Introducción
La elaboración y ejecución de políticas industriales y tecnológicas –incluidas las
actividades de investigación y desarrollo (en adelante i+d) y los servicios
de alta tecnología–, así como su relación con el problema del cambio institucional
integran la lista de las principales debilidades que enfrentan los países
semiperiféricos para impulsar procesos de diversificación de la matriz productiva,
industrialización y desarrollo económico.1 Las dinámicas económicas y políticas relacionadas con la
producción y la circulación de mercancías o servicios en sectores de retornos
crecientes deben enfrentar numerosos obstáculos propios de las economías
semiperiféricas: la inestabilidad institucional que debilita la gestión y
continuidad de las políticas públicas, la baja inversión en i+d local del
sector privado, la presencia dominante de empresas trasnacionales en los sectores
dinámicos, que aplican estrategias desconectadas de los ecosistemas económicos
locales, la financiarización especulativa creciente, desde fines de la década
de
1970, y la desventaja geopolítica para negociar las “reglas de juego” dominantes
en
el escenario global que hagan posible la construcción de capacidades
organizacionales, regulatorias, tecnológicas, etcétera.
Desde la perspectiva de las economías centrales, mientras que las aspiraciones de
las
economías semiperiféricas a ingresar en sectores de retornos crecientes son
percibidas como potencialmente desestabilizadoras para el orden político y económico
global, la venta de tecnología y la inversión extranjera directa en sectores
dinámicos de la industria y de los servicios en los países semiperiféricos son
componentes codiciados para ganar escala y alcance.2
Este artículo se enfoca en la política de comunicaciones satelitales de Argentina
entre comienzos de la década de 1990 y los años que siguieron a la crisis económica
terminal de 2001. Se reconstruye y analiza la trayectoria de Nahuelsat, creada
en
1994 como la primera empresa de comunicaciones satelitales de capitales extranjeros
con base en Argentina, su intento por estabilizar una flota de dos satélites para
ocupar las posiciones orbitales asignadas a Argentina por la Unión Internacional
de
Telecomunicaciones (en adelante uit) –organismo dependiente de la
Organización de Naciones Unidas– y, finalmente, las razones que motivaron su quiebra
y su reemplazo por la empresa estatal Empresa Argentina de Soluciones Satelitales
(en adelante Arsat) en 2006.
Presentamos a Nahuelsat como ejemplo de un proceso de privatización y
extranjerización de un sector económicamente estratégico en Argentina de los años
noventa, impulsado por dos gestiones de gobierno –Carlos Menem (1989-1999) y
Fernando de la Rúa (1999-2001)– quienes promovieron una variante de neoliberalismo
con especificidades propias de los países semiperiféricos. Por tal motivo, vamos
a
caracterizar la ideología que orientó las políticas económicas de estos dos
gobiernos a partir de la noción de neoliberalismo semiperiférico, cuyo rasgo
distintivo es la subordinación geopolítica y geoeconómica al neoliberalismo de
las
economías centrales a través de la desregulación de flujos financieros y
comerciales, el desmantelamiento de las políticas tecnológicas e industriales
y la
privatización de los sectores económicamente estratégicos además de la promoción
de
la inversión extranjera directa. Entre las consecuencias visibles de esta ideología,
que el caso presentado confirma, son el impacto negativo sobre procesos de
aprendizaje y escalamiento tecnológico y organizacional en sectores dinámicos,
la
destrucción de capacidades estatales de regulación, coordinación y gestión de
políticas y la primarización y extranjerización de la economía.3
Nos proponemos indagar las limitaciones y contradicciones de la política de
comunicaciones satelitales de estos dos gobiernos, que estuvo centrada en:
a) impulsar la privatización y desregulación –entendida como
franca desinstitucionalización– del sector a partir de esquemas de libre mercado
incompatibles con la dinámica de las grandes corporaciones globales,4 y, en este contexto,
b) promover una empresa de comunicaciones satelitales con
mayoría accionaria extranjera sin incentivos orientados a coordinar sus actividades
con la política espacial o a producir iniciativas de enraizamiento en el ecosistema
económico local. Con referencia a este último punto, veremos que Nahuelsat derivó
en
una estructura empresarial inviable que caracterizamos como enclave satelital.
Sectores estratégicos y neoliberalismo semiperiférico
Las industrias globales de telecomunicaciones y satélites geoestacionarios
experimentaron un crecimiento acelerado durante los años noventa. El aumento de
la
tasa de inversiones puso en tensión la participación de los gobiernos, especialmente
en los países de las periferias. Mientras que un postulado de la ortodoxia era
que
este auge de inversiones debía ser incentivado por la libre circulación del capital,
el hecho de que se tratara de un sector estratégico suponía la necesidad de marcos
regulatorios que pudieran garantizar un grado razonable de estabilidad,
previsibilidad y equidad para todos los actores económicos involucrados. Sin
embargo, la creación de la Organización Mundial de Comercio en 1995 y el Acuerdo
General sobre el Comercio de Servicios que entró en vigor ese mismo año, así como
la
propia dinámica de organismos como la uit, donde las grandes corporaciones
tienen voz en los procesos de toma de decisiones, dan cuenta de un entorno global
orientado a debilitar los marcos regulatorios de las periferias en sectores de
retornos crecientes (Lee, 1996; McCormick, 2013, p. 17).
En los países centrales, desde los años sesenta, la comunicación satelital ha sido
objeto de políticas industriales y tecnológicas coordinadas. Debido a su alto
contenido de i+d, los efectos de difusión de conocimiento técnico y su
relevancia en el comercio internacional, los países centrales asumieron que sus
gobiernos deben intervenir, apoyar y proteger este tipo de industrias.5 Durante la siguiente década, estos
países fueron capaces de impulsar procesos de cambio institucional y acumulación
de
capacidades enfocados en producir y gerenciar empresas de comunicación satelital
y
producción de satélites, mientras que en la década de 1990 la radicalización
neoliberal puso en cuestión “la asistencia gubernamental a las industrias
económicamente estratégicas [como] un importante punto de discordia en la arena
política internacional” (Michalski, 1991, pp.
7-8). A grandes rasgos, los debates sobre esta cuestión fueron
estabilizados por los organismos de gobernanza global a partir de un acuerdo tácito
que se podría parafrasear con la siguiente fórmula: mientras que en las economías
centrales los sectores estratégicos continuarían siendo objeto de apoyo activo
del
Estado –de forma manifiesta u oculta–,6 en las periferias se comienza a ejercer –a través de
mecanismos formales e informales– una fuerte presión para promover su desregulación.
Uno de los rasgos definitorios de lo que llamamos neoliberalismo semiperiférico
es
ustamente la desregulación de los sectores económicamente estratégicos, que se
manifiesta en procesos de desinstitucionalización, entendidos como pérdida de
capacidades estatales de gestión y coordinación de políticas tecnológicas e
industriales, incluidas las actividades de i+d y los servicios de alta
tecnología.
