Introducción
El objetivo del trabajo es analizar los proyectos gubernamentales elaborados para
una empresa líder del mercado vitivinícola argentino: la Sociedad Anónima Bodegas
y Viñedos Giol (en adelante Bodegas Giol). Se centra en los planes económicos y financieros
que propiciaron su compra por parte del estado de Mendoza en 1954 y en aquellos que
promovieron su transformación en un instrumento provincial de regulación de los precios
del vino y de integración vertical de productores en 1964. Este estudio pretende contribuir
al debate en torno a la actuación de las empresas públicas industriales como impulsoras
de proyectos de desarrollo económico en América Latina, y en Argentina durante el
tercer cuarto del siglo xx. Esto es, en una etapa signada por la conflictividad política, la inestabilidad en
los indicadores económicos y los cambios en la orientación de la política económica.
Los balances sobre el estado del conocimiento en historia de empresas han destacado
la incidencia del Estado en el desarrollo económico y social de América Latina; el
cual, incluso, en algunos países, como Argentina, ha dado lugar al término Estado
empresario (Dávila, 2013, p. 113; García, 2007; Barbero y Jacob, 2008). De hecho, el ámbito de influencia de las empresas públicas1 se expandió desde los sectores tradicionales de intervención estatal (infraestructura,
comunicaciones, energía, finanzas) hacia el industrial y urbano, ocupando posiciones
predominantes en sectores estratégicos para la competitividad de la economía, así
como importancia en la generación de empleo y la inversión en capital (Labrador, 2015, p. 13). En Argentina, luego de la finalización de la segunda guerra mundial, y coincidentemente
con el advenimiento del peronismo, tuvo lugar una gran ampliación del Estado empresario,
en la que este asumió el relevo del capital extranjero. En las décadas de 1950 y 1960
se produjo un reacomodamiento de la función del Estado, el cual amplió su presencia
en algunos sectores económicos –como el industrial–, y la redujo en otros. El incremento
de tamaño se advirtió no sólo a escala nacional, sino también subnacional (provincial),
ya que, en muchos casos, el mismo estuvo motivado por conflictos sociales surgidos
a partir de las dificultades que atravesaban las economías regionales (Regalsky y Rougier, 2015, pp. 10-11 y 386-387). La estructuración del país en un Estado federal con estados provinciales autónomos
habilitó a los gobiernos locales a asumir funciones empresariales con fines económicos,
políticos y sociales. Este fue el caso de las operaciones de intervención estatal
realizadas por la empresa Bodegas y Viñedos Giol en los mercados de uvas y vinos de
Mendoza durante crisis de sobreproducción de vinos en las décadas de 1960, 1970 y
1980 (Olguín, 2013b).2
Bodegas Giol fue utilizada, desde su incorporación al estado provincial, como un instrumento
de política pública para emprender la diversificación de la matriz productiva de Mendoza
y, entre tanto, regular el mercado vitivinícola. Se trataba de reducir el peso específico
de esa agroindustria en la economía provincial y disminuir su inestabilidad, por cuanto
los vaivenes de la actividad impactaban negativamente en el producto bruto geográfico
y las finanzas públicas. A través de la firma se intentó, entonces, estimular el desarrollo
de otras industrias de base minera y agraria y enfrentar algunos de los problemas
estructurales que venían afectando a la vitivinicultura desde fines del siglo xix. Al respecto, cabe mencionar que el vino, en su mayoría del tipo de mesa, era elaborado
en los oasis de las provincias de Mendoza y San Juan por pequeños y medianos viñateros,
cooperativas, bodegueros trasladistas (que ofrecían su producción en el mercado mayorista)
y, en menor medida, grandes bodegas integradas. Luego, el vino a granel, adquirido
en los mercados mayoristas, era despachado en toneles y tanques por medio del ferrocarril
y flotas de camiones hacia las plantas de fraccionamiento localizadas en Buenos Aires,
Santa Fe, Córdoba y el resto del país. Allí era envasado, en su mayor parte en botellas,
y vendido a distribuidores y comerciantes mayoristas quienes, a su vez, lo comercializaban
en los canales minoristas a fin de satisfacer las necesidades de consumo de los inmigrantes
europeos y sus familias(Olguín, 2015a; 2015b).
Los desfasajes periódicos entre la oferta y la demanda de vinos derivaron en etapas
de sobreproducción o infraconsumo. Durante las coyunturas críticas, el abuso de posición
dominante por parte de las grandes firmas industriales y comerciales agravaba la situación
de los pequeños y medianos productores. En efecto, la actividad había crecido aceleradamente
bajo el impulso de la promoción estatal, ignorando las debilidades advertidas por
los expertos: la expansión indiscriminada del área cultivada con vid, la reducida
diversificación de los usos de la uva, la dificultad de acceso al crédito, la escasa
integración vertical de las etapas agrícola, industrial y comercial, los elevados
costos de transporte, la adulteración del vino por deficiencias en los controles,
la falta de propaganda al consumo interno de vinos y la casi inexistente exportación
de productos vitivinícolas. De esta forma, la inestabilidad en los precios de la uva
y el vino y las pujas distributivas entre los eslabones de la cadena de valor fueron
los rasgos distintivos del sector hasta fines de la centuria. Las causas y los efectos
de la crisis fueron atacados por un conjunto de políticas públicas nacionales y provinciales,
con frecuencia en respuesta a los reclamos de las asociaciones empresariales (Azpiazu y Basualdo, 2001; Balán, 1978; Balán y López, 1977; Barrio, 2002, 2010; Coria, 2010; Díaz, 1982; Fleming, 1979; Mateu, 2002, 2014; Mateu y Olguín, 2006; Olguín, 2015b; Olguín y Mellado, 2006; Richard, 1998, 2000, 2008; Richard y Pérez, 1994; Mateu y Stein, 2008).
El enfoque utilizado en esta investigación prioriza a la empresa como unidad de análisis,
en el marco de las contribuciones que la historia de empresas ha realizado al campo
de la historia económica. En la historiografía latinoamericana han prevalecido los
enfoques macroeconómicos y formalistas en relación con el análisis sobre la intervención
estatal en la economía, colocando menor énfasis en el conocimiento sobre la historia
de la administración pública y los organismos encargados de aplicar políticas, como
ministerios, secretarías, agencias y, en especial, las empresas públicas (Guajardo, 2015, p. 23). Sin embargo, estas últimas han sido reconocidas como espacios relevantes para explorar
el diseño de las políticas y su aplicación, y la función que distintos sujetos, con
intereses públicos y privados, asumieron en esos procesos. En este sentido, trabajos
recientes sobre la experiencia argentina han destacado que, en tanto empresa, este
tipo de organización desarrolla su producción de bienes y servicios para el mercado
y, en tanto pública, se encuentra sujeta a consideraciones de bienestar público, bajo
la influencia de burócratas, políticos y consumidores (Regalsky y Rougier, 2015, p. 15).
