Introducción
Desde las últimas décadas del siglo xix y hasta 1930 Argentina vivió el
periodo de mayor crecimiento económico de su historia, en el marco de su plena
incorporación al mercado mundial como economía proveedora de materias primas de
origen agropecuario. En esos años la creciente necesidad de mano de obra de la
economía fue cubierta principalmente a través de la llegada de inmigrantes, en un
contexto internacional en el que se observaban grandes oleadas migratorias
interoceánicas hacia los países del llamado Nuevo Mundo.
En este marco, el objetivo de este trabajo es determinar las consecuencias que tuvo
la política migratoria llevada adelante por el Estado argentino durante el periodo
del modelo agroexportador sobre el mercado de trabajo local, en particular sobre los
salarios reales. La política migratoria en Argentina se distinguió por mantener
abiertas las fronteras abiertas a lo largo de todo ese periodo, mientras que otros
países receptores establecieron mayores regulaciones y restricciones, en general en
respuesta a coyunturas económicas en que se incrementaba la desocupación.
El principal aporte radica en el análisis de la relación entre la evolución del
salario real y el flujo migratorio durante el periodo, relación que por lo general
no es abordada en la bibliografía sobre la materia. Si bien existen numerosas
referencias acerca del papel del salario relativo como factor de atracción de
migrantes, se encuentran escasos estudios referidos al impacto del flujo
inmigratorio sobre la oferta laboral y, a través de la misma, sobre los salarios
reales en la economía local (Míguez, 2001;
Panettieri, 1970; Sánchez-Alonso, 2004).
Con base en este objetivo el cuerpo del trabajo se divide en tres secciones. En la
primera, se describen las principales características de la evolución de la economía
durante el modelo agroexportador en Argentina, es decir, en el periodo comprendido
entre los años 1870 y 1930. En la siguiente, se evalúan los flujos migratorios
verificados en el ámbito internacional durante ese mismo periodo, y se presentan las
especificidades que presentó Argentina respecto a otros países receptores de mano de
obra. La última sección se destina a la caracterización del mercado laboral en
Argentina durante esos años, y al análisis de los efectos de la política migratoria
llevada adelante por el Estado argentino, en particular su efecto sobre los niveles
salariales.
Finalmente, en las conclusiones del trabajo se esbozan, a modo de hipótesis, los
posibles impactos que tuvo la política migratoria llevada a cabo durante el modelo
agroexportador sobre el devenir posterior de la economía argentina, en particular
durante la etapa de industrialización por sustitución de importaciones. En
definitiva, se trata de indagar acerca de los efectos de largo plazo de una política
inmigratoria, considerada como uno de los pilares sobre el que se construyó la
Argentina moderna.
El modelo agroexportador en Argentina: 1870-1930
El periodo comprendido entre las últimas décadas del siglo xix y la crisis
internacional de la década de 1930, conocido en la historia económica argentina como
el periodo del modelo agroexportador, fue la etapa de mayor crecimiento económico de
este país. La consolidación de un patrón de crecimiento basado en la inserción en el
mercado mundial a través de la exportación de productos de origen agropecuario, para
los cuales la nación contaba con condiciones agroecológicas excepcionales,
posibilitó un elevado dinamismo de la economía local, que se expandió a una tasa
anual acumulativa de 5.2% entre 1870 y 1930, en tanto el producto per cápita lo hizo
en 1.9% (Maddison, 2010) (véase gráfica 1).
GRÁFICA 1
EVOLUCIÓN DEL PIB, EL PIB PER CÁPITA Y EL SALARIO REAL PROMEDIO EN
ARGENTINA, 1870-1930 (EN NÚMERO ÍNDICE BASE 1900 = 100)
Fuente: elaboración propia con base en Maddison (2010) y Ferreres
(2010).
Las tendencias globales empujaron al país a desempeñar ese papel en la división
internacional del trabajo: las mejoras técnicas en la navegación permitieron el
abaratamiento del transporte transoceánico que facilitó y potenció el comercio
internacional, mediante el cual los países industrializados pugnaban por la
colocación de los excedentes de su producción industrial y, a la vez, expandían la
demanda de materias primas y alimentos. Por otro lado, en el marco de una creciente
movilidad global del capital y del trabajo, la progresiva consolidación del gobierno
central en la República Argentina en la segunda mitad del siglo xix
posibilitó la radicación masiva de inversión extranjera directa, la intensificación
de flujos financieros y el inicio del periodo inmigratorio más relevante de su
historia (Rocchi, 2000).
El desarrollo económico de Argentina durante esta etapa estuvo estrechamente asociado
a los flujos de capital del exterior y a la expansión del comercio ultramarino, en
particular con Gran Bretaña. Esta asociación se articuló a través de diferentes
vías: por un lado, por la necesidad de colocar la producción primaria en los
mercados internacionales, por otro, por los requerimientos de volúmenes crecientes
de importaciones, tanto de bienes de capital como de consumo, en el marco de una
economía en expansión. A la vez, se requería de un flujo creciente de inversiones,
tanto directas como financieras, orientadas al desarrollo de la infraestructura para
la exportación (sistema ferroviario y puertos), de los servicios públicos y de una
incipiente producción industrial.
El crecimiento de la economía argentina durante este periodo no se circunscribió sólo
al complejo agroexportador, sino que se asistió también a un incipiente desarrollo
de la industria local, producto de los bajos costos de algunos insumos, los elevados
costos de flete y la prevalencia durante algunos periodos de impuestos a la
importación de productos.1 Sin
embargo, el tejido manufacturero que se consolidó durante esta etapa, asociado al
complejo agroexportador y a la provisión de un mercado doméstico en expansión, no
alcanzó, por lo general, competitividad en el ámbito internacional.
Se debe señalar que el crecimiento de la economía argentina a lo largo de esta etapa
no fue homogéneo. Es más, puede identificarse a la primera guerra mundial como un
punto de inflexión, tras el cual se recuperaría la senda del crecimiento, aunque a
tasas algo inferiores.