Consistente con esta orientación, algunos países de América Latina tendieron a
ignorar las lecciones que surgen de las trayectorias de aprendizaje de las economías
centrales, en particular el hecho de que los sectores estratégicos son de
competencia imperfecta y presentan dentro de los países estructuras monopólicas
y
oligopólicas (Hartley, 2014, pp. 143,
151-153). En Argentina, los programas de ajuste estructural promovidos y
financiados por el Banco Mundial –componentes cruciales de los mecanismos de
subordinación del Estado a los intereses de las corporaciones (Corbalán, 2002, p. 167)– fueron acompañados por la actividad de
los think tanks neoliberales para imponer un nuevo sentido común
que tendió a subestimar las políticas industriales y tecnológicas, como anacrónicas.
Así, de manera similar a otros países de la región, como México, Venezuela o Perú,
en Argentina se impulsó la apertura del sector de las comunicaciones satelitales
a
corporaciones trasnacionales, así como la privatización y desregulación de los
sistemas de comunicaciones, en contraste con países como Corea del Sur, Singapur
o
Malasia, donde las iniciativas de liberalización fueron restringidas (Schiller, 1999, p. 45).
Fue en ese contexto que, sin contar con las capacidades públicas necesarias ni con
objetivos de mediano plazo capaces de responder a la creciente complejidad de
las
demandas sectoriales, el gobierno argentino comenzó a promover el negocio de las
comunicaciones satelitales. Así, mientras que en 1991 se había creado la Comisión
Nacional de Actividades Espaciales (Conae) y se iniciaba un programa civil
de desarrollo de satélites de observación,7 en 1994, sin ningún tipo de coordinación o contacto con
esta iniciativa, se crea Nahuelsat, la primera firma de comunicaciones satelitales
con sede en Argentina y composición accionaria con mayoría extranjera. El proceso
de
toma de decisiones públicas para promover las comunicaciones satelitales se limitó
a
atraer inversión extranjera directa. Sin embargo, como veremos, estas iniciativas
fueron insuficientes y, si bien las señales del mercado insinuaban un clima de
negocios de euforia regional y proyecciones muy promisorias para el sector, esta
empresa no logró cumplir las expectativas mínimas necesarias para su viabilidad
y
terminó declarándose en bancarrota en 2006 sin llegar a cumplir con objetivos
mínimos, como la ocupación de las dos posiciones orbitales que la uit le
había asignado a Argentina.
Nahuelsat y la fiebre del oro satelital
Con la llegada de Carlos Menem a la presidencia en 1989 se comenzó a proyectar la
creación de una empresa privada para responder a la demanda comercial de transmisión
satelital que no era cubierta por Intelsat y Panamsat, las empresas proveedoras
que
operaban en Argentina. La idea era plantear un escenario de competencia con los
dos
operadores autorizados. En 1985, durante el gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989),
se había comenzado a trabajar en la generación de las capacidades institucionales
necesarias para instalar en Argentina sistemas de satélites geoestacionarios de
comunicación. Ese mismo año se avanzó en un pliego de especificaciones y se logró
que la uit reservara para Argentina dos posiciones orbitales –80° O y 85°
O– con el plazo de seis años para ocuparlas con dos satélites.8 Sin embargo, recién en 1990, un grupo de militares
de la Marina y académicos de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos
Aires y del Instituto Tecnológico de Buenos Aires conformaron lo que llamaron
Comisión Académico-Universitaria para Asuntos Espaciales y se propusieron llegar
al
gobierno con la propuesta de impulsar un sistema geoestacionario de comunicaciones
satelitales. El 2 de enero de 1991, Menem recibió a esta comisión y decidió avanzar
(Domínguez, 2013).9
A comienzos de abril, se encomendó a la Comisión Nacional de Telecomunicaciones la
elaboración de los pliegos de bases y condiciones para el llamado a concurso
público.10 El gobierno llamó a
concurso público nacional e internacional para “la provisión, puesta en servicio
y
operación de un Sistema Satelital, en el Servicio Fijo por Satélite”,11 y en mayo de 1993 se adjudicó la
licitación a una unión transitoria de empresas, integrada por Aerospatiale
sin, Alcatel Espace, Alenia Spazio SpA, Deutsche Aerospace ag
(más tarde Daimler-Benz Aerospace) y la Empresa Brasileña de Telecomunicaciones
(Embratel).12 Para entonces, la
uit ya había aprobado dos extensiones de plazos en la coordinación
asignada a Argentina de una única posición orbital en la posición 71.8° O. La
fecha
límite de la segunda prórroga era junio de 1994. El sector de comunicaciones
satelitales fue declarado de interés nacional y la ahora Comisión Nacional de
Comunicaciones (cnc), dependiente de la Secretaría de Comunicaciones (en
adelante Secom),13
autorizó a la Unión Transitoria de Empresas a operar a través del sistema de
Paracomsat, una firma argentina que había adquirido los satélites Anik C1 y Anik
C2.14 Originalmente en manos de
la empresa Telesat, estos satélites continuaron siendo operados por la empresa
canadiense, aunque pasaron a formar parte del sistema bautizado Nahuel Transitorio
y
se renombraron Nahuel I y Nahuel II (Martin,
Anderson y Bartamian, 2007, p. 268).15 En paralelo se comenzó a gestionar un sistema
satelital permanente.
En diciembre de 1993, con base en la Unión Transitoria de Empresas, se creó la
empresa Nahuelsat como un consorcio con mayoría accionaria europea bajo el liderazgo
de la empresa alemana Daimler-Benz Aerospace, en sociedad con la francesa
Aerospatiale y la italiana Alenia Spazio.16 No había participación pública y la presencia de
accionistas argentinos era menor a 30%. Eckart Schober, ingeniero procedente de
la
Deutsche Aerospace, es nombrado gerente general de Nahuelsat. Más tarde, Schober (1996) explica que el hecho de haber
montado el sistema provisorio Nahuel Transitorio para proveer servicios de forma
inmediata en la banda Ku, con cobertura sobre Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay
y
el sur de Brasil, “ha estimulado fuertemente el mercado y ha iniciado un agudo
deseo
a lo largo de toda la región por apoyar sistemas modernos de comunicación satelital”
(Schober, 1996).
Nahuelsat recibió del Estado argentino una licencia por 24 años, que podía extenderse
por seis años adicionales, para operar el sistema de telecomunicaciones satelitales
de la posición orbital argentina de 71.8° O y las que pudieran sumarse en el futuro.
La Secom también garantizó a Nahuelsat que no se autorizarían nuevos
satélites para operar en el mercado nacional hasta enero de 2004, salvo que
existiera un acuerdo de reciprocidad con el país de la empresa interesada en prestar
servicios en Argentina.17 Firmas
satelitales estadunidenses expresaron formalmente su disgusto en lo que
interpretaban como una tendencia proteccionista y monopólica que favorecía a
Nahuelsat. Schober defendía a su firma de la acusación explicando que “ganamos
la
licitación e invertimos mucho dinero a riesgo para cumplir con los requisitos
del
gobierno argentino, de quien exigimos la protección y los derechos que
merecemos”.18
Con un capital inicial de 20 000 000 de dólares, la empresa comenzó a avanzar en la
compra del primer satélite y en su lanzamiento –con un costo estimado de entre
60
000 000 y 80 000 000 de dólares–, además del equipamiento y la construcción de
una
estación terrena. Además, se creó una estructura de financiamiento que le diera
a
Nahuelsat 100 000 000 de dólares como capital adicional. Finalmente, para cubrir
los
costos totales del proyecto, que se estimaban en 250 000 000, la empresa obtuvo
150
000 000 de financiamiento de deuda (Schober,
1996).19 Schober explica
que el gobierno no le proporcionaba apoyo material a Nahuelsat, sino que “la única
ayuda que le ha dado es el establecimiento de algunas restricciones en el mercado”,
así como el compromiso de darle preferencia a Nahuelsat en las necesidades públicas.