Justamente por su carácter de empresa pública –y, particularmente, de tipo estatal–,
la experiencia de Bodegas Giol fue singular. Su condición le permitió obtener crédito
oficial a tasas preferenciales para financiar operaciones de compra de grandes volúmenes
de uvas y vinos en los mercados locales (iniciadas en 1964) y la prestación del servicio
de elaboración para terceros (que comenzaría en 1967). De modo que, a fin de sopesar
los planes propuestos para la firma, resulta conveniente prestar atención, someramente,
a las cooperativas vitivinícolas formadas al amparo del Departamento de Cooperativas
de Mendoza luego de 1953 y, especialmente, a la sociedad de capital mixto (público
y privado) llamada Corporación Agroeconómica, Vitivinícola, Industrial y Comercial
(cavic) y fundada en la provincia de San Juan en 1964 (Olguín, 2013a). En el plano internacional, interesa considerar la expansión de las bodegas cooperativas
españolas bajo el estímulo estatal del régimen franquista en las décadas de 1950 y
1960 (Medina-Albaladejo, 2016).
La hipótesis que se intenta demostrar sostiene que las funciones empresariales asignadas
a Bodegas Giol reflejaron un amplio consenso político y empresarial fundado en objetivos
similares de desarrollo económico y social, tanto en 1954 como en 1964; en cambio,
sus mecanismos de implementación dependieron de las trayectorias académicas y profesionales
de los funcionarios encargados de su diseño y ejecución. Para ello, el trabajo se
vale de un conjunto de fuentes de información relativas a los planes elaborados para
Bodegas Giol, y los funcionarios que intervinieron en esas iniciativas (Plotkin y Zimmermann, 2012). Las mismas consisten en memorias empresariales, discursos de gobernadores, reseñas
de gestión gubernamental, diarios de sesiones legislativas y obras de época. Asimismo,
se han consultado estadísticas oficiales, a fin de construir algunos indicadores cuantitativos
sobre los volúmenes de producción y consumo de vino y los precios de la uva y el vino
en la agroindustria vitivinícola mendocina, y la prensa local.
El trabajo se organiza en dos partes. La primera, estudia el proyecto económico y
político que impulsó la compra de la firma en 1954. La segunda, examina la propuesta
oficial que intentó otorgarle un lugar activo en la integración de la cadena vitivinícola
y la regulación de los precios de vino en 1964. Por último, se presentan las reflexiones
finales y las referencias bibliográficas.
El proyecto de la cooperativa estatal y el experimento financiero
Bodegas Giol ha sido, sin dudas, el instrumento de intervención estatal más drástico
y controvertido en 150 años de historia de la agroindustria vitivinícola argentina,
esto es desde su transformación de actividad artesanal a industrial a fines del siglo
xix. No obstante, las medidas impulsadas por las dirigencias políticas y empresariales
para afrontar y superar las crisis de principios del siglo xx fueron diversas, e incluyeron: la creación de entidades reguladoras para reducir
los excedentes vínicos (Olguín, 2012; Ospital y Cerdá, 2016),3 la eliminación de aranceles a la exportación de vinos; el estímulo a la formación
de cooperativas (Mateu, 2002); la construcción de bodegas regionales, depósitos de corte de vinos y destilerías;
y el crecimiento de las exportaciones. Los mecanismos de acción se profundizaron luego
del dramático declive que sufrió la agroindustria poco antes del estallido de la Gran
Depresión y hasta fines de la década de 1930, en un contexto de profesionalización
de la administración pública y creación de instituciones especializadas en economía,
finanzas y estadística. Así, se fundó la Junta Nacional Reguladora de Vinos (1934-1943),
que efectivamente eliminó una gran cantidad de cepas, uvas y vinos y, con ello, provocó
una fuerte reducción de la oferta de vinos y el alza transitoria de los precios (Olguín, 2012, p. 94). Se unificaron los impuestos nacionales y provinciales al consumo –un antiguo reclamo
de las asociaciones empresariales vitivinícolas (Ospital, 2013, p. 32)– y se puso en marcha el Instituto Movilizador de Inversiones Bancarias en 1935,
con el propósito de administrar empresas con una comprometida situación patrimonial
(entre ellas, la propia Bodegas Giol). También se sancionó una ley general de vinos
en 1938 (núm. 12.372), que estableció controles sobre la procedencia y la calidad
del producto y creó la Dirección General de Vitivinicultura como organismo contralor.
En el ámbito provincial, se organizó la sección antifiloxérica y de patología vitícola
en 1936.
A mediados de la década de 1940, la oferta y la demanda de vinos recuperaron su sendero
de crecimiento gracias a la reactivación económica y al aumento del salario real de
los trabajadores. Los menguados viñedos resultaron insuficientes para satisfacer el
mayor consumo, por lo cual la política vitivinícola dio un giro en favor de la expansión
de las plantaciones de vid y una menor exigencia de calidad enológica.4 Por otra parte, la legislación provincial se preocupó no sólo por los problemas de
abastecimiento, sino también por mejorar las condiciones laborales y de producción
de los sectores más vulnerables de la cadena productiva: estableció el estatuto de
contratistas de viñas y frutales en 1945, reglamentó su trabajo y fijó sus remuneraciones.
Asimismo, el poder ejecutivo provincial creó el Instituto de Investigación de la Vid
y el Vino y el Departamento de Cooperativas (decreto 5411/1953) e impulsó la compra
de Bodegas Giol en 1954 para contribuir a la integración vertical de los viñateros
sin bodega y la regulación de precios (Mateu, 2014; Mateu y Olguín, 2006; Olguín, 2013b).
La firma fue protagonista de la historia económica y política de Mendoza desde los
inicios del siglo xx. Tenía su antecedente en la firma La Colina de Oro, fundada en 1898 por dos inmigrantes,
Juan Giol, procedente de Vigonovo di Fontanafredda (Udine, Italia) y su concuño, Bautista
Gargantini, originario del Canton Ticino (Suiza). Luego de un veloz proceso de ampliación
de la estructura productiva y comercial en un contexto de fuerte crecimiento de la
economía argentina, se consolidó como una firma líder –disputando esta posición sólo
con la bodega Tomba–: en 1910 su producción superaba los 300 000 hectolitros de vino
y la marca Toro la distinguía en todo el país. En 1911, la sociedad se disolvió (Gargantini
regresó a Suiza) y Juan Giol constituyó la Sociedad Anónima Bodegas y Viñedos Giol,
junto con el Banco Español del Río de la Plata y otros inversores minoritarios, entre
los que se encontraban comerciantes de vino; Giol, además, ejerció como administrador
general. La empresa se destacó también en innovación tecnológica, a tal punto que
en 1914 inauguró el vinoducto aéreo más grande del mundo, que transportaba el vino
producido en la bodega La Colina de Oro a la bodega El Progreso (ambas localizadas
en Maipú, Mendoza); en esta última era fraccionado y despachado por ferrocarril a
los principales centros de consumo, especialmente a Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba
(Olguín, 2010). Un año más tarde, mientras la agroindustria se sumergía en una profunda crisis
e Italia ingresaba en la primera guerra mundial, Juan Giol regresó a Italia con su
familia (quedando en Argentina su hijo mayor, Humberto), pero decidió conservar sus
acciones hasta 1925. Allí puso en marcha la Azienda Agricola Giovanni Giol, la cual
fue capitalizada con flujos de fondos girados periódicamente desde Argentina (Olguín, 2016). Por otra parte, el financiamiento del Banco Español contribuyó a ampliar la estructura
comercial instalando plantas de fraccionamiento de vinos en los principales mercados
consumidores del interior argentino, y a sortear la crisis de la década de 1930. Pero
la difícil coyuntura de principios de la década de 1950, las restricciones a la comercialización
del vino instauradas en la década peronista y los controles a la oferta de crédito
bancario agravaron la situación financiera de Bodegas Giol, llevando a las autoridades
de la empresa a ofrecer su venta al candidato electo por el Partido Justicialista,5 Carlos Evans, en 1952 (Olguín, 2013b).
