Introducción
Este estudio discute el cambio ocurrido en la segunda mitad del siglo
xvii en los pueblos de indios creados en el siglo
anterior por la administración colonial en los Andes por el virrey
Francisco de Toledo (1569-1581). Con base en documentación
privilegiada1 obtenida en la sección Socorros de
Indios del Archivo Arzobispal de Lima (aal), presento las
cambiantes condiciones de trabajo de los habitantes de quince
pueblos o reducciones en cuatro estancias ganaderas y un obraje
textil en la meseta de Bombón, en torno al lago Chinchaycocha o
Junín (4 080 metros sobre el nivel del mar) en los Andes centrales
entre los años 1667 y 1677. El caso de Bombón no debió ser muy
diferente a la experiencia de otras provincias, que ignoramos por
carecer de fuentes documentales y estudios concretos, y que podría
ser ilustrativo para el estudio de otros casos.
La documentación es una sólida base empírica que permite establecer un
cambio muy profundo en las relaciones laborales en la meseta de
Bombón y, por extensión, en los Andes centrales. No parece tratarse
de una coincidencia. La década en estudio (1667-1677) muestra el
paso de un sistema toledano de mitas para abastecer de mano de obra
a las empresas privadas (haciendas, obrajes, minas, etc.) bajo un
régimen de solidaridad corporativa a otro que combina lo anterior
con la captación y retención individual de trabajadores. Es decir,
los pueblos y curacas ya no son suficientes para garantizar el
funcionamiento de las actividades privadas ubicadas en el entorno (o
incluso dentro) de las comunidades y, por esto, se introducen
mecanismos también compulsivos pero basados en un control individual
(deudas).
Así, en la década de 1667 a 1677, se empieza a aplicar una nueva tarifa
salarial elevando 50% el pago nominal a la vez que se duplica el
monto del tributo que los indígenas debían redimir en trabajo; se
impone la tarea fija, elevada y obligatoria en el obraje, y se
incrementa la tarea en el pastoreo al multiplicar hasta por seis la
cantidad de manadas y hasta por diez la cantidad de cabezas de
ganado que debía cuidar cada pastor, sea mitayo o
mingado (es decir, libre o asalariado).
Por otro lado, es posible que en la década se haya consolidado (o al
menos afirmado) la sustitución de la mita minera en Huancavelica por
la mita de plata en Bombón, así como el sistema de
reparto de mercaderías entre los trabajadores de este complejo
productivo y el cobro que hace por servicios eclesiásticos gracias a
la labor de Andrés López Grayño. El empresario enfrenta la
disminución drástica de la población indígena tratando de captar a
los indios originarios y, sobre todo, a las indias y a los llamados
indios forasteros a través de un endeudamiento que relativiza la
eficacia de los mecanismos toledanos. Una importante parte de la
población indígena está al borde de la yanaconización por quedar en
desamparo respecto a las instituciones tradicionales andinas.
El andamiaje económico, social, político, cultural y religioso del
régimen colonial descansó en el ordenamiento en pueblos del grueso
de la población indígena realizado por el virrey Francisco de Toledo
cuando la colonia pasaba de un modelo extractivo
tributario-encomendero, a otro modelo productivo basado en la
minería, las haciendas y los obrajes rurales y urbanos en la segunda
mitad del siglo xvi. La reducción a pueblos debía
garantizar el cobro de los tributos en dinero, el envío de indígenas
a los trabajos rotativos pero obligatorios (mitas)
en minas, haciendas, obrajes y ciudades, el control social y la
cristianización. A cambio de estas prestaciones, la población
indígena mantuvo recursos (tierras) en un nuevo pacto colonial que
incluía el gobierno por sus propios curacas, aunque siempre
supervisados por corregidores y sacerdotes doctrineros.
Décadas después de creadas las reducciones, los pueblos de indios habían
cambiado de manera tan significativa que la historiografía los
presenta como la confirmación del fracaso de las reducciones
toledanas. Es probable que la crítica sea a los historiadores que
entendieron el proyecto toledano como una experiencia perfecta e
inalterable con base en la normatividad formal obviando el simple
hecho de que un tema de tanta importancia para el funcionamiento del
régimen colonial no podía permanecer intacto a lo largo del tiempo
con tantos sectores sociales interesados en su adaptación según sus
conveniencias. El ideal de comunidad perfecta y justa tuvo poca
aceptación una vez que los propietarios locales, los mineros y los
sacerdotes doctrineros en combinación con los corregidores empiezan
a disputarse las tierras y la mano de obra de los pueblos.
La tremenda caída demográfica2 afecta las capacidades de la comunidad
y las hace vulnerables en muchos sentidos. En particular, a los
pueblos les es cada vez más difícil cubrir las cargas coloniales en
la prestación laboral (mitas) y en el pago del tributo por ser
obligaciones solidarias.
Además, se instalan españoles, mestizos, negros y castas que toman en
alquiler tierras comunales, practican el comercio y artesanías, y
esto facilita la apropiación ilegal de tierras, pastos y aguas
pertenecientes al rey o a las comunidades indígenas que,
posteriormente, se legalizaba gracias a las llamadas composiciones
de tierras iniciadas en 1591. Así, surgen haciendas agrícolas y
estancias ganaderas con obrajes textiles que requerían de un flujo
permanente de mano de obra. Pero las reducciones pierden pobladores
que salen a asentarse en otros pueblos como indios
forasteros, o se hacen
yanaconas (siervos adscripticios
individuales) en haciendas o mingados en obrajes,
ciudades y centros mineros. Los pueblos terminan siendo esenciales
para reclutar y reproducir la mano de obra para las actividades
privadas gracias a la colaboración de los curacas, en un proceso que
se consolida en la segunda mitad del siglo xvii, cuando la
economía peruana depende cada vez menos de la producción de plata de
Potosí.3
No obstante que los pueblos mantienen todavía recursos para afrontar el
embate de factores externos,4 nuevas medidas los obligan a
modificar los términos de las relaciones con los forasteros en
materia laboral. El aumento de los tributos y de los turnos de mita,
la aparición de la llamada mita de plata y los
primeros momentos de la práctica de los repartos mercantiles están
entre las innovaciones (Burga y
Manrique, 1990, pp. 30-32; Glave, 2009, vol. ii, pp. 408-418,
435-441; Lazo y Tord,
2007, vol. ii, pp. 155-156; Quiroz, 2010,
iii).
La nueva economía es muy dinámica al potenciar y diversificar recursos,
pero no hay que exagerar sus niveles de mercantilización ni su grado
de monetización tanto en el intercambio de bienes como en la
retribución del trabajo. Estas dificultades hacen que productos
básicos como sal, coca, maíz, trigo, harina, aceite, cecinas y
carnes sean usados como parte de la remuneración típica de una
economía preindustrial (Quiroz,
2016).
Uno de los cambios principales se refiere al nuevo papel de los curacas.
Sin dejar de representar y proteger a su gente, los curacas asumen
una intermediación activa en la explotación de los recursos y la
fuerza de trabajo de los pueblos indígenas. Además de cobrar el
tributo, organizar las mitas y controlar a la población, los curacas
participan directamente en el contrato temporal de indígenas con los
propietarios de los alrededores (mingados en haciendas, obrajes,
minas, transporte, etc.), distribuyendo a los trabajadores y
cobrando los montos del dinero producto de estos tratos (Macera, 2014, pp.
745-748).
En efecto, gracias a la organización interna de los pueblos, los
propietarios pudieron reclutar y retener la mano de obra que
requerían pues la colaboración de los curacas permite localizar,
endeudar y obligar a los indígenas a acudir a las actividades
económicas fuera de los pueblos. Es decir, se crea un nuevo orden
que sirve de base para el funcionamiento del mundo rural andino por
buena parte del periodo colonial.
