Introducción
La empresa pública en el desarrollo industrial
mexicano
Durante décadas, el análisis de las empresas públicas y su papel
en el desarrollo industrial mexicano estuvo enfocado en
discutir sus resultados desde la perspectiva de la oferta.
Bajo esta visión, tales empresas tuvieron impactos positivos
debido a sus esfuerzos para producir bienes escasamente
atendidos en el país y, a la vez, de difícil acceso en el
mercado mundial. Se trató, en su mayoría, de insumos
indispensables para el buen funcionamiento de diversos
sectores y ramas de la economía, los cuales, además de
procurarse en forma suficiente, se vendían a bajo costo.
Desde esta perspectiva, las empresas públicas no solo
favorecieron la integración productiva, sino que mantuvieron
una corriente permanente de subsidios a la economía en su
conjunto, incluso algunas de ellas se convirtieron en
garante de la rentabilidad del sector privado (Casar y Peres, 1988;
Rey Romay,
1984).1
Sus condiciones de operación, empero, no eran las mejores. Desde
la perspectiva interna, esbozada por administradores y
técnicos del sector paraestatal ‒la cual cobró auge en la
década de los setenta‒, muchas empresas presentaban
problemáticas productivas de diversa índole. Ante ello, se
planteaba una racionalización del aparato productivo, así
como la modernización de varias industrias y empresas
públicas, en el marco de nuevas formas de gestión y
organización de la economía paraestatal, cambios asociados,
la mayoría de las veces, al fenómeno de la reconversión
industrial.2 Todo ello en aras de la
eficiencia, pero sin renunciar a la función de la empresa
pública como instrumento para fomentar el desarrollo.3
A la par de estos vientos de reforma, cobraron auge enfoques
neoliberales que concebían a las empresas públicas como
entidades ineficientes por naturaleza, que prohijaron tanto
una burocracia rentista como el clientelismo sindical. Desde
tales enfoques, el desempeño de las empresas públicas era
cuestionable respecto de la cuantía de recursos que
dispusieron y de los malos resultados que causaron enorme
deterioro a las finanzas públicas. Lejos de contribuir al
desarrollo industrial, las inversiones estatales sesgaron el
avance hacia ramas con menores ventajas, retirando fondos de
otros proyectos más acordes con la dotación de recursos del
país (Aspe, 1993;
Rogozinski,
1993). Bajo estos argumentos, la
desincorporación y venta de empresas públicas era un paso
necesario para restablecer la competitividad del sector
industrial.4
Las razones por las cuales la reforma de la industria paraestatal
mexicana devino un proceso compulsivo de liquidación y venta
de activos inspirado en la ideología neoliberal, muchas
veces sin justificación técnica alguna y en favor de grupos
cercanos al poder (proceso que muchos autores califican de
turbio), ameritan discutirse en otro ensayo.5 El hecho
es que, en la década de los noventa, se consolidó en las
políticas públicas una visión histórica negativa de las
empresas estatales, una “leyenda negra” (Guajardo, 2013b) a
partir de la cual no solo se profundizó el proceso de
privatización industrial y se planteó la desincorporación de
otras tareas del Estado, sino que también decayó el análisis
histórico del sector productivo estatal. Esta tendencia fue
reforzada por algunos estudios tempranos, como el de Porta y Lopez-de-Silane
(1997), que adjudicaban a las privatizaciones
una mejora de la rentabilidad industrial; mismos que
reconocían, empero, que parte de las ganancias se obtenían a
expensas de la sociedad debido a la pérdida de empleos,
recortes salariales y aumento de precios.
Este descontento social, entre otras causas, activó “coaliciones
impugnadoras al neoliberalismo” que cobraron auge en los
albores del nuevo siglo (Thwaites, 2016). Bajo este contexto, se
revitalizó en todas partes el debate sobre las
privatizaciones y la aportación de las empresas públicas al
desarrollo. Así, después de lustros de relativo abandono, ha
resurgido tanto el interés científico como la curiosidad de
la sociedad en la trayectoria histórica del sector
paraestatal y en la función empresarial del Estado (Guajardo y Labrador,
2015).
Muchas de las interrogantes actuales ‒que rescatan algunas
preocupaciones de la década de los ochenta‒ se pueden
agrupar en tres líneas de investigación que se
retroalimentan: a) la
organización, evolución administrativa y desempeño del
sector paraestatal; b) la gobernanza de las
entidades públicas y su viabilidad actual, y
c) la función de las empresas
estatales en el desarrollo sectorial, la innovación y el
avance tecnológico. Destaca la variedad de enfoques y
herramientas teórico-analíticas, mismas que proyectan
metodologías que han ampliado de manera sustancial las
formas de abordaje y entendimiento de las empresas
públicas.
Bajo la primera línea de investigación, Guajardo (2013b) muestra la amplia
variedad de formas organizativas que se acumularon durante
un largo proceso histórico, resultado de la evolución de
objetivos sociales y económicos, así como de la asimilación
de los efectos de las revoluciones industriales y la
urbanización creciente. Desde esta perspectiva, las empresas
públicas no pueden ser analizadas como simples unidades
productivas, sino como elementos fundamentales de un sistema
sociotécnico, pues en ellas residen buena parte de “las
capacidades que en las sociedades capitalistas
contemporáneas son necesarias para soportar y arbitrar un
gran número de cambios” (Guajardo, 2013a).
En cuanto al segundo eje de análisis, Musacchio, Pineda, y García (2015)
discuten cómo lograr que las operaciones del sector
paraestatal se impongan o se adapten, según sea el caso, a
las normas y prácticas del capitalismo actual bajo la
concepción de que las empresas estatales siguen siendo pieza
clave en el desarrollo económico por sus aportes al empleo,
las rentas públicas y la distribución del ingreso. Por
tanto, el énfasis se ha puesto en la gobernanza,
concerniente, mas no limitada al conjunto de procedimientos
administrativos para mejorar la calidad de los servicios, el
funcionamiento y la rentabilidad de las entidades públicas.
Este enfoque se alimenta de una perspectiva histórica donde
buena parte de la problemática paraestatal derivó de la
(in)eficiencia burocrática y de las relaciones financieras
entre el gobierno y sus empresas.
El tercer eje de discusión enfatiza la contribución de las
empresas públicas al desarrollo sectorial, confirmando que
estas se mantienen como una fuerza motriz de las economías
capitalistas por sus impactos favorables en la integración
de cadenas productivas, el desarrollo tecnológico y la
innovación. En países en desarrollo donde el sector privado
y los mercados de capitales son más reticentes al riesgo,
estos rasgos se acentúan (Montes, 2013). Pero también en países
avanzados se ha comprobado que las innovaciones más
extraordinarias de los últimos tiempos en campos como la
biotecnología, la física molecular y las tecnologías de la
informática y la comunicación son el resultado de las
agendas de investigación de empresas y organismos estatales.
Beneficios de los que se retrotrae la investigación privada
o que se han transferido a firmas mediante convenios y
privatizaciones de remate (Mazzucato, 2014). Los grandes costos
asociados a innovaciones fundamentales continúan siendo
factores impulsores de esta dinámica.
En el caso de México este último aspecto ha sido poco estudiado
en relación con el tamaño que adquirió el sector
paraestatal. Escobar y
Cassaigne (1995) muestran cómo, desde la
década de 1940, el Estado financiaba centros públicos de
investigación científica y tecnológica vinculados al sector
paraestatal con el fin de reducir la dependencia tecnológica
del modelo de la industrialización por sustitución de
importaciones. El resultado fue la gestación de cuadros,
dinámicas y trayectorias tecnológicas que propiciaron
procesos de innovación en varias industrias. No obstante, la
perspectiva del trabajo prioriza la innovación y el
desarrollo tecnológico como algo que surge de los centros
creados para la solución de problemas tecnológicos de las
paraestatales, desenfocando las aportaciones que, en ese
sentido, resultan de las propias trayectorias de las
empresas públicas.
Un factor que ha reforzado esta desatención es el enfoque
predominante de asociar la consolidación de agendas
tecnológicas paraestatales a la formación de cuadros
burocráticos calificados, o de vincular su éxito a
estrategias de complementariedad entre agencias
público-privadas. La relativa escasez de estos elementos en
el pasado ha llevado a considerar el bajo financiamiento a
instituciones científicas, la poca profesionalización, la
corrupción y el clientelismo como las causas centrales del
limitado impacto de las empresas públicas en la innovación y
el desarrollo tecnológico.
El presente artículo explora otro enfoque, el cual asume que las
trayectorias tecnológicas deben estudiarse a la luz de las
condiciones históricas de las empresas públicas, tales como
las formas de organización de la producción y el trabajo, al
igual que el mercado de productos y patentes donde estas
operan. La innovación tecnológica refleja no solo los
esfuerzos concretos de los cuerpos directivos, sino la
consolidación de ciertas dinámicas tendentes a superar las
limitaciones estructurales que, en el caso de una economía
atrasada, se manifiestan de múltiples formas a medida que el
proceso industrial avanza y se torna más complejo. Uno de
estos escollos, muy recurrente en países de menor desarrollo
como México, es la falta de una estructura productiva
integrada; es decir, la baja complementariedad entre
sectores y subsectores cuya expresión más conspicua fue la
importación creciente de equipos y maquinaria durante la
época de la industrialización por sustitución de
importaciones. En este sentido, el estudio
de las dinámicas de integración productiva de las empresas
públicas, vistas como los esfuerzos encaminados a elevar el
grado de contenido local de la producción, podría brindar
elementos clave para comprender la función de estas
entidades en la innovación y el desarrollo tecnológico.
Con base en este enfoque, se analiza el caso de la Constructora
Nacional de Carros de Ferrocarril (cncf) de 1952 a
1988. Empresa que en sus orígenes se limitaba a la
construcción de furgones, pero que pronto avanzó hacia la
producción de bienes con mayor contenido tecnológico como
subterráneos y trenes eléctricos, siempre con grados
crecientes de integración local. El objetivo concreto del
estudio es discutir las bases históricas del proceso de
integración y su relación con las estrategias de aprendizaje
e innovación aplicadas, ello con el fin de dilucidar los
alcances tecnológicos de esta experiencia industrial de
Estado.