La pieza clave sobre la que los funcionaros ligados al círculo íntimo del poder ejecutivo
estructurarían el programa económico se incorporó al estado provincial en el tramo
final de la segunda presidencia de Juan D. Perón (1952-1955).6 Frente al cambio de rumbo que había adoptado la política económica nacional durante
la crisis de 1952 y el pedido de austeridad realizado por Perón, algunos funcionarios
del Ministerio de Hacienda y de Economía de la provincia de Mendoza pensaron que la
firma podría colaborar en el cumplimiento de los objetivos específicos del segundo
plan quinquenal. El poder ejecutivo adquiría “por fin un instrumento para la sana
diversificación de sus varios productos que aleje a Mendoza de sus encrucijadas ante
cada cosecha deficiente o superabundante” (Evans, 1954, pp. 35-36) y para obtener recursos para financiar un cuantioso plan de obras públicas (Caplán, 1957, pp. 33-34).
Las negociaciones entre el gobierno y el Banco se realizaron en un contexto de exceso
de oferta de vinos, ampliación de la brecha entre elaboración y despachos y elevada
inestabilidad. La década de 1950 marcó el fin del ciclo expansivo que había seguido
a la recuperación de la crisis económica del decenio de 1930. La liquidación de la
Junta Nacional Reguladora de Vinos en 1943 y el aumento del consumo per cápita venían
estimulando la implantación de vides y, con ella, la producción de uvas y vinos. Pero
la crisis económica nacional de 1951-1952 provocó un fuerte descenso del ingreso disponible,
y con él en el consumo de vinos, empujando al alza de precios. Por el contrario, en
1954 y 1957, las caídas en la producción fueron pronunciadas, por efecto de los accidentes
climáticos y las plagas de la vid, respectivamente. De hecho, la menor cantidad de
vino disponible provocó un fuerte aumento en los precios, aun cuando en 1957 y 1958
los niveles de consumo fueron bajos debido a la mala propaganda que significó la muerte
de ocho personas por la ingesta de vinos adulterados (véanse gráficas 1 y 2).
Gráfica 1. Elaboración y despachos de vino en Mendoza, 1944-1966
En esta coyuntura, el proyecto pensado para Bodegas Giol estableció una dimensión
económica y otra financiera. En cuanto a la primera, la estructura organizacional
de la firma sería utilizada como instrumento de diversificación productiva y de integración
de la cadena de valor de las principales agroindustrias de Mendoza: la vitivinicultura,
la fruticultura y la horticultura.7 Con ello, se buscaba que los pequeños y medianos productores agrícolas pudieran industrializar
sus productos en los establecimientos de Bodegas Giol y, junto con los bodegueros
trasladistas, distribuirlo en sus vagones de ferrocarril y en sus camiones-tanque
hacia las plantas de fraccionamiento y sucursales ubicadas en las principales ciudades
del país. De este modo, el empresario podría obtener un producto con mayor valor agregado
y menos perecedero que le permitiría elegir con mayor flexibilidad el momento de venta
−sin el apremio de la pérdida de calidad de la fruta o de la verdura en fresco− y
llegar directamente al consumidor, eliminando a los intermediarios comerciales que
a menudo disfrutaban de un mayor poder económico para negociar los precios.
Además, la ley que autorizó la compra de las acciones de Bodegas Giol preveía el traspaso
de 49% del total de las acciones ordinarias y del total de las preferidas a cooperativas,
pequeños productores y trabajadores de la firma, lo cual implicaba que los propios
agentes económicos se autogestionarían en sociedad con el Estado. En definitiva, como
había señalado el senador Luis Vinassa en el debate legislativo del proyecto de ley,
se trataba de convertir a la “Sociedad Anónima Giol en una cooperativa al servicio
del pueblo y de los hombres trabajadores de Mendoza”,8 es decir, en una cooperativa estatal. Esta concepción, que entendía a las cooperativas
como la forma de organización económica que permitiría enfrentar la concentración
en los eslabones de la cadena vitivinícola, mejorar la distribución del ingreso y
atenuar la inestabilidad de los ciclos económicos en los mercados de base agraria,
tenía larga data en las discusiones de política vitivinícola desarrolladas entre expertos
y dirigentes políticos y empresariales desde los inicios del siglo xx. Sin embargo, resultaron infructuosos los intentos realizados por extender este tipo
de organización basada en lazos de solidaridad por parte de las distintas gestiones
gubernamentales que se habían sucedido desde 1918.
Fue la tercera gestión peronista, a cargo de Carlos Evans, la que realizó la mayor
apuesta, tomando el control de Bodegas Giol bajo el amparo de un marco institucional
que había avanzado en la profundización de la intervención del Estado en la economía
y en la protección de los pequeños productores a través de la promoción del cooperativismo,
que constituía una de sus principales preocupaciones. En efecto, si bien un grupo
de técnicos de la década de 1930 había dejado un importante legado en relación con
instrumentos regulatorios, “la creación de un marco institucional nuevo fue, sin duda,
resultado del peronismo” (Cortés, 2003, p. 212). En efecto, en 1950 el país poseía las instituciones que los partidarios de la industrialización
habían demando durante décadas y que se estaban generalizando en América Latina (Belini, 2009, p. 21). Asimismo, la Constitución de la provincia de Mendoza sancionada en 1949 (arts.
54 y 62), a diferencia de la Constitución Nacional, instaba expresamente al fomento
del cooperativismo, tanto en relación con la política agraria y la vitivinícola, en
particular, como con el crédito oficial. El segundo plan quinquenal, por su parte,
elaborado para Mendoza en consonancia con el del gobierno nacional, otorgaba a las
entidades organizadas bajo estos principios un lugar central en la economía. Evans
otorgó a las cooperativas una función clave en su programa de gobierno porque entendía
que conjugaban los valores del colaboracionismo y de la justicia social.9 Igual importancia les asignó a las formas activas del cooperativismo en los discursos
que pronunció para difundir el segundo plan quinquenal.10
Este fervor por el cooperativismo fue compartido por el ingeniero agrónomo Mario Ceresa,
ministro de Economía de la provincia (1952-1955), funcionario de carrera en la administración
pública y que más tarde incursionó en el negocio vitivinícola como socio de la Bodega
Ceresa Hnos. Ya en sus años de universidad había analizado las ventajas de cooperación
vitivinícola para los viñateros sin bodega y los pequeños bodegueros, considerándolo
el instrumento adecuado para modificar no sólo la estructura industrial, sino la comercial
y así “lograr la estabilización definitiva del mercado de vinos” (Ceresa, 1943, pp. 222-224).11 La insistencia en las distorsiones que se producían en la cadena de comercialización
fue uno de los puntos centrales de su perspectiva sobre las dificultades que frenaban
el desarrollo de la vitivinicultura mendocina. El cooperativismo ingresaba en este
esquema de pensamiento como un resorte de extraordinario valor. El futuro de la industria
dependía entonces de la armonización entre la actividad privada y la estatal (Ceresa, 1953). Para ello, el Estado debía fomentar estas asociaciones, en otros instrumentos,
con el crédito agrícola. En esta dirección, durante su gestión como ministro se crearon
el Instituto de Seguro Agrícola, el Instituto de la Vid y el Vino y la Dirección de
Cooperativas, desde donde habría gestionado la formación de cooperativas. Si bien
algunos autores sostienen que superaron el centenar en dos años (1953-1955) (Micale, 1999, p. 96), el propio Evans declaró en 1955 que en Mendoza existían 30 cooperativas vitivinícolas
que reunían 761 viñateros.12 Más aún, de acuerdo con los registros de la Dirección General de Industrias, de los
830 establecimientos industriales que elaboraron vino en 1955, sólo siete correspondían
a cooperativas, las cuales fueron responsables de 1.4% de la elaboración total.13 De modo que, en ese periodo, la importancia del cooperativismo en la vitivinicultura
mendocina fue más cualitativa que cuantitativa, al contrario de lo que sostienen algunos
autores (Cerdá, 2017, p. 42). Su desarrollo fue tardío en relación con Francia o Italia, y contemporáneo con
el de España. La existencia de un marco legislativo específico y la asistencia financiera
por parte del Estado franquista –que han sido individualizados como algunos de los
principales factores de desarrollo del cooperativismo vitivinícola en este último
país (Medina-Albaladejo, 2016, p. 49)–, no tuvieron la misma fuerza en Argentina; en cambio, como se verá más adelante,
allí el soporte público se puso a disposición de empresas estatales (Bodegas Giol)
o con participación estatal (Cavic).