El tema gira en torno al trabajo compulsivo de personas legalmente
libres, lo que ha llamado la atención de especialistas en historia
laboral. Se ha vuelto común considerar como trabajadores libres en
el sentido moderno a quienes no eran ni esclavos ni mitayos e,
inclusive, se llega a afirmar que constituían un grupo privilegiado
por sus supuestos elevados salarios y su autonomía laboral.5 Manuel Miño (1993, pp. 76-83) da
cuenta de las dificultades de los empresarios obrajeros en
Hispanoamérica para conseguir mano de obra al subrayar la compulsión
como el mecanismo principal de reclutamiento y retención de los
trabajadores para talleres que eran rechazados por los indígenas y
mestizos por su bien ganada fama de ser centros de trabajo muy duro
con retribuciones miserables. Sin ánimo de ser exhaustivo en esta
discusión, es necesario señalar que el indígena habitante de los
pueblos en realidad no gozaba de entera libertad personal y que el
trabajo libre distaba de serlo en sentido estricto.6
En efecto, el estudio establece el impacto del cobro de tributos, la
sustitución de la mita, el reparto de mercaderías, las cargas
eclesiásticas y los adelantos en dinero en el reclutamiento y
sujeción de una mano de obra que, en realidad, se reproducía con sus
propios medios y no gracias a una remuneración en dinero o especie
por su trabajo. En este sentido, se cuestiona la plena vigencia de
los salarios en efectivo y el reparto como una práctica exigida por
los mismos trabajadores.
Parte de la argumentación del debate actual de la llamada “gran
divergencia” entre países desarrollados y atrasados recurre a la
historia para conocer el impacto del colonialismo en las
instituciones modernas y el salario real como variable para medir
las diferencias en los ingresos de la población. Para el caso
hispanoamericano, destacan en este debate los aportes de Engerman y Sokoloff (2005),
Allen, Murphy y Schneider
(2012), Arroyo,
Davies, y Zanden (2012), y Dobado y García (2014). Dobado y García
parten de la existencia efectiva en Hispanoamérica de mercados de
tierras, trabajo y capital basados en la propiedad privada moderna
y, por consiguiente, de la presencia de trabajadores libres
remunerados con dinero en efectivo, que incluso incrementaban sus
ingresos gracias a horas adicionales de trabajo, el
kajcheo en las minas, la ayuda de miembros
de su familia y el reparto de productos. Consideran además que el
trabajo asalariado se va convirtiendo en dominante conforme
desaparece el trabajo coercitivo en el siglo xviii e
inicios del siglo xix. Sin embargo, la importante
información que manejan se refiere solo a ciudades y centros mineros
hispanoamericanos donde, de hecho, el dinero en efectivo circuló en
mayor medida que en el ámbito rural. En el extremo opuesto, Dell (2010) sostiene que la
mita colonial es parte de las causas del atraso económico actual de
los distritos andinos que estuvieron afectos a ese régimen laboral
en el pasado.
Las estancias, el obraje y los pueblos
Este estudio vincula las condiciones laborales de los trabajadores
indígenas con sus pueblos en el ejemplo de los pastores de cuatro
estancias ganaderas (San Francisco de Chichausiri, San Lorenzo de
Atocsaico, Santa Cruz de Chontas, y Llacsahuanca) y de los operarios
del obraje de la Limpia Concepción de Paucartambo ubicados en la
meseta de Bombón (entre Pasco y Junín actuales) durante la década
comprendida entre 1667 y 1677.7 Las cuatro estancias y el
obraje formaban un complejo económico altoandino dedicado a la
crianza de ganado lanar y a la confección textil (paños o “ropa de
la tierra”), mientras que los pueblos aledaños proporcionaban y
reproducían la mano de obra subsidiando así a la empresa.
La meseta de Bombón es uno de los centros principales de producción de
ganado ovino de los Andes y sus lanas iban a obrajes en una
geografía muy amplia (desde Huánuco, Tarma y todo el valle del
Mantaro hasta Cajatambo y la sierra de Lima) (Hurtado, 2006; León, 2002, pp. 159-160) (véase mapa 1).
Mapa 1
Bombón o Chinchaycocha
Fuente: elaborado por Nicanor Domínguez Faura (marzo-abril, 2019).
Por otro lado, el centro minero de Huancavelica y la ciudad de Lima eran
los mercados principales de las carnes, las cecinas y las prendas
textiles. Si los tejidos producidos en Paucartambo tenían una gran
competencia de parte de la producción de otros obrajes de Tarma,
Jauja, Cajatambo, Huamanga y el Cusco, más bien la carne y las
cecinas de Bombón tenían en la capital del virreinato un mercado muy
amplio y seguro.
El tiempo de estudio marca el inicio del apogeo de la producción obrajera
en los Andes centrales y, quizá, también de la producción ganadera y
sus derivados para el mercado local en crecimiento. Los estudios
acerca de la producción textil andina muestran que en 1660 se inicia
un periodo de crecimiento de los obrajes, tanto en producción de
telas, cantidades de telares y mano de obra, que abarca hasta
aproximadamente la década de 1770 (Escandell-Tur, 1997, p. 38; Salas, 1998, vol.
i, pp. 91-108). El cierre del comercio de textiles
desde Nueva España a los Andes, la menor disponibilidad de dinero
para adquirir textiles europeos por las dificultades en la minería
andina de plata y mercurio, el fortalecimiento del mercado interno
gracias al crecimiento de ciudades, y la reorganización de los
pueblos de indios como fuentes de mano de obra son parte de las
condiciones en las que se origina este auge de la producción
obrajera.
Sin embargo, a pesar de sus dimensiones similares a las de los más
grandes centros textiles coloniales, el obraje de Paucartambo ha
estado hasta ahora fuera de las discusiones en torno al papel de la
producción obrajera en la economía colonial.8
Por la cantidad de indios tributarios y los montos del tributo,
Chinchaycocha era considerada la cuarta encomienda más importante de
la audiencia de Lima en el siglo xvi. Hasta mediados del
siglo xvii, Chinchaycocha estuvo en manos de los condes de
Las Lagunas, descendientes del poderoso conquistador-encomendero
Juan Tello de Sotomayor, cuya fortuna se amplió al comercio, minas
de plata (Yauricocha o Cerro de Pasco), estancias ganaderas y el
obraje de Paucartambo, a pesar de las prohibiciones vigentes al
respecto. La estancia Llacsahuanca fue legalizada en el primer
proceso de composición de tierras a fines del siglo xvi
(Puente y Janssen,
1997).
En 1667-1677, el dueño de al menos una de las cuatro estancias era el
sacerdote Pedro de Vega. El empresario o administrador de las
estancias y el obraje en esta década era Andrés López Grayño (o
Grayno), personaje con una extensa y compleja red de
aviadores y habilitadores (financistas) que
incluía a párrocos (el vicario Nicolás Martínez Pardo, fray Alonso
del Río, fray Alonso Valdivia) y agentes (Lope de la Vega, Carlos
Chanca Huamán, Juan de Ortega, Juan de Narbasta, Ignacio Pando,
Gabriel Cabello y el sargento Pedro Suárez Guerra). Sus principales
proveedores eran comerciantes de Huancavelica y Lima.
El complejo ganadero y textil estudiado se compone de quince pueblos de
los alrededores de la laguna de Junín y compite con otras haciendas
y obrajes de la zona por la ahora escasa mano de obra de los
pueblos. De hecho, las reducciones seguirán siendo importantes,
aunque ya no serán suficientes para garantizar el éxito de las
empresas.
Los pueblos asumen el costo de reproducción de la mano de obra requerida
por la empresa pecuaria y textil. Es decir, los pobladores se ven en
la necesidad de alimentarse y vestirse recurriendo a sus propios
medios, reemplazarse unos a otros, cubrir más turnos de mita de los
que debían, y hasta ayudarse entre familiares para satisfacer las
exigencias de los empresarios que remuneraban el trabajo con
salarios insuficientes y, además, pagados de manera irregular.
Casi la totalidad de los pastores y operarios del obraje reclutados en
pueblos residía en siete de los quince pueblos: Los Sóndores (hoy
Ondores), Ullucmayo (hoy Ulcumayo), Carhuamayo, Paucartambo, Pasco
y, en particular, Ninacaca y Los Reyes (hoy Junín). En efecto, la
documentación muestra que el empresario del conjunto ganadero y
textil tenía las redes establecidas principalmente con los curacas
de los siete pueblos señalados y sus parcialidades como los
principales abastecedores de trabajadores mitayos y alquilados
(mingados). Estos pueblos también aparecen con mucha frecuencia en
la documentación en las fiestas religiosas, situaciones propicias
para el endeudamiento de los trabajadores potenciales y efectivos.
Esto es central para este estudio pues debió ser fundamental la
negociación entre los empresarios y los curacas, curas y
corregidores para obtener la mano de obra necesaria. Al parecer, el
obraje y las estancias habían logrado una suerte de cuotas de
indígenas por parcialidad y pueblo, y es probable que fuesen los
curacas quienes cobraban de manera directa el producto del trabajo
de los indígenas que ellos mismos enviaban a los empresarios para
cubrir las obligaciones colectivas de la comunidad para con el
Estado colonial y la Iglesia.