Para responder a estas inquietudes se utiliza una metodología que
consiste en el análisis de fuentes de archivo referentes al
proceso productivo. Se prioriza, en forma cronológica, el
análisis de sus fases, las dificultades que surgen y, puesto
que el desarrollo tecnológico implica procesos de
retroalimentación, los vínculos que se crean con otros
actores del sistema productivo como proveedores locales,
empresas transnacionales y el resto del sector paraestatal,
elementos importantes en la conformación de una agenda
tecnológica nacional. Se recurre a la noción de
eslabonamientos productivos para dar cuenta de estos
vínculos y se analiza tanto su formación como los cambios
de ritmo durante la existencia de esta empresa.
Acerca de los eslabonamientos productivos
En la teoría económica se han generado intensos debates acerca de los
sectores en los cuales la empresa privada tiene o no incentivos para
invertir. Los actuales enfoques convencionales con influencia
dominante en los programas de estudio de economía –me refiero a las
ideas neokeynesianas y las teorías del crecimiento endógeno–
insisten en mantener el costo de oportunidad y el beneficio marginal
como los elementos clave para entender los incentivos de las
empresas.6 A
partir de esta conceptualización, la falta de inversión privada en
el sector ferroviario de aquellos años respondería a un empresariado
que actuaba racionalmente debido a la falta de incentivos.
Desde las nuevas teorías del crecimiento, si bien se rompe con esta
visión de los incentivos como algo externo (condiciones perfectas) y
se enfatiza el grado de innovación y aprendizaje como la llave para
superar los desequilibrios del mercado, no se explica por qué una
empresa iniciaría la producción de bienes tecnológicamente complejos
en un país de menor desarrollo y economía abierta, cuyo cambio
tecnológico es endógeno y cuenta con dotaciones de recursos
iniciales (path dependence). Desde esta perspectiva
el crecimiento endógeno parece una carrera por no rezagarse, pero no
se explica de qué manera un país puede lograr un cambio estructural
(Tirado, 2003). Por
consecuencia, los enfoques que asumen el desarrollo de las economías
capitalistas como un proceso discontinuo, nunca tendente al
equilibrio, y que enfatizan el comportamiento empresarial como
efecto de los cambios estructurales ‒no a la inversa‒, tienen un
mayor poder explicativo (véanse Hirschman, 1981 y Gerschenkron, 1973).
En este sentido, para comprender las bases del proceso de integración
ferroviaria son útiles dos nociones planteadas por Hirschman en la
década de los cincuenta, en el marco de los debates sobre el
desarrollo y la industrialización de América Latina. La primera
alude al desarrollo desequilibrado y, la segunda, a la
industrialización expuesta al exterior. Ambas permiten distinguir la
respuesta del empresariado local para encauzar una industria de esta
clase y los motivos de la participación del Estado, así como el tipo
de eslabonamientos que surgieron en los primeros años de
funcionamiento de la cncf.
Respecto a la primera noción, las conceptualizaciones clásicas sobre el
desarrollo, basadas en principios de complementariedad y equilibrio,
presuponían la existencia de ciertas condiciones en las naciones
subdesarrolladas a la espera del gran impulso que permitiría
articularlas (big push). A diferencia de ello,
Hirschman concibió el desarrollo en términos de un proceso
discontinuo. Desde su visión, en estas naciones las condiciones
mínimas para el desarrollo no podían asumirse como dadas, sino más
bien como elementos ausentes o distorsionados. La falta de
complementariedad en las estructuras productivas exigía, por tanto,
“soluciones secuenciales más que simultáneas” por parte de las
políticas de desarrollo.7 En este sentido, Hirschman (1983b, p. 357) acuñó el
concepto de eslabonamientos productivos para referirse a la
capacidad de ciertos procesos industriales de inducir nuevas
inversiones en sectores donde las condiciones no eran las más
idóneas para su despunte.
Desde este enfoque, la estrategia de desarrollo consistía en ubicar
aquellos desequilibrios relacionados con discrepancias entre
sectores y subsectores que podrían impulsar una secuencia de
procesos capaces de generar encadenamientos que condujeran a nuevas
etapas de inversión. En sus palabras, “el desarrollo no depende de
encontrar las combinaciones óptimas para unos recursos y factores de
producción dados, sino en llamar a la acción y poner en uso para
propósitos del desarrollo unos recursos y habilidades que se
encuentran ocultos, dispersos o mal utilizados” (Hirschman, 1981, p. 9). Un
catalizador de estos cambios eran los llamados cuellos de botella
(secuelas del desarrollo desequilibrado), como la escasez de
transporte; mismos que pusieron de relieve ciertas inversiones como
una forma de impulsar el desarrollo de la economía en su conjunto
debido a su capacidad para estimular sectores proveedores
(eslabonamientos hacia atrás) e instalaciones usuarias.
La segunda noción sugería una revaluación de la función del sector
externo en la industrialización latinoamericana. Hirschman
consideraba pertinente favorecer la entrada de capital foráneo en
actividades manufactureras para inducir encadenamientos de arrastre.
Desde su visión, los vínculos así generados tenían la peculiaridad
de fomentar sectores proveedores competitivos, forjados en la pugna
por sustituir con recursos locales los bienes intermedios de
importación (Hirschman, 1983a, p.
97). Así, en un ambiente expuesto a presiones
internas y externas, los eslabonamientos, además de inducir el
desarrollo, fomentarían la integración local con eficiencia
productiva.
Bajo un desarrollo desequilibrado, los sectores que despuntaban no solo
detonaban la demanda de ciertos productos escasos, sino que imponían
una serie de retos a la organización y tecnología de los subsectores
relacionados. Cuando aquellos optaban por el uso de técnicas
modernas (aun cuando estas no correspondían a la tradición
industrial local), se generaba un “menor grado de tolerancia frente
al desempeño insatisfactorio”, obligando con ello la búsqueda de
procesos y productos de calidad entre los proveedores. En este
sentido, la ausencia inicial de aquellas virtudes del trabajo y la
organización de una sociedad que favorecían la industrialización,
como la calificación laboral o la complementariedad entre sectores
(supuestos requisitos del desarrollo), no limitaba el surgimiento de
un proceso de desarrollo, pues estas virtudes “podrían configurarse
en el trabajo mismo, sobre la marcha”.8
Sobre este punto convergen las concepciones de Gerschenkron (1973), para quien el
desarrollo era un proceso discontinuo cuya clave radicaba en las
tensiones o retos que ejercía la irrupción de ciertas fuerzas sobre
una estructura económica dada y el tipo de respuesta institucional:
cuanto mayor fuera el atraso, más relevante se volvía el papel del
Estado. Desde esta perspectiva, la madurez de los subsectores
atrasados no llegaría de manera gradual, sino bajo presión,
respondiendo de forma creativa a los retos de la demanda.
El desarrollo de la producción ferroviaria en México se dio bajo
condiciones similares a las señaladas por estos autores.9 En la década de
los cincuenta, el país no contaba con un sector siderúrgico amplio
ni con suficientes proveedores metalmecánicos. Escaseaban los
cuadros laborales calificados y los promotores apenas tenían idea de
cómo organizar esta clase de procesos productivos. Para colmo, el
cliente potencial más importante (las líneas de transporte
estatales) padecía de penuria financiera crónica. A pesar de tal
situación, esta industria tuvo que abrirse paso compitiendo con
empresas estadunidenses, pues la condición que se le impuso ‒por
parte de grupos e instituciones contrarios a la intervención del
Estado‒ para recibir el apoyo oficial fue que los productos hechos
en México no rebasaran más de 10% el precio de bienes similares
importados. En los años setenta, durante el aprendizaje productivo
de trenes eléctricos, se presentó una situación similar debido a la
dificultad para contar con cuadros y proveedores imbuidos en los
nuevos paradigmas tecnológicos. De igual forma, se mantuvo una
relación financiera deficitaria con las entidades paraestatales de
transporte a las que tampoco se les privó la libertad de importar
equipos.
En adelante se explicará cómo estos desequilibrios sectoriales y la
exposición externa indujeron en la empresa que se estudia un
peculiar proceso de aprendizaje e integración productiva con
impactos sobre la formación de proveedores (eslabonamientos).
Condicionamientos de la integración productiva
La industria de equipos ferroviarios en México despuntó en la década de
los cincuenta, por lo que la producción era escasa y se efectuaba
dentro de talleres de las compañías de transporte. Algunas de estas
conformaron importantes complejos metalmecánicos que contaban con
una base técnica y laboral especializada, como los talleres de
Ferrocarriles Nacionales de México (Ferrocarriles Nacionales) en
Aguascalientes. Sin embargo, las actividades de esta incipiente
industria se concentraban en la reparación en general, la
elaboración de refacciones, y la reconstrucción de equipo en desuso
(Guajardo, 2010, pp.
2-10).10 Esta situación cambió con la creación
de la Constructora Nacional de Carros de Ferrocarril, en 1952.
El proyecto se gestó al calor de la posguerra. En años previos, durante
el conflicto bélico, se acentuó la escasez de material rodante,
tanto por la falta de repuestos como por la saturación de la
capacidad de transporte instalada. En consecuencia, las líneas
ferroviarias sufrieron un mayor desgaste, sobre todo el parque
vehicular de carga, el cual ya presentaba niveles considerables de
obsolescencia. Tal situación provocó que buena parte de este se
mantuviera inhabilitado de forma recurrente. Este déficit de
transporte significó un auténtico cuello de botella para las
actividades económicas debido a la falta de fletes, aumento de
tarifas y equipos inadecuados para el transporte de mercancías, lo
que refrenaba el desarrollo del mercado interno y ocasionaba
pérdidas financieras (Ortiz et al.,
1953, , pp. 304-315).
El crecimiento económico de aquellos años ejerció presiones sobre estos
desequilibrios que condujeron a nuevas manifestaciones de los
mismos. Por un lado, aumentó la retención de locomotoras y furgones
que cruzaban hacia México administrados por compañías
estadunidenses, a las cuales se les pagaba una renta diaria de 2.4
dólares por unidad. Por otra parte, la paulatina recuperación del
comercio internacional a partir de 1945 se reflejó en un crecimiento
de las importaciones de material de transporte, en específico
equipos de carga (furgones, camiones). Ambas tendencias
contribuyeron de forma procíclica al deterioro de la balanza de
pagos. Es decir, a mayor crecimiento económico mayores déficits
externos; problemática que se volvió asunto prioritario para la
política de desarrollo.