A cambio, Schober interpreta que, como empresa licenciataria, no sólo las metas
temporales y los objetivos operacionales asumidos por Nahuelsat, como “la total
cobertura de Argentina con igual potencia, cantidad y cualidad de la capacidad
de
transmisión, y un estricto plazo para la operación del sistema [eran formidables,
sino que la empresa también] corría con todos los riesgos financieros y comerciales”
(Schober, 1996).
A mediados de 1995, el imaginario del mundo de los negocios producía expresiones del
tipo la fiebre del oro con referencia al mercado de televisión directa al hogar
al
sur de la frontera de Estados Unidos. Las empresas que competían a nivel global
buscaban adquirir nuevos satélites para el mercado latinoamericano, estimado en
75
000 000 de personas. Nahuelsat figuraba como una de las primeras en entrar en
el
negocio latinoamericano de televisión directa al hogar, capaz de ofrecer capacidad
provisoria a fines de 1994 a partir del satélite Nahuel C1, nombre oficial con
que
se había rebautizado el Anik C1 (Video Age International en The new
Latin American gold rush, 1995).20
El Departamento de Comercio de Estados Unidos prestaba atención a la adquisición
de
5.7% de Nahuelsat por Telecom Argentina y pronosticaba una fuerte demanda de
servicios satelitales, no sólo dentro de Argentina, sino también del resto de
los
países del Mercosur,21 así como
demanda de equipamiento que podrían vender empresas estadunidenses (United States Department of State, 1998).
En 1996 Germán Kammerath es nombrado abogado titular de la Secom. En ese momento,
el
paquete financiero de Nahuelsat contemplaba una cobertura de seguro completa que
incluía, además de la puesta en órbita del primer satélite, un segundo lanzamiento
y
la puesta en órbita de un satélite de reserva –que en ese momento estaba en
construcción en Europa– en caso de que fallara el primero. Créditos por más de
130
000 000 de dólares fueron provistos por la corporación financiera internacional
y
las agencias europeas de crédito para la exportación: coface (Francia),
hermes (Alemania) y sage (Italia)22 (Schober,
1996).
En junio, Nahuelsat inauguró la Estación de Telecomando, Telemetría y Control –luego
llamada Estación Terrena de Control Satelital–, ubicada en Benavídez, el partido
de
Tigre (provincia de Buenos Aires).23 Alrededor de 35 técnicos e ingenieros argentinos, muchos
capacitados en Alemania y Francia, se iban a encargar de las tareas de control
del
satélite.24 Al mes siguiente,
Paracomsat le transfirió a Nahuelsat su cartera de negocios y sus 40 clientes.
A
mediados de diciembre, Schober explica que, además de haberse avanzado en un sistema
satelital con doce años de vida útil en órbita, se habían concretado convenios
de
reciprocidad comercial con las empresas Telecom (México) y Embratel (Brasil).
A la
cobertura de Argentina y de otros países de la región en banda Ku estas empresas
sumaban las coberturas en Banda C de los satélites Solidaridad 1 y 2 contratados
a
la empresa mexicana Satélites Mexicanos, S. A. de C. V. (Satmex) y el
brasileño Brasilsat (Auditoría General de la Nación,
2003a, p. 14).25
En ese momento, Schober señaló también que ya se avanzaba sobre un segundo satélite
que completaría la flota de Nahuelsat, que “solo demandaría 180 000 000 de dólares,
incluyendo satélite, seguros y el lanzamiento”, puesto que ya se disponía de la
estación terrena y los recursos humanos. Con un satélite en órbita sería fácil
encontrar financiamiento directo, “ya sea con un nuevo socio o saliendo a la Bolsa”.
Mientras se trataba de obtener de la uit una segunda posición orbital para
Argentina, Schober estima que “el Nahuel 2 estaría listo para ser lanzado en julio
de 1997 si no se cambia el diseño”26 (Schober, 1996).
Retrospectivamente, en un intercambio con los autores de este artículo, Schober
evalúa que la cooperación con las empresas brasileña y mexicana “parecía el único
camino para asegurar a la Argentina un sistema doméstico en el futuro. [Además,]
había probablemente una perspectiva, o al menos una visión para una cooperación
latinoamericana, o incluso un sistema armonizado o fusionado”.27
Cumpliendo con el calendario programado y con el presupuesto previsto,28 el primer satélite de
telecomunicaciones, el Nahuel 1A, fue lanzado desde Kourou (Guyana Francesa) el
30
de enero de 1997 con un cohete Ariane 44L para ocupar la posición argentina 71.8°
O.
El 6 de febrero, el Nahuel 1A desplegó con éxito sus paneles solares y entró en
servicio a fines de abril. Con el nuevo satélite en órbita, se devolvieron a Telesat
los satélites Anik C1 y C2. Los clientes de los satélites Anik fueron transferidos
al Nahuel 1A, mientras que Paracomsat, que en ese momento facturaba alrededor
de 20
000 000 de dólares, se disolvió. El nuevo satélite iba a dar cobertura desde Tierra
del Fuego hasta el sur de Estados Unidos con un haz para Argentina y sus países
limítrofes, otro haz para Brasil y otro global para todos los países de América
Latina. El lanzamiento del Nahuel 2 se proyectaba para 1998 (Méndez, 1997).
Nahuelsat en la telaraña de los grandes jugadores
Con un satélite en órbita y el Nahuel 2 en camino, Nahuelsat aparecía como un caso
de
éxito. En abril de 1997, Deutsche Aerospace AG (dasa) ofreció a Schober una
posición en Alemania. La idea era que otro colega alemán lo reemplazara en la
gerencia de Nahuelsat. Sin embargo, el candidato a reemplazarlo no aceptó29 y en su lugar fue nombrado Daniel
Salzer, un ingeniero electromecánico graduado en la Universidad de Buenos Aires,
que
desde 1985 había trabajado en Messerschmitt-Bölkow-Blohm y, desde su creación,
era
parte del equipo de marketing de Nahuelsat. Schober no estuvo de acuerdo “ni con
la
decisión per se, ni en la forma en que fue tomada”. Por esta razón
renunció a Deutsche Aerospace ag y en julio de 1997 fundo Creotel
Comunicaciones y Satélites, S. A., una empresa consultora con sede en Buenos
Aires.30 En ese momento, un
think tank argentino estimaba que un tercio de la inversión
extranjera directa de Estados Unidos en Argentina para el periodo 1997-2004
–estimada en 2 560 millones de dólares– sería destinada al sector de
telecomunicaciones.31
Al poco tiempo de su llegada a Nahuelsat, Salzer vio con sorpresa que el gobierno
le
quitaba a Nahuelsat la exclusividad para transmitir en banda Ku en territorio
argentino. El objeto era permitir la entrada apresurada de DirecTV al mercado
local,
que presionaba para transmitir el Mundial de Futbol 1998 que se iba a realizar
en
Francia. En junio de 1998, la Secom y la Federal Communication Commission
(fcc) de Estados Unidos firmaron en Washington un acuerdo de
reciprocidad para la apertura de los respectivos mercados satelitales (United States Department of State, 1998). La
interpretación forzada y equívoca del concepto de reciprocidad perjudicaba los
objetivos de Nahuelsat de avanzar con el desarrollo de capacidades técnicas y
financieras en un entorno que, si bien suponía competencia, le diera cierta
protección. Salzer se refirió a la inequidad del convenio de reciprocidad por
tratarse de un acuerdo unilateral, puesto que los satélites de Nahuelsat solo
tenían
llegada a Florida, una zona de bajo interés comercial. Explicaba Salzer: “Al carecer
de una posición orbital para los Estados Unidos, estamos fuera del convenio
firmado”.32 El gerente general
de Nahuelsat también aludía a factores estratégicos, variable que estaba ausente
en
el discurso del gobierno: “Recordemos que una posición orbital no es un tema
comercial; un [sic] primera instancia es un tema de seguridad
nacional, es una extensión del espacio territorial al espacio extraterrestre.