En la primera etapa, comprendida entre 1870 y el inicio de la primera guerra mundial,
la economía argentina tuvo un crecimiento vertiginoso producto de su consolidación
como exportador de productos de origen agropecuario. En dicha etapa, la economía se
expandió a una tasa anual acumulativa de 6%, en tanto el producto per cápita lo hizo
en 2.5%. Si bien la inserción plena de Argentina en el comercio internacional se
inició a mediados del siglo xix, a partir de la exportación de lana
producida en la región pampeana, fue con el desarrollo de la producción bovina y
agrícola cuando se consolidó definitivamente.2 El crecimiento de dichas producciones fue de carácter
extensivo y el aumento de la producción basado en la continua expansión de la
frontera productiva tuvo un importante efecto multiplicador, ya que la puesta en
producción de nuevas tierras estaba asociada con la realización de obras de
infraestructura requeridas para la comercialización de la producción. En particular,
entre 1885 y 1900 se construyeron casi 13 000 km de nuevas vías férreas asociadas,
por lo general, a la expansión de la frontera agraria. Dichas inversiones fueron
impulsadas por el Estado nacional a fin de garantizar el incremento de las
exportaciones y realizadas, por lo general, por capitales privados de origen
externo.
En esta primera etapa, la economía argentina enfrentó diferentes crisis asociadas al
sector externo, siendo la crisis de la deuda en 1890 la que tuvo mayor impacto
(véase gráfica 1). En efecto, el elevado nivel
de importaciones, junto con el peso que fue adquiriendo el endeudamiento externo,
condujeron a un estrangulamiento en el balance de pagos. En 1889, en un escenario de
caída de los precios de exportación, los pagos de intereses y amortizaciones
llegaron a representar 66.1% de las exportaciones totales,3 lo que dio inicio a una profunda crisis
económica que perduró hasta 1891 e implicó una contracción del producto bruto
interno de 11.8 por ciento.
Las crisis del balance de pagos durante este periodo estuvieron asociadas con el
relativamente reducido ritmo de crecimiento de las exportaciones, las cuales
alcanzarían un mayor dinamismo con posterioridad a la extensión del ferrocarril,
elemento indispensable para transportar la producción hacia los puertos de
exportación. Entre los años 1885 y 1888 el endeudamiento externo creció a una tasa
anual acumulativa de 98.2%, mientras que las exportaciones de trigo lo hicieron a
una tasa de 59.2% y en el caso del maíz alcanzó 42.1% (Ford, 1969).
Este desfase entre la tasa de crecimiento de las exportaciones y la necesidad de
desarrollar la infraestructura requerida por el complejo agroexportador basado en el
endeudamiento externo implicó estrangulamientos periódicos en la balanza de pagos.
Así, el pago de intereses estaba constantemente supeditado al otorgamiento de nuevos
préstamos, la expansión de las exportaciones y el nivel de los precios
internacionales de los productos agropecuarios (Ford, 1969). A la vez, el crecimiento de la economía traía aparejadas
mayores importaciones que presionaban aún más sobre el sector externo. Una vez
iniciada la recuperación tras la crisis de 1890, el resultado comercial fue positivo
en toda la década con excepción del año 1897, ante el resultado puntual de una mala
cosecha. A la vez, el potencial conflicto bélico con Chile condujo a un incremento
del déficit fiscal y dificultó el acceso a financiamiento externo, conduciendo a una
desaceleración y leve contracción de la economía.4 Con el nuevo siglo, la economía retomó un camino de
crecimiento que no se interrumpiría hasta la primera guerra mundial, expandiéndose a
una tasa anual acumulativa de 6.4% entre 1900 y 1913. En un contexto de incremento
en el valor de las exportaciones, como consecuencia de la mejora de los precios
internacionales y el aumento en las cantidades exportadas, fue posible eliminar la
restricción externa que había caracterizado a la economía argentina en las décadas
previas (Cortés, 1998).
La primera guerra mundial marcó un punto de inflexión en la evolución de la economía
local: la reversión de los flujos de capital, la caída de las exportaciones
agropecuarias y la contracción de las importaciones condujeron a una prolongada
contracción en el nivel de actividad, que disminuyó a una tasa anual acumulativa de
1% entre 1913 y 1918. Una vez finalizado el conflicto bélico, la economía argentina
recuperó la senda del crecimiento y se expandió a una tasa anual acumulativa de
4.9%, en tanto que el producto per cápita, a 1.9%. La desaceleración del crecimiento
económico en los países europeos, y en particular Gran Bretaña, impactó en el ritmo
de crecimiento del comercio internacional de productos agropecuarios en una primera
instancia y, posteriormente, en una reducción en los precios internacionales. Estos
factores, junto con la estabilización de la frontera agraria en Argentina,
determinaron una tasa de expansión de la economía más reducida que en la etapa
previa. Hasta la crisis de 1930 Argentina modificó su patrón de crecimiento hacia un
modelo de industrialización por sustitución de importaciones que perduraría hasta
mediados de la década de 1970.
El vertiginoso crecimiento que experimentó la economía argentina durante el modelo
agroexportador fue acompañado por una sensible expansión en la demanda de mano de
obra, la cual fue abastecida por un flujo migratorio sostenido a lo largo de este
periodo. Como se verá, los flujos migratorios mundiales verificados durante ese
periodo tuvieron un impacto muy significativo en el incipiente mercado de trabajo
doméstico. En el caso argentino, la población migrante no sólo permitió abastecer
una demanda de mano de obra en expansión, sino también contener los niveles
salariales domésticos, en el contexto de un elevado crecimiento de la economía.
La era de las migraciones masivas
Los flujos migratorios que tuvieron lugar entre los países europeos y el llamado
Nuevo Mundo entre fines del siglo xix y principios del siglo xx
fueron de tal magnitud que empequeñecen las corrientes migratorias que ocurrieron
con posterioridad, incluso las del presente. De acuerdo con distintos autores, entre
46 000 000 y 55 000 0005 de personas
migraron transoceánicamente entre 1821 y 1915, y los flujos entre Europa y el Nuevo
Mundo dieron cuenta de la mayor parte de estos movimientos (Caruana, 2015; Hatton y
Williamson, 1998).6 Las
migraciones se concentraron especialmente en el medio siglo anterior a la primera
guerra mundial. Si bien más de 60% de los emigrantes tuvo a Estados Unidos como
destino, existieron también importantes flujos de personas que arribaron a Canadá,
Australia, Nueva Zelanda y diversos países de América Latina. En esta última región,
Argentina y Brasil concentraron casi 80% de los arribos (Ashworth, 1977; Caruana,
2015; Hatton y Williamson, 1998;
Lattes, 1985).