Durante el sexenio de 1946 a 1952, el Banco de México (Banxico)
y Nacional Financiera S. A., banca de desarrollo (Nafinsa),
promovieron diversas investigaciones y llevaron a cabo sondeos entre
los grupos empresariales para conocer la factibilidad de producir
equipos ferroviarios en México. Entre los resultados se encontró que
el principal escollo era la inmadurez del sector siderúrgico,
incluida la escasez de proveedores metalmecánicos. De acuerdo con el
estudio de la consultora Ford Bacon y Davis, se estimaba que la
producción de las principales acererías del país –Fundidora de
Fierro y Acero Monterrey, La Consolidada, y Altos Hornos de México–,
que abarcaba cerca de 72% de la oferta total de hierro y acero, no
era suficiente para satisfacer las necesidades de bogíes,
trucks, ruedas, ejes, y otras piezas, así
como tampoco de largueros centrales, varios tipos de láminas
troqueladas, y ciertos ángulos y perfiles en cantidad suficiente
para sostener la producción en serie de furgones.11
Las posibles soluciones a este reto se encaminaban por dos rutas. La
primera abría paso a la importación de partes y materiales, así como
al acercamiento de siderurgias locales con proveedores
estadunidenses. Bajo esta opción, la Railway Supply Company12 mostró su
interés en el ensamble de equipos rodantes con insumos importados.
No obstante, estas medidas seguían contribuyendo al déficit externo.
La segunda ruta planteaba realizar fuertes inversiones, tanto para
asegurar el abastecimiento continuo de coque al sector siderúrgico
como para diversificar la capacidad productiva de este. Por su
parte, la Sociedad Mexicana de Crédito Industrial13 señalaba que, aunque el país
no contaba con los requerimientos de fundición convenientes, la
demanda hacia atrás que ejercería la fabricación de furgones poco a
poco estimularía la oferta, es decir, la creación de nuevas
fundiciones y productores metalmecánicos. Se abría, así, un tercer
camino, el cual descartaba la adopción de un proceso gradual y
apostaba, en su lugar, a la capacidad de los eslabonamientos. Un
factor que reforzó esta perspectiva fue la saturación de la
capacidad instalada en Estados Unidos, la cual agudizó la escasez de
material ferroviario.14
No obstante, el impulso oficial fue rechazado por los principales grupos
empresariales del país. La Confederación de Cámaras Industriales de
México (Concamin) propuso financiar la importación de
equipos a cambio de que el gobierno otorgara una subvención al
transporte durante cierto periodo. Una vez finalizado este, el
material pasaría a formar parte del parque ferroviario estatal.15 Eustaquio
Escandón,16
principal líder de la Confederación de Cámaras Nacionales de
Comercio (Concanaco), expresó su respaldo a este mecanismo,
planteando la posibilidad de que su gremio invertiría hasta 300 000
000 de pesos para tal efecto.
Las agrupaciones regionales, por el contrario, respaldaban el proyecto
ferroviario. Tanto en Saltillo y Monterrey, como en Aguascalientes y
Tlalnepantla, los empresarios locales apoyaron públicamente la
instalación de una fábrica de material ferroviario formulando
proyectos de integración productiva, los cuales revelaban la
existencia de ciertas bases para el desenvolvimiento de esta
industria. En tales lugares se daba cuenta de la existencia de
acererías locales y talleres metalmecánicos, así como la
disponibilidad de materias primas (madera, carbón) y mano de obra
especializada (trabajadores minerometalúrgicos). En el caso de
Saltillo se proponía la creación de un consorcio de industrias
básicas alrededor de Altos Hornos de México (Escamilla, 2015, pp. 95-97).
Finalmente, el gobierno federal puso en marcha el proyecto sin el
respaldo de los grandes empresarios, esgrimiendo el carácter
estratégico de esta industria y los beneficios que tendría para la
economía en su conjunto. Fue así como, en abril de 1952, surgió la
cncf, auspiciada casi en su totalidad por
Nafinsa (lo que la convirtió en una empresa de
participación estatal mayoritaria). El lugar de su ubicación, sin
embargo, no fue elegido por las instancias técnicas promotoras. Esta
decisión recayó en las oficinas controladas por el ejecutivo,
atendiendo criterios de descentralización y apoyo a zonas
marginadas.
Se estableció en Irolo, Hidalgo, a 100 kilómetros de la ciudad de México,
en una zona rural. Medio año antes, allí se instaló Diesel Nacional
(Dina), empresa de capital mixto, armadora de
camiones de carga. Las instancias oficiales suponían que ambas
empresas conformarían un polo de desarrollo. No obstante, su
instalación se dio por separado, sin la formulación de criterios de
complementariedad o estrategias de vinculación a corto plazo (Escamilla, 2015, p. 102). A
su vez, la localización dificultó el proceso productivo. Por un
lado, la falta de infraestructura urbana desincentivaba el arraigo
de personal calificado proveniente de otros estados, lo que exigió
la construcción de una ciudad: Ciudad Sahagún. Por otro, la escasez
de vías de comunicación y medios de transporte reclamaba varias
inversiones. De igual manera, la distancia respecto a los
principales centros siderúrgicos y metalmecánicos, ubicados al norte
del país, agravó la debilidad de estos sectores para sostener la
producción ampliada de diversos materiales. Así, se repetía el
desafío de la falta de complementariedad en las estructuras
productivas, esta vez, a manera de carencia relativa de condiciones
socioterritoriales para el despunte de nuevas industrias.
Además de estos escollos, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y
la principal línea ferroviaria del país, Ferrocarriles Nacionales,
mostraron su desacuerdo con la instalación de la cncf.
Ambas señalaban altos riesgos de un fracaso empresarial y aducían
falta de calidad y posibles incrementos en el costo de los
materiales. Para brindar su apoyo a la novel empresa ambas
instancias plantearon dos condiciones: a) el precio
de cada furgón no debería exceder el 10% el precio de un equipo de
las mismas características proveniente de Estados Unidos, y
b) en cuanto a la forma de pago, el monto
diario desembolsado por cada unidad no podría ser mayor al que se
erogaba por concepto de alquiler de carros. Durante las
negociaciones de los primeros lotes, Roberto Amorós, gerente general
de Ferrocarriles Nacionales, insistió en que estas demandas eran “el
principio inviolable” que sustentaba todo tipo de relación comercial
con la cncf bajo el criterio de que “no sería justo” y “sí
muy preocupante que sobre la economía de los ferrocarriles
gravitasen los costos de la industrialización del país en esta
rama”.17
Ambas disposiciones fueron ratificadas por la Secretaría de Hacienda y
establecidas, en lo sucesivo, como cláusulas en los contratos de
compraventa signados entre ambas compañías. A su vez, fue denegada
la petición de la cncf de gravar la importación de furgones
con una tasa ad valorem de 10%. Mediante estos
condicionamientos se forzó a una empresa sin experiencia a trabajar
bajo ritmos de productividad similares a los de las fábricas
estadunidenses, en un ambiente precario y bajo estrechos márgenes
financieros debido a la imposibilidad de Ferrocarriles Nacionales
para hacerse cargo de sus adquisiciones al contado. Así, la posible
ventaja de la cncf de contar con un amplio mercado cautivo
se convirtió, en realidad, en una desventaja que poco a poco tomó la
forma de una subordinación a las necesidades de Ferrocarriles
Nacionales, a quien, por el contrario, no preocupó que sobre la
economía de la cncf recayera el costo de la rehabilitación
ferroviaria.
Los desequilibrios sectoriales y las presiones internas y externas, sin
embargo, ejercerían una suerte de “menor tolerancia ante el
desempeño insatisfactorio” tanto de la cncf como de los
subsectores relacionados con su demanda. De esta manera, como
sugería la Sociedad Mexicana de Crédito Industrial (1951), la
capacidad de los eslabonamientos se pondría a prueba.
Integración productiva: curva de aprendizaje y formación de
proveedores, 1954-1970
Los primeros años de esta empresa transcurrieron en medio de tensiones
financieras y productivas que la pusieron al borde de la quiebra.
Por un lado, la imposibilidad de ajustar sus precios de venta acorde
con el crecimiento de los costos –subieron entre 1954-1959 debido a
la escasez internacional de acero–, mermó de forma significativa sus
márgenes de utilidad.18 En 1959, el financiamiento vía precios
que la cncf brindaba a Ferrocarriles Nacionales para la
rehabilitación de sus servicios llevó a la constructora de carros a
una situación de crisis financiera en 1959. Esta se resolvió con el
apoyo de Nafinsa, que a partir de 1960 asumió los pasivos
de Ferrocarriles con la cncf y los descontó, a su vez, de
la deuda contraída por la cncf con la propia
Nafinsa y otros organismos financieros (Escamilla, 2015). Por otra
parte, la escasez de acero y piezas importadas puso de relieve la
relativa falta de fuentes de aprovisionamiento estables, lo que
reflejaba el rezago del sector siderúrgico nacional.
El objetivo del presente apartado es profundizar en esta problemática
haciendo énfasis en los factores que, pese a tales escollos,
propiciaron un proceso de integración productiva y formación de
proveedores. Para ello, se brindan algunos ejemplos concretos.
La construcción de los primeros lotes, entre 1954-1956, resintió la
escasez de dados y matrices para el armado de piezas. Las empresas
de manufactura metálica contratadas para ello, ubicadas en la ciudad
de México, justificaron sus demoras en las entregas y la falta de
calidad debido a la saturación de su capacidad instalada y la
descompostura frecuente de su maquinaria. Esta situación motivó que
el departamento de fabricación metálica de la cncf asumiera
la tarea de corregir piezas defectuosas y fabricar las
faltantes.19
A mediados de 1955, Fundiciones y Hornos de Acero (fhasa) no
entregó los trucks acordados. En consecuencia, la
cncf tuvo que aplicar medidas urgentes, como dar
vacaciones por adelantado al personal de la línea de montaje o
detener la entrega de carros a Ferrocarriles Nacionales para quitar
los trucks a los furgones terminados, montando
estos sobre durmientes para no frenar la línea de producción. Una
situación incómoda, porque después se tenían que volver a montar los
furgones fuera de la línea de montaje.20
fhasa reconoció su incapacidad para mantener el ritmo de
producción que exigía la cncf, lo que la obligó a efectuar
un proceso de capitalización y reorganización. Mientras tanto, se
tuvieron que importar trucks de Estados Unidos para
no afectar el ritmo de trabajo, el cual se normalizó meses
después.21
En la fabricación del tercer lote de producción a principios de 1956, de
los 179 tipos de piezas y componentes del furgón que se fabricaban
en la planta, 31 no se habían podido iniciar debido a la falta de
láminas, placas, soleras y redondos que suministraban Altos Hornos
de México y Fundidora Monterrey a causa de un retraso en sus
respectivos programas de producción. Ambas empresas se
comprometieron a realizar inversiones para corregir sus fallos.22
Entre los componentes que escasearon entre 1955-1959 destacan lámina
cobrizada, partes del sistema de propulsión, y once renglones de
ángulos y perfiles estructurales que no se producían en el país
debido a su complejidad técnica.23 En respuesta a ello, los
ingenieros de la cncf rediseñaron los furgones para
sustituir ciertos elementos por una lámina más angosta que producía
Altos Hornos de México. A su vez, la fabricación de ocho de los once
renglones de ángulos faltantes comenzó en la planta, con algunas
modificaciones que fueron aceptadas por Ferrocarriles Nacionales.