Además, el acceso de la República Argentina de [sic] un bien de
valor económico es el acceso de [sic] un bien de valor político y
estratégico”33.
Ahora bien, la presión de Nahuelsat sobre la Secom obligó a reabrir la
negociación con Estados Unidos. La viabilidad de medio término de Nahuelsat se
basaba en el acuerdo firmado con la cnc, cuyo objetivo era utilizar las
posiciones orbitales argentinas. Si bien había sólo una cuando Nahuelsat fue creada,
estaba comprometida una segunda posición orbital para Argentina. Por un lado,
Nahuelsat reclamaba que se negociara la obtención de la coordinación de una posición
orbital adicional, que haría posible el acceso al mercado estadunidense, mientras
que, por otro lado, intentaba establecer que el acuerdo de reciprocidad se hiciera
efectivo a partir del momento en que se dieran las condiciones de reciprocidad
efectiva. La Secom, la cnc y Nahuelsat retomaron la negociación
con la fcc de Estados Unidos. A los pocos meses de la firma del acuerdo de
reciprocidad, Estados Unidos ofreció a Argentina la posición orbital de 81° O,
desde
la que se podría acceder al resto de los países de la región, pero sobre todo
al
territorio de América del norte (Belluscio,
2015). Así, según lo acordado en Washington, la empresa estadunidense GE
Americom había aceptado transferir la posición de 81° O –que hasta ese momento
gestionaba con permiso de la fcc– a Argentina.34 Los plazos de entrada en vigencia del acuerdo de
reciprocidad no se alteraron y DirecTV pudo entrar de inmediato al mercado argentino
y transmitir el mundial de futbol 1998, mientras que Argentina ni siquiera había
abierto la licitación para disponer de un satélite que pudiera ocupar la posición
de
81° O.
A fines de 1998, mientras se había iniciado la gestión ante la uit para que
se le asignara a Argentina la coordinación de la posición orbital de 81° O acordada
en Washington, la Secom decidió ceder la gestión de esta posición a Nahuelsat
a
cambio del compromiso de la empresa de ocuparla con el Nahuel 2 en los plazos
fijados. Ahora bien, simultáneamente con el acuerdo de reciprocidad y el inicio
de
las gestiones por la posición de 81° O, la empresa estadunidense GE Americom
adquirió 28.75% del paquete accionario de Nahuelsat (Auditoría General de la Nación, 2003b, p. 33). De esta forma, DirectTV
entró al mercado local, GE Americom ganó una importante participación en Nahuelsat
–conservando de esta forma su influencia sobre el acceso a la posición de 81°
O– y,
al año siguiente, Nahuelsat hacía público que debían diferir las decisiones
relativas a avanzar en el segundo satélite Nahuel 2 hasta que mejoraran las
economías de la región y cayeran las tasas de interés (Foley, 1999).
Sin embargo, a pesar de los problemas económicos de Brasil y Argentina, en ese
momento América Latina era un mercado satelital codiciado. Si bien la devaluación
de
sus monedas tenía un impacto negativo sobre los negocios satelitales, este efecto
era contrarrestado por el creciente tráfico de Internet y por la firme marcha
hacia
la desregulación que impulsaban los gobiernos de la región. El 25% del acceso
a
Internet en América Latina era por satélite, a diferencia de Europa, donde se
alcanzaba 5% o en Estados Unidos, 0.5%. En Argentina existían en ese momento 200
000
usuarios sobre una población de 34 000 000. Algunas proyecciones predecían que
la
capacidad de la banda Ku crecería a una tasa de 13% anual entre 1999 y 2005 en
la
región, pasando de 300 a 504 transpondedores (Foley,
1999).35
Mientras que las proyecciones sectoriales eran promisorias, las condiciones
macroeconómicas se deterioraban y el ámbito en el que debía maniobrar Nahuelsat
se
complicaba. Salzer se quejaba de lo dificultoso y lento del proceso de
licenciamiento necesario para ingresar al mercado estadunidense y de la marcada
asimetría de los términos fijados por el acuerdo de reciprocidad respecto de las
condiciones bajo las cuales Nahuelsat tenía que competir con su contraparte
estadunidense, tanto en el mercado argentino como estadunidense. Al parecer,
desregulación no significaba lo mismo para Argentina y Estados Unidos. El acuerdo
permitía a Intelsat y Panamsat, que proveían servicios a Argentina en la banda
Ku,
expandirse a la banda C, así como la entrada a Argentina de otros operadores (Foley, 1999). El gobierno argentino respondía
por canales informales que Nahuelsat había perdido tiempo en el proceso de concesión
de licencias o de adquisición del segundo satélite para ocupar la posición 81°
O,
que le permitiría proyectar una señal sobre territorio estadunidense.
En ese momento, ya era claro que Argentina no disponía de una política con objetivos
definidos y que sus capacidades de gestión y regulación eran vulnerables a las
asimetrías propias del campo de fuerzas geopolítico. La debilidad del Estado
argentino frente a presiones coordinadas del gobierno de Estados Unidos y las
empresas estadunidenses puede considerarse un corolario de la política exterior
del
gobierno de Menem de alineamiento incondicional a la política exterior de Estados
Unidos, fundada en la “aceptación realista del liderazgo estadunidense en el
hemisferio occidental”. Esta perspectiva asumía que un “país periférico,
empobrecido, endeudado y poco relevante para los intereses vitales de las potencias
centrales [como Argentina, debía] bajar el nivel de sus confrontaciones políticas
con las grandes potencias a prácticamente cero” (Escudé, 1992, pp. 20, 24, 31). En este caso, bajar el nivel de las
confrontaciones significaba permitir la entrada inmediata de DirecTV en simultáneo
a
la compra de acciones de Nahuelsat por parte de GE Americom. Es decir, la
geopolítica interfería con la libre competencia y la desregulación se limitaba
a la
pérdida de capacidades de maniobra del Estado argentino.