Inicialmente, la mayoría de los migrantes eran originarios del noroeste de Europa,
especialmente Gran Bretaña (los emigrantes de las islas británicas, incluida
Irlanda, representaron más de 40% de los migrantes totales) y la región de
Escandinavia. En cambio, desde finales del siglo xix la mayor parte de los
migrantes procedieron del sur de Europa (Italia, Portugal y España) y de Europa del
Este (Austria-Hungría y Polonia).7
En este último periodo, las migraciones pueden vincularse centralmente con la crisis
agropecuaria que afectó a la inmensa mayoría de los países de la periferia europea
desde comienzos de la década de 1870.
Dicha crisis estuvo asociada a las sensibles transformaciones que enfrentó el sector
agrícola europeo ante el abaratamiento de los costos de transporte y el ingreso al
mercado mundial de nuevos países productores de materias primas de origen
agropecuario como Estados Unidos, Canadá, Australia y Argentina. Estos últimos
países, al contar con tierras de muy elevada fertilidad, lograron producir con
costos relativos significativamente menores, lo que provocó un abrupto descenso en
los precios internacionales: en 1894 el precio del trigo era poco más de un tercio
del vigente en 1867. De esta forma, la caída de los precios internacionales y la
mayor competencia externa determinaron una aguda crisis en la producción
agropecuaria europea, la cual todavía empleaba entre 40 y 50% de los trabajadores
varones en los países industriales -–con excepción de Reino Unido–- y hasta 90% en
los demás países (Hobsbawm, 1998).
Ante esta crisis agrícola, “las dos respuestas más habituales entre la población
fueron la emigración masiva y la cooperación, la primera protagonizada por aquellos
que carecían de tierras o tenían tierras pobres y la segunda fundamentalmente por
los campesinos con explotaciones potencialmente viables” (Hobsbawm, 1998, p. 44). Así como la disminución de los costos
de transporte había revolucionado al sector agrícola, también los factores
tecnológicos influyeron positivamente sobre las posibilidades de migración, al
permitir desde la segunda mitad del siglo xix una navegación regular,
segura, relativamente corta –tres semanas– y barata en los buques de vapor (Ashworth, 1977; Cortés, 1979).8 La
disminución en los costos de transporte transoceánico fue una condición de
posibilidad para las grandes oleadas migratorias registradas en ese periodo.
Asimismo, las políticas favorables a la inmigración (europea) en los países del Nuevo
Mundo potenciaron los flujos migratorios. En diversos países, incluyendo Argentina,
se crearon agencias de inmigración cuya tarea era atraer y facilitar la
incorporación de población, a fin de incrementar la mano de obra disponible en el
marco de economías en franca expansión. Sin embargo, estas políticas se volvieron
gradualmente más restrictivas en las décadas de 1910 y 1920 cuando no sólo se limitó
el número total de ingresos, sino que además se ejerció una discriminación hacia los
inmigrantes según país de origen. No sucedió lo mismo en Argentina que siguió siendo
un país prácticamente de libre entrada para la inmigración (Ashworth, 1977; Solimano,
2004).
Si bien los efectos de la crisis agraria se sintieron en los países europeos,
especialmente en las décadas de 1870 y 1880, las migraciones masivas continuaron y
fueron incluso más intensas en las primeras décadas del siglo xx, cuando el
crecimiento de la producción industrial y el empleo en ese sector había ido
compensando los efectos de la disminución de los ingresos agrícolas (Cortés, 1979). La persistencia de un
diferencial salarial significativo entre los países del Viejo y el Nuevo Mundo
habría sido un estímulo para dichas migraciones, sumado a los efectos de la
migración en cadena. Es decir, la existencia de grupos de emigrados, como parientes
y amigos, que apoyaban moral y económicamente las nuevas migraciones y brindaban
información –positiva– sobre el nuevo destino (Hatton y Williamson, 1998).
La migración a Argentina, si bien fue moderada en términos de su participación en los
flujos migratorios globales, fue muy relevante en términos de su incidencia sobre la
estructura demográfica local, habida cuenta de la reducida población que presentaba
el país en las últimas décadas del siglo xix. Entre 1870 y 1930 el número
de inmigrantes que arribó a las costas de Argentina alcanzó casi 10 000 000,9 mientras que la inmigración neta
(restando las emigraciones) fue superior a 4 000 000 de personas, sobre un nivel de
población que era de algo más de 1 800 000 en 1870. Estas voluminosas inmigraciones
desde ultramar determinaron que la tasa de crecimiento poblacional entre 1870 y 1930
fuese equivalente a 3.2% anual acumulativo.10 Se trata de un valor muy superior, no sólo a la tasa
de los viejos países europeos, sino también a la verificada en América Latina y en
los países en rápida expansión económica en ese periodo como Australia, Canadá,
Estados Unidos y Nueva Zelanda (véase gráfica
2). Entre 1870 y 1930 la población argentina se expandió más que la de
cualquier otro país occidental.11
GRÁFICA 2
TASA ANUAL ACUMULATIVA DE CRECIMIENTO POBLACIONAL EN PAÍSES Y
REGIONES SELECCIONADAS, 1870 Y 1930 (EN PORCENTAJES)
Fuente: elaboración propia con base en Maddison (2010).
La distancia entre la tasa de crecimiento poblacional de Argentina y la de los otros
grandes destinos de migrantes transoceánicos de ese periodo (Estados Unidos,
Australia y Canadá, principalmente) es especialmente importante desde 1890 y hasta
la década de 1920. Por otro lado, si bien la proporción de inmigrantes sobre la
población se ve afectada por la relativamente baja población que existía en
Argentina al inicio del periodo, la magnitud del crecimiento poblacional es también
muy relevante en términos absolutos.