Los renglones pendientes: ángulo bulbo, larguero de techo y larguero
central Z representaban mayores retos técnicos debido al tipo de
soldadura y ponderación del acero.24 Respecto a los primeros,
Aceros Tepeyac solicitó una prueba para construirlos, aunque sin
comprometerse a su producción en serie antes de ocho meses. El
larguero central Z, en cambio, era patente de United Engineering y
Foundry, de uso exclusivo en empresas estadunidenses. Por tal
motivo, se enviaron representantes a aquel país, que fueron apoyados
por el comisionado de Nafinsa en Washington, para solicitar
a la U.S. Steel Corp. –organismo que controlaba la mayor parte de la
producción de acero– que la totalidad del tonelaje de acero asignado
a la cncf para los siguientes años se aplicase en estas
piezas.25
Sin embargo, tales medidas no resolvieron el problema y la
persistente escasez de largueros provocó paros escalonados entre
1959 y 1960.
Como se aprecia, la demanda de la cncf puso en evidencia la
‒advertida‒ inmadurez del sector siderúrgico. Para la empresa, sin
embargo, esta situación no se debía a problemas técnicos u
organizativos insuperables, sino a la falta de experiencia de los
productores locales a causa de la estrechez histórica del mercado
interno: “Desgraciadamente la falta de mercado para varios de los
renglones que se utilizan en la construcción de carros de
ferrocarril, tratándose de perfiles, ángulos, soleras, placas,
redondos de acero especial, que normalmente solo se emplean en el
ramo ferrocarrilero, ocasiona que dichas compañías siderúrgicas no
los fabriquen normalmente, por lo que todavía se tienen que
importar”.26
Así, se advertía un círculo vicioso: la relativa insuficiencia del sector
siderúrgico no solo era causa, sino también resultado del bajo
desarrollo de otras ramas. La aparición de la cncf, por
tanto, además de poner de relieve la debilidad sectorial que
restringía el desarrollo de la producción ferroviaria, hizo
comprender que la ausencia de industrias de bienes de capital
limitaba el adelanto de otros sectores, como el siderúrgico,
sensibles a la expansión de nuevas y modernas ramas que generaran
mayores niveles de demanda para diversificar y sostener producciones
a escala en las fundiciones. Por ello, la situación de los
proveedores no fue considerada por la empresa como un impedimento
para su expansión, pues se creía que estos, tarde o temprano, se
formarían a base de empuje, sobre la marcha. El problema central
radicaba en crear los mecanismos adecuados para estimular su
calidad.
Un paso significativo en ese sentido consistió en elevar el grado de
integración productiva de la empresa al mismo tiempo que esta se
convertía en un centro de innovación y aprendizaje para la formación
de proveedores. Primero, se amplió el taller de fabricación metálica
ligera, al cual se dotó de maquinaria y herramienta de punta para la
elaboración de un mayor número de piezas y subensambles. De igual
forma, se adquirió maquinaria pesada para la fabricación de frentes,
costados, techos y placas; en 1958 se instaló una prensa Verson de 2
500 toneladas que permitió que el ritmo de producción avanzara de
6.2 a 7.2 furgones diarios. También se abrió una escuela de
adiestramiento técnico al interior de la empresa a la que asistían
proveedores y obreros como parte de su jornada laboral.27
Estas capacidades sirvieron tanto de modelo a otras empresas para
reorganizar sus respectivos procesos productivos como de laboratorio
de pruebas. Por ejemplo, algunas partes faltantes y aquellas
rechazadas por defectos (a cargo de la red de empresas locales) se
reelaboraban en los talleres de la cncf en presencia de los
proveedores. Surgió, entonces, una peculiar dinámica de aprendizaje
con la participación de empresas locales, quienes recibían asesoría
e información de los técnicos de la cncf para elevar sus
rangos de calidad. Bajo este mecanismo de cero tolerancia ante las
fallas y de colaboración para la mejora se fueron construyendo
eslabonamientos productivos. En opinión de José R. Albarrán,
director general de Fundidora de Aceros Tepeyac (opuesto a la
intervención estatal), cuya fundición suministraba piezas de acero,
esta variante situada al margen del mercado, que sustituía la
relación vía precios por estrategias de colaboración, fue clave para
la integración local de esta industria:
Tuve la agradable oportunidad de percatarme del ambiente que
existe en la Constructora, lo que motiva su eficiente
operación y especialmente el espíritu que reina entre sus
dirigentes y que tiende siempre a consumir el máximo de lo
que pueden usar de producción nacional, y aunque no
simpatizo personalmente de lo que es inversión estatal que
invade actividades que competen a la iniciativa privada,
debo admitir que la Constructora hasta ahora ha sido un
ejemplo, no solo para la mayoría de las empresas de carácter
estatal, sino también para la iniciativa privada […]. En lo
que se refiere a la importancia que tiene para los
fabricantes del país que abastecemos refacciones de acero,
nos cabe la satisfacción de poder suministrar gran cantidad
y tonelaje de piezas de acero que antes venían con los
carros de importación extranjera, perdiéndose así toda
oportunidad de estímulo para los fabricantes mexicanos de
piezas de acero, como son la Fundidora de Aceros Tepeyac y
otras establecidas en el país, que además han mejorado
constantemente su calidad debido a la estricta supervisión y
a la constante exigencia de los peritos de la Constructora,
de no aceptar sino únicamente piezas de acero que reúnen el
cien por ciento de calidad y especificaciones estándar, lo
que nos ha obligado a poner un esfuerzo adicional para
cumplir con estas exigencias y poder declarar que en México
estamos produciendo estas refacciones con las mismas
características de eficiencia y calidad que las que se
producen en cualquier parte del mundo (Entrevista a,
1959).
Hacia 1960, se habían constatado 270 acciones realizadas por técnicos y
obreros relativas a la solución de algún problema técnico cuyo
impacto alcanzaba a la red de proveedores. La mayoría de estas
acciones tenían que ver con medidas prácticas, sin algún sustento
teórico, pero efectivas. Sin embargo, hay casos notables de
soluciones tecnológicas permanentes. Como ejemplo el diseño y la
construcción de dados mamuts para la elaboración de al menos once
partes metálicas que equipos de trabajadores emprendieron debido a
la escasez recurrente en el mercado. Los primeros intentos tenían
algunos defectos, pero a fines de 1959 se consiguió fabricar dados
de la misma calidad que los provenientes de Estados Unidos (los
cuales se dejaron de importar), cuya técnica sería emulada por otros
proveedores (Escorza,
1960).
De esta forma, el grado de integración productiva avanzó en los primeros
años bajo un ritmo que se fue intensificando cada vez más. La
proporción de materiales de origen nacional dentro del valor total
de la producción de furgones pasó de 52% en 1955 a 72% en 1960
(después de una breve caída en 1956 debido a las dificultades para
formar proveedores) (véase cuadro
1). De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina (1959), la
producción de empresas nacionales atendía el grueso de la demanda de
elementos estructurales de la cncf, mientras que las
importaciones se concentraban en el sistema de propulsión y
frenado.28
CUADRO 1
GRADO DE INTEGRACIÓN DE LA Constructora Nacional de
Carros de Ferrocarril, 1955-1970
Años
|
Furgones
(materiales nacionales,
porcentaje)
|
Resto de equipos
(materiales nacionales,
porcentaje)
|
1955
|
52
|
--
|
1956
|
51
|
--
|
1958
|
61
|
--
|
1960
|
72
|
69
|
1965
|
78
|
66.7
|
1970
|
80.7
|
62.5
|
Los datos de 1960 indican que, del total de proveedores de la
cncf, 73 empresas estaban asentadas en México y 16
eran firmas extranjeras, la mayoría estadunidenses. El proveedor
nacional más importante era la paraestatal Altos Hornos de México.
De las firmas extranjeras cerca de un tercio proveía componentes
estructurales (largueros, ángulos, perfiles) y el resto suministraba
partes y dispositivos para bogíes y el sistema de frenado. Por su
parte, del total de empresas locales al menos 16% (doce empresas) en
realidad eran filiales o sociedades comerciales de firmas
transnacionales (como General Electric, Sherwin Williams y US
Sanitary).29 Esto significa que a la par de la
creación de proveedores, la demanda de la cncf estimulaba
la inversión extranjera directa, misma que ejercía otro tipo de
presiones sobre la formación de eslabonamientos como la competencia
entre capital interno y externo.
El proceso de integración productiva continuó en la década de 1960 justo
en ese sentido. La participación de materiales nacionales en el
valor total de la producción de furgones pasó de 72% en 1960 a 81%
en 1970 (véase cuadro 1). La
principal razón de ello fue la aparición y auge de Siderúrgica
Nacional (Sidena), empresa paraestatal que entabló
competencia con los grandes proveedores ferroviarios externos y las
filiales de estos.
Sidena nació en 1954 con el nombre de Fábrica Nacional de
Maquinaria Textil Toyoda de México (empresa de capital japonés). Fue
establecida junto a Dina y la cncf para aprovechar
las inversiones realizadas en infraestructura y adiestramiento
laboral. En un inicio fabricaba telares, trociles y máquinas de
coser. No obstante, la escasez de suministros y proveedores obligó a
sus directivos a instalar un horno de fundición para satisfacer los
requerimientos mínimos de acero. Sus productos no fueron bien
recibidos en el mercado y pronto la empresa acumuló pérdidas que la
llevaron a la quiebra en 1959. Situación similar ocurrió con
Dina un año antes. El gobierno rescató ambas
empresas aludiendo la protección de empleos y el resguardo de un
incipiente complejo industrial (Escamilla, 2015, p. 155).
