante la crisis, los costos de producción carcomieron la
ganancia por unidad de producto, forzando así aún más el recurso al aumento de la
escala para obtener un umbral mínimo de beneficio económico, lo cual, como puede
deducirse de lo dicho antes, constituía una dificultad que se podía volver
insuperable ante el creciente aumento del valor de la tierra.
GRÁFICA 2
SALARIOS Y PRECIO DE EQUINOS COMO PARTE DEL PRECIO COMBINADO DE
VACUNOS Y OVINOS. ENTRE RÍOS, 1853-1875
Fuente: precios de vacunos, ovinos y equinos en inventarios post mortem,
en ahaer; datos de salarios en gráfica 1.
Como hemos dicho, la proporción del valor de la tierra en el total del inventario se
mantiene más o menos estable hasta aproximadamente inicios de la década de 1860;
hasta esos años, el aumento de los salarios nominales muestra que parte creciente de
los precios remunerativos de los productos de los establecimientos fue capturada por
los trabajadores, sin afectar mayormente la ecuación de costos por causa del
mantenimiento del recurso tierra como variable de ajuste. Es probable así que
existieran aún tierras baldías, pero, de cualquier forma, como estamos efectuando
todos nuestros cálculos sobre áreas ocupadas desde antiguo, se trataba en todo caso
de porciones subutilizadas dentro de las mismas explotaciones. De
hecho, la productividad por hectárea aumentó sustancialmente en el periodo, si
juzgamos por los cambios en la carga ganadera de un establecimiento de gran
envergadura perteneciente a J. J. Urquiza (véase cuadro 2).
CUADRO 2
CARGA GANADERA POR HECTÁREA EN LA ESTANCIA DEL POTRERO, 1855-1872
Ganado |
1855 |
1872 |
Vacuno
|
0.07
|
0.10
|
Ovino
|
0.03
|
0.03
|
Equino
|
0.01
|
1.41
|
Mular
|
0.00
|
0.04
|
Burros
|
0.00
|
0.00
|
Total de animales
|
0.11
|
1.59
|
Unidad ganadera (vacuno)
|
0.09
|
0.37
|
De modo que la expansión no implicó necesariamente el aumento de la oferta de tierras
a través de avances sobre áreas marginales, sino que bastó con incrementar el grado
de uso del factor tierra ya disponible. No hubo, por tanto, en este periodo, una
“sed de acaparamiento” de tierras, conducta a la postre racional por parte de los
productores ya que se justificaría en un contexto donde la extensividad era la
norma; pero que en última instancia hubiera reforzado una hipotética aversión a la
innovación tecnológica y una también hipotética preferencia por la obtención de
renta. Nada de eso parece cierto: por el contrario, el aumento de la carga ganadera
indicaría que, dentro de los límites tecnológicos de la época, se fue haciendo un
uso cada vez más intensivo del recurso disponible. El problema fue que, en el
momento en que más necesario se hizo incrementar la inversión de capital, la
disponibilidad de este se redujo en forma acelerada, al encontrarse los productores
con un escenario de rentabilidad decreciente determinado por el agotamiento de la
posibilidad de intensificar el uso de la tierra disponible, en el mismo momento en
que los precios de los productos que producían caían en picada, y cuando tampoco era
posible reducir racionalmente la nómina laboral por la aparición de la guerra.
Sumado a ello, la inexistencia de tierras de frontera sobre las que expandir el
stock ganadero mantuvo la presión sobre los precios de la
hectárea en las áreas ya ocupadas.