Los trabajadores
El cuerpo documental utilizado tiene información detallada de 596
trabajadores con cuentas especiales en los libros mayores, o 652
trabajadores si consideramos también a los 56 que tienen cuentas
solo en otros libros parciales. De estos otros 56 (incluidas diez
mujeres), la mayor parte (37 o 66%) fue reclutada fuera de los
pueblos habituales del complejo productivo. Hay, además, 21 personas
(cinco mujeres) que no tienen cuentas propias a pesar de ser
mencionados como trabajadores en diferentes momentos de la década,
lo que hace pensar que tenían tratos diferentes con los
empresarios.
Cabe decir que los trabajadores son indígenas,9 pero hay que aclarar que entre
ellos figuran un negro y un mulato esclavos, una zamba libre (Isabel
Sebastiana) y un mulato libre: Lorenzo de la Torre, quien en 1671
aparece como zambo, en 1677 es quipo de la estancia
y estaba casado con la india María Jerónima Guacra.10
Se puede sospechar de la presencia de mestizos, aunque los nombres y
apellidos españoles no implican por sí solos el mestizaje: 106
trabajadores tienen nombres españoles, pero puesto que 18 de ellos
cumplieron en algún momento su obligación de mita, es difícil que
estos hayan sido mestizos. Otros 89, en cambio, no tuvieron
obligación de mitas, y de la mayoría (70), se desconoce el pueblo de
su residencia.11
Este tema conduce a otro de no menor importancia para entender los
regímenes laborales en una sociedad altoandina como la de Bombón en
ese tiempo: la red de vínculos de parentesco real y espiritual que
subyace a las relaciones laborales, tanto entre los empresarios y
los trabajadores como entre estos últimos. Sin embargo, la
información acerca del vínculo de parentesco figura en los
documentos de manera ocasional y, en particular, cuando se trata de
adjudicar la deuda pendiente de un trabajador fallecido o fugitivo a
un familiar (padre, hijo, hija, hermano, hermana, primo, esposa,
viuda, nieto, yerno o suegro). La realidad de los lazos familiares
debió ser mucho más compleja y extendida si se tiene en cuenta la
repetición de apellidos entre los trabajadores y la coincidencia de
pueblos de origen y residencia. Un ejemplo de ello es el caso de
Pedro Hilario Viquichi pues sí se especifica que es padre de
Francisco Pascual López Viquichi, pero no se dice nada de Cristóbal
López Viquichi, residente en el mismo pueblo de Ninacaca. En
realidad, hermanos, padres e hijos no llevan siempre los mismos
apellidos, lo que dificulta conocer mejor los vínculos de parentesco
entre los trabajadores.
De las 21 parejas casadas de trabajadores con cuenta propia, cabe
mencionar la de Ignacio Páucar y Luisa Cuscuy. Luisa, al enviudar en
1669, entra a trabajar por cuenta propia para cubrir las deudas de
su difunto marido.
Trabajadores y pueblos
La importancia especial de los pueblos y ayllus (parcialidades) se
aprecia en su papel como lugar de reserva de mano de obra para los
negocios controlados por los grandes propietarios privados. La mitad
de los trabajadores proviene de los pueblos y, en particular, de
siete pueblos con sus parcialidades o ayllus que concentran el
grueso de los trabajadores reclutados. Inclusive, dentro de los
pueblos algunos ayllus tienen más reclutas que otros: llacsamaray
(nueve trabajadores), chivian colca (nueve) y pomatoma (siete) de
Carhuamayo; yacolca (diez), callao atunruna (diez), rocan y
quiparacra (nueve cada uno) y yanayaco (ocho) de Ninacaca; y callao
guara (18), tambos y julca (17 cada uno), chaupipacha (trece),
collana (diez), curacapacha (nueve) y mariaca (ocho) de Los Reyes.
Es posible que hayan sido los curacas de estos ayllus los que
mantuvieran relaciones más favorables con los reclutadores de la
empresa.12
Así, los 289 mitayos y alquilados reclutados en la década
(1667-1677) en los quince pueblos corresponden a tan solo 48% del
total de mano de obra del complejo económico (véase cuadro 1).
Pero, la documentación no consigna el pueblo de origen o residencia de
52% de los trabajadores (307). Algunos de estos trabajadores
pudieron ser indios forasteros provenientes de
otros pueblos.13 En
todo caso, eran reclutados sin tener en cuenta la obligación del
pago del tributo o de la mita estanciera u obrajera y, por
consiguiente, a la mitad de los trabajadores hubo que reclutarlos a
través de otros mecanismos. Sin duda, este dato es importante pues
muestra que los pueblos mantenían su papel central en el
ordenamiento de la mano de obra, pero ya no eran indispensables para
cubrir las necesidades de trabajadores para las empresas que los
propietarios privados tenían en la zona.
Cuadro 1
Trabajadores de las estancias y el obraje.
Condiciones de trabajo por pueblos
Pueblos |
Total |
Varones |
Mujeres |
Alquilados |
Mitayos |
Alquilados-mitayos |
Presos |
Los Reyes
|
93
|
88
|
5
|
54
|
5
|
33
|
1
|
Ninacaca
|
73
|
68
|
5
|
33
|
12
|
27
|
1
|
Carhuamayo
|
30
|
27
|
3
|
5
|
5
|
19
|
1
|
Ullucmayo
|
21
|
18
|
3
|
5
|
5
|
9
|
2
|
Paucartambo
|
19
|
19
|
0
|
13
|
2
|
4
|
0
|
Los Sóndores
|
18
|
18
|
0
|
9
|
2
|
7
|
0
|
Pasco
|
15
|
15
|
0
|
15
|
0
|
0
|
0
|
Palcamayo
|
5
|
5
|
0
|
0
|
4
|
0
|
1
|
Vico
|
4
|
4
|
0
|
4
|
0
|
0
|
0
|
Cacas
|
3
|
3
|
0
|
3
|
0
|
0
|
0
|
Yanacachi
|
2
|
2
|
0
|
2
|
0
|
0
|
0
|
Acobamba
|
2
|
2
|
0
|
1
|
1
|
0
|
0
|
Chinchan
|
2
|
2
|
0
|
1
|
0
|
1
|
0
|
Yanamate
|
1
|
1
|
0
|
1
|
0
|
0
|
0
|
Huancabamba
|
1
|
1
|
0
|
1
|
0
|
0
|
0
|
Subtotal
|
289
|
273
|
16
|
147
|
36
|
100
|
6
|
Sin
precisar |
Varones
|
|
172
|
|
159
|
1
|
6
|
6
|
Mujeres
|
|
|
135
|
135
|
0
|
0
|
0
|
Subtotal
|
307
|
172
|
135
|
294
|
1
|
6
|
6
|
Totales |
596
|
445
|
151
|
441
|
37
|
106
|
12
|
Es claro que prevalecen los trabajadores alquilados, es decir los
formalmente voluntarios y asalariados (mingados). Son 441 los que
trabajan en esta condición y constituyen las tres cuartas partes del
total (74%). Los que trabajan en la condición de mitayos son 37 (6%,
incluyendo a cuatro mujeres), mientras que los que figuran en un
mismo libro de cuentas unas veces como alquilados y otras como
mitayos son 106 (18%). Además, doce trabajadores son presos o
llevados a trabajar por alguna deuda específica, incluida una mujer
(2%).
Las cifras mostradas por años evidencian la falta de datos en todos los
casos. Y aunque se pueden tomar las cuentas de 1671 como una muestra
realista de la fuerza laboral del complejo ganadero y textil, de
todas maneras, llama la atención que ese año presente una cantidad
muy limitada de mitayos: 32 contra los 55 de 1667 y los 70 de 1669.
Además de falta de información, al parecer estamos ante una mayor
evasión14
(véase cuadro 2).