Para avanzar en el proceso de integración se nombró al director de la
cncf titular de las tres empresas y se emprendieron
acciones para vincular sus respectivas líneas de producción. En los
primeros estudios al respecto, se concluyó que la fundición y
maquinaria instalada en la extinta Toyoda –que a partir de 1960 se
denominó Siderúrgica Nacional– era compatible con la producción de
componentes ferroviarios y automotrices. Por su parte, las
capacidades de la cncf permitían la fabricación de
carrocerías y chasises para Dina.30 Así comenzó un proceso de
integración que dio forma al Complejo Industrial Sahagún.
Con el fin de consolidar sus capacidades de proveeduría ferroviaria,
Sidena adquirió la maquinaria y hornos de una
acerería en desuso ubicada en Ontario, Canadá; instaló una sección
especializada en tratamiento térmico de los materiales y se firmaron
nuevos contratos de asistencia tecnológica con empresas
transnacionales como American Steel Foundry.31 Ello obedecía a que la
producción de ciertos componentes ferroviarios debía estar
certificada por agencias externas, como la Association of American
Railroads, que verificaban la calidad de los materiales mexicanos en
pruebas de laboratorio:
La [Association of American Railroads] ha concedido a Sidena el
número ARR-1864, correspondiente a la aprobación oficial
otorgada para la fabricación en acero fundido Grado B según
especificación AAR M-202-53 de los traveseros para truck de
70 toneladas de capacidad, del tipo Barber Estabilizado
S-2-C-O con modelo BO-7289 y de acuerdo con el plan
BO-7289-C. La [Association of American Railroads] estuvo
acorde en otorgar su aceptación después de haber asistido, a
través de su representante, Ing. M. Molitoris, quien […]
presenció las pruebas que se efectuaron el día 1° de junio,
en el laboratorio de pruebas estáticas de la Symington
Wayne, en su planta de Depew, N. Y. Vázquez, 1961, p. 30.
En este sentido, la profundización del proceso de integración y
sustitución de importaciones de la cncf exigió la conquista
de certificaciones externas por parte de sus proveedores, como
Sidena. Poco a poco, esta última empresa se
convirtió en un destacado fabricante de insumos ferroviarios que, en
la década de 1960, consolidó una línea de producción para
traveseros, trucks, ruedas, bastidores,
acopladores, simplex y otras piezas. Hacia 1975 Sidena se
había convertido en la principal proveedora de piezas fundidas de la
cncf; le vendía 39.4% de su producción total,
dividida en 82.2% de la fundición total de acero y 6.6% de la de
hierro.32
Tanto Sidena como Altos Hornos de México se convirtieron en
la columna vertebral de la cncf; para 1971 ambas
paraestatales le proveían cerca de un tercio del valor total de su
producción.33
Dichas certificaciones fueron clave para la obtención de contratos
externos por parte de la cncf.34 Muchas de las licitaciones
en las que participó esta empresa estaban financiadas tanto por el
Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento como por el Banco
Interamericano de Desarrollo, incluso, el Export and Import Bank de
Estados Unidos otorgó créditos a la cncf, en los años
sesenta, para la importación de materiales que le permitieran
cumplir en tiempo y forma con los pedidos externos. De esta manera,
las certificaciones garantizaban que los productos mexicanos no se
alejaran de los cánones productivos estadunidenses.
Así, la fabricación de furgones, después de algunos lustros (1955-1970),
se había compenetrado con la estructura productiva del país,
manteniendo sólidos eslabonamientos hacia atrás. No obstante, en lo
que respecta a la fabricación de otros equipos el grado de
integración nacional era menor, e incluso decreciente (véase cuadro 1). Ello obedeció a
una serie de límites técnicos y organizativos puestos de relieve por
el proceso de diversificación productiva que despuntó en la
cncf en la década de 1960 (tanto esta problemática
como la respuesta de los actores se analizan en el siguiente
apartado).
En suma, la presión competitiva que ejercían sobre la cncf las
cláusulas de compraventa con Ferrocarriles Nacionales y los
contratos externos, a pesar de su impacto negativo en los costos y
utilidades, motivó la búsqueda de estrategias para elevar la
cantidad y calidad de los productos, mismas que dieron lugar a
trayectorias tecnológicas internas con la participación de los
proveedores, a quienes se les exigía mayor compromiso con la calidad
y colaboración en el proceso de integración productiva.35 Lo que resalta
de este proceso son las trayectorias basadas en procesos de
aprendizaje por parte de diversos actores, incluido el personal
obrero y técnico de la empresa, hecho que invita a revaluar el papel
de los esfuerzos colectivos −no solo el de la gerencia− en el
desarrollo tecnológico de las empresas públicas.
Diversificación productiva, subcontratación y pymes,
1959-1982
El ritmo de producción de furgones avanzó de 3.5 unidades diarias en 1955
a 7.2 en 1958, dando a la cncf la posibilidad de fabricar 1
830 unidades anuales, lo que representaba 81% de su capacidad
instalada.36 Esta proporción se mantuvo estable
hasta fines de la década de los setenta, alcanzando, en algunos
años, la producción de 8.1 furgones por día (Siderúrgica Nacional [Sidena], 1988). No
obstante, en la elaboración de otros equipos la situación avanzó con
mayor dificultad, provocando alteraciones en las pautas productivas
de la cncf. El objetivo de este apartado es analizar tales
cambios y sus efectos en el proceso de integración y formación de
proveedores.
El proceso de diversificación productiva se dividió en dos categorías. La
primera surgió de la ampliación de las capacidades de la empresa, en
1959, para construir otros equipos de carga. La segunda provino de
los intentos por fabricar equipo de tracción y transporte en las
décadas de 1960 y 1970. Estos esfuerzos buscaban abrir nuevos
mercados, así como reducir la deuda y las importaciones
ferroviarias.
Respecto al equipo de transporte, en los años sesenta se fomentó la
producción de locomotoras, autovías, cabuses y coches de pasajeros.
No obstante, la falta de capital de la cncf y el control
tecnológico que ejercían las empresas transnacionales sobre estos
productos dificultaban el aprendizaje y fabricación local. Para
sortear esta problemática se desarrollaron algunas pautas bajo las
siguientes restricciones.37 Primero, se contactaba la
asesoría técnica de firmas extranjeras líderes en el ramo con
experiencia en el diseño estructural y la elección de los mejores
componentes. Enseguida, se negociaban permisos para el uso de
diseños y patentes, los cuales solían incluir condiciones como la
importación de piezas y componentes elaborados por la red de
proveedores de las empresas foráneas, o la cesión de derechos a la
casa matriz, en caso de mejoras o innovaciones a partir de los
diseños originales. Para consolidar este tipo de vínculos, las
compañías extranjeras ofrecían contactos y financiamiento para la
importación de insumos de sus respectivos proveedores.38
La importancia de los socios tecnológicos y su red de empresas
auxiliares, quienes proveían componentes de escasa fabricación en el
mercado nacional (sistemas de propulsión, frenado, ventilación,
controladores, dispositivos electrónicos), creció vinculada a la
elaboración de nuevos productos de mayor complejidad tecnológica,
planteando con ello nuevos retos al proceso de sustitución de
importaciones. Esta diversificación alteró el grado de integración
alcanzado en 1960, afectando sobre todo a las empresas privadas
nacionales, ya que las empresas estatales se centraban en la
proveeduría de componentes estructurales. Mientras que la
participación de proveedores locales en el valor total de la
producción de furgones había superado el 78% a fines de esta década,
en otro tipo de productos estos niveles eran mucho menores, lo que
ocasionó una reducción del promedio general de integración de esta
industria, que en 1970 fue de 62.5 por ciento (véase cuadro 1).
La postura de la empresa siempre fue negociar el mayor grado de
integración, para lo cual se realizaban pruebas en las instalaciones
y con los proveedores locales. Aunque la actitud de los socios
externos era contraria a tales exigencias, hubo quienes, debido a
sus estrategias comerciales, lo permitieron (como se verá en el caso
de la fabricación de trenes tipo Metro). Ahora bien, aunque varios
de estos productos implicaban inversiones elevadas y la garantía de
retorno de beneficios era acotada (debido a la situación del mercado
interno), el objetivo de la cncf era aprender a manejar una
tecnología asequible a sus condiciones y convertirla en la base para
el desarrollo de productos más complejos.
Respecto a la fabricación de equipos de carga, el objetivo de la
cncf era atender la totalidad de necesidades
ferroviarias del país. En la década de los sesenta comenzó la
fabricación de tolvas, plataformas y carros jaula, entre otros
productos (véase cuadro 2).