Así, mientras que en 1870 las poblaciones de Argentina y de Australia eran
prácticamente idénticas –alrededor de 1 800 000 de habitantes–, en 1930 Argentina
contaba con 12 000 000 de habitantes, superando en 5 400 000 a Australia, a la cual
casi duplicaba en población. Respecto de Canadá, en 1870 Argentina tenía la mitad de
población y para 1930 la superaba en 1 400 000 de personas. Finalmente, la
comparación con Estados Unidos muestra mayores diferencias de escala, ya en 1870 ese
país contaba con una población de 40 000 000 de personas y en 1930 ascendía a 123
400 000. Más allá de tener una población significativamente más reducida, Argentina
se expandió en términos relativos bastante más rápido que aquel país. Mientras que
en 1870 la población argentina representaba 4.5% de la estadunidense, dicha
proporción se había elevado hasta casi 10% en 1930.
El menor tamaño inicial de la población argentina, así como la magnitud de las
corrientes migratorias determinó que la proporción de inmigrantes durante el modelo
agroexportador fuese particularmente elevada. Según se explica en Recchini de Lattes y Latter (1975), Argentina
en este periodo fue el país que tuvo la mayor proporción de migrantes europeos sobre
la población total. En Argentina, de acuerdo con el censo de 1914, 65% de los
pobladores eran inmigrantes (30%) o hijos de inmigrantes (35%). Mientras que en
Estados Unidos en 1910 menos de 16% eran inmigrantes y la proporción de población
nativa que tenía al menos un progenitor extranjero era de 38% (Landry, 1949 citado
en Torrado, 2003).
Esta fuerte afluencia de inmigrantes y la elevada tasa de crecimiento poblacional
distinguen a Argentina en este periodo. De todos modos, las migraciones siguieron a
grandes rasgos los ciclos de las migraciones transoceánicas, que implicaron una
reducción relativa tras la crisis mundial de 1890 y, sobre todo, un fuerte descenso
en los años de la primera guerra mundial (véase gráfica 3).
GRÁFICA 3
SALDOS MIGRATORIOS Y PROPORCIÓN ENTRE EMIGRACIÓN E INMIGRACIÓN,
1870-1930 (EN MILES DE PERSONAS Y PORCENTAJES)
Fuente: elaboración propia con base en Vázquez (1971).
La cifra de arribos hacia Argentina comenzó una tendencia claramente creciente desde
1880, hasta alcanzar un máximo de 260 000 inmigrantes en el año 1889. Durante ese
primer periodo, el índice de radicación de estos migrantes fue muy elevado: los
emigrados fueron en promedio sólo 18% de los inmigrantes entre 1881 y 1889. Durante
la década siguiente, las entradas de inmigrantes fueron en promedio similares,
aunque con un nivel de retención significativamente menor, que implicó que los
emigrados alcanzasen 57% de los entrantes. La crisis económica a fines del siglo
xix tuvo su efecto sobre las entradas y salidas de extranjeros, tal
como había sucedido en 1890, aunque con menor intensidad. Una vez superada esta
crisis, se inició el periodo de mayor afluencia de inmigrantes hasta entonces, con
un promedio de casi 250 000 por año entre 1901 y 1913. Precisamente en los dos
últimos años antes del estallido de la primera guerra, se alcanzó un máximo de 370
000 ingresos de inmigrantes de ultramar. Sin embargo, la tasa de radicación se
mantuvo en los niveles relativamente bajos que había tenido desde la década de 1890,
siendo los emigrantes prácticamente la mitad de los llegados a Argentina.
Durante la primera guerra mundial se observó una importante interrupción en los
flujos de salida de población desde Europa, que implicó que entre 1915 y 1919 los
emigrantes se redujeran 77.4% respecto de años los inmediatamente anteriores
(1911-1914) (Willcox, 1929). A su vez, la
economía argentina fue severamente afectada por el conflicto bélico mundial de modo
que mientras los inmigrantes arribados se reducían a la mitad, la emigración
promedió anualmente 162 000 personas. En términos netos, 116 000 extranjeros dejaron
el país en esos años.12
Finalmente, con la recuperación económica que siguió a la finalización de la primera
guerra mundial retornó el ingreso masivo de europeos, que promediaron anualmente
casi 320 000 personas durante la década de 1920, decenio durante el cual se verificó
un ritmo de entradas mayor que cualquiera de las anteriores. Sin embargo, el ritmo
de salidas del país fue aún más intenso que en los años previos a 1914: los
emigrados representaron 69% de los que ingresaron al país. Esta alta proporción de
inmigrantes que no se estableció en el país, sino que volvió a emigrar, que con
distinta intensidad se mantuvo durante todo el periodo, se destaca como una
característica que distingue a Argentina respecto de otros destinos de migración. Al
respecto, Recchini de Lattes y Latter (1975)
afirman que Argentina tuvo la menor tasa de retención de migrantes, medida como
porcentaje de salidas sobre las entradas, respecto del resto de países
receptores.
Más allá de las oscilaciones, el ingreso de migrantes a Argentina fue creciendo en
importancia relativa respecto de otros países de destino. Mientras en la década de
1870 representaron 7% del total de las migraciones transoceánicas, desde la década
siguiente superaron 10%, alcanzando en la primera década del siglo xx casi
13% (Ashworth, 1977). En este punto, Argentina
incrementó su importancia relativa como destino para los inmigrantes, en parte como
consecuencia de las crecientes trabas a la inmigración que se establecieron en otros
países receptores.
Diferentes políticas migratorias en los principales países receptores
Un breve resumen de las políticas hacia la inmigración aplicadas en otros países
permite ver el caso argentino en perspectiva. Tal como se mencionó, Estados Unidos
fue durante todo este periodo el principal destino para los migrantes
transoceánicos. Sin embargo, la aprobación de la Percentum Limit Act o Quota Act de
1921, en el contexto de una recesión económica, implicó un importante punto de
inflexión en la política de inmigración de este país, restringiendo severamente las
entradas.13 La regulación
implicó limitar numéricamente la inmigración mediante sistemas de cuotas, que
implicaban admitir en mayor medida inmigrantes llegados de Europa del norte y del
oeste (Reino Unido y Alemania principalmente), frente a los provenientes de Europa
del sur y del este (como Italia y Polonia).14 Así, el país que había atraído casi 60% de los
emigrantes europeos en 1901-1910, redujo esa proporción a 42.6% en 1921-1924, sobre
una población migrante que, a su vez, representaba sólo alrededor de un tercio de la
de aquel periodo (Willcox, 1929). Una nueva
regulación en 1924 resultó aún más restrictiva en cuanto a los cupos admitidos.