En suma, el costo de los dos factores principales de producción, la tierra y los
salarios, aumenta inversamente hasta inicios de la década de 1860; pero al cambio de
esa situación a partir de entonces se suman la crisis económica, la guerra y luego
la contienda civil. Es evidente entonces que, a pesar de los esfuerzos anteriormente
realizados para incrementar la productividad, la única manera de compensar a corto
plazo los mayores costos laborales y operativos hubiera sido un aumento de la
escala, el cual ahora habría de mostrarse difícil por el creciente peso relativo de
la tierra en el costo de producción.31 La inoportunidad de las acciones del gobierno en el
sentido de revisar los derechos de propiedad parece entonces evidente. De todos
modos, que ese aumento se debiera al menos en parte a las políticas de definición de
títulos y clarificación de tenencias encaradas desde el gobierno provincial, o a la
demanda de los productores, es en realidad aleatorio: la dificultad principal
radicaba en que la coyuntura, súbitamente desfavorable en varios planos, y cada vez
más conflictiva, no permitía encarar soluciones integrales al respecto. La misma
acumulación de problemas debió potenciar la crisis: así, los soldados que regresaban
del frente externo de guerra probablemente se encontraran con un panorama laboral
desalentador, en el que, si bien los salarios mantenían de una u otra forma su
nivel, la demanda de trabajo debía verse necesariamente debilitada por la pérdida de
ventas en mercados externos, y por la destrucción que necesariamente acompañó a la
conflictividad interna. Por lo demás, el aumento en el valor de la tierra y el
paralelo descenso de las posibilidades de comercializar sus subproductos implicaron
que el inicio de una explotación independiente, objetivo lógico de cualquier
asalariado en esos años, viera sus condiciones de concreción cada vez más lejanas:
no sería nada casual que esas insatisfacciones estuvieran en parte detrás de la alta
conflictividad del periodo.32 Es
entonces recién al terminar esta, hacia 1876, que los salarios vuelven a adquirir
una tendencia ascendente. Pero el análisis en profundidad de ese periodo queda fuera
de los límites de este trabajo. En todo caso, el alto valor relativo de la tierra en
Entre Ríos continuaría pesando en el cálculo de costos.33
Conclusiones
Los productores rurales entrerrianos parecen haber actuado con racionalidad al
aprovechar un ciclo de altos precios de los productos que exportaban, supliendo con
un factor barato (la tierra) el aumento de costos laborales. Pero el cambio de
coyuntura de inicios de la década de 1860 trajo aparejadas modificaciones
sustanciales en la relación entre ambos factores, y a la vez las rigideces generadas
por esa estructura agraria y productiva en los años de bonanza limitó las
posibilidades de respuesta. A ello se sumó una difícil coyuntura marcada por la
caída de los precios de los productos de exportación y la crisis económica
consiguiente; la guerra externa, y la contienda civil. La última, en parte, quizá
pueda ser atribuida a los problemas generados en la etapa previa, en tanto la
variable de ajuste pasó a ser el factor trabajo, y los salarios nominales se
estancaron. La extensividad, que de todas formas se fue reduciendo a lo largo del
periodo, se convirtió en una trampa en la medida en que, con la llegada de la
crisis, sus costos se hicieron difíciles de financiar, reduciéndose así las
oportunidades y las posibilidades de progreso. Pero la extensividad de la producción
ganadera entrerriana no puede atribuirse a una actitud retardataria o poco propensa
a la toma de riesgos por parte de los actores de la misma: por lo que hemos
mostrado, respondía a multitud de factores, y su salida no pudo ser encarada en
forma integral ni sencilla a partir de la coyuntura. Las alternativas, por otro
lado, como ocurría con la agricultura triguera de exportación, incluían actividades
para las cuales era preciso encarar una sustantiva inversión de capital en
maquinarias, o recostarse en agregados de mano de obra, esta última ya demasiado
cara, y de costos crecientes. No parece por tanto que la oportunidad de encarar ese
cambio fuera algo sencillo. El problema real, si se quiere, es que la creciente
rigidez de los costos impidió el oportuno giro hacia actividades con mejores
perspectivas de mercado; giro que hubiera significado una apuesta demasiado fuerte
en cualquier momento, pero que, en una coyuntura crítica, se convirtió en un lastre
demasiado pesado de remontar.
Archivos
Archivo del Instituto del Profesorado Osvaldo Magnasco, Gualeguaychú, Argentina.
agn Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Argentina.
ahaer Archivo Histórico de la Provincia de Entre Ríos, Entre Ríos,
Argentina.
apsj Archivo del Palacio San José, Concepción del Uruguay, Uruguay.