También se invirtió en la adquisición de equipos y licencias
tecnológicas para la producción de carros tanque cuya fabricación
era más compleja debido al tipo de acero y soldadura; capacidades
que, sin embargo, pronto quedaron subutilizadas a causa de una
demanda inconsistente, al igual que otras líneas de producción.39 En la década
siguiente creció la producción diversificada de la cncf,
estimulada por el aumento del gasto público entre 1974 y 1976 y 1979
y 1982. Desde la retórica oficial, se buscaba convertir a esta
empresa en la base de un ambicioso proyecto de rehabilitación
integral del sector ferroviario mexicano. No obstante, después de
1982, la producción ferroviaria se constriñó sustancialmente, hasta
desaparecer en 1989 (véase cuadro
2).40
Cuadro 2
Producción de la Constructora Nacional de Carros
de Ferrocarril total desglosada,
1955-1992
Año
|
Furgones
|
Cabús
|
Jaula
|
Góndola
|
Express
|
Tolva
|
Plataforma
|
Piggyback
|
Coches pasajeros
|
Carros tanques
|
Carros Metro
|
Total
|
1955
|
850
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
850
|
1956
|
1 150
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
1 150
|
1957
|
1 470
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
1 470
|
1958
|
1 825
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
1 825
|
1959
|
1 770
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
1 770
|
1960
|
1 510
|
170
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
|
|
|
1 680
|
1961
|
1 706
|
54
|
518
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
|
|
|
2 278
|
1962
|
95
|
-
|
-
|
290
|
68
|
315
|
-
|
-
|
|
|
|
768
|
1963
|
369
|
-
|
-
|
210
|
68
|
-
|
264
|
-
|
-
|
|
|
911
|
1964
|
263
|
-
|
-
|
936
|
14
|
49
|
-
|
-
|
-
|
|
|
1 262
|
1965
|
817
|
-
|
-
|
389
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
|
|
1 206
|
1966
|
405
|
-
|
200
|
240
|
-
|
45
|
-
|
-
|
15
|
-
|
|
905
|
1967
|
384
|
44
|
10
|
214
|
11
|
132
|
50
|
-
|
-
|
-
|
|
845
|
1968
|
503
|
12
|
23
|
281
|
48
|
245
|
6
|
-
|
-
|
-
|
|
1 118
|
1969
|
583
|
7
|
-
|
140
|
3
|
-
|
280
|
185
|
-
|
-
|
|
1 198
|
1970
|
819
|
-
|
-
|
219
|
-
|
55
|
-
|
178
|
-
|
-
|
|
1 271
|
1971
|
840
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
|
1 008
|
1972
|
651
|
59
|
-
|
348
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
|
1 058
|
1973
|
310
|
50
|
-
|
1 255
|
-
|
-
|
-
|
-
|
|
-
|
|
1 615
|
1974
|
2 928
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
|
-
|
|
2 928
|
1975
|
705
|
-
|
-
|
1 652
|
-
|
300
|
-
|
-
|
|
-
|
9
|
2 666
|
1976
|
-
|
-
|
-
|
2 255
|
-
|
-
|
-
|
-
|
|
384
|
90
|
2 729
|
1977
|
-
|
-
|
-
|
1 376
|
-
|
-
|
-
|
-
|
|
270
|
117
|
1 763
|
1978
|
-
|
138
|
-
|
930
|
-
|
320
|
35
|
-
|
|
205
|
108
|
1 736
|
1979
|
1 826
|
1
|
-
|
391
|
-
|
75
|
352
|
-
|
|
20
|
28
|
2 729
|
1980
|
1 151
|
45
|
-
|
1 814
|
-
|
-
|
1
|
-
|
15
|
-
|
-
|
3 026
|
1981
|
1 351
|
-
|
-
|
1 334
|
-
|
-
|
-
|
-
|
46
|
150
|
153
|
3 034
|
1982
|
1 495
|
-
|
-
|
877
|
-
|
228
|
-
|
-
|
27
|
-
|
198
|
2 825
|
1983
|
688
|
-
|
.
|
697
|
-
|
972
|
-
|
-
|
2
|
-
|
135
|
2 494
|
1984
|
752
|
-
|
-
|
26
|
-
|
-
|
208
|
-
|
-
|
-
|
185
|
1 173
|
1985
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
500
|
100
|
-
|
-
|
214
|
131
|
990
|
1986
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
300
|
-
|
-
|
10
|
100
|
81
|
491
|
1987
|
260
|
-
|
-
|
-
|
-
|
55
|
-
|
-
|
-
|
-
|
117
|
432
|
1988
|
218
|
-
|
-
|
-
|
-
|
50
|
-
|
-
|
-
|
-
|
45
|
313
|
1989
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
50
|
50
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1990
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
74
|
74
|
1991
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
77
|
77
|
1992
|
s. d.
|
s. d.
|
s. d.
|
s. d.
|
s. d.
|
s. d.
|
s. d.
|
s. d.
|
s. d.
|
s. d.
|
s. d.
|
s. d.
|
Total
|
27 730
|
580
|
751
|
16 042
|
212
|
3 641
|
1 296
|
363
|
115
|
1 343
|
1 598
|
53 718
|
La fabricación simultánea de equipos de transporte y carga, además del
ingreso de nuevos proveedores, trajo severas complicaciones en la
organización de la producción y el trabajo. Para aclarar este punto
es necesario explicar lo siguiente: el proceso productivo constaba
de seis etapas: diseño, ingeniería industrial, compra de materiales,
inventarios, fabricación metálica, y ensamble. La maquinaria
instalada en las últimas dos etapas se empleaba de forma diferente,
en cuanto a ritmos y procesos, dependiendo del bien a producir. Para
la fabricación de furgones era necesario hacer frentes, techos y
puertas que una plataforma, una góndola o una tolva obviamente no
requerían. Estos productos se componían de menores y diferentes
partes. Por el contrario, el cabús, además de varios componentes de
un furgón, incorporaba cúpulas, andadores y otro tipo de
revestimiento interno que implicaba la utilización más intensiva de
la maquinaria. El carro exprés seguía un proceso semejante, al que
se le añadía un sistema eléctrico y equipo de aire y vapor que
requerían de un conjunto específico de partes metálicas adicionales.
Para hacer el carro jaula, la maquinaria de fabricación metálica se
ocupaba al mínimo y el taller de carpintería se empleaba al
máximo.
Por su parte, para efectuar la etapa de ensamble se fijaban una serie de
tiempos y movimientos en una hoja que detallaba las posiciones de
trabajo, las especificaciones de soldadura y los ritmos laborales de
cada estación y obrero. Este proceso se componía de 17 posiciones de
armado, todas diseñadas sobre la base del montaje de furgones. El
ensamble de un cabús o un coche exprés, además de pasar por todas
las posiciones de un furgón, incluía procesos especiales. Por el
contrario, las góndolas, plataformas y tolvas se saltaban algunas
posiciones. Los tanques, jaulas y piggybacks
combinaban otras tipologías (Escamilla, 2015).
Cuando solo se fabricaban furgones, las actividades realizadas en cada
etapa del proceso productivo se estandarizaron hasta alcanzar
rendimientos crecientes (después de un periodo de aprendizaje). El
área de diseño contaba con los planos básicos que sustentaban año
con año la producción. Lo mismo sucedía en la gerencia de ingeniería
industrial, cuyas tareas se mejoraban a partir de los prototipos
originales. En el taller de fabricación metálica las máquinas y
herramientas se adaptaron a las exigencias del proceso de
fabricación, el cual, tratándose de furgones, se repetía lote tras
lote. Así, las prensas, punzonadoras, tornos, etc., estaban
programados para ejecutar acciones repetitivas. Por su parte, los
ritmos y movimientos de cada posición pautada en la hoja de ensamble
se habían nivelado, permitiendo ahorros sustanciales de tiempo.41 En este
contexto, la diversificación entrañó distintas combinaciones de
factores que alteraron el ritmo de productividad alcanzado,
principalmente en los procesos de fabricación y ensamble.
La producción simultánea ocasionó trastornos en los dispositivos
mecánicos debido a que estos tenían que ajustarse constantemente a
las especificaciones de cada producto (contenidas en la hoja de
procesos de piezas). Esto ocasionaba que la maquinaria se detuviera
cada cierto tiempo mientras era objeto de dichas adecuaciones. De
igual manera, en la fase de ensamble, el armado simultáneo de
equipos provocó interrupciones en la línea de montaje debido a la
reorganización que sufrían algunas posiciones para adecuarse al tipo
de bien que en esos momentos se producía. En el transcurso de estas
adaptaciones el personal obrero se mantenía parado el mismo tiempo
que se detenía la línea. Lo anterior dificultaba alcanzar economías
de escala, tal como lo describe un observador de la época:
El cambio de dados en la prensa de 2 500 ton lleva ocho horas de
trabajo de varios ingenieros, cuatro horas para ponerlos y
cuatro para quitarlos, y se ha dado el caso de que la prensa
estampe lámina necesaria para la producción de un tipo de
unidad en media hora. Algo semejante ocurre con las
operaciones de montaje. Se sabe ya que el número de las
posiciones de la nave son distintas para la producción de
cada tipo de unidades; que es necesario adaptar el
suministro de materiales y partes a las nuevas posiciones y
distribuir el personal de acuerdo con ellas. Además, el
ensamble de nuevas unidades se inicia lentamente, antes de
alcanzar un ritmo adecuado, el cual no se ha alcanzado en
algunos casos, dada la cortedad de número de las campañas de
producción (Cruz, 1964, p.
25.
Por tal motivo, entre más productos fabricados de manera simultánea y más
pequeña la cantidad de estos, el número de interrupciones al proceso
productivo y la cantidad de horas ociosas aumentaban. En respuesta,
la Gerencia de Producción realizó estimaciones, de 1966 a 1967, para
encontrar un punto de equilibrio que permitiera alcanzar
combinaciones con el menor quebranto posible de la productividad. No
obstante, ello dependía de una demanda elevada de lotes de
producción lo suficientemente grandes para compensar los tiempos
muertos derivados de cada adaptación. Esta condición no se cumplió
en estos años, debido a la constante cancelación de pedidos por
parte de Ferrocarriles Nacionales (Escamilla, 2015).
En el fondo, estos problemas expresaban deficiencias estructurales. De
acuerdo con el Comité de Fábrica (Constructora Nacional de Carros de Ferrocarril,
1973), las máquinas del taller de fabricación metálica no
tenían las características para sostener con eficacia una producción
diversificada. Se trataba, en su mayoría, de aparatos concebidos
para ejecutar una sola función, por lo que su reprogramación, al no
ser parte de su naturaleza, era tortuosa y desgastante; situación
que se exacerbaba con los constantes cambios en la producción. La
misma organización del proceso productivo ‒señalaba el Comité‒ se
desquiciaba con la fabricación simultánea de equipos: la cadena de
suministros se ralentizaba, faltaba coordinación para utilizar de
forma eficiente las áreas de trabajo y los equipos, al igual que
información en cuanto a los distintos tipos de soldadura
implementados para cada carro. Todo ello duplicaba el trabajo,
propiciando la contratación innecesaria de más personal,
particularmente en la línea de montaje.42
La situación no pasaría mucho tiempo desatendida. El propio Comité
fomentó la creación de círculos de calidad, integrados por obreros y
técnicos, asistidos por la Subgerencia de Métodos y Tiempos para
corregir algunas fallas. Las primeras conclusiones señalaron una
“deficiencia de elementos mecánicos necesarios para la producción” y
la necesidad de invertir en “maquinaria de última generación” (de
control numérico). Se acusaba la escasa reposición de herramientas y
la baja adquisición de nuevos dispositivos que “mejorarían los
métodos de trabajo”, al igual que la falta de equipo de manejo y
transporte de material. Para atemperar esta situación, se exigía un
mayor compromiso y eficiencia por parte de la dirección de
adquisiciones y las áreas de supervisión tanto para asegurar el
correcto mantenimiento del equipo como la disponibilidad de
materiales y refacciones. El tema generó cuestionamientos al
gobierno por la falta de inversiones, al igual que exhortos por
parte de los trabajadores para replantear la política de
amortizaciones (Constructora Nacional
de Carros de Ferrocarril, 1973).