Cuadro 2
Condiciones de los trabajadores por años,
1667-1677
Años |
Alquilados |
Mitayos |
Alquilados-mitayos |
Presos |
Totales |
1667
|
159
|
50
|
5
|
0
|
214
|
1669
|
221
|
69
|
1
|
0
|
291
|
1671
|
295
|
18
|
14
|
12
|
339
|
1674
|
61
|
9
|
7
|
0
|
77
|
1677
|
219
|
2
|
9
|
0
|
230
|
Del total de 596 trabajadores registrados en los momentos señalados, 456
eran varones (75%) y 151 mujeres (25%). De todas maneras, la
presencia significativa de mujeres es importante porque con ellas no
existía el mecanismo de coerción relacionado con el pago del
tributo, con la mita en las estancias ni con el obraje y, menos, con
la conmutación de la mita minera en Huancavelica. Con ellas se debió
aplicar otros mecanismos, aunque en cuatro casos sí se usó el de la
mita y el tributo (quizá en sustitución de familiares varones).
Sobre todo, es interesante advertir que 135 mujeres (83%) fueron
reclutadas sin considerar el pueblo de pertenencia y, en general, es
muy bajo el nivel de endeudamiento que tienen. Karen B. Graubart (2007, pp. 31-38)
encuentra que el tejido se convierte en una actividad femenina en
los Andes coloniales, pero esto incluye el trabajo en obrajes,
obrajillos (chorrillos) y a domicilio.
El obraje de Paucartambo no era pequeño, incluso en comparación con los
mayores obrajes de dos de las zonas obrajeras más importantes del
Perú colonial: Cacamarca, Chinchero y Pomacocha en Huamanga,15 y Huaro y
Pichuichuro, en el Cusco16 (véase cuadro 3).
Cuadro 3
Trabajadores por centro de trabajo, 1667-1677
Centro de trabajo |
1667 |
1669 |
1671 |
1674 |
1677 |
Estancias
|
73
|
1
|
57
|
77
|
s. d.
|
Obraje
|
139
|
290
|
274
|
s. d.
|
230
|
Estancias y obraje
|
2
|
s. d.
|
8
|
s. d.
|
s. d.
|
Totales
|
214
|
291
|
339
|
77
|
230
|
Si los montos globales de trabajadores en las estancias y el obraje son
un índice del grado de necesidad de uso de la mano de obra por parte
de los empresarios, la frecuencia con que aparecen los trabajadores
en los libros refleja tanto la necesidad de los propios trabajadores
por emplearse (o la urgencia de los pueblos por enviar a trabajar a
parte de sus miembros para cubrir obligaciones colectivas) como la
necesidad y la posibilidad de los empleadores para contar con los
mismos trabajadores para las labores. Aun teniendo en cuenta las
omisiones en la documentación, se tiene que 278 trabajadores (47%)
figuran una sola vez en los 1 151 registros de trabajo, mientras que
146 lo hacen dos veces (24%), 108 lo hacen tres veces (18%), 63
cuatro veces (10%), y solo uno cubre los cinco registros (véase
cuadro 4).
Cuadro 4
Frecuencia de registros en los libros,
1667-1777
Registro |
Totales |
Porcentaje |
|
Hombres |
Porcentaje |
|
Mujeres |
Porcentaje |
1
|
278
|
47
|
|
201
|
45
|
|
77
|
51
|
2
|
146
|
24
|
|
97
|
22
|
|
49
|
32
|
3
|
108
|
18
|
|
83
|
18
|
|
25
|
17
|
4
|
63
|
11
|
|
63
|
14
|
|
0
|
0
|
5
|
1
|
0
|
|
1
|
0
|
|
0
|
0
|
Total
|
596
|
|
|
445
|
|
|
151
|
|
Las mujeres constituían la cuarta parte de quienes se registraron una
sola vez (77 de 278 casos), la tercera parte de los que se
registraron dos veces (49 de 146 casos), y algo menos de la cuarta
parte de quienes tuvieron tres registros (25 de 108 casos). Así, la
mitad de las 151 mujeres se registra una sola vez, la tercera parte
dos veces y solo la sexta parte aparece en tres registros diferentes
(véase cuadro 5).
Cuadro 5
Frecuencia de registros por pueblos,
1667-1777
Pueblos |
1 |
2 |
3 |
4 |
5 |
Totales |
Reyes
|
38
|
17
|
20
|
18
|
0
|
93
|
Ninacaca
|
28
|
27
|
13
|
4
|
1
|
73
|
Carhuamayo
|
8
|
7
|
8
|
7
|
0
|
30
|
Ullucmayo
|
10
|
5
|
4
|
2
|
0
|
21
|
Paucartambo
|
3
|
1
|
5
|
10
|
0
|
19
|
Los Sóndores
|
8
|
1
|
5
|
4
|
0
|
18
|
Pasco
|
7
|
8
|
0
|
0
|
0
|
15
|
Palcamayo
|
5
|
0
|
0
|
0
|
0
|
5
|
Cacas
|
2
|
2
|
0
|
0
|
0
|
4
|
Vico
|
1
|
2
|
0
|
0
|
0
|
3
|
Yanacachi
|
2
|
0
|
0
|
0
|
0
|
2
|
Acobamba
|
2
|
0
|
0
|
0
|
0
|
2
|
Chinchan
|
2
|
0
|
0
|
0
|
0
|
2
|
Yanamate
|
0
|
1
|
0
|
0
|
0
|
1
|
Huancabamba
|
1
|
0
|
0
|
0
|
0
|
1
|
No especifica varones
|
95
|
30
|
29
|
18
|
0
|
172
|
No especifica mujeres
|
66
|
45
|
24
|
0
|
0
|
135
|
Totales
|
278
|
146
|
108
|
63
|
1
|
596
|
En realidad, se debe restar de estas cifras a aquellos trabajadores que
no figuran en los cuatro momentos señalados pero que arrastran
deudas de años pasados, lo que permite inferir que ya habían
trabajado en años anteriores. Así, al menos 27 de los 75
trabajadores y trabajadoras de las estancias en 1667 llegan con
deudas anteriores y cuatro con acreencias anteriores. Es decir, solo
48 son nuevos.
El caso del obraje es más ilustrativo pues solo catorce de los 25
trabajadores que aparecen por primera vez en 1667 eran nuevos en el
trabajo; lo mismo que 24 de los 61 en 1669; 34 de los 54 en 1671, y
20 de los 87 en 1677. Entonces, de los 480 trabajadores en el obraje
en la década estudiada, solo 92 tienen una única experiencia laboral
y no 227 como se infiere de la documentación disponible. Solo en
tres casos se deja constancia de que se abre la cuenta por ser
nuevos, tanto en las estancias como en el obraje (todos son de 1667:
Pedro Camacho de Ochoa, Ignacio Ticsi Huamán y Pedro Julca).
Entonces, se debe relativizar el carácter eventual del trabajo. Los
trabajadores eran más permanentes en las unidades productivas
rurales de lo que las fuentes dicen y, por consiguiente, se puede
pensar que sí funcionaban los mecanismos de compulsión (mitas,
tributos, endeudamiento, etc.) y de atracción (salarios) que
aplicaban los empresarios gracias a sus tratos con los curacas,
corregidores y curas,17 sin embargo, esos mecanismos no fueron
suficientes.
Reclutamiento y retención
Las cifras proporcionadas sobre la frecuencia de asistencia de los
trabajadores a las estancias y el obraje, muestran que los
empresarios implementaron con éxito mecanismos económicos y
extraeconómicos para atraer y asegurar la mano de obra necesaria
para el funcionamiento de sus actividades. A continuación, se
muestran los mecanismos usados para reclutar y retener a los
trabajadores.
En el caso del tributo y la mita, los pueblos se desempeñaron como
centros de reclutamiento pues los indígenas eran afectos al pago de
tributos y al cumplimiento de las mitas en las estancias, obrajes,
al igual que a la mita en la mina de azogue de Huancavelica.
La mita a favor de las minas, estancias y obrajes revela cifras pequeñas
(y en franca disminución a través del tiempo) que hacen pensar en
qué tanta importancia tenía en el complejo mundo laboral
hispanoamericano colonial. Sin embargo, debemos tener en cuenta que,
con cantidades pequeñas, como pudo haber sido, la mita fue un
criterio ordenador del trabajo, pues los turnos de trabajo
compulsivo garantizaban la afluencia de una cantidad básica de
trabajadores a partir de la que se debía buscar la mano de obra
restante o complementaria.
Hablar de mitas y tributos es referirse a montos de dinero bastante altos
para la economía campesina indígena. En efecto, en el tiempo
estudiado, el monto anual del tributo que debían pagar con su
trabajo los indígenas de Bombón se incrementó de manera muy
considerable. De 24 reales anuales en 1666 pasó a 32 reales en
1667-1669, a 40 reales en 1673 y a 48 reales en 1674-1677. Es decir,
en una década los empresarios cotizaron más barato el trabajo para
efectos de la paga del tributo al duplicar el monto de tres a seis
pesos anuales.