En Canadá, donde desde 1896 se verificó un creciente flujo de inmigrantes desde
Estados Unidos y ultramar, comenzaron a adoptarse, prácticamente desde ese mismo
momento, medidas que regulaban y orientaban la inmigración. El sistema migratorio
que se conformó basaba los incentivos y restricciones en el país de origen del
migrante. El objetivo declarado de la política era atraer a agricultores y
trabajadores desde Gran Bretaña, Estados Unidos y el noroeste de Europa para que se
asentaran en el oeste del país, aunque ante el exceso de demanda de mano de obra se
reclutó también a inmigrantes de Europa central y oriental. Tras la primera guerra
mundial se produjeron modificaciones importantes en esta política, que supusieron
expandir la regulación gubernamental sobre el nivel, la temporalidad de ingreso y la
composición étnica de la inmigración. El primer cambio importante, en 1919,
consistió en establecer una prueba de alfabetización para todos los posibles
inmigrantes, así como permitir que el gobierno limitase discrecionalmente el número
de ingresos. La política de Canadá hacia la inmigración implicó, en general, adaptar
los flujos de entrada a la capacidad de absorción de la economía y el mercado
laboral, de modo que se restringieron las entradas en épocas de crisis económica y
se relajaron los criterios de admisión durante los periodos de mayor demanda de mano
de obra (Green y Green, 1999, 2004).
Por su parte, en Australia las políticas de atracción y limitación de la inmigración
resultaron relevantes y variables en el tiempo. Debe considerarse que, sobre todo en
función de la distancia y el costo de transporte, Estados Unidos y Canadá
constituían un destino mucho más atractivo para los emigrantes del Reino Unido que
Australia. De allí que los subsidios otorgados por el Estado australiano para el
traslado y establecimiento de migrantes tuviesen una importancia mayor que para
otros destinos. A lo largo del tiempo, tanto el tamaño como la naturaleza de los
programas de asistencia se modificaron en función de la situación del mercado de
trabajo: variaba tanto la magnitud del fondo anual y el nivel de subsidio a los
pasajes como la atracción de determinadas clases de migrantes, a través de tarifas
de transporte diferenciales (Kelley, 1965).
El partido laborista, que llegó al poder en 1901, restringió duramente el ingreso de
inmigrantes asiáticos (política de tinte racista conocida como White Australia) y
adoptó una postura más cauta en cuanto a alentar las llegadas netas de ultramar a
través de políticas estatales.
Estas políticas marcan una clara diferenciación con las llevadas adelante por el
Estado argentino, sobre todo tras la finalización de la primera guerra mundial, que
continuó con una política de fronteras abiertas para la inmigración, en un contexto
en donde comenzaba a evidenciarse la existencia de excedentes de mano de obra en el
mercado de trabajo local. Mientras otros países imponían diversos tipos de
restricciones, Argentina siguió siendo un país de libre entrada para la inmigración,
lo que implicó que recibiera parte de los contingentes que no podían ingresar en
otros países, especialmente Estados Unidos. El incremento relativo de población
arribada desde Europa central fue una consecuencia de este desvío de población
migrante (Ashworth, 1977; Devoto, 2004; Sánchez-Alonso, 2004; Solimano,
2004).15
En Argentina, existió en todo el periodo del modelo agroexportador amplia libertad
migratoria. La Constitución de 1853, como marco general, alentaba la inmigración y
equiparaba los derechos civiles entre nativos y extranjeros residentes en el país.
La Ley de Inmigración, sancionada en 1876 y que estaría vigente por un siglo,
señalaba sólo dos motivos de restricción para la admisión de inmigrantes: la salud y
la edad (menores de 60 años).16 La
aplicación de la legislación fue, además, bastante laxa. Los inmigrantes, que se
definían como aquellos que llegaban de ultramar (no de otros destinos) en segunda o
tercera clase, recibían algunos beneficios, como alojamiento gratuito a su llegada
al país y traslado a costa del Estado al punto donde fueran a fijar su domicilio.
Sólo en un corto periodo (1887-1889) se subsidió el pasaje trasatlántico. Más allá
del marco normativo favorable, existió durante el siglo xix una política
activa para atraer inmigrantes europeos a través de agentes de inmigración. De todos
modos, las cadenas migratorias fueron el principal mecanismo de información y
promoción de la inmigración (Devoto, 2004;
Novick, 1989).
La inmigración no sólo tuvo un impacto significativo sobre las condiciones imperantes
en el mercado de trabajo, tal como se analiza en la próxima sección, sino también un
severo impacto demográfico. Un ejemplo contrafáctico es útil para dar cuenta de la
magnitud del crecimiento poblacional que tuvo Argentina entre 1870 y 1930. Si en ese
periodo el país hubiese registrado un crecimiento poblacional similar al promedio de
Australia y Canadá, en 1930 hubiera tenido una población inferior a los 4 000 000 de
habitantes. El mismo resultado se hubiera obtenido a partir de crecer a la misma
tasa que Estados Unidos. Es decir, menos de un tercio de la población que alcanzó
efectivamente Argentina en 1930.
La evolución del mercado de trabajo
La lógica de funcionamiento del mercado de trabajo durante el modelo agroexportador
estuvo estrechamente relacionada con los flujos de inmigrantes que –en términos
netos– totalizaron más de 4 000 000 de personas entre los años 1870 y 1930. Tal como
se analizó, la magnitud del flujo inmigratorio fue, en términos relativos, muy
superior a la de otros países occidentales de rápido crecimiento poblacional con los
que se suele comparar a Argentina: Australia, Canadá y Estados Unidos.
Las corrientes migratorias hacia Argentina se explican por el elevado crecimiento
económico que experimentó el país en aquellos años, proceso que se tradujo en un
aumento extraordinario de la demanda de mano de obra. El incremento en la demanda de
trabajadores no estuvo asociado solamente a la expansión del sector agropecuario,
sino también al desarrollo de la construcción y los servicios asociados a la
exportación de productos primarios (Arceo,
2003). A la vez, aumentó la producción de bienes y servicios destinados
al abastecimiento del creciente mercado interno (Beccaria, 2006).