Además de estos señalamientos, el Comité aplicó medidas específicas para
reducir los tiempos muertos (cambios en los códigos internos de
trabajo) y promovió una cultura del trabajo asociada a posturas
ideológicas cooperativistas para defender las fuentes de empleo
(Constructora Nacional de
Carros de Ferrocarril, 1973).43 Esta experiencia fue
retomada oficialmente entre 1974 y 1977 y utilizada para promover la
formación de círculos de calidad en todas las empresas del Complejo
Industrial Sahagún, con el fin de lograr mejoras organizativas e
impulsar estrategias de aprendizaje e innovación para aumentar la
productividad. Sin embargo, el alcance de estos mecanismos de
participación laboral en la gestión técnica de las empresas fue
truncado por factores políticos (Campero, 1978).
Por otra parte, los constantes cambios de indicaciones en la hoja de
ensamble, que ocasionaban demoras en la producción, motivaron la
contratación de flotillas de trabajadores especializados, por
ejemplo en coches exprés, las cuales no eran las mismas que armaban
un cabús o un carro tanque. A raíz de este proceso surgió una
peculiar forma de contratación laboral por lotes que se arraigó
durante la década de los setenta, mediante la cual la empresa
negociaba con el sindicato, al margen del contrato colectivo, el
número de trabajadores, las horas de trabajo, y las funciones a
desarrollar para el armado de lotes especiales, como se le llamaba a
la producción de equipos diferentes a los furgones.44
Además de esta estrategia laboral, se recurrió a la maquila para aliviar
las presiones derivadas de la saturación relativa de las líneas de
producción y ensamble. La maquila –como se le llama en el lenguaje
de las fuentes– se refiere a la contratación de talleres y pequeñas
y medianas empresas (Pymes) ubicadas en las inmediaciones
de la fábrica para la elaboración de piezas y partes que
anteriormente se hacían en las instalaciones de la cncf.
Constituye la ratificación de un proceso de subcontratación, debido
a que disfraza una relación laboral mediante contratos específicos
de compraventa de productos, el cual dio vida a nuevas dinámicas
productivas y al auge de otros actores económicos, como las
Pymes. Cabe enfatizar que, en un principio, no se
trataba de una disminución del grado de integración de la empresa,
sino de medidas temporales para complementar las metas de
producción.45
El auge de la participación de Pymes en la producción de la
cncf a partir de la década de los setenta puede
analizarse en tres tipos de proveedores: el primer tipo fueron las
pequeñas empresas y cooperativas de desempleados y extrabajadores
que aprovechaban sus contactos con la gran empresa para proveer
bienes y servicios diversos. También surgieron cooperativas de
consumo tanto para comercializar bienes de primera necesidad como
para cultivar alimentos –Primer aniversario de la Cooperativa
Arneses (1974), y Nuevas fuentes de trabajo (1974)–. Muchos de estos
proyectos contaban con el respaldo del Complejo Industrial Sahagún;
recibían apoyos y financiamiento de parte de las grandes empresas
con el objetivo de formar nuevos proveedores y contrarrestar el
desempleo. La participación de estas unidades, por tanto, aumentaba
a medida que las actividades de la cncf crecían. El segundo
tipo corresponde a talleres metalmecánicos creados por personal
retirado, e incluso en activo, que conocían a la perfección el tipo
de necesidades de la cncf. Estas unidades se especializaban
en la maquila de piezas y partes metálicas e hidráulicas, por lo que
su participación crecía cuando la demanda rebasaba las capacidades
productivas de la paraestatal.46 Su función derivaba, por
tanto, de los cambios en las formas de organización de la producción
y el trabajo.
Las barreras entre talleres y empresas son difusas porque en varios casos
los pequeños talleres escalaron a empresas legalmente constituidas.
Su diferenciación, no obstante, permite apreciar el surgimiento de
una peculiar dinámica de expansión y contracción estacional (véase
figura 1).
Figura 1. Niveles de eslabonamientos generados a
partir de la expansión de la cncf
Fuente: elaboración propia.
Los anillos concéntricos indican los niveles de vínculos e influencia de
la cncf. En el primer nivel se encuentran los proveedores
fijos, quienes suministraban elementos estructurales. Aquí se puede
ubicar a Sidena, Fundidora Tepeyac, Altos Hornos de México,
entre otros, con quienes predominaban relaciones productivas de tipo
asociativas. En el segundo anillo aparecen las Pymes y
cooperativas proveedoras de diversos bienes y servicios necesarios
para el funcionamiento de la empresa, y aquellas que se enrolan a
partir del auge de la diversificación productiva (suministrando
partes y componentes especiales). Se trataba de proveedores externos
debido a que, en su mayoría, mantenían relaciones de mercado con la
gran empresa, aunque en ocasiones sus vínculos surgían del contacto
personal. En el anillo extremo aparece el segundo tipo de
proveedores, talleres subcontratados para la maquila. Los vínculos
con estas unidades son latentes, reaparecen y desaparecen en función
de las pulsaciones del centro. Las relaciones productivas en este
nivel marginal son determinadas por la gran empresa, quien dicta las
especificidades de los bienes a producir. Estas unidades se
refugiaban en el mercado regional, produciendo cualquier cosa para
sobrevivir a la espera de un nuevo llamado de la gran empresa.
El tercer tipo de proveedores que se consolidó en la década de los
setenta derivó de los nuevos proyectos de transporte de la
cncf. Se trataba de empresas especializadas en
conjuntos mecánicos complejos, partes y componentes electrónicos,
entre ellas se encontraban filiales de empresas extranjeras, las
cuales se ubicaban en los primeros niveles de proveeduría. A
diferencia de la fabricación de furgones –basada en la industria
siderúrgica y metalmecánica–, la incursión en proyectos de
transporte exigió la construcción de nuevas redes de proveedores
ubicados en industrias de mayor contenido tecnológico (como la
electrónica) dominadas por empresas transnacionales. Este rezago se
intentó superar mediante estrategias que implicaron una mayor
participación del Estado a través de sus agencias
científico-tecnológicas. Empero, a diferencia de la etapa anterior,
el nuevo proceso de integración implicó cambios en las formas de
organización productiva y laboral, todo ello en medio de ajustes en
la relación con el capital externo con miras a obtener una mayor
independencia tecnológica. La experiencia del Sistema de Transporte
Colectivo Metro ofrece un buen ejemplo de estas
transformaciones.
En suma, la diversificación productiva de la cncf provocó una
disminución relativa en los niveles de integración; no obstante, los
efectos más complejos se dieron en la relación con los proveedores y
en la naturaleza de los vínculos. Por un lado, la trayectoria
tecnológica en la producción de furgones conformada en la década de
los cincuenta y consolidada en la de los setenta, basada en
estrategias de asociatividad, fue difícil de replicar en el caso de
la fabricación de otros equipos ferroviarios debido a la
discontinuidad de los proyectos de fabricación. Misma que, por otro
lado, revelaba los límites tecnológicos y organizativos de la
cncf. La superación de estos implicaba tanto nuevas
inversiones como un replanteamiento de la política productiva, todo
ello acompañado de estrategias de asimilación tecnológica con la
participación de nuevos proveedores. No obstante, a diferencia de la
etapa anterior, las restricciones financieras se exacerbaron,47 trayendo
consigo un espiral de pérdidas. Así, de forma paradójica, el auge de
la producción en la década de los setenta (véase cuadro 2), lejos de
aumentar los beneficios agravó los desequilibrios estructurales de
la cncf. Bajo este contexto, el proceso de integración
basado en la formación de proveedores devino un aumento de la
subcontratación para aminorar costos y amortiguar los efectos de la
crisis, desvirtuando con ello la capacidad de los eslabonamientos de
inducir innovación tecnológica.
El punto álgido de estas tendencias se alcanzó entre 1979 y 1982, cuando
la producción llegó a niveles récord, mientras que, al mismo tiempo,
las pérdidas se acumulaban.48 A pesar de estos
desequilibrios, la cncf fue consolidando una línea de
producción de trenes eléctricos con niveles de integración cada vez
mayores. El objetivo del siguiente apartado es analizar los factores
que propiciaron la conformación de esta singular trayectoria
tecnológica.
Eslabonamientos y agenda tecnológica: el caso del Metro
(1972-1988)
El Sistema de Transporte Colectivo Metro (stc) de la Ciudad de
México surgió en 1967. En su primera etapa (1967-1972), la totalidad
de trenes fue importada de Francia, fabricados por la Compagnie
Industrielle de Matériel de Transport Lorraine y la Société Générale
de Constructions Electriques et Mécaniques Alsthom
(cimt-at). En 1972 se autorizó una segunda etapa de
expansión, contexto que permitió al stc realizar un balance
sobre la operación y funcionamiento de los trenes importados. El
organismo planteó la urgencia de algunas mejoras en los sistemas de
propulsión, debido a la dificultad para recuperar la energía después
del frenado, y en los dispositivos interiores. Tales cambios
buscaban adecuar los equipos importados a las condiciones reales de
operación (volumen de tráfico, fuentes de energía, túneles) y
mejorar su rendimiento. Esta situación abrió la oportunidad a los
productores mexicanos (como la cncf) de participar en la
fabricación de trenes, bajo el argumento de ensayar soluciones
técnicas locales a los problemas del stc.49
Con el apoyo del gobierno mexicano y el aval de Nafinsa, en
octubre de 1972 la cncf firmó un contrato de sociedad
técnica con la Société Générale de Constructions Electriques et
Mécaniques Alsthom para la fabricación de trenes en Ciudad Sahagún.
El proyecto se sustentó en estudios de factibilidad realizados por
las partes involucradas, los cuales demostraron que el país tenía
las condiciones para producir tales equipos “con un creciente grado
de integración nacional”. Por tanto, los objetivos centrales del
convenio fueron la transferencia de know how, la
obtención de asistencia técnica para la operación de líneas de
montaje y la sustitución de algunos componentes.50
La parte francesa, sin embargo, se reservó cláusulas que le permitían
mantener cierto control sobre la fabricación de estos equipos e
influir en la participación de proveedores. Bajo el argumento de
garantizar que el rendimiento de los equipos fuera el óptimo, se
acordó que la conformación final de los talleres de fabricación
metálica y montaje sería dirigida por el socio francés, quien
determinaría el tipo de herramientas y máquinas a instalar,
idénticas a las usadas en sus propias fábricas, y que el material se
debía fabricar de acuerdo con la documentación y diseños importados.