Los 218 casos consignados en los libros de Socorros corresponden a
aquellos indios que cancelaban el tributo con su trabajo en las
estancias o el obraje; y representan 36% de los 596 indios
registrados y 47% de todos los varones.18 Gonzalo Flores paga en seis
ocasiones el tributo con su trabajo por un monto global de 149
reales, pero 16 trabajadores figuran cinco veces con montos que
varían entre 128 y 188 reales (véase cuadro 6).
Cuadro 6
Sumas pagadas por el conjunto de indios tributarios
del complejo ganadero-textil en reemplazo del
tributo (en reales), 1667-1677
1667 |
1668 |
1669 |
1671 |
1672 |
1673 |
1674 |
1675 |
1677 |
986
|
392
|
1 078
|
2 384
|
586
|
3 552
|
1 292
|
1 084
|
1 536
|
Las estancias ganaderas requerían menos trabajadores para funcionar y,
debido a que la mita agrícola no era la prioridad del régimen
colonial, estaba menos organizada que la minera y la de plaza (Glave, 2009, ii, p.
439).19 Así, los mitayos fueron una parte
limitada de la fuerza laboral: 16% de 1 151 registros de trabajo
correspondía a trabajadores con turnos de la mita obrajera o
ganadera. En ciertos años, sin embargo, la proporción aumenta de
manera considerable (con 25.7% en 1667 y 24% en 1669), pero en otros
cae a cifras muy poco significativas, tal como sucede en 1677, en
que 4.7% de los trabajadores labora como mitayo. Más bien, la mita
servía para llevar a trabajadores de los pueblos a las estancias y
al obraje y, una vez ahí, retenerlos en el trabajo. Así, de 143
mitayos, al menos 35 corresponden a mitayos que se quedaron como
alquilados en las estancias o en el obraje luego de cumplido su
turno.
La mayoría de los mitayos proviene de pueblos determinados: Los Sóndores,
Ullucmayo, Carhuamayo, Paucartambo, Ninacaca y Los Reyes: 31 de 37
mitayos, y 101 de 106 alquilados y mitayos. De todos ellos, unos
cuantos trabajaron en su condición de mitayos con más de un registro
en la década que cubre la documentación: Pedro Capcha Cemita y Juan
Capcha Cemita del pueblo Los Sóndores; Pascual Guayanay, Pablo
Blancas, Francisco Carlos y Pedro Campuzano (Ninacaca); Agustín
Taquiri Macua y Juan Ramos Sicasica (Los Reyes), y Sebastián Carhua
Pachin (Paucartambo). Además de los cuatro mitayos reclutados en
1667-1668 en el pueblo de Palcamayo, Juan Baltasar Palcamayo trabajó
forzado en 1671.
No parece haber sido común el reemplazo en los turnos de mita, pero es el
caso de Jerónimo Cayas quien, luego de servir de mitayo un mes y
medio en la estancia Chichausiri, concertó con Lucas Chantayco
Capcha para que lo reemplazara en esta obligación por igual tiempo.
Luego de servir por Cayas, Lucas Chantayco Capcha continuó sirviendo
de mitayo por otro indio del mismo pueblo (Acobamba) por tres meses.
A los mitayos sustitutos se les llamaba alquiles.20
Los indios de la zona eran también afectos a los turnos de la mita minera
en Huancavelica.21
Los empresarios en Bombón, sin embargo, buscaban evitar que su mano
de obra potencial se alejara a través de un procedimiento común ya
en el siglo xvii: sustituir el viaje a Huancavelica por
dinero o mita de plata.22 No es que el trabajo en las
estancias o en el obraje haya sido más llevadero, pero de seguro era
preferible al traslado a la mina de Huancavelica con los conocidos
riesgos para la salud y la vida, y las largas ausencias de sus
pueblos, familia y tierras.23 Al respecto, una referencia a
lo temible que era el trabajo en Bombón la hallamos en una
declaración por el caso de idolatrías de 1677 en el pueblo de Maray
(Cajatambo, al otro lado de la Cordillera Occidental). Los indígenas
de Cajatambo debían mitar en las estancias y obrajes de
Chinchaycocha, y antes de partir “lo mingavan [al acusado de
hechicero] para tener buenos sucessos en las mitas que yban a hazer
asi a Bombon como al obraxe”.24
El mecanismo de la mita de plata era el siguiente. Los
agentes de López Grayño acordaban en los pueblos, las estancias y el
obraje con los gobernadores y piscapachacas de los
pueblos y las parcialidades (ayllus) pagar los montos pactados con
los mineros de Huancavelica para redimir a los indios de los turnos
de la mita minera. Sin embargo, en lugar de dinero en efectivo
enviaban productos de la zona (incluyendo textiles del obraje y
cecinas de las estancias) a cargo de un comerciante para su venta en
Huancavelica antes de entregar los montos acordados a los
mineros.25
La diferencia en los precios de los productos añade una ventaja
adicional a favor de los empresarios.
Los 148 casos registrados de pago para no ir a Huancavelica involucran a
la tercera parte de todos los varones. Exonerarse de ir a trabajar
durante dos meses a Huancavelica costaba a los indígenas de la
meseta de Bombón la exorbitante suma de 480 reales cada tres o
cuatro años (es decir, lo que podían aspirar a recibir en un año de
trabajo en una estancia u otras tantas tareas en el obraje). A este
monto el empresario agregaba ocho reales (un peso) de su comisión
para los gastos de la operación, con lo que incrementaba la ya
abultada deuda que debía ser pagada en trabajo. Esta exoneración de
ir a la mina, sin embargo, no eximió a al menos 20 indígenas de
cumplir sus turnos de mita en las estancias o en el obraje en
Bombón.
Con información entrecortada, se tiene que, en promedio, los trabajadores
redimen en dinero 2.3 veces la mita de Huancavelica, pero 27 de
ellos lo hacen tres veces en la década de 1666-1677, 16 lo hacen
cuatro veces y tres lo hacen cinco veces. En cuanto a trabajadores
individuales, los mayores montos de deuda por la exoneración los
tiene Juan Alonso Huamán Chagua con 2 296 reales, seguido de
Cristóbal Arias con 2 024 reales (aparte de 146 reales que debía por
tributo pagado por el empresario) y Pedro Ayacsongo con 1 936 reales
(aparte de 146 reales por su tributo). La racionalidad económica de
este reemplazo para el trabajador y la comunidad consistía en la
posibilidad de utilizar el tiempo que no se empleaba en la mita
(incluyendo el trayecto de ida y vuelta), en actividades regulares
que generaran un provecho efectivo o simbólico mayor al entregado
para la exoneración. Como ya se señaló, los curacas determinaban
cuáles de los indígenas de sus pueblos debían acudir a las estancias
o al obraje a trabajar más de un año en sustitución del trabajo
efectivo de dos meses en la mina de Huancavelica, a pesar de que
esto obligaba a los familiares de los comuneros a trabajar en su
reemplazo.
Este procedimiento debió ser muy conveniente para los empresarios; a
pesar de que debían realizar desembolsos muy considerables, los
hacían por ser una vía al parecer muy segura para abaratar costos y
reclutar y retener mano de obra en las estancias y el obraje.26
De esta manera, tributos, mitas y mita de plata eran
mecanismos que dependían de la relación de los empresarios con las
autoridades de los pueblos. Los representantes de los indios debían
cuidar que el trato de no involucrar a más indios de los debidos y,
en particular, que se respetaran las exoneraciones de sus indios a
fin de poder contar con ellos en las obligaciones de sus propios
pueblos. Los curacas llevaban una cuenta paralela con sus propios
quipos (registradores) en
quilcas o libretas especiales. Por ejemplo,
en el ajuste de mayo y junio de 1674 se anotan ciertas condiciones
que revelan el manejo de las mitas y el trabajo en Bombón. Al
recibir 488 reales para que Pedro Quispe Huamán Ulluclla no fuese a
Huancavelica, su gobernador certifica que le había dado dos meses de
descanso en la mita y, de esa manera, el siguiente turno en
Huancavelica u otra obligación similar en Bombón debería ser en el
bimestre julio-agosto de 1675. Por su parte, Juan de Castañeda y
Sebastián Malqui Soto “ajustaron la mita entera que tocó al ayllu
collana de este pueblo de Paucartambo de dicho año que está referido
de mayo y junio de 1674”.27
Resulta interesante una aclaración hecha en septiembre-octubre de 1674
para entender la intención del empresario y su confianza en que la
mita de plata funcionaba. Al hablar de un
mitayo, dice que paga por él 242 reales por un mes de mita aun
cuando “este Pedro Julca Guaraca no vino en la memoria de Juan de
Ortega y, por decirme don Carlos que avia venido al pueblo a sembrar
su maca y su muger y dos hijos estaban en la estancia con la manada,
los pagué”. Es decir, el trabajador mitayo continúa con el trabajo
en su chacra mientras sus familiares cumplen en la estancia con el
trabajo que debía sustituir el que debía efectuarse en
Huancavelica.28
Otros mecanismos no tienen a los pueblos como lugares de reclutamiento.