La demanda de mano de obra fue cubierta, en gran medida, con la población migrante.
Para atraer esta población, se requirió el sostenimiento de un nivel salarial
relativamente más elevado que el verificado en sus países de origen, lo cual era
posible dada la elevada productividad del sector agropecuario pampeano.
Como se analizó anteriormente, si bien a lo largo del periodo se verificó una elevada
tasa de crecimiento de la economía, la misma no estuvo exenta de fluctuaciones que
afectaron la demanda laboral y, por ende, la corriente inmigratoria. Los periodos de
retracción de la economía local fueron acompañados, por lo general, por una
contracción o incluso una salida neta migrantes.
El desempleo y el subempleo fueron fenómenos acotados temporalmente y no de carácter
estructural, ya que la emigración en los periodos de contracción económica conducía
a una disminución en la oferta de trabajo (Argentina.
Departamento Nacional del Trabajo, 1916; Beccaria, 2006). Sin embargo, tal como se analizará en la presente
sección, se sostiene que la magnitud del flujo migratorio permitió contener el
incremento de los salarios reales en un contexto de elevadas tasas de crecimiento de
la economía.
A su vez, la práctica inexistencia de legislación protectora del trabajo y la
inestabilidad estacional en la demanda de mano de obra por parte del sector
agropecuario conducían a la conformación de un mercado laboral flexible en términos
de los plazos de contratación y con sensibles oscilaciones en los niveles de empleo
y en los salarios a lo largo del año (Beccaria,
2006).
Se verificaba, además, cierta complementariedad entre el trabajo urbano y el rural,
de modo que los trabajadores que durante las cosechas se empleaban en el sector
primario podían ocuparse durante el resto del año en los sectores urbanos,
principalmente en la construcción.17 Este comportamiento recién comenzó a perder significación
en los primeros años de la década de 1920, cuando el proceso de mecanización del
sector agropecuario pampeano permitió una diminución en la demanda de mano de obra
para las tareas de recolección (Pianetto,
1984).
La estacionalidad de la actividad rural, con su elevada demanda de mano de obra para
los meses de cosecha, puede relacionarse también con los importantes flujos de
salida de población migrante. En efecto, ante los elevados salarios relativos
respecto de sus países de origen, numerosos migrantes provenientes de Europa
emprendían el viaje transoceánico con el objetivo de emplearse en Argentina durante
la cosecha y volver a su país de origen al finalizar la misma (Beccaria, 2006; Pianetto,
1984). De todos modos, el nivel inusitadamente bajo de las tasas de
retención de inmigrantes en relación con los otros destinos principales conduce a la
necesidad de pensar en causas adicionales, como se verá más adelante.
El mercado de trabajo en las distintas etapas
Si bien las características generales señaladas son comunes a la evolución del
mercado de trabajo durante el modelo agroexportador, es posible identificar
comportamientos diferentes entre los distintos subperiodos que lo componen. Los
mismos no coinciden estrictamente con la periodicidad establecida en la primera
sección del presente trabajo, ya que durante la fase de elevado crecimiento del
modelo agroexportador (1870-1913) se verifican dos etapas disímiles en términos de
la evolución del mercado laboral. Por esta razón, se evaluarán tres periodos. El
primero de ellos abarca las tres últimas décadas del siglo xix, la segunda
etapa comprende desde inicios del siglo xx hasta la finalización de la
primera guerra mundial y la última desde la culminación de dicho conflicto bélico
hasta el abandono del modelo agroexportador a comienzos de la década de 1930.
A lo largo de las tres últimas décadas del siglo xix, el flujo inmigratorio
fue acompañado por el incremento de los salarios reales medios, que se expandieron a
una tasa anual acumulativa de 1.8%.18 Ello implicó que a comienzos del siglo xx las
remuneraciones prácticamente duplicaran las existentes a comienzos de la década de
1870. Sin embargo, la inestabilidad económica a lo largo de la década de 1890 se
tradujo en fuertes oscilaciones en la demanda de trabajo y en las remuneraciones de
los trabajadores, así como en los saldos migratorios.
Si bien los salarios reales se expandieron a una tasa apreciable, lo hicieron por
debajo del crecimiento medio de la economía y del producto bruto per cápita
–proxy del producto por trabajador– que aumentó en este periodo
a una tasa anual acumulativa de 2.5%. Por lo tanto, puede afirmarse que las elevadas
tasas de crecimiento beneficiaron centralmente a las distintas fracciones del
capital, en tanto los asalariados perdieron participación en el valor agregado
generado en la economía argentina.19
El sostenimiento del flujo de migrantes demandaba la existencia de un nivel salarial
más elevado que el verificado en los países de origen. A la vez, los salarios
locales debían competir con los de otros países demandantes de mano de obra. En las
tres últimas décadas del siglo xix, los salarios locales representaron en
promedio 79% de los prevalecientes en Gran Bretaña, pero fueron notoriamente más
elevados que los vigentes en los países expulsores de población. En particular entre
1870 y 1900 los salarios en España fueron 25% menores que los de Argentina, con una
brecha que tendía a acrecentarse, mientras que los de Italia eran 52% más bajos. A
la vez, en esos países se verificaba un elevado nivel de desocupación. Argentina
poseía, en cambio, un nivel retributivo inferior al vigente en otros países
receptores de población como Estados Unidos, Australia y Canadá (véase gráfica 4).20
GRÁFICA 4
DIFERENCIA DE SALARIO REAL EN PAÍSES SELECCIONADOS RESPECTO DE
ARGENTINA, 1870-1930 (EN PORCENTAJE SOBRE SALARIO DE ARGENTINA)
Fuente: elaboración propia en base a información de Williamson
(1995).
El elevado crecimiento de la economía argentina entre 1870 y 1900 respecto de los
países anteriormente mencionados, junto con la sensible expansión de la demanda de
mano de obra, permitió un incremento mayor de los salarios reales a lo largo del
periodo. Así, a comienzos del siglo xx, los salarios en Argentina habían
reducido su brecha respecto de los otros países de destino de las migraciones. Los
salarios en Australia eran 32% superiores a los de Argentina y dicha proporción se
elevaba a 48.1% en el caso de Canadá y a 47.1% respecto a Estados Unidos.