De ser necesario, la cncf podría sustituir componentes o
proveedores y realizar mejoras, pero bajo las siguientes
condiciones: solo se podrían reemplazar ciertas partes del sistema
de propulsión, algunos componentes electrónicos, interiores de caja
o piezas diversas. En su conjunto, estos cambios representaban menos
de un tercio del valor total de las unidades.51 Su realización se daría bajo
los siguientes términos: “cncf tendrá la libertad de
aplicar una modificación, pero por su cuenta y riesgo, quedando
entendido que solamente se podría tratar de piezas de detalle que no
arriesguen el funcionamiento y los resultados del material. Si se
tratara de órganos importantes, la conformidad de cimt-at
sería imprescindible, sin derogación alguna.”52
En el caso de elementos estructurales, bajo ningún motivo se podría
subcontratar o ceder información a terceros en cuanto a la
producción de material con particularidades tecnológicas. La
cncf no estaba autorizada para compartir
documentación técnica de componentes exclusivos de cimt-at
o pertenecientes a sus proveedores, pues estos se consideraban
secretos de fabricación. Asimismo, las adecuaciones técnicas que
resultasen de los procesos de innovación en los talleres de la
cncf y aquellas que respondieran a las exigencias
de los clientes, debían ser objeto de análisis bajo un convenio
entre ambas partes. De esta manera, “Las mejoras y/o
perfeccionamientos relativos al material objeto del presente
contrato y finalizados por cncf, se comunicarán a
cimt-at para su aprobación técnica;
cimt-at conservará la libertad de aplicarlos en sus
propias fabricaciones reembolsando a cncf las cantidades
que esta debería liquidar en aplicación de la ley mexicana”.53 Tratándose de
mejoras sustanciales, las partes se veían obligadas a realizar otro
contrato de transmisión de know how que, al mismo
tiempo que absorbía la tecnología de la cncf, abría las
puertas de ingreso a proveedores locales.
El margen de autonomía para generar eslabonamientos estaba acotado a
ciertos elementos. Más allá de estos, todo dependía de la capacidad
de innovación de la empresa mexicana, la cual estaba atada a las
posibilidades de su mercado.54 Junto a estas restricciones,
cimt-at brindaba facilidades para la importación de
materiales desde Francia. Realizaba contactos con proveedores y
gestionaba créditos con bancos extranjeros. Por estos servicios
cobraba una comisión de 11% que luego disminuyó a 2% del valor de la
compra, deducible de las regalías de 2.5% por uso de patentes. Tales
condiciones propiciaron que al principio prácticamente la mitad de
los lotes fueran armados con insumos franceses; aunque poco a poco
se incorporó contenido local mediante estrategias asociativas. Por
ejemplo, se obtuvo el permiso de cimt-at para que los
bogíes fueran importados en partes y luego rearmados por Industria
de Hierro, empresa de capital mexicano ubicada en Querétaro. A
partir de esta experiencia, el resto del pedido sería fabricado por
completo en México.55
Para el segundo lote de producción (1977-1978), algunas cláusulas del
contrato se ajustaron. La cncf obtuvo más autonomía para
elegir proveedores e, incluso, mayores motivos, puesto que la
stc aumentó las exigencias respecto al
funcionamiento de diversos componentes, en particular el sistema de
propulsión, que seguía presentando problemas de rendimiento. A estas
alturas, la cncf se había convertido, por mucho, en la
principal proveedora de trenes del stc junto a Industria de
Hierro, empresa perteneciente al grupo Ingenieros Civiles Asociados,
que suministraba partes y materiales diversos. Ambas firmas
–cncf e Industria de Hierro–, formaban parte de los
dos principales agrupamientos industriales de capital mexicano
vinculados a las necesidades del stc –Complejo Industrial
Sahagún e Ingenieros Civiles Asociados–, cuyo entramado de vínculos,
interdependencias y ramificaciones desborda los objetivos de este
artículo (véase Navarro
y González, 1989). Tanto la cncf como
Industria de Hierro e Ingenieros Civiles Asociados trataron de
disminuir la dependencia de la stc a la tecnología
francesa, al desarrollar un laboratorio de electrónica del que
surgieron varias innovaciones, y crear una división de bienes de
capital con el objetivo de sustituir la importación de otros
requerimientos del stc (equipos eléctricos, conmutadores)
en colaboración con el Instituto de Investigaciones Eléctricas
(Quintanilla et al.,
1990). Sin embargo, el problema de la emancipación
técnica se vinculaba a la falta de financiamiento ya que la búsqueda
de nuevos proveedores implicaba la reducción de apoyos de
cimt-at.56 Bajo tales circunstancias, la
cncf se acercó a compañías rivales de la firma
europea, quienes se mostraban dispuestas a compartir tecnología y
otorgar créditos a cambio de entrar al mercado nacional.
Para la sustitución de sistemas de propulsión y motores se entablaron
acuerdos con Mitsubishi Electric Co., quien aceptó varias
condiciones; entre ellas, que los equipos de control fueran hechos
en su reciente planta de Querétaro (Melco) y los motores de
tracción fabricados por Industria Eléctrica de México en subcontrato
con Melco. Una asociación similar se dio en 1980 para la
fabricación de 30 coches de pasajeros de primera clase. Las empresas
Kinki Sharyo y Sumitomo facilitaron un prototipo para ser analizado
por personal de la cncf y Ferrocarriles Nacionales,
brindaron ayuda para realizar modificaciones y respaldaron el
producto ante la Association of American Railroads para realizar las
pruebas físicas y químicas necesarias. De igual forma, entregaron
diseños y planos para ser estudiados con el fin de determinar los
materiales que proveería la cncf, así como los que podría
homologar la industria mexicana. Las firmas niponas se encargaron de
financiar, a través del banco de exportaciones de Japón, los
subensambles y componentes que “definitivamente no podrían
elaborarse en México en el corto plazo”.57
Mediante esquemas de cooperación técnica similares, que incluían
contratos de transferencia de tecnología y de subcontratación de
suministros, así como planes de financiamiento para adquisición de
materiales y modernización de infraestructura, la cncf
avanzó en la integración de nuevos equipos de transporte generando
eslabonamientos locales. Tan solo entre 1982 y 1987 se tienen
registrados los proyectos: Elaboración de Contenedores en Sociedad
con la Socialité Nationale Du Chemin de Fer (Francia); Producción de
Metros Ligeros Articulados en Colaboración con el Consorcio Alemán
fs/duewag; Fabricación de Coches de Pasajeros Tipo
International Coach bajo la asesoría de la firma británica
brel, y Producción de Locomotoras con Tecnología de
General Motors (semip, 1988).
En este sentido, bajo un escenario de competencia internacional
exacerbada como el de las décadas de los setenta y ochenta, la
posibilidad de generar eslabonamientos con empresas locales estaría
acompasada por la mexicanización del capital externo. La
normatividad de la época fomentaba que compañías foráneas y sus
proveedoras se asociaran con capital mexicano para abrir
instalaciones de ensamble en el país, estrategia con la cual se
buscaba continuar con el proceso de formación de proveedores. Los
resultados obtenidos fueron que en la década de los ochenta el grado
de integración nacional promedio de los equipos de carga se mantuvo
en 80% respecto al valor total de la producción, ligeramente
superior al promedio observado en 1969-1970 (véase cuadro 3). En
parte, ello se debió a la mayor participación de Sidena
como proveedor de piezas de acero. Hacia 1985 esta suministraba
cerca de 40% de materiales de origen nacional para la fabricación de
equipos de carga. Por otra parte, el desplome de esta línea de
producción redujo las importaciones que demandaba la elaboración de
tanques y cabús (1987) (véase cuadro 2). Respecto a los coches de
pasajeros, la proporción de materiales internos en el valor total
ascendió a 95% como resultado directo de los acuerdos de
colaboración con Kinki Sharyo y Sumitomo. Para el caso del tren tipo
Metro, el grado de integración alcanzó 76% y siguió creciendo el
resto de la década.
Cuadro 3
Grado de integración nacional, 1986-1987 (principales
productos)
Tipo de equipo
|
Materiales importados
|
Porcentaje
|
Ferroviario de carga
(promedio)
|
Sistemas de frenado, ejes,
dispositivos especiales dependiendo del
producto.
|
80
|
Metro neumático
|
Componentes del sistema
eléctrico, bogíes, equipo de frenos.
|
76
|
Coche de pasajeros primera
clase
|
Frenos, ejes de los
trucks.
|
95
|
El apoyo de agencias estatales con el fin de superar las brechas
tecnológicas del Metro desempeñó un papel crucial. A partir de la
experiencia obtenida y motivados tanto por los planes de expansión
del stc como por nuevos proyectos de transporte en otras
ciudades del país, las áreas de ingeniería de la stc y la
cncf plantearon la fabricación de equipos ligeros.
Este proyecto, a diferencia de los esfuerzos pasados, contó con el
respaldo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología a través de un
contrato de riesgo compartido denominado Investigación, Desarrollo
del Diseño y Construcción del Prototipo de un Tren Ligero o
Premetro, a partir del cual se desarrolló la “ingeniería de detalle,
las interrelaciones de los componentes principales y el diseño de
componentes menores” (semip, 1988, pp. 22-23). Para Guajardo, Jasso y Ollivier (2010,
p. 6), con estas acciones, la cncf al fin
“pudo establecer una agenda de investigación consistente para
integrar un sistema tecnológico de productos”. Este fue el primer
paso para la consolidación de un núcleo generador de tecnologías de
transporte para las ciudades del país.
El resultado de este convenio fue el diseño y fabricación de un Metro de
rodadura férrea y de otro ligero articulado basados en sistemas de
propulsión de ingeniería mexicana, que incorporaron un número
importante de proveedores locales tanto en el montaje de componentes
estructurales como en el equipado de interiores. Sin duda, ello
representó la culminación exitosa de una agenda de investigación
propuesta por entidades paraestatales, la cual tiene sus raíces en
el proceso de asimilación y adaptación tecnológica derivado de las
necesidades específica del stc. En el año 2000, Bombardier
Inc. reconoció a la planta de Ciudad Sahagún como “el centro de
expertise de trenes ligeros de América”
(Bombardier Transportation
Mexico, 2017).58 Distinción que fue precedida
por la transferencia de tecnología de la cncf a Bombardier
en