En febrero de 1999, sin un plan aparente de mediano plazo, la Secom allanaba el
terreno a la firma de acuerdos de reciprocidad mediante la adecuación de las
condiciones de reciprocidad a los principios de la Organización Mundial de
Comercio.36 Ahora bien, en la
medida en que el gobierno argentino cedía terreno, las potencias avanzaban. A
fines
de ese año, la Agencia de Radiocomunicaciones de Gran Bretaña sostenía que el
satélite argentino que iba a ocupar la posición de 81° O podía causar niveles
de
interferencia inaceptables en la red satelital Inmarsat. La fcc de Estados
Unidos también hacía un reclamo semejante y la Secom le respondía que había sido
acordada con ella misma la posición 81° O y remitía a la fcc información de
la ubicación de la estación terrena argentina (Auditoría General de la Nación, 2003b, p. 1).
El 10 de diciembre de 1999 Fernando de la Rúa asumió la presidencia en Argentina y
el
abogado Henoch Aguiar reemplazó a Kammerath al frente de la Secom. Tres meses
más
tarde, dos empresas estadunidenses recibían la autorización de la fcc para
acceder al Nahuel C –otro de los nombres con el que figura en algunos documentos
el
Nahuel 1A, por haber sido sucesor de los Anik C1 y C2– para proveer servicios
a
clientes estadunidenses. “Estas acciones representan otro paso en la implementación
del compromiso de apertura del mercado de US a satélites licenciados por otros
países”, explicaba la autorización de la fcc (Tycz, 2000b), aunque debe recordarse que GE Americom
contaba con 28.75% de acciones en Nahuelsat.
El 4 de julio de 2000, una resolución de la Secretaría de Defensa de la Competencia
y
del Consumidor del Ministerio de Economía autorizaba la compra por parte de
GE Capital Global Satellites de 11.5% de las acciones de Nahuelsat en
posesión del Banco de la Provincia de Buenos Aires y 11.5% de bi sa/Bemberg
Group. De esta forma, al 28.75% de las acciones que ya poseía la empresa
estadunidense, sumaba 23% adicional. El mismo documento adjuntaba un informe de
la
Comisión Nacional de Defensa de la Competencia, que no ponía objeciones a esta
compra de acciones “al no disminuir, restringir o distorsionar la competencia”
y
estimaba que la transacción iba a permitir a Nahuelsat “adquirir un segundo satélite
que probablemente sea el satélite GE-6 [propiedad de GE Americom], que se lanzaría
el segundo semestre de este año”. Y explicaba: “La progresiva toma de control
de
Nahuelsat por parte de GE Capital Global Satellites Inc., puede ser
descripta como la estrategia de la última para extender su cobertura geográfica
a la
Argentina […]”.37 Habría que
agregar que, además, ganaba la posición de 81° O para sumar acceso a los mercados
regional y estadunidense. Dicho de otra forma, el supuesto libre mercado funcionaba
de forma tal que la empresa estadunidense DirecTV había entrado al mercado argentino
a cambio de que GE Americom –a través de su mayoría accionaria en Nahuelsat
– entrara al mercado estadunidense con la posibilidad de utilizar un satélite
de su
propiedad en la posición de 81° O que había cedido en 1998 a Argentina. Así, el
acuerdo de reciprocidad firmado en un contexto de desregulación terminó poniendo
el
mercado argentino de las comunicaciones satelitales en manos de empresas
estadunidenses junto con la posición de 81° O.
La cnc le informaba a la uit que la fecha prevista para la
ocupación de esta posición orbital era el 19 de octubre de 2003 (Auditoría General de la Nación, 2003b, p. 2). En
agosto, Nahuelsat y GE Capital Global Satellites presentaron ante la Secom
y la cnc una propuesta de inversión de aproximadamente 265 000 000 de
dólares, que permitiría la adquisición por parte de Nahuelsat del satélite GE-6
–el
grupo de General Electric proponía la venta de un satélite propio a la empresa
en la
que tenía mayoría accionaria– como el segundo satélite del sistema, que pasaría
a
llamarse Nahuel 2 (Auditoría General de la Nación,
2003b, p. 2). Sin embargo, el 6 de octubre, GE Capital Global
Satellites retiró la propuesta de inversión ante la falta de acuerdo y aprobación
de
la Secom y la cnc (Auditoría General de la
Nación, 2003a, p. 21). Quince días más tarde, GE Americom puso
en órbita el satélite GE-6, pero no ocupó la posición de 81° O, sino que fue a
la
posición de 72° O, junto al Nahuel 1A (Tycz,
2000a).
Mientras Nahuelsat volvía a punto cero con el proyecto del segundo satélite, un grupo
de diputados de la oposición presentó un proyecto de resolución, a fines de
septiembre de 2000, para pedir informes al poder ejecutivo por la adjudicación
directa, apresurada y arbitraria, de la posición orbital de 81° O a Nahuelsat.
Además de la omisión de la presentación del plan de negocios de la empresa, el
proyecto parlamentario también hablaba de graves incumplimientos que ponían en
riesgo “la utilización efectiva de la posición orbital de 81º Oeste” (Cámara de Diputados, 2000a). En la sesión
plenaria de la Cámara de Diputados del 11 de noviembre se aprobó un proyecto de
declaración que sostenía que esta cámara “vería con agrado que el poder ejecutivo,
a
través de los organismos que correspondan, arbitre los medios necesarios a fin
de
declarar la nulidad absoluta e insanable de la Resolución SC N° 2.593/98”, por
la
cual se le asignaba a Nahuelsat la órbita de 81° O, y solicitaba “que disponga
el
pertinente llamado a concurso para la puesta en órbita de un satélite argentino
en
la posición orbital 81° O” (Cámara de Diputados,
2000b). Al margen de ambigüedades como la expresión un satélite
argentino –sería preciso decir un satélite en la posición orbital
coordinada por Argentina–, la batalla parlamentaria por la posición de 81° O iba
a
continuar hasta el final abrupto del gobierno de De la Rúa (Cámara de Diputados. Argentina, 2001). Sin embargo, Nahuelsat
conservaría esta posición hasta 2004, prolongando el incumplimiento de su ocupación
y poniendo en peligro el compromiso argentino de su coordinación ante la
uit.
El poder ejecutivo no sólo ignoró esta reacción parlamentaria, sino que la
Secom puso en práctica la reglamentación que le facilitaba la firma de
acuerdos de reciprocidad para concretar acuerdos con Canadá, México, España, Brasil
y Holanda. En el periodo 2000-2001, el gobierno de De la Rúa autorizó la entrada
al
país de alrededor de 20 satélites extranjeros. Diez eran de la empresa Intelsat,
tres de New Skies Satellites (hoy Societé Européenne des Satellites, ses),
tres de Southern Satelite Corporation (subsidiaria de Intelsat), uno de Telesat
Canadá, uno de Hispasat y otro de Loral Cyberstar International. Respecto a la
ses, por ejemplo, la iniciativa del gobierno hacía posible que esta
empresa comenzara a proveer servicios en agosto de 2000 a través de sus satélites
NSS-803, NSS-806 y NSS-7. En los considerandos de la resolución que autorizó los
diez satélites de Intelsat, la Secom remarcaba en 2001 que “es deber del
gobierno nacional velar por el incremento de la oferta de servicios competitivos
y
la multiplicidad de actores en el mercado, de modo tal de beneficiar a los
consumidores y clientes de todo el país” (Godoy,
2017, pp. 824-833; Krakowiak,
2016). A diferencia del neoliberalismo de las economías centrales, el
neoliberalismo semiperiférico ahora consideraba que la única variable relevante
en
las comunicaciones satelitales era el precio de los servicios.