El caso de los trabajadores conminados de manera directa (presos) no
parece haber sido significativo pues solo doce trabajadores aparecen
como forzados y todos corresponden al obraje de Paucartambo en 1671.
Incluso, tres presos figuran luego en condiciones aparentemente
libres en el obraje.
Solo para ilustrar esta modalidad de reclutamiento, veamos el caso de
Juan Luis. El 9 de julio de 1671 el empresario López Grayño entregó
80 reales a Juan Luis en el pueblo de Acobamba “con calidad que a de
venir a trabajar y no ha venido hasta ahora, dio por su fiador a su
suegro [Rodrigo Julca del pueblo de Ullucmayo]”. Luego se consigna
que llegó el 11 de agosto, llevado por el enganchador Gabriel
Cabello, y que recibió otros 24 reales antes de salir de Acobamba.
Al momento de su partida, Juan Luis debió pagar 496 reales a Alonso
Sánchez Bustamante por la cuenta que tenía pendiente en su obraje de
Acobamba y este dinero también fue proporcionado por López Grayño.
Por el viaje se le cargaron 152 reales de flete de la ropa que pasa
de un obraje al otro, pero, al perdonarle 48 reales, quedó debiendo
104 reales por este concepto. La deuda por 1 292.5 reales que tenía
al final del año grafica bien su situación pues en el año había
logrado trabajar solo por 109.5 reales.29
El enganche –o entrega de dinero– como anticipo para obligar a ir al
trabajo es algo más frecuente en la documentación.30 En 1667, a
María Sebastiana Runco le dieron 96 reales que, según las fuentes,
ella misma “pidió para trabaxar el terçio que viene” en el
obraje.31
En el año 1671 son dos los intentos fallidos de enganchar a mujeres
para trabajar en el obraje. A María Magdalena Rapas, mujer del
arriero Juan Acras, se le cargaron 80 reales que ella misma pidió
“para trabaxar en el obraxe y los recibió su marido de esta yndia”.
También, Juana María Vilca Huamán, hija de Juan Vilca Huamán (preso
ese año en el obraje), “debe dies pesos que le di en reales para
trabaxar en el obraxe, los quales recivió en su mano en quatro de
março de 1672 juntamente con el dicho su padre”. Ninguna de las dos
llegó a trabajar y redimir las deudas, al menos en la década
estudiada.32
En 1673 fueron diez los pastores que desquitaron deudas guardando ganado,
pero los montos son relativamente pequeños. Más bien, en 1675 crecen
los montos y dos casos son ilustrativos. Francisco Callan, indio
alquilado del pueblo Vico, debe la considerable suma de 1 120 reales
que le dio don Antonio de la Escalera para “desquitarlos” guardando
ganado. Además, su propio gobernador, Domingo Huayna Yanqui le había
dado 320 reales para servir su obligación por tres meses en su
cancha, en una situación que podría
interpretarse como una modalidad de la mita en trabajo para el
curaca. Por otro lado, 200 reales que recibió Luis Guaranga del
pueblo Yanamate fueron al bolsillo del cura de Pasco. Mientras
trabajaba para pagar esa deuda, Luis adquirió nuevos préstamos y
adelantos. Logró descontar 195 reales con su trabajo, pero en
septiembre de ese año seguía debiendo 321 reales.33
Este último caso lleva al tema, muy documentado, del endeudamiento ya
estando en el trabajo. Los empresarios entregaban dinero y bienes a
los trabajadores de manera sistemática para crear o incrementar una
deuda que los atara y retuviera en las estancias y el obraje. Son
muy frecuentes las referencias a la entrega de dinero o bienes
durante fiestas, enfermedades, casamientos y velorios, en particular
en el libro manual de 1673-1674, que detalla el reparto de dinero y
bienes a los trabajadores que ya laboran en el obraje.34
Además de numerosas entradas que consignan la entrega de cuartillos y
reales a los indígenas, y montos mayores destinados “por junto” para
la adquisición de bienes, los libros manuales registran la entrega
de bienes que eran repartidos por el empresario como un antecedente
de los repartos de mercancías que más adelante harían los
corregidores en conjunto con comerciantes y propietarios locales,
curas y curacas.
Cualquier día de la semana llegaban los productos al pueblo para ser
distribuidos entre los trabajadores del obraje. Pese a ser un
obraje, Paucartambo recibía grandes cantidades de “ropa de la
tierra” proveniente de Jauja. Llegaban al obraje como parte de los
“socorros” llicllas, bayetas, frazadas, jerga, cordellate y pañetes.
Pero también llegaban vestidos de cordellate (cotones, calzones y
gabardinas). La cera se repartía a 16 reales la libra para la fiesta
de la Concepción o la del Rosario. Por ejemplo, el jueves santo de
1674 se repartió cera según una lista de más de cuatro páginas.
Las listas de reparto de cecinas también son largas: la del 3 de
diciembre de 1673 tiene tres páginas; la de diciembre, dos; la de
febrero de 1674 más de una; la de abril, tres; la de agosto, tres, y
la de septiembre, dos.
En menor medida, se repartía coca, maíz, trigo, harina, aceite, tabaco en
polvo, carneros, puercos, mulas, botones de Tarma, y otras
mercaderías. Las tijeras y los sombreros eran un producto eventual,
pero de un alto precio. Los trabajadores de las estancias debían
comprar sus propias tijeras para la esquila del ganado. El 6 de
junio de 1674 se repartieron, por 800 reales, 50 pares de tijeras
que Tomás Muñoz de Guevara envió a Paucartambo con Pedro de
Carvajal; días después, se repartieron otros 36 pares. En realidad,
aquí la documentación permite establecer la diferencia en el precio
entre lo que costaba al repartidor y el precio en que se repartía.
López Grayño adquiría las tijeras a 16 reales el par y las repartía
a 24 reales. Por otro lado, el 25 de junio se repartió a la gente
del obraje 50 sombreros a 24 reales cada uno.
Menos conocido es el gasto religioso, pero su incidencia es también
importante para atar a los trabajadores. López Grayño paga (o tal
vez tan solo registra) las deudas que tenían los trabajadores del
obraje a favor del vicario Nicolás Martínez Pardo. Al final del
libro correspondiente al periodo 1673 y 1674 se consigna la larga
lista de 113 indios (89 varones y 24 mujeres) que tenían deudas por
obvenciones y ofrendas, mientras que 39 indios (trece indias) debían
al vicario 584 reales por limosnas llamadas de Jerusalén. A esto se
deben agregar los 572 reales que por “santos” cobró el vicario al
conjunto de los indios. El monto total de estas deudas asciende a 6
909 reales (863 pesos con cinco reales) y, en promedio, cada
trabajador debía 61 reales (o siete pesos con cuatro reales), es
decir, montos muy superiores a los que debían abonar oficialmente
los indígenas por concepto de tributos al rey. Esto da una idea
clara de la importancia del rubro de deudas a la Iglesia dentro de
los mecanismos de endeudamiento que tenía el empresario para obtener
la mano de obra y retenerla en los centros de trabajo.