El inicio del siglo xx marca un punto de inflexión en la evolución del
mercado de trabajo en Argentina, al menos en materia salarial, ya que en
contraposición a lo acontecido en el periodo previo los salarios reales se redujeron
en los años sucesivos aun en un contexto de elevado dinamismo económico (véase gráfica 1).21
En esta segunda etapa comprendida entre inicios del siglo xx y la
finalización de la primera guerra mundial se verificó, primero, un proceso de largo
estancamiento de la remuneración promedio de los trabajadores hasta 1912 y, luego,
una importante contracción que implicó para 1918 una caída prácticamente a la mitad
en términos de poder adquisitivo. Esta trayectoria salarial, en un periodo que en
conjunto implicó un crecimiento económico significativo,22 se tradujo en un sensible empeoramiento de la
estructura distributiva y, por ende, en una menor participación del trabajo en el
producto. Este proceso puede asociarse con la intensificación de los flujos
migratorios desde comienzos del siglo xx, los cuales permitieron que el
incremento de la oferta de mano de obra más que compensara la demanda y, de esta
forma, se pudieran contener las demandas de los trabajadores en pos de incrementar
sus remuneraciones.
La trayectoria de los salarios reales se tradujo en una elevación de la tasa de
ganancia, tanto de las fracciones del capital agrario como industrial y de
servicios. En efecto, en un contexto de elevadas tasas de crecimiento económico y de
empleo, el incremento incesante de la oferta de mano de obra permitió aumentar la
competencia entre los trabajadores en la esfera laboral y de esta forma reducir los
salarios reales. Tal como se analizó en la sección anterior, durante la primera
década del siglo xx y hasta el advenimiento de la primera guerra mundial se
asistió a un crecimiento vertiginoso en el ingreso de migrantes, aunque las tasas de
radicación se mantuvieron en niveles relativamente bajos. Esto último puede
considerarse también un signo del hecho de que una parte importante de los recién
llegados no podía acceder a ocupaciones e ingresos estables.
Si bien el deterioro del salario real en Argentina disminuyó el atractivo para la
inmigración respecto a otros países demandantes de mano de obra, se mantenía todavía
un nivel salarial relativamente elevado respecto de los países expulsores de
población. A su vez, se observa también un aumento en las restricciones para la
migración a otros destinos, como se explicó en la tercera sección de este artículo.
Dichas restricciones obedecían, por lo general, a las presiones internas de las
organizaciones gremiales y políticas de trabajadores, tendentes a moderar la
expansión de la oferta de mano de obra para de esta forma evitar una contracción en
los salarios. Por el contrario, Argentina mantuvo una apertura frente a la
inmigración que derivó en un escenario de oferta excedente de mano de obra, el que
permitió, como se dijo, una retracción del poder adquisitivo de las
remuneraciones.
Los salarios reales en Estados Unidos y Canadá continuaron su ritmo expansivo,
elevándose a una tasa anual acumulativa de 1.7 y 1.1%, respectivamente, a lo largo
de las primeras dos décadas del siglo xx, mientras esas economías crecían a
un menor ritmo que Argentina. De este modo, se amplió la brecha entre los salarios
relativos (véase gráfica 3).23 En
tanto, los principales países de origen de los migrantes mantuvieron durante todo
este periodo un nivel salarial sensiblemente más reducido que el vigente en
Argentina, aunque la brecha de remuneraciones tendió a achicarse.24 En promedio, entre 1900 y 1920 los salarios
españoles se ubicaron 42% por debajo de los de Argentina y en el caso de Italia
dicho diferencial alcanzó 40 por ciento.
La información publicada por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(Comisión Económica para América Latina y el
Caribe, 1959) da cuenta de la expansión de la oferta de trabajo en el
periodo comprendido entre los años 1900 y 1930.25 Los trabajadores activos crecieron 23.4% en el periodo
1905-1909 respecto del quinquenio anterior, tasa que se mantuvo prácticamente
inalterada en el lustro siguiente. Fue precisamente en 1910-1914 el periodo en que
la expansión de la pea resultó mayor en relación con el aumento del
pib: mientras la pea creció 24.6%, el producto aumentó 25.2%
en el mismo periodo.
La sensible contracción de la actividad económica, como consecuencia de la primera
guerra mundial, redujo el crecimiento de la población económicamente activa a 7% en
1915-1919. Finalmente, cuando se retomó la senda del crecimiento económico tras la
guerra, el crecimiento de la oferta laboral resultó más moderado, tanto en términos
absolutos como en relación a la expansión de la economía.
A su vez, la composición de los trabajadores activos por sector de actividad se
modificó a lo largo de las primeras décadas del siglo xx, producto del
menor dinamismo relativo del empleo agrario respecto a la industria, la construcción
y los servicios. Mientras en el primer quinquenio del siglo xx, el sector
agropecuario reunía 39.2% de los trabajadores activos, dicha proporción se redujo en
forma prácticamente ininterrumpida hasta el abandono del modelo agroexportador a
comienzos de la década de 1930, siendo de 35.9% en 1925-1929. El empleo agrario se
expandió 96.6%, entre el primer quinquenio del siglo xx y el segundo de la
década de 1920, en tanto la industria y los servicios lo hicieron 124.7 y 127.8%,
respectivamente.26
No se puede dejar de mencionar la elevada movilidad que persistía en el mercado
laboral, por lo cual la clasificación sectorial es sólo una aproximación a la
realidad de cada sector. Pianetto (1984)
sostiene que en 1914 cerca de 30% de la población masculina no calificada realizaba
trabajos rurales en los periodos de cosecha para durante el resto del año trabajar
en los centros urbanos, fundamentalmente en actividades de servicios y en la
construcción.
En resumen, en la primera etapa (1870-1900), como se analizó, el flujo de migrantes
habría sido insuficiente ante el incremento que verificó la demanda de mano de obra,
proceso que se tradujo en un incremento de los salarios reales. En cambio, en esta
segunda etapa el aumento de la inmigración habría determinado un exceso de oferta de
mano de obra y, con ello, una reducción de los salarios.