En enero de 2001, Nahuelsat llamó a concurso de ofertas para la construcción del
segundo satélite. En julio, GE Americom vendió 23% de las acciones de
Nahuelsat que había adquirido en julio de 2000 para volver a 28.75%. A mediados
de
ese año, el diputado Pablo Fondevila explicaba que “el riesgo más grande es que
se
pierda esta órbita [81° O], porque sabemos que hay grandes grupos de
telecomunicaciones (General Electric, entre otros) muy interesados en quedarse
con
ella justamente por su cobertura continental”.38 En julio, SES adquirió el restante 28.75% del
paquete accionario de GE Americom en Nahuelsat (Abelson y Sugrue, 2001). A fin de aquel año, mientras la
economía argentina se derrumbaba y caía en la crisis económica más profunda de
su
historia, GE Americom pasó a integrar el nuevo consorcio
europeo-estadunidense SES Americom al ser comprada por ses Global
por 4 300 millones de dólares.39
El satélite GE-6 pasó a llamarse AMC-6 y siguió compartiendo la posición vecina al
Nahuel 1A, cada uno operado por sus respectivos dueños. Mientras los consorcios
estadunidense y europeo se asociaban para consolidar una posición global dominante,
desde la perspectiva de Argentina, el proceso se presentaba como una ristra de
calamidades. El libre mercado satelital argentino era un rígido ajedrez donde
todas
las piezas relevantes eran movidas coordinadamente por la fcc, DirecTV, GE
Americom o SES Global. A este escenario se sumaba la renuncia del
presidente Fernando de la Rúa, el 20 de diciembre de 2001, como consecuencia de
una
crisis política y económica terminal. Este parteaguas abría un ciclo de revisión
de
la política satelital.
Postergación del Nahuel 2 e inviabilidad de Nahuelsat
La crisis económica terminal de diciembre de 2001 y el default sobre
su deuda externa llevaron a Argentina a una transición política desordenada. Entre
la renuncia de De la Rúa y las elecciones democráticas de 2003 pasaron cuatro
presidentes provisionales. Durante este periodo se abandonó el régimen de cambio
fijo establecido once años antes por la Ley de Convertibilidad. Un nuevo régimen
declaró la emergencia pública, fijó los precios y los aranceles en pesos argentinos
de acuerdo con la relación de cambio uno a uno con el dólar estadunidense y autorizó
al poder ejecutivo a renegociar los precios y tarifas según criterios de
competitividad y distribución del ingreso. La devaluación de la moneda generó
profundas transformaciones en la estructura de precios relativos que afectaron
a
todas las actividades económicas. El gobierno de transición de Eduardo Duhalde
(2002-2003) se propuso un cambio de modelo económico que se centraría en los
sectores productivos como eje de la recuperación, en lugar de las finanzas, el
endeudamiento y las empresas privatizadas (Zícari,
2017, p. 37).
Argentina debió pedir prórroga ante la uit para conservar la posición de 81°
O, mientras intentaba concebir una estrategia que le permitiera ocupar esta posición
con un satélite. A mediados de marzo de 2002, Salzer renunció a Nahuelsat para
ocupar la vicepresidencia de la European Aeronautic Defense and Space Company
(en
adelante eads) Space Services en Alemania y fue reemplazado por Jorge
Irigoin, ingeniero electrónico del Instituto Tecnológico de Buenos Aires, que
había
trabajado 20 años en Siemens y venía de desempeñarse como director en el grupo
Socma.40 Irigoin
contaba algunos años más tarde que, a fines de 2001, se había ido de Socma
“para asumir como gerente general de Nahuelsat, un operador satelital para toda
América con sede en la Argentina que estaba en default”. Y agregaba
que este era “uno de los primeros casos de reestructuración de deuda de empresas
privadas” (Bernadou, 2005).
Salzer e Irigoin se presentaron en conferencia de prensa para referirse al impacto
de
la pesificación decidida por el gobierno, “porque los contratos particulares que
tenemos con nuestros clientes eran en dólares y fueron pesificados, pero las deudas
continúan siendo en dólares”.41 Salzer señala que 85% de los costos de la empresa estaba en
dólares, mientras que 70% de sus ingresos estaba en pesos. Por su parte, Irigoin
explica que, de todas formas, la empresa mantendría la inversión de 300 000 000
de
dólares a doce años, lo que iba a posibilitar la puesta en órbita del satélite
Nahuel 2. “No nos amedrenta la situación actual y contamos con el pleno apoyo
de los
accionistas”, concluye.42 Si bien
reconoce que había una sobreoferta de la capacidad de los sistemas satelitales,
también explica que, en los próximos 30 a 40 meses, Nahuel 2 estaría en su posición
orbital y que tendría como objetivo atender el mercado de Estados Unidos, México
y
América Central, con potencia en la banda Ku y C.
No obstante, durante el periodo del gobierno de transición no se logró estabilizar
la
situación crítica de Nahuelsat ni diseñar una solución para el Nahuel 2. En este
punto, la ocupación de la posición de 81° O no estaba garantizada. En 2003, un
informe elaborado por la Auditoría General de la Nación que intentaba clarificar
el
desempeño de Nahuelsat a cargo de la cnc y la Secom –en especial, en lo
referido a las previsiones para ocupar la segunda posición orbital–, mostraba
la
composición accionaria de Nahuelsat (véase cuadro 1).
CUADRO 1
COMPOSICIÓN ACCIONARIA DE NAHUELSAT EN 2003
Accionistas |
Capital (dólares) |
Porcentaje accionario |
Alenia Spazio
|
10 000 000
|
10
|
eads Deutschland
|
44 000 000
|
44
|
Publicom
|
5 750 000
|
5.75
|
ses Global, SouthAmerica
|
28 750 000
|
28.75
|
Antel
|
6 500 000
|
6.5
|
Total
|
95
|
95
|
Corporación financiera internacional (accionista
ausente)
|
5 000 000
|
5
|
En este mismo informe se habla del accionar difuso de la Secom y de la
cnc, que intimaron tardíamente a Nahuelsat para que presente un plan de
actividades para ocupar la segunda posición orbital. Se identificó como una falencia
institucional que Nahuelsat no hubiera coordinado sus acciones con la
Conae, ni en relación con asistencia técnica para determinar las
características del Nahuel 2, ni con los lineamientos del Plan Espacial 1997-2008
vigente en ese momento. Es decir, en Argentina había un plan espacial que la
Secom había ignorado. El peligro de perder la posición de 81° O ponía
de manifiesto estas inconsistencias. Si se consideraba que Nahuelsat había informado
que el plazo promedio de construcción de un satélite era de 27.5 meses, entonces
la
fecha prevista y comunicada a la uit para la puesta en órbita de Nahuel 2
–el 19 de octubre de 2003– estaba comprometida, puesto que el proceso de adquisición
del satélite, según información provista por Nahuelsat en noviembre de 2001, se
encontraba en el estadio del análisis de las tres ofertas que habían sido
seleccionados de un grupo inicial de cinco fabricantes. Tampoco había evidencia
de
que la Secom y la cnc hubieran intimado a Nahuelsat para que
implementara un sistema transitorio (Auditoría
General de la Nación, 2003a, pp. 15, 19, 20).