Por otra parte, en su dimensión financiera, el plan del gobierno para la firma analizada,
luego de sanear sus finanzas y consolidar su estructura económica mediante un proceso
de racionalización, era convertirla en una sociedad madre de otras firmas subsidiarias
de tipo semipúblico (o mixtas, es decir, con aporte de capital público y privado).
Estas empresas, organizadas bajo los principios de la autofinanciación (según la cual
cada empresa debía generar ingresos para cubrir por lo menos sus propias necesidades
y no gravitar en el presupuesto del Estado) y del accionariado obrero, proporcionarían
mayor flexibilidad administrativa y un acceso más fácil a las fuentes de capital.
De ese modo, se pensaba utilizar el crédito, el capital y la organización de Bodegas
Giol para poner en marcha otros proyectos agrícolas, comerciales, industriales y sociales,
que en algunos casos no tenían ninguna relación con la agroindustria.14 En el fondo, se pretendía utilizar la firma para crear una fuente de recursos adicional
a la tributaria a fin de desarrollar un ambicioso plan de obras públicas. Se trataba,
en suma, de un experimento financiero −como fue denominado por el mismo ministro de
Hacienda, Benedicto Caplán− que daría vida a una multiplicidad de sociedades subsidiarias
que “constituían la médula de todo el plan económico” (Caplán, 1957, pp. 73-74, 84 y 87-102). La empresa contribuiría así a financiar la diversificación de la estructura económica
de Mendoza. Este objetivo resultaba consistente con los hacedores de la política pública
peronista que sostenían que la diversificación de la estructura industrial atenuaría
el impacto local de los ciclos de crecimiento y recesión del mercado internacional;
creían que una economía más diversificada y menos centrada en el mercado externo permitiría
una mayor estabilidad del cuerpo social y una mejor redistribución de la riqueza (Belini, 2009, p. 10).
El programa de gobierno para el periodo 1952-1958, cuya elaboración Evans había encargado
a Caplán, entonces secretario de Finanzas, y a José J. Bonamico, secretario técnico
de la Gobernación, se apoyaba en la idea de que el desarrollo económico de Mendoza
debía fundarse en grandes planes de obras públicas por su efecto multiplicador en
la economía. Este propósito era difícilmente realizable en el marco del plan económico
anunciado por Perón en 1952, a través de un mensaje radiofónico, que establecía como una de sus prioridades la
reducción del gasto público y “la racionalización de las obras públicas a los límites
absolutamente indispensables”. De hecho, los gastos de capital que habían constituido
uno de los pilares del modelo de desarrollo peronista y se habían multiplicado por
3.5 a precios constantes entre 1940-1944 y 1945-1949, cayeron 30% durante el quinquenio
1950-1954 (Gerchunoff y Antúnez, 2002, p. 174). A su vez, la distribución de estas obras estaba en el centro de las presiones políticas
y sindicales. El mismo Caplán (1957, p. 34) afirmó que “los demás ministros, los legisladores, los altos funcionarios de la Administración,
así como los dirigentes gremiales y políticos que sostenían al Gobierno, haciéndose
eco de intensas necesidades populares, exigían la aprobación de un plan de obras de
envergadura”. En el fondo de la cuestión también estaba la impronta que tenían los
gobiernos peronistas en Mendoza, los cuales habrían respondido a las demandas de los
distintos sectores a través de este mecanismo y no tanto del nombramiento de empleados
públicos.15
El interés por satisfacer estas expectativas llevó a concebir un plan de enormes proporciones
que requería una inversión de 1 500 millones de pesos moneda nacional (en adelante
pesos) en seis años − 250 000 000 de pesos por año−, cuando lo máximo que se había
invertido en obras públicas en Mendoza en un año había sido 30 000 000 de pesos.16 Estos valores resultaban aún más desmesurados teniendo en cuenta la delicada situación
de las finanzas provinciales. El propio gobernador, admitió que la tarea más difícil
era la del Ministerio de Hacienda.17 Las arcas del Estado sólo disponían de fondos para cubrir el presupuesto ordinario,
es decir, los gastos de funcionamiento del aparato estatal que se cancelaban con los
impuestos recaudados, y ni siquiera quedaba un remanente para cubrir una deuda por
obras en ejecución, contraída por la gestión anterior. Asimismo, la provincia tenía
un acceso limitado al crédito para hacer frente a ese compromiso y poner en marcha
un presupuesto extraordinario para construir obras públicas, lo cual estaba vinculado
a la política del Banco Central de sostener las cotizaciones de los títulos, principalmente,
los de la nación.18
La creación de empresas semipúblicas o públicas que se financiarían por sí solas resultaba
para las mentes inquietas de estos funcionarios la solución apropiada para concretar
una inversión en obras de proporciones colosales para la época. La utilización del
principio empresario en las finanzas públicas para alcanzar estos fines fue una de
las principales innovaciones introducidas por el tercer gobierno peronista en Mendoza,
en términos de política económico-financiera. En efecto, la política nacional en relación
con la creación de empresas industriales durante la década peronista estuvo fuertemente
orientada a desarrollar nuevas industrias cuyos grandes requerimientos de capital
alejaban a los inversores privados (como la siderúrgica o las automotrices), mantener
en funcionamiento empresas con dificultades cuyas actividades se consideraban estratégicas
(como las firmas farmacéuticas, químicas, metalúrgicas y eléctricas agrupadas en la
Dirección Nacional de Industrias del Estado) o a dirigir empresas en las que había
obtenido el control luego de pleitos económicos y políticos (empresas del grupo Bemberg)
(Belini y Rougier, 2008, p. 30). Ninguno de estos propósitos se asimilaba a los de Evans, Caplán y Bonamico.
El mentor de estas ideas fue Benedicto Caplán.19 Formado en ciencias políticas, fue un hombre apasionado por la economía pública y
un entusiasta de las potencialidades de los instrumentos de política económica para
modificar las condiciones de vida de la población (Caplán, 1955, 1956). Su admiración por las ideas keynesianas y su convicción sobre la necesidad de contar
con la “iniciativa y organización adecuada para combinar y aprovechar los elementos
y factores disponibles” lo acercaron al ideario peronista, llegando a ser rápidamente
uno de sus funcionarios más destacados a nivel provincial. Habría accedido al cargo
de secretario de Finanzas por ofrecimiento de Carlos Evans, a pesar de ser un hombre
desconocido en el medio local y ajeno al partido peronista (Caplán, 1957, pp. 9 y 25), lo cual aparentemente no constituyó un obstáculo para el jefe del poder ejecutivo
que, en sus designaciones, habría privilegiado las capacidades técnicas a los vínculos
políticos y personales, como muestra la composición de su gabinete y recuerdan sus
colaboradores más cercanos (Cuadra, 1998, pp. 15-19).
Bodegas Giol era el instrumento ideal para echar a andar la rueda de la creación de
empresas semipúblicas, al mismo tiempo que contribuiría a resolver los problemas de
una economía demasiado dependiente de una industria de base agraria. “Además de las
posibilidades financieras, que eran primordiales, el Estado tenía la posibilidad de
crear pacíficamente el mercado del vino y entrar en posesión de una palanca comercial
poderosa y susceptible de expansión, mediante la cual podría no sólo regular la industria
vitivinícola, sino obtener mercados para numerosas otras mercancías de producción
factible en la Provincia” (Caplán, 1957, pp. 73-74). Estas ideas también fueron expresadas por Emilio Fluixá, diputado peronista (1952-1955)
y presidente de la Cámara durante el tratamiento de la ley 2.301, a un periódico local
23 años más tarde de realizada la operación: “La razón fundamental −para comprar−
es que la Provincia, cuando asume el Dr. Evans, tenía una deuda que, con los ingresos
normales, hubiéramos demorado 9 años en cancelar. Esto anulaba toda posibilidad de
realizar obras públicas. Entonces surgió entre la gente de gobierno la idea de encontrar
otros recursos, en otras actividades reproductoras de bienes, que pudieran ir en apoyo
del presupuesto.”20
De esta manera, los dos proyectos, la cooperativa estatal y el experimento financiero,
resultaban complementarios, aunque el segundo prevalecería sobre el primero; en efecto,
una vez adquirida la firma por el estado provincial, el presidente del directorio
fue Caplán y no Ceresa. Del proyecto financiero no sólo dependía el cumplimiento del
plan de obras públicas establecido en el segundo plan quinquenal, sino también la
posibilidad de responder a las demandas de las bases para mantener la armonía en el
seno del peronismo local, reforzar el liderazgo de Evans y resguardar así la estabilidad
institucional.
El proceso de saneamiento económico y financiero que permitiría poner en marcha los
planes propuestos se inició inmediatamente después de que Caplán asumiera como presidente
del directorio de Bodegas Giol, el 4 de mayo de 1954. Sin embargo, el golpe de Estado
del 16 de septiembre de 1955 que precipitó la caída de Perón impidió su desarrollo.
El proyecto pensado para la firma fue interrumpido por las intervenciones federales
de la llamada Revolución Libertadora, que la colocaron al borde de la parálisis operativa.
Esa coyuntura resultó propicia para abrir un debate en torno a la forma jurídica más
apropiada para la empresa vitivinícola a fin de que asumiera una intervención activa
en el mercado vitivinícola. Las principales alternativas giraron en torno a una empresa
privada, una cooperativa o una sociedad de economía mixta. Si bien los sectores políticos
y empresariales se inclinaron en favor de esta última, la conflictividad política
demoró la definición sobre la cuestión.
Con la caída del peronismo se inició una etapa de reacomodo de la función del Estado
en la actividad económica. La Secretaría de Comercio suprimió las limitaciones para
elaboración de vinos en 1955, creó una comisión asesora honoraria del vino en 1956,
ordenó a las bodegas la venta de vinos en Mendoza y San Juan en 1957 (ante la reducida
cosecha después de una plaga que atacó los viñedos) y estableció sanciones en 1958
para la adulteración, que estimuló esta coyuntura y que provocó la muerte de varias
personas. Esta última situación y la preocupación por la calidad, junto con la llegada
al poder de los gobiernos desarrollistas, condujeron a la sanción de una nueva ley
de vinos que fundó en 1959 el Instituto Nacional de Vitivinicultura, como organismo
de promoción y contralor técnico de la producción y del comercio vitivinícola. Entre
otras disposiciones, dicha entidad estableció el fraccionamiento de vinos en las zonas
de producción en 1963, aunque la medida no prosperó al ser duramente resistida por
los intermediarios comerciales, y restringió el establecimiento de plantas de corte
de vinos (que, a menudo, eran utilizadas para estirar el producto). Sin embargo, en
los años siguientes, las políticas públicas nacionales contribuirían al aumento de
la oferta de uvas de alto rendimiento y de baja calidad enológica mediante la promoción
de incorporación de zonas áridas a la producción,21 sin advertir que el consumo per cápita estaba a punto de alcanzar su máximo histórico
e iniciar un largo proceso de declinación.
Por su parte, en la esfera provincial, se formó una comisión asesora sobre la forma
jurídica definitiva para Bodegas Giol, se estableció el seguro agrícola obligatorio
en 1955 y se prohibió transitoriamente la venta de vinos en 1957, a causa de los sucesos
desencadenados por la falsificación. Asimismo, se prorrogaron los contratos de los
contratistas de viña en 1958, se establecieron modificaciones al seguro agrícola y
se creó el Instituto Financiero Agrario en 1962. También se establecieron medidas
para la cosecha vitícola y se propició un tipo de vino de calidad certificada con
precios obligatorios. Un hecho clave fue la transformación de la sociedad anónima
Bodegas Giol en empresa estatal en 1964, asignándole por ley una función reguladora,
la cual fue acompañada por la fijación de precios máximos al vino de traslado y precios
mínimos a la uva en cepa en Mendoza en el bienio 1964-1965.
El proyecto de la elaboración de vinos para terceros y la regulación de precios
La discusión sobre la forma jurídica más apropiada para Bodegas Giol cobró fuerza
cuando el dirigente del Partido Demócrata22 Francisco Gabrielli23 asumió por segunda vez el cargo de gobernador de Mendoza (1963-1966). Por una parte,
la orientación de la política económica del gobierno del presidente Arturo Illia ofreció
un escenario más favorable para la agroindustria vitivinícola, y para la reactivación
de dicha empresa en particular, en tanto promovía el desarrollo del mercado interno,
la distribución del ingreso y la protección del capital nacional bajo el control y
la planificación económica del Estado. Asimismo, la reputación de los demócratas en
la búsqueda de la eficiencia administrativa y en el orden en las finanzas públicas,
junto con la debilidad del sindicalismo vitivinícola, pudieron haber contribuido a
que los nuevos planes para Bodegas Giol no fueran percibidos como necesariamente riesgosos
para el presupuesto público. Sobre todo, teniendo en cuenta que, a nivel nacional,
el cumplimiento de la promesa electoral de dar marcha atrás con las privatizaciones
iniciadas en época de la presidencia de Arturo Frondizi (1958-1962) y los incrementos
del plantel de personal, los salarios y el gasto en las sociedades con control estatal,
ampliaron el tamaño del Estado. En efecto, creció el déficit en los organismos descentralizados
y en las empresas estatales −un ejemplo emblemático fue el de los ferrocarriles que
en 1965 pasaron a ser responsables de 20% de los gastos del gobierno central− (Mallon y Sourrouille, 1973, p. 36). La pretensión de incrementar las exportaciones industriales, objetivo que fue incluido
en el plan nacional de desarrollo elaborado por el Consejo Nacional de Desarrollo
(Conade), que fue terminado en 1965 e iba a ponerse en práctica cuando Illia fue derrocado
en 1966 (Sikkink, 2009, pp. 129-130), se encontraba también entre los propósitos de la empresa.
El cumplimiento de una función social por parte del empresariado fue otra iniciativa
propiciada por el gobierno nacional (Tcach y Rodríguez, 2006, pp. 91-92) que tuvo su correlato en Bodegas Giol. En este sentido, el presidente de la firma
y dirigente del Partido Demócrata de Mendoza, Manilo Ardigò sostuvo que “en Giol se
busca armonizar los intereses legítimos como empresa y los de la economía general
de la Provincia. Para una empresa corriente, no le resultaría de interés adquirir
uvas en pequeñas partidas a numerosos compradores. En el sur, citando un ejemplo,
hay más de 1 000 viñateros anotados con cantidades pequeñas de uva que entregará a
Giol, que en esa forma cumple una evidente función social”.24 Otro ejemplo de ello fue el operativo que puso en marcha la firma para asistir a
los pequeños productores afectados por las heladas del 28 y 29 de marzo de 1964. La
organización empresarial funcionó a tiempo completo para recibir las uvas dañadas
−a pesar de la gran cantidad que ya había adquirido− y elaborar vino por cuenta de
terceros. Esta medida se complementó con la ley de expropiación de vasija vinaria25 que permitió a los productores disponer de más bodegas y acceder a créditos del Banco
de la Nación para cosecha, transporte y elaboración de vinos, con garantía prendaria
sobre el vino a elaborar.26
Para el equipo económico del gobierno de Gabrielli, la vitivinicultura tenía una gran
importancia como fuente de riqueza y factor de desarrollo económico. En 1960, el valor
de la producción de uvas representaba 67% del valor de la agricultura, y el de la
producción de vinos 40% del valor de las industrias de base agraria y minera (Gobierno de Mendoza, 1969).27 El propio ministro de Economía, Joaquín González Villanueva, a cuatro meses de iniciada
la gestión gubernamental, afirmó que “nadie puede ser indiferente a la prosperidad
o a la ruina de la vitivinicultura, en cuanto de ella depende la vida económica de
la Provincia y la de sus habitantes”.28 Sin embargo, resultaba prioritario avanzar también en el desarrollo de otras industrias
a fin de lograr lo que él mismo definió como la fisonomía ideal de Mendoza. Se trataba
de trabajar por una provincia “con una agricultura altamente evolucionada acentuándose
cada vez más su necesaria diversificación y con una industrialización paralela a sus
necesidades que deberá completarse con otras nuevas porque poseemos esas materias
primas −mineras y potencial energético− que nos acerca a la economía mixta, que como
sabéis constituye un factor sustantivo de estabilidad”.29 De modo que el mandatario entendía el binomio vitivinicultura-petróleo de forma complementaria
y no excluyente. Por ello, sostuvo que si bien la industrialización sobre la base
de la explotación de las riquezas mineras debía ser estimulada “sin reservas […],
el desarrollo del país necesitaba robustecer y alentar la economía tradicional”.30
Estas expresiones resultaban críticas de las políticas del presidente Arturo Frondizi
que negaron a Bodegas Giol una función activa en la industria vitivinícola. En efecto,
a fines de la década de 1950, si bien las estrategias de intervención desplegadas
por el gobierno de Ernesto Ueltschi (1958-1961) y por la primera y breve gestión de
Gabrielli (1961-1962) habían sido bien recibidas por los sectores políticos, empresariales
y trabajadores de Mendoza, no lograron despertar el mismo entusiasmo en el gobierno
nacional. Así, a pesar de las mejoras percibidas en los precios de la uva y del vino
de traslado y en la colocación de la producción de los viñateros sin bodega por parte
de los actores locales, la reticencia de las autoridades nacionales a financiar industrias
productoras de bienes finales destinados al mercado interno (más predispuestas, en
cambio, a apoyar la expansión de las de base minera, ahorradoras o proveedoras de
divisas), había puesto un límite a las expectativas generadas en torno al potencial
de la empresa como entidad reguladora y promotora y habría contribuido a persuadir
a ambos gobiernos de la necesidad de transferirla al sector privado y de transformarla
en una sociedad de economía mixta, respectivamente.
La reactivación de Bodegas Giol formaba parte del plan de desarrollo vitivinícola
trazado por el gobierno de Gabrielli, cuyos principales objetivos eran estabilizar
los ciclos de la economía vitivinícola, promover la integración vertical, elaborar
vinos de calidad e incrementar las exportaciones vínicas. La firma, en tanto ente
regulador, utilizaría su estructura organizacional para reducir los excesos de oferta
en los mercados de uvas y de vinos que deprimían los precios de este último, agravando
las consecuencias de la inestabilidad inherente a los mercados de base agraria a causa
de las heladas, el granizo y las plagas de la vid. En función de ello, elaboraría
el vino de los viñateros sin bodega en establecimientos propios y alquilados, poniendo
a su disposición un producto de mayor valor agregado y por lo tanto de mayor precio;
asimismo, sostendría los precios de las uvas a través de la compra de grandes volúmenes.31
A fin de lograr los objetivos restantes, Bodegas Giol, en tanto ente promotor, facilitaría
su estructura y su capacidad gerencial, no sólo para elaborar y almacenar grandes
volúmenes de vinos, sino también para comercializarlos en los mercados nacional e
internacional. Sin embargo, desde la perspectiva del gobierno, la empresa podía contribuir
parcialmente a conseguir estas metas. Existían problemas de fondo, como las excesivas
inversiones en viñas de uvas criollas, las existencias vínicas, la caída de los precios
del vino frente al aumento del consumo y, sobre todo, la insuficiencia de crédito,
que requerían de un abordaje específico. Por lo cual, tendrían que intervenir además
otros organismos, como el Banco de Mendoza, el Instituto Financiero Agrario y el Banco
de Previsión Social.32 De igual modo, las soluciones debían buscarse también en el seno de la vitivinicultura
porque “no cabe duda de que la formación de cooperativas zonales entre los pequeños
viñateros y el otorgamiento de créditos específicos para la construcción de vasijas,
son los medios más eficaces para terminar con esa situación”. Asimismo, la plantación
de cepas de calidad y el control estatal en las zonas de elaboración, fraccionamiento,
distribución y comercialización eran considerados prioritarios.33 No obstante, las cooperativas aún representaban un porcentaje menor de la producción
agroindustrial: de 1 001 establecimientos industriales que elaboraron vino en Mendoza
en 1964, 24 correspondían a cooperativas, las cuales aportaban 5.5% del total de vino
elaborado.34
El único caso comparable con el de Bodegas Giol en Argentina es el de la Cavic. Esta sociedad de economía mixta fue creada en 1964 con participación compulsiva
y mayoritaria de los productores vitícolas35 y con el consentimiento de la Federación de Viñateros.36 La misma había sido organizada sobre la base de la antigua Bodega del Estado, que,
a su vez, había sido creada en 193237 durante la segunda gestión gubernamental del líder bloquista38 Federico Cantoni, y que, si bien había estado destinada a la elaboración de vinos
de los pequeños viñateros sin bodega, sólo había sido utilizada como depósito.39 Para que la Corporación alcanzara una capacidad de elaboración de 1 000 000 de hl
de vino −con lo cual se convertiría en uno de los establecimientos vitivinícolas más
grandes del mundo−, se encaró su remodelación.40 Según el gobernador de San Juan, Leopoldo Bravo: “la Bodega del Estado, en cuyo manejo
y administración tendrán parte activísima los productores, y que contará con apoyo
oficial por la finalidad económico-social a que estará dedicada, comprará uva en la
próxima vendimia, como así, también, vino. Y esa acción será lo suficientemente saludable
para estimular un alza en los precios…”. Otro de los objetivos de la firma sería contribuir
a “la integración del productor vitícola a las distintas etapas del complejo vitivinícola
que termina en la comercialización del producto elaborado”.41 Para ello, se pensaba, además, obtener recursos para comprar uvas por parte de instituciones
financieras, sancionar una ley de expropiación del uso y goce de vasija vinaria y
mejorar la calidad del vino con base en lo típico, es decir sin interferir con las
producciones de otras zonas. La idea que estaba detrás era asegurar a los pequeños
viticultores un precio remunerativo de la uva y transformar la estructura económica,
avanzando con la ayuda del crédito público en la integración vertical; este era el
mismo propósito que el gobierno de Gabrielli había establecido en su programa económico
para la empresa vitivinícola estatal. Sin embargo, los conflictos entre el órgano
directivo de la corporación y el gobierno sanjuanino –que le facilitaba asistencia
crediticia con garantía estatal– coadyuvaron a la temprana intervención por parte
del gobierno nacional durante la presidencia de facto del general Onganía, de modo
que su accionar y permanencia en el mercado vitivinícola local fueron mucho menores
a las de Bodegas Giol (Olguín, 2013a).
En el caso de Giol, su transformación requerida para adoptar una función de promoción
de la integración vertical y de regulación de precios incluía el cambio del régimen
jurídico. Gabrielli –al igual que había hecho su par Evans veinte años antes– se propuso
modificarlo en una coyuntura de acumulación de reservas vínicas. En efecto, la sobreoferta
se tradujo en un pronunciado descenso en los precios reales del vino –esto es, expresados
en moneda constante– entre 1962 y 1964 (véanse gráficas 1 y 2). La previsión de una
reducción del consumo per cápita, al estimarse que el mercado interno estaba al borde
de la saturación y, por lo tanto, de alcanzar el máximo histórico, ensombrecía aún
más las perspectivas de la agroindustria.
A principios de 1964, el gobierno creó una comisión de abogados con la misión de elaborar
un proyecto de ley que estableciera un nuevo estatuto social, bajo tres premisas:
la participación mediante la emisión de acciones de todos los sectores interesados
(viñateros sin bodega, contratistas, bodegueros trasladistas, empleados y obreros
de la empresa y particulares); la elección de los directores por grupos, donde cada
sector designaría un número de representantes independientemente del capital suscrito
por cada uno de ellos, y el control de la política de la empresa por parte del gobierno.42 Estos requerimientos fueron el alma del proyecto enviado a la legislatura el 29 de
octubre para transformar a Bodegas Giol en una sociedad de economía mixta, un régimen
jurídico que ya había sido utilizado por los gobiernos demócratas para crear el Banco
de Mendoza (1933) y la Sociedad Anónima Corporación Mixta de Fruticultores (1941)
(Olguín, 2015a).43
Sin embargo, el bloque de la Unión Cívica Radical del Pueblo (en adelante ucrp),44 tres meses antes que el poder ejecutivo, presentó un proyecto de ley para convertir
a Bodegas Giol en una empresa estatal, previa expropiación de las acciones por parte
del ejecutivo y la disolución de la sociedad anónima, cuyos activos y pasivos serían
transferidos a la nueva Bodegas y Viñedos Giol, Empresa Estatal, Industrial y Comercial.45 La entidad se ejercería como una persona jurídica de derecho privado, con autarquía
administrativa y económica y tendría un capital inicial de m$n 1 000 millones. Sus
objetivos eran idénticos a los de la propuesta oficial, con un agregado colocado en
primer término: “cumplir, esencialmente, la función reguladora de nuestra industria
vitivinícola”. La firma costearía sus actividades con recursos propios y con los que
le acordara la ley en forma extraordinaria y elevaría su presupuesto anual a los poderes
ejecutivo y legislativo, al sólo efecto de su conocimiento. La integración del directorio
fue el aspecto más novedoso: el presidente y tres directores serían elegidos por el
poder ejecutivo con acuerdo del Senado y otros tres serían elegidos por el pueblo
en elecciones directas.
Los argumentos discutidos en torno a la iniciativa de la ucrp mostraron las posturas locales de cada fuerza política en relación con las empresas
públicas. El proyecto −que sería aprobado el 28 de noviembre de 1964−46 fue tratado por tres comisiones en cada una de las Cámaras47 que aconsejaron su aprobación, exhibiendo el acuerdo concertado entre la ucrp y los llamados partidos neoperonistas −Partido Blanco y Tres Banderas−48 para convalidar la opción de la empresa estatal. El informe del despacho en mayoría
fue presentado en el Senado por el principal autor del proyecto, Alejandro Manzur,
político de carrera, quien transparentó los motivos ideológicos y las coyunturas política
y económica que lo sustentaban. Explicó que los radicales tenían “la obligación de
advertir que con esta empresa se puede dar la solución, convirtiéndola en ente regulador,
para defensa de nuestros pequeños productores, y con trascendencia a todo el aspecto
socioeconómico de la Provincia”.
Paradójicamente, el Partido Demócrata de Mendoza votó a favor del proyecto opositor
frente al rechazo unánime de su propuesta. Guillermo Mosso, un político vinculado
con los emporios vitivinícolas de la época, en la Cámara Baja, sostuvo que la transformación
de Bodegas Giol en una empresa estatal permitiría terminar con la “ficción de la sociedad
anónima”, donde coexistían organismos de derecho privado (asambleas, directorio y
sindicatura) y fines públicos (regulación de un mercado, precio sostén, etc.). Se
podría así superar la falta de control con “el gran adelanto que proporcionaba la
ley” de someterla al Tribunal de Cuentas de la provincia y allegar recursos a la sociedad
mediante el presupuesto para contribuir a su saneamiento financiero. Este último aspecto,
que implicaba la estructuración futura de los mecanismos que permitieran dotar de
recursos a la firma (impuestos, letras de tesorería, bonos, títulos, etc.), constituyó
una condición esencial del voto demócrata.
El bloque neoperonista mostró una posición unificada en ambas cámaras y propuso la
participación en el directorio de empleados de Bodegas Giol o de la Federación de
Obreros y Empleados Vitivinícolas y Afines, que reunía 29 sindicatos en todo el país.
Tal modificación fue rechazada por la bancada radical. Si bien el radicalismo no esgrimió
las razones de su negativa, es probable que su veto se basara en prevenciones de carácter
político. La gran influencia que el Partido Comunista de Maipú tenía en los trabajadores
de Bodegas Giol, la identificación de la Federación de Obreros y Empleados Vitivinícolas
y Afines con el peronismo y el avance de la línea dura del sindicalismo a nivel nacional,
que había tenido su punto más álgido con la toma de fábricas en mayo y junio de 1964,
pueden haber constituido un obstáculo para que la ucrp aceptara la representación de los trabajadores en el directorio de la empresa.49
La forma jurídica “empresa estatal” marcó el rumbo de Bodegas Giol hasta su liquidación
en 1991, el cual se mantuvo inescindible en los vaivenes de la vida institucional
argentina, que alternó gobiernos civiles y militares; los primeros, proclives al intervencionismo
económico, los segundos, al liberalismo económico. El establecimiento de estrategias
empresariales de largo plazo, tanto en relación con funciones de regulación como de
integración de productores, se transformó entonces en un objetivo inalcanzable luego
del golpe de Estado de 1966. En buena medida, esta experiencia a escala provincial
da cuenta, como advirtió Labrador (2015, p. 13), de la polarización entre capitalismo y socialismo que surgió a partir de los prejuicios
relativos a la regulación y la propiedad públicas en América Latina durante el siglo
xx.
Conclusiones
El artículo se propuso estudiar los planes gubernamentales para Bodegas y Viñedos
Giol, firma líder del mercado vitivinícola argentino, en el tercer cuarto del siglo
xx. Se enfocó en los planes económicos y financieros que propiciaron su compra por
parte del estado de Mendoza en 1954 y en aquellos que promovieron su transformación
en un instrumento de regulación de precios e integración vertical de productores en
1964. A partir de un enfoque de historia de empresas y de la consulta de un variado
conjunto de fuentes públicas y privadas, se ofrecen nuevas evidencias sobre Bodegas
Giol como instrumento de desarrollo económico provincial, en el marco del avance del
Estado sobre el control de empresas industriales en Argentina.
Bodegas Giol constituyó el instrumento más drástico y controvertido de intervención
estatal en 150 años de historia de la agroindustria vitivinícola argentina. Su estructura
y cultura organizacional, basadas en la innovación tecnológica y gerencial, fueron
utilizadas para avanzar en la diversificación de la matriz productiva de Mendoza y
regular el mercado vitivinícola. El proyecto de la cooperativa estatal y el experimento
financiero, elaborado en los comienzos de la década de 1950 por funcionarios de alto
rango de los ministerios de Economía y Hacienda de la provincia, constituyó una de
las bases del programa de la tercera gestión de gobierno peronista. En un contexto
de ajuste fiscal y restricción presupuestaria, la organización se ocuparía de integrar
la cadena vitivinícola, frutícola y hortícola en sus etapas agrícola, industrial y
comercial, posibilitando, de este modo, el desarrollo estable y sostenido de las agroindustrias.
En un futuro, parte de las acciones de Bodegas Giol se vendería a cooperativas, pequeños
productores y trabajadores de la firma para posibilitar su autogestión en sociedad
con el Estado. Asimismo, a partir de dicha firma vitivinícola, se crearían sociedades
subsidiarias de capital mixto con el fin de poner en marcha proyectos agrícolas, comerciales,
industriales y sociales, cuyos dividendos financiarían un ambicioso plan de obras
públicas. Sin embargo, la caída del peronismo frustró su creación.
El proyecto de la entidad promotora y reguladora de la agroindustria vitivinícola
mendocina, diseñado por Francisco Gabrielli y sus colaboradores en los inicios de
la década de 1960, contribuiría a lograr los principales objetivos del programa de
gobierno en relación con la vitivinicultura, que consistían en estabilizar los ciclos
económicos, integrar verticalmente la cadena, aumentar las exportaciones y elaborar
vinos de alta calidad enológica. Bodegas Giol intervendría en los mercados de uvas
y vinos de Mendoza en las etapas recesivas por medio de operaciones de compra y venta,
y prestaría el servicio de elaboración a viñateros sin bodega; todo ello ocurriría
mientras se avanzaba en la integración vertical y la diversificación productiva de
la economía provincial sobre la base del desarrollo de industrias de base minera y
agraria. Para ello, Gabrielli consideró necesaria la participación de todos los sectores
interesados y la concurrencia del ahorro público y privado. Propuso modificar la forma
jurídica de la empresa y convertirla en una sociedad de economía mixta, en la cual
el directorio estaría formado por representantes de cada grupo, pero la política empresarial
quedaría bajo el control del gobierno. A pesar del aparente consenso entre los sectores
políticos y empresariales, el proyecto oficial fracasó en la legislatura provincial
frente a otro elaborado por la ucrp, que consiguió convertir a Bodegas Giol en una empresa estatal.
Leopoldo Bravo impulsó una iniciativa similar a la de Gabrielli mediante la creación
de la sociedad de economía mixta Cavic, aunque su actividad fue mucho más breve. Los requerimientos de crédito público por
parte de Bodegas Giol y Cavic probablemente disminuyeron la disponibilidad de fondos para las cooperativas privadas,
así como los incentivos para la integración de pequeños y medianos productores en
este tipo de entidades, las cuales continuaron elaborando una porción reducida del
total del vino ofrecido en el mercado, a diferencia de la expansión que registraron
en España durante el mismo periodo.
En consecuencia, los resultados obtenidos indican que las funciones asignadas a Bodegas
Giol mantuvieron un extendido consenso tanto en las gestiones de gobierno peronistas
como en las demócratas, reflejando coincidencias en los objetivos de política económica.
En efecto, la empresa conservó el interés como instrumento estatal de diversificación
de la estructura productiva, de integración vertical de los pequeños y medianos productores
y de estabilización de los mercados de uvas y vinos, mientras las tendencias a la
especialización productiva, la sobreproducción de vinos, las asimetrías entre los
actores de la cadena vitivinícola y el avance del Estado en el control de empresas
industriales –incluso en actividades económicas regionales– fueron elementos comunes
que se mantuvieron vigentes en un clima de elevada confrontación política e inestabilidad
de los indicadores económicos.
Las especificidades de los proyectos dependían de las modalidades de constitución,
las cuales fueron influidas por la trayectoria académica y profesional de los funcionarios
que ocuparon los principales cargos en el poder ejecutivo provincial (gobernadores
y ministros). En efecto, la propuesta vinculada a la creación de una cooperativa,
realizada por Mario Ceresa, tenía sus antecedentes en su etapa de estudiante universitario
de agronomía y fue influida por su paso por la administración pública durante los
gobiernos conservadores. La propuesta más novedosa referida a la puesta en marcha
de empresas con fines financieros de Benedicto Caplán, también estaba vinculada a
su formación académica. El proyecto de transformar a la firma en un instrumento de
integración vertical y de regulación de precios, cuyo principal promotor fue el propio
Francisco Gabrielli, que confiaba en la asociación entre el Estado y el sector privado,
tenía sus raíces en el conocimiento sobre empresas vitivinícolas familiares y la burocracia
estatal y en una concepción política basada en la eficiencia y el orden en la gestión
pública. Frente a su fracaso en el recinto legislativo, el proceso de negociación
desarrollado entre los sectores neoperonistas y la ucrp que terminó en la estatización de Bodegas Giol, privilegió el control político y
financiero de la firma. A pesar de los vínculos mantenidos con el sector vitivinícola,
sus impulsores habían desarrollado una carrera política, y no tanto una profesional.
La experiencia de Bodegas Giol muestra que, efectivamente, algunos matices fueron
posibles en la polarización entre capitalismo y socialismo que tuvo lugar en los debates
relativos a la regulación y propiedad públicas en Latinoamérica en el siglo xx. Asimismo, ilustra que esos matices estuvieron dados por las políticas, pero, sobre
todo, por las trayectorias de quienes las diseñaron y ejecutaron.