La remuneración
La remuneración de los trabajadores era variada y compleja. Incluía el
dinero, pero solo como parte de un sistema de compensación por
trabajo que se hacía también en bienes y en servicios eclesiásticos,
o el pago del tributo y la exoneración de las mitas. Si se considera
que los salarios nominales establecidos por ley y por la práctica
eran insuficientes para garantizar la subsistencia de los
trabajadores, se entenderá también que el trabajo de los indígenas
debía ser familiar para poder cumplir con las tareas, lo que
significa que la familia del trabajador asumía parte de los costos
de producción.35
No es posible establecer con precisión las proporciones en que el dinero
participaba de manera efectiva en la remuneración. Sin embargo, es
muy probable que el salario nominal haya sido más una medida del
endeudamiento en que los trabajadores se encontraban en un momento
dado respecto al empresario. En este sentido, es muy interesante que
la información de un pago por trabajo que aparece como hecho en un
libro, en el siguiente se señale que el pago había sido una
operación contable y no efectiva. Así, en numerosos casos figura la
anotación de “pagado” o hasta “pagado en mano” al final de la cuenta
de un indio alquilado o mitayo, o en el título de un libro se hacía
la “advertencia que todas las quentas de dichos pastores que an
servido en esta estançia están ajustadas hasta catorce de dicho mes
de septiembre de 1671 años”, pero luego se diga que esos montos
pasan a otro libro o cuaderno de otra estancia, o del obraje de ese
mismo año o de otro posterior. En realidad, el mundo rural andino
maneja escasamente el dinero en efectivo (Glave, 2009, ii, pp. 439-441).
La remuneración de los operarios y pastores se establecía de acuerdo con
el año laboral, sin incluir los domingo y días feriados. En la zona
rural este tenía un poco más de 300 días y el mes laboral 22-24
días, aunque se debe considerar que el trabajo rural se regía más
por el calendario agrícola de la zona.
El virrey conde de Santisteban modifica el arancel de jornales para
mitayos y mingados jornaleros dado anteriormente por los virreyes
Toledo y Velasco, además de que iguala el salario de los mitayos y
mingados. En los obrajes de la sierra central, a los libres
(mingados) se debía pagar 47 pesos con dos reales al año (cerca de
un real con un cuartillo al día) más la alimentación equivalente a
un real por día de trabajo; a los mitayos: 40 pesos con cuatro
reales (324 reales o un real por día de trabajo), y a los muchachos:
24 pesos con dos reales (194 reales o medio real por día de trabajo,
aproximadamente) (Macera, 2014, pp.
868-883).
La remuneración variaba de acuerdo con las labores que se realizaban en
las estancias y el obraje como también a la condición en que se
trabajaba (libre o mitayo). El indio mitayo recibía en 1668 un real
por día, tal como lo mandaba el arancel del virrey conde de
Santisteban, pero desde 1670 aumentó a uno y medio y hasta a dos
reales diarios, sin mencionar la alimentación. Un pastor alquilado
cuya obligación era guardar una o dos manadas obtenía dos reales y
medio, pero podía variar en caso de cuidar carneros (96 reales al
mes) o borregas (88 reales al mes).
Según la documentación, el caso de los mitayos que trabajan también como
alquilados es diferente, pues el cálculo se hace teniendo en cuenta
el tiempo dedicado a cada modalidad. Por ejemplo, el
guata (alimentador) Diego Baltasar Chucho
Taquiri recibe 406 reales por nueve meses y un día como mitayo y 996
reales por un año con trece días de alquilado.36
Lo más común era que las manadas tuvieran más de 1 000 cabezas, cuando lo
formal era no más de 660. En 1674 sube el jornal del alquilado, pero
también la carga de trabajo: ahora obtiene tres reales al día, pero
debe cuidar de manera simultánea tres, cuatro, cinco y hasta seis
manadas. El trabajo en estancias tenía una tarea adicional en la
trasquila, pagada aparte.37
Con rebaños tan grandes, no debe llamar la atención la pérdida de grandes
cantidades de cabezas de ganado.38 En los balances se hacía cargo
a los pastores por las cabezas faltantes, tal vez en la creencia de
que los pastores disponían del ganado de la estancia como propio
durante el tiempo de su servicio, sabiendo que debían responder por
las cabezas perdidas al momento de los ajustes de cuentas y que las
deudas así generadas serían sumadas a sus cuentas personales.39 Otra modalidad
era que los mismos pastores tuvieran cabezas de su propiedad con las
de la estancia. Por ejemplo, en 1669 se le cobraron 80 reales al
indio alquilado Gaspar Antonio Jaico por “acomodar su ganado en
Ullucmayo”, en una suerte de antecedente de los huacchilleros que
Joan Martínez (1973)
encuentra en la sierra central en el siglo xx,40 incluyendo las
estancias aquí estudiadas.
El trabajo en el obraje se organizaba a destajo. La
tarea era la medida de la remuneración de los operarios tanto
voluntarios como mitayos, y era pagada a razón de un real cada una,
y debía corresponder a una jornada laboral.41 Las tareas extraordinarias
se hacían para las wairas o “salidas de chacras”.
En 1677 todo hace suponer que se incrementa la carga laboral en el
obraje. Al menos, así lo muestra el aumento de las cifras de tareas
cumplidas por los operarios.42
Los balances o “ajustes” de las cuentas
Los balances o “ajustes” se realizaban sin una periodicidad fija. En este
acto participaban los curacas como representantes de los indígenas
de sus pueblos e, incluso, al menos en algunos casos, ellos cobraban
el dinero que resultaba del trabajo de los miembros de sus
comunidades que remitían a los empresarios de haciendas y obrajes, y
que debían guardar en la caja de la comunidad para afrontar las
obligaciones colectivas (tributos, fiestas, etc.) y cubrir los
aportes de los ausentes.
La compulsa entre las cargas y el pago que recibían los trabajadores en
el lapso estudiado ayuda a comprender mejor este fenómeno que
esconde mucho en las cuentas. En particular, sería importante
determinar si –como todo hace pensar– la dinámica entre las deudas
adquiridas ya trabajando (“nuevos cargos”) y lo redimido en el
trabajo era parte consustancial de un sistema de remuneraciones que
buscaba pagar en especie (productos) y servicios (sustitución de
tributos y mitas) antes que en dinero y que seguía una lógica de un
endeudamiento adelantado que resultara difícil o, incluso, imposible
de eliminar.
Los pastores de las cuatro estancias en su conjunto debían cantidades tan
elevadas que era imposible cubrirlas con su trabajo regular. El caso
de 1671 –año con datos más confiables– muestra que, incluso con una
cifra alta en salarios, se queda debiendo 31 760 reales (casi 4 000
pesos).
Ya de manera individual, una constatación muy importante es que los
montos de las nuevas deudas se han más que duplicado pues, en
promedio, un pastor empezaba el trabajo debiendo 422 reales en 1667,
393 reales en 1671 y 1 195 reales en 1674, y al hacer el ajuste al
final del periodo tenía una deuda de 471 reales en 1667, 481 reales
en 1671 y 1 208 reales en 1674, lo que disminuía su capacidad para
redimir los “socorros” recibidos como adelanto, pues lo obtenido por
salarios, que en 1667 era de 380 reales en promedio, había subido a
819 reales en 1671 y luego bajado a 630 reales en 1674 (véase cuadro 7).
Cuadro 7
Resumen de cargos, salarios y deudas de los indios
pastores de las estancias, 1667-1674 (en
reales)
Año |
Deuda previa |
Nuevos cargos |
Salario |
Deuda |
Acreencia |
1667
|
14 761
|
45 161
|
28 137
|
34 889
|
5 740
|
1671
|
10 220
|
71 456
|
54 057
|
31 760
|
4 133
|
1674
|
27 480
|
19 026
|
17 003
|
32 628
|
3 215
|
Numerosos trabajadores salían del trabajo más endeudados de lo que lo
estaban al iniciar sus labores. Como ejemplo, Pedro Ayacsongo entró
en enero de 1673 a cuidar cinco manadas y, luego de haber trabajado
30 meses a 88 reales el mes, el cómputo de su salario fue de 2 640
reales que de poco le sirvieron pues en el mismo lapso sus deudas
crecieron tanto que debía 950 reales en diciembre de 1675. Lo mismo
sucedió con Ignacio Poma Chagua, que había trabajado 30 meses para
terminar debiendo 1 676 reales, Pedro Atau Páucar debía 1 091 reales
como ayudante en el ahijadero, Pedro Rupay Malqui debía 1 666.5
reales, Juan Malqui Chagua quedó debiendo 1 765.5 reales, Diego
Chagua debía 2 631.5 reales luego de cuidar seis manadas en ese
tiempo, Domingo Huamán Chaca debía 3 662 reales por las seis manadas
que cuidó, Andrés Chagua debía 2 515.5 reales, Diego Quispe Huamán
debía 296 reales, Diego Ticsi Chagua Yanaqueso debía 4 105.5 reales
por cinco manadas, incluyendo un mes en el preñadero a 100 reales
mensuales, pero recibiendo solo 80 reales.43
Las cifras de las deudas que las estancias tenían a favor de los pastores
por trabajo eran trasladadas a los nuevos libros. Las acreencias se
producen pues hubo pastores que, lejos de endeudarse, debían recibir
dinero en efectivo de parte de la empresa ganadera.