Finalmente, el proceso de auditoría también detectaba un estado de endeudamiento
financiero al cierre de 2000 que podía poner en riesgo el cumplimiento de los
planes
para la puesta en órbita del segundo satélite. Ahora bien, la cnc no había
realizado ninguna auditoría entre fines de 1998 y fines de 2001, no se había
expedido sobre los cambios en la composición accionaria de Nahuelsat y desconocía
la
situación patrimonial y financiera de la empresa. Es decir, la cnc carecía
de la posibilidad de evaluar la capacidad financiera de Nahuelsat para cumplir
los
compromisos asumidos. Se recomendaba volver a pedir una prórroga a la uit
para conservar la posición 81° O y asegurar la asistencia técnica de la
Conae (Auditoría General de la Nación,
2003a, pp. 24, 27, 31).
Fin de Nahuelsat y creación de Arsat
En mayo de 2003 Néstor Kirchner asumió la presidencia. En ese momento, la deuda
pública era de 138 mil millones de dólares –100% del pbi de Argentina–, la
estructura del Estado se encontraba devastada, la inflación anual era mayor a
20%,
el índice de pobreza superaba 60% y el desempleo, 18%. Este gobierno se propuso
desde el comienzo recuperar las capacidades del Estado para comenzar a impulsar
un
nuevo ciclo de industrialización (Kulfas,
2016). El nuevo gobierno nombró a Guillermo Moreno al frente de la
Secretaría de Comunicaciones y, a partir de ese momento, las comunicaciones
satelitales fueron consideradas sector estratégico. Durante la década de 1990,
ahora
se criticaba, el sector había sido reducido a regulador administrativo del sector
privado, “sin tener ninguna injerencia en la planificación federal y el diseño
territorial de las políticas de Estado” (Vido y
Bernal, 2015, p. 751).
En 2004, Nahuelsat enfrentó un escenario desfavorable. Su situación financiera era
crítica, el proyecto Nahuel 2 no avanzaba y la posición orbital estaba en peligro
de
perderse. En abril, la Secom comenzó a exigirle a Nahuelsat la búsqueda de nuevos
socios para lograr 50% de inversiones necesarias –alrededor de 150 000 000 de
dólares– para la construcción y el lanzamiento del segundo satélite. Mientras
tanto,
la Secom y Nahuelsat fueron capaces de obtener de la uit una extensión de
la prórroga para ocupar la posición de 81° O. La nueva fecha era octubre de 2005.
Nahuelsat había logrado reestructurar su deuda de 70 000 000 de dólares a través
de
acuerdos con bancos europeos y, menos de 20%, con la corporación financiera
internacional. Varias posibilidades fueron consideradas para obtener las
inversiones: a) la apertura a la Bolsa de una parte del capital de
Nahuelsat (véase cuadro 2); b) la apertura del capital del satélite
Nahuel 2, que funcionaría como una nueva sociedad, y c) la emisión
de obligaciones negociables. También se hablaba de contratar provisoriamente un
satélite sustituto.43
CUADRO 2
COMPOSICIÓN ACCIONARIA DE NAHUELSAT EN 2004
Accionistas |
Porcentaje accionario |
eads Deutchelanz gmbh |
47.33
|
Finmeccanica
|
11.67
|
Publicom
|
5.75
|
SES Global-South America Inc.
|
28.75
|
Antel
|
6.5
|
Total |
100 |
Después de negociaciones reservadas entre el gobierno e Investigación Aplicada
(Invap), principal empresa pública de tecnología con sede en la
provincia de Río Negro, la filosofía y la orientación de la política de comunicación
satelital dio un giro decisivo: el gobierno le proponía a Invap que se
encargara del diseño y construcción de dos satélites geoestacionarios. El primero
debía estar listo en el periodo 2007-2009 para ocupar la posición 81° O. La
fabricación y la puesta en órbita costaría 150 000 000 de dólares y su desarrollo
–diseño y plan de producción– se estimaba en 30 000 000 de dólares.47 Además, la Secom exploró
la posibilidad de que los satélites fueran puestos en órbita por China y que algunas
firmas del gigante asiático pudieran ser proveedoras de invap. El principal
activo de Arsat era la posición orbital de 81° O. La Secom
estimaba que, cuando el primer satélite trabajara a plena capacidad, la explotación
comercial de esa posición podría representar 90 000 000 de dólares anuales de
ingresos.48 A comienzos de
agosto de 2005, la Secom explicaba que el gobierno no se proponía sólo la
explotación comercial de la posición orbital, sino también promover la industria
de
fabricación de satélites.49
Ahora bien, mientras se avanzaba en estos planes era necesario ocupar la posición
de
81° O antes del 19 de octubre de 2005. Con este fin se alquiló a Venezuela el
satélite Anik E2, de la empresa Telesat, por 2 100 000 dólares. Era un satélite
puesto en órbita en 1991, que ocupaba la posición de 67° O y que una tormenta
solar
averió en enero de 1994 (Lam et al., 2012).
Este satélite ocupó la posición en el límite de la prórroga otorgada por la
uit, pero al llegar a la posición de 81° O su combustible se agotó en
20 días y dejó de operar el 23 de noviembre. En medio de estas contingencias,
el
gobierno argentino demoró la decisión sobre la posición orbital, no a través de
una
prórroga formal, sino a través de una prórroga de hecho, puesto que la uit
decidió difundir de manera definitiva en la conferencia mundial que el organismo
la
realizaría en 2007. En febrero de 2006, Gran Bretaña solicitó a la uit que
se le quitara a Argentina la coordinación de la posición de 81° O alegando que
el
satélite Anik E2 sufrió problemas técnicos serios y no trasmitía ninguna señal.
La
uit rechazó el reclamo británico.5050 A comienzos de abril de 2006, la Cámara de Diputados
sancionó finalmente la Ley 26.092 por la cual se creó la empresa Arsat y se
le otorgó el uso de la posición orbital de 81° O y de las frecuencias
asociadas.51
Por su parte, el gerente general de Nahuelsat sostenía en un diario local que se
deberían armonizar los proyectos de Arsat y Nahuelsat, puesto que no
existía espacio en el mercado para ambas compañías.52 El 22 de mayo el gobierno oficializó la creación de
Arsat. Si bien, en paralelo, Nahuelsat intentaba recomponer su
situación frente al gobierno nacional, a fines de octubre, Moreno negociaba con
los
accionistas de Nahuelsat el pase de los activos de esta empresa a Arsat sin
ningún costo. Se pretendía evitar la transferencia de pasivos al Estado, estimados
en 32 000 000 de dólares a comienzos de 2006. En ese momento la composición
accionaria de Nahuelsat era 66.66% propiedad del consorcio eads y 33.33% de
la italiana Finmeccanica.53
En simultáneo, Arsat realizó un llamado a ofertas entre ocho operadores
satelitales para asegurar la continuidad de los servicios a los clientes del Nahuel
1A –puesto que restaba poco tiempo para finalizar su vida útil– y para colocar
un
satélite en la posición de 81° O. La empresa seleccionada fue SES Global,
que contaba con el AMC 6 en posición orbital vecina al Nahuel 1A.54 En octubre se aceleró el proceso de integración
de transferencias de los activos de Nahuelsat a Arsat. Finalmente, se
firmaron dos cartas de intención entre las dos empresas. A través de la primera,
Nahuelsat le transfería a Arsat el Nahuel 1A, la estación terrestre y la
posición orbital 71.8° O. A través de la segunda carta dejaba en manos de
Arsat las acciones de Nahuelsat por el valor simbólico de un peso. El
Estado se hacía cargo de las contingencias.55
Epílogo y conclusiones
El desempeño de la empresa Nahuelsat es representativo de los primeros pasos de un
país semiperiférico en un sector de servicios tecnológicos de retornos crecientes
considerado estratégico por las economías centrales y, por lo tanto, de estructura
oligopólica. Las iniciativas de apertura del sector de las comunicaciones
satelitales pusieron de manifiesto las inconsistencias que surgen al negar la
función del Estado en los sectores estratégicos. En los hechos, las iniciativas
de
reducción de los umbrales de control y la ausencia de planes a mediano plazo –como
versión degradada de lo que entiende por desregulación la ideología que hemos
caracterizado como neoliberalismo semiperiférico– no sólo distorsionaron las
condiciones de competencia (que en la retórica se sostenía que se buscaban
favorecer), sino que además terminaron por fortalecer los determinantes geopolíticos
que potenciaron las posiciones dominantes de los grandes corporaciones globales
del
sector. En este contexto de desinstitucionalización, la desconexión entre los
objetivos de Nahuelsat y la política espacial definida en el ámbito de la
Conae, así como la ausencia de iniciativas de enraizamiento de la
empresa en el ecosistema económico local, ayudan a entender que Nahuelsat haya
tendido hacia una estructura de enclave satelital. En conjunto, esta posición
demostró su vulnerabilidad al dejar a Nahuelsat a merced de intereses
contradictorios que fueron generando las condiciones de su inviabilidad.
El empleo ficticio de la noción de reciprocidad llevó al Estado argentino a alterar
unilateralmente el acuerdo original entre la Secom y Nahuelsat y a
transgredir las condiciones acordadas. Una vez que una interpretación asimétrica
muy
desventajosa de la reciprocidad entre Argentina y Estados Unidos hizo posible
acordar la entrada apresurada de la empresa DirecTV al mercado local, se inició
el
proceso de erosión de Nahuelsat, a pesar de las supuestas señales muy positivas
del
mercado regional. Así, mientras que Nahuelsat no tenía forma de acceder al mercado
de servicios satelitales estadunidenses, la empresa DirecTV entró al mercado
argentino para transmitir el mundial de futbol de 1998. A su vez, la sesión de
Estados Unidos a Argentina de la posición de 81° O inició un proceso confuso por
el
cual la empresa estadunidense GE Americom incrementó su participación
accionaria en Nahuelsat, mientras negociaba la ubicación de un satélite propio
en la
posición de 81° O para prestar servicios en el mercado estadunidense. Es decir,
el
paquete accionario de Nahuelsat y la posición orbital de 81° O se transformaron
en
un campo de disputas, donde dos empresas estadunidenses –DirecTV y GE
Americom– y el Estado estadunidense intervinieron de manera coordinada,
obstaculizando los objetivos originales de Nahuelsat y poniendo en evidencia la
ausencia de una política de comunicación satelital argentina con objetivos a mediano
plazo. En definitiva, Nahuelsat nunca logró ocupar la posición de 81° O. En
paralelo, los permisos de entrada discrecional de satélites extranjeros al mercado
local, que comenzó a conceder la Secom a partir de mediados de 2000,
volvieron a cambiar las “reglas de juego” y derivaron en la franca decadencia
de la
primera empresa de comunicación satelital con base en Argentina, en la que el
gobierno de Menem había puesto las esperanzas de liderazgo regional.
Si se considera que para las economías centrales las posiciones orbitales representan
una extensión de la soberanía territorial al espacio exterior, en el caso de un
sector económicamente estratégico como las comunicaciones satelitales, las nociones
de soberanía y negocios aparecen como complementarias y simbióticas: la viabilidad
de los negocios sólo es posible mediante la afirmación de la soberanía, entendida
en
este caso como la capacidad de tomar decisiones autónomas sobre los activos del
Estado. Sin embargo, desde la perspectiva del neoliberalismo semiperiférico no
existen sectores estratégicos y, por lo tanto, la noción de soberanía carece de
sentido frente a una noción de negocios que considera a los satélites como
mercancías y que supone la única variable relevante de los servicios satelitales,
por lo menos en la retórica, es el precio que deben pagar los consumidores. En
este
sentido, el fracaso de la empresa Nahuelsat aporta evidencia a favor de la
inviabilidad económica del neoliberalismo semiperiférico, que termina actuando
como
fuerza periferizadora de esas economías.
La orientación económica industrialista y desarrollista del nuevo gobierno que se
inició en 2003 llevó a reformular drásticamente la gestión del sector de
comunicaciones satelitales bajo el liderazgo del Estado. La decisión de quitarle
a
Nahuelsat la gestión de la posición 81° O y de crear la empresa estatal
Arsat terminaron de sellar la quiebra de Nahuelsat. De esta forma, el
proyecto neoliberal de crear una gran empresa de comunicaciones satelitales con
mayoría accionaria de capitales extranjeros y la desregulación del sector de
comunicaciones satelitales terminaba como un gran fracaso, ponía en peligro la
coordinación argentina de la posición de 81° O y obligaba al Estado a intervenir
y a
hacerse cargo del sector.
Escapa a los objetivos de esta investigación el estudio de la trayectoria
indudablemente exitosa de Arsat que, entre otros hitos, logró ocupar las
dos posiciones orbitales asignadas a Argentina por la uit con satélites
geoestacionarios diseñados y fabricados por empresas nacionales.56 Sin embargo, la relevancia de la historia que
hemos analizado en estas páginas es de absoluta actualidad si se considera que,
en
diciembre de 2015, asumió en Argentina un gobierno que retoma los principios del
neoliberalismo semiperiférico y reinicia un proceso de desregulación del sector
de
las comunicaciones satelitales. Al cabo de dos años de gestión de este gobierno
se
manifiesta nuevamente la degradación de capacidades públicas de gestión y la
coordinación de políticas. Sus primeras medidas fueron la contratación de la
consultora estadunidense McKinsey para que redefiniera el plan de negocios de
Arsat y la paralización de la fabricación del tercer satélite
argentino, violando una ley de promoción de la industria satelital aprobada por
el
Congreso en 2015. Hasta el momento del cierre de este artículo (febrero de 2018)
se
había permitido la entrada de 24 satélites extranjeros a partir de acuerdos
ficticios de reciprocidad y se había intentado avanzar en un acuerdo secreto entre
Arsat y la empresa estadunidense Hughes para crear una empresa
compartida, pero con mayoría accionaria en manos de Hughes. La filtración de la
carta de intención, publicada por un diario argentino, ha paralizado esta iniciativa
hasta la fecha.57
La dramática ironía de ver que retornan los dogmas y las iniciativas –junto con los
nombres de algunos funcionarios– que mostraron su inviabilidad en la década de
1990
fue la principal motivación del presente artículo.