En este sentido, Bunge (1985) afirmaba que el
periodo comprendido entre los años 1892 y 1904 fue de migración insuficiente en
relación con los requerimientos de mano de obra adicional ante la expansión del área
sembrada. En este contexto, la política gubernamental estuvo orientada a aplicar con
todo rigor la legislación de represión a la vagancia para, de esta forma, contribuir
a la expansión de la oferta de mano de obra (Pianetto, 1984).
Por el contrario, en la segunda de las etapas analizadas, Bunge (1985) afirma que se produjo desde 1906 una oferta
excedente de mano de obra que se extendió hasta 1911, cuando por un marcado descenso
de la actividad de la construcción se transformó en desocupación. Según este autor
“después de 1910 el país no está en condiciones de absorber ni siquiera el
crecimiento vegetativo de la población trabajadora”.27 La reducción de los salarios reales y el aumento del
desempleo se profundizó en el marco de la fuerte contracción que experimentó la
economía durante la primera guerra mundial, proceso que se exacerbó por una magra
cosecha que tuvo lugar durante la campaña 1916-1917.28 La desocupación alcanzó sus niveles máximos en 1916 y
1917, alcanzando a 19% de la población económicamente activa (Bunge, 1929).29
Este deterioro en el mercado de trabajo condujo a la reversión de los flujos
migratorios entre los años 1914 y 1918, cuando más de 100 000 trabajadores
abandonaron Argentina en términos netos.
Tras el fin de la primera guerra mundial, la recuperación del comercio y de los
precios internacionales permitió retomar nuevamente el sendero del crecimiento
económico. A diferencia del periodo previo, y en el contexto de una disminución
relativa en los flujos migratorios (especialmente en términos netos), se asistió a
una recuperación de los salarios reales que crecieron a una tasa anual acumulativa
de 6.7%. El crecimiento de las remuneraciones permitió superar los niveles
prevalecientes a comienzos del siglo xx en 1922, para posteriormente
continuar su ritmo ascendente hasta 1929 cuando comenzaron a manifestarse los
primeros signos de la crisis internacional (véasegráfica 1).
A pesar del crecimiento que experimentaron los salarios reales durante esta tercera
etapa, a finales de la década de los veinte, específicamente en 1929, Argentina
poseía un nivel salarial inferior al verificado en la mayor parte de los países
atractores de mano de obra. En efecto, los salarios australianos eran 27.6% mayores
que los argentinos, los canadienses eran 16.2% más altos y los estadunidenses 65.7%
mayores (véase gráfica 4). Argentina aún mantenía un salario real notoriamente más
elevado que el vigente en Italia y España, países en los que la remuneración media
era 61 y 51.4% más reducida, respectivamente.
La recuperación de los salarios reales a lo largo de esta última etapa habría sido
facilitada por la desaceleración de los flujos migratorios netos, así como por la
emigración neta durante la guerra (véase gráfica 3). A su vez, el peso relativo de
la migración sobre la oferta de mano de obra fue perdiendo paulatinamente relevancia
ante el crecimiento que experimentó la población a lo largo de todo este
periodo.30 El hecho de que la
tasa de radicación de la población migrante en estos años haya sido superior a la
verificada con anterioridad da cuenta también de la existencia de mayores y mejores
posibilidades de empleo y obtención de ingresos.
Sin embargo, la recuperación de los salarios en esta última etapa sólo compensó
parcialmente el estancamiento y contracción experimentada en las primeras décadas
del siglo xx. Los salarios reales se habían elevado sólo 13% en 1930
respecto a comienzos del siglo, en tanto la economía se había expandido 275.3% y el
pib per cápita en 48%. Por lo tanto, al final del periodo se había
verificado una importante pérdida de participación de la masa salarial en el
producto.
Conclusiones
La economía argentina a lo largo del modelo agroexportador alcanzó el periodo de
mayor crecimiento económico de su historia, significativamente elevado también en
términos internacionales, incluso superando a países con una inserción en el mercado
mundial similar como Australia y Canadá. Sin embargo, dicho crecimiento económico no
se tradujo en un incremento análogo de las remuneraciones reales de los
trabajadores, las cuales se expandieron a una tasa anual acumulativa de 1.1% entre
1870 y 1930. Dicho crecimiento estuvo por debajo del experimentado por el
pib (5.2%), pero también del pib per cápita que creció a una
tasa anual acumulativa de 1.9% entre esos años. De esta forma, el crecimiento de la
economía fue profundizando una estructura social claramente inequitativa que
eclosionará a mediados de los años 1940 con el advenimiento del peronismo al poder,
proceso que generará una aguda redistribución del ingreso entre trabajo y
capital.
A lo largo del trabajo se pudo observar que el retraso relativo de los salarios
reales respecto del producto tuvo lugar principalmente en los primeros años
posteriores al inicio del siglo xx y se profundizó durante la recesión
económica con elevada desocupación que fue contemporánea a la primera guerra
mundial. Esta desfavorable evolución se relacionó con un exceso de oferta de trabajo
frente al cual no existió reacción por parte de la política pública. A diferencia de
otros países con patrones de crecimiento con características similares al de
Argentina en esos años, en el país primaron durante todo el periodo los intereses
económicos de la burguesía agraria dedicada a la producción para el mercado externo,
que pugnaba por la contención del poder adquisitivo del salario.31
Así, en un contexto de elevadas tasas de crecimiento económico y de empleo, la
ampliación constante de la oferta de trabajo mediante el flujo de migración
transoceánica permitió aumentar la competencia entre los trabajadores y de esta
forma reducir los salarios reales. Este resultado se tradujo en una elevación de la
tasa de ganancia, tanto de las fracciones del capital agrario como industrial y de
servicios.
La contención de los salarios reales no sólo condicionó la estructura distributiva
durante dicho periodo sino que condicionó la evolución futura de la economía
argentina durante la etapa de industrialización por sustitución de importaciones, en
tanto la masa de excedente generado por el sector agropecuario pampeano resultaría
insuficiente para lograr una transferencia de recursos que posibilitara
simultáneamente el sostenimiento de la expansión agropecuaria, el desarrollo
industrial y la mejora en las condiciones de vida de la clase trabajadora.