En el obraje la situación era incluso peor que en las estancias, pues en
su conjunto los operarios arrastran montos mucho más grandes. Las
deudas anteriores se incrementan hasta cuadruplicarse o más en la
década y duplicarse entre 1671 y 1677. En realidad, solo en 1669 y
1677 los salarios cubrieron los endeudamientos adquiridos ya estando
en el trabajo. De ahí la importancia de los endeudamientos para
fijar a los trabajadores en el obraje, pues los pueblos no eran ya
suficientes para este propósito. Como en el caso de las estancias,
existieron operarios que terminaron su trabajo con deudas a su favor
que, por lo regular, la empresa trasladó al libro siguiente en vez
de cancelar en mano como estaba mandado.
El incremento de deudas individuales en el obraje es muy notorio a lo
largo de la década de estudio. Si al inicio existen solo dos
operarios con deudas a pagar por el equivalente a 960 tareas o más,
en 1677 ya son siete los que deben trabajar más de tres años para
cancelar lo adeudado; y de cinco operarios endeudados con montos
superiores a 480 reales en 1667, diez años después ya eran 31 los
que debían trabajar un año y medio solo para salir de las deudas
(véase cuadro 8).
Cuadro 8
Resumen de cargos, salarios y deudas de los indios
operarios del obraje, 1667-1674 (en reales)
Año |
Deuda previa |
Nuevos cargos |
Salario |
Deuda |
Acreencia |
1667
|
32 999
|
30 459
|
27 325
|
39 356
|
3 407
|
1669
|
80 272
|
32 933
|
48 017
|
74 608
|
11 496
|
1671
|
70 895
|
66 858
|
49 782
|
94 187
|
5 851
|
1677
|
136 498
|
52 247
|
52 793
|
130 792
|
5 219
|
También existieron los casos de endeudamiento moderado, pero casi todos
los casos documentados se refieren a pastores y operarios del obraje
eventuales. Incluso, da la impresión de que trabajan solo para
librarse de una deuda ocasional. Por ejemplo, en 1667 Fernando Coya
Chagua incurrió en una deuda de 60 reales que pudo eliminar con los
167 reales de su corto trabajo. Lo mismo sucedió con Felipe de la
Cruz Solano, quien canceló 36 reales que debía y, al parecer, no se
interesó por seguir trabajando en la estancia, trasladándose a
trabajar en el obraje de Paucartambo. Francisco Carlos hizo lo
propio en 1671, ya que, con una deuda de 42 reales, trabajó y
reportó 174 reales; Agustín Gregorio debía 98 reales, pero trabajó
por 254, y Juan Yacolca debía 29, pero ganó 120 reales.
Conclusiones
La década de estudio (1667-1677) muestra que el régimen de reducciones
toledanas quedó obsoleto en Bombón, ya que un siglo después de la
creación de reducciones o pueblos de indios la mita estanciera y
obrajera resulta muy insuficiente para cubrir las necesidades
laborales de las empresas privadas aparecidas en la zona en las
décadas anteriores. En tiempos en que la población estaba en sus
niveles demográficos más bajos, cambiaron las relaciones entre los
pueblos y los empresarios de las cuatro estancias ganaderas y el
obraje. El reto consistía en lograr captar y retener a los indígenas
que vivían en los pueblos, pero no como originarios, sino como
forasteros, pues esta población no obedecía a los mecanismos
tradicionales (toledanos), y las exigencias fueron mucho mayores con
la consolidación de empresas privadas en un mercado colonial en
expansión.
La escasez de trabajadores potenciales hace pensar que la misma favorecía
a estos al negociar las condiciones de los acuerdos laborales. Sin
embargo, los hechos muestran: a) compromisos del
empresario con los curacas de los pueblos sobre las parcialidades
que van más allá del orden toledano de mitas para abastecer de mano
de obra a las empresas privadas (haciendas, obrajes, minas, etc.),
bajo un régimen de solidaridad corporativa a cambio de recursos
monetarios que cubren las urgencias coloniales de la comunidad en su
conjunto, y b) mecanismos de endeudamiento
individual que se valen de las cargas coloniales ya existentes
(tributos y mitas), pero añadiendo obligaciones nuevas y más
demandantes.
Según los documentos, los pueblos y curacas ya no son suficientes para
garantizar el funcionamiento de las actividades privadas ubicadas en
el entorno (o incluso dentro) de las comunidades y, por esto, se
introducen mecanismos también compulsivos, pero basados en un
control individual (deudas) para contrarrestar la resistencia al
incremento de turnos de mitas, la duplicación de los tributos, la
elevación de las tareas tanto en las estancias como en el obraje, la
sustitución de la mita minera en Huancavelica por la mita de
plata en Bombón, el sistema (todavía rudimentario)
de reparto de mercaderías entre los trabajadores y el cobro que hace
la empresa por servicios eclesiásticos.
A pesar del aumento de las remuneraciones nominales, la evidencia
cuantitativa y cualitativa marca un deterioro de las condiciones de
trabajo y la remuneración de los trabajadores medible en los niveles
de endeudamiento en que incurren y que los obliga a dedicar mayor
tiempo propio y de familiares a las labores en las estancias y el
obraje. Una importante parte de la población indígena está al borde
de la yanaconización por quedar en el desamparo respecto a las
instituciones tradicionales andinas, estando como estaba endeudada
por montos superiores al equivalente a un año y medio de trabajo
gratuito.
En efecto, la mitad de los 596 trabajadores del complejo ganadero y
textil fue reclutada en los pueblos de la meseta según el orden
toledano, mientras que la otra mitad llegó de otros lugares (incluso
de los mismos pueblos, pero en su condición de indios forasteros) a
través de mecanismos coercitivos que incluyeron obligaciones
coloniales que ya se daban, como el tributo y la mita estanciera y
obrajera, pero a las que ahora se suman obvenciones eclesiásticas,
la mita de plata a favor de los propietarios
mineros de Huancavelica, adelantos de dinero, el pago en productos
alimenticios (sal, coca, maíz, trigo, harina, aceite, cecinas y
carnes), además de la entrega compulsiva de bienes como un
antecedente del reparto de mercaderías que luego se generalizaría en
los Andes ya con la participación de los corregidores y
comerciantes. Aunque las dos terceras partes de los 1 151 registros
de trabajo se refieren a los llamados indios alquilados (mingados,
varones y mujeres formalmente libres), se trata de modalidades de
regímenes laborales basados en vínculos extraeconómicos toda vez que
el “salario” funcionaba como un referente de las deudas y acreencias
que tienen el empresario y sus trabajadores.
Por su parte, el empresario no pudo conseguir la participación laboral
directa y masiva de las mujeres de los pueblos. Sin obligaciones
coloniales formales, las mujeres tuvieron que ser atraídas a través
del endeudamiento que, en su caso, no alcanzó niveles tan altos como
entre los varones. Más bien, las mujeres cumplen el papel de cubrir
turnos de trabajo de sus parientes varones a fin de lograr aminorar
o eliminar las deudas adquiridas que, en este caso, son deudas
familiares pues se heredan por generaciones.
Todo esto lleva a una nueva configuración de regímenes laborales
coercitivos que tendrán vigencia durante las centurias siguientes en
los Andes, incluso más allá de los límites temporales del periodo
colonial, aspecto que bien merecería la atención de estudiosos sobre
otros lugares y actividades económicas, a fin de establecer la
medida en que se pueden generalizar los hallazgos obtenidos en este
estudio.
Este es, en suma, un estudio detallado de los mecanismos que aplicó un
empresario ganadero y obrajero para reclutar, mantener y utilizar la
mano de obra de los pueblos indígenas de los alrededores, que
muestra una realidad que apunta a un claro empeoramiento de las
condiciones de vida y de trabajo de la población indígena, que
incluso asume con sus familias los costos de reproducción de la mano
de obra de haciendas, minas y obrajes privados en tiempos en que se
inicia el apogeo de la producción ganadera y textil en los obrajes
de los Andes centrales, de acuerdo con dinámicas propias de un
mercado interno colonial en expansión.
Archivos
Archivo Arzobispal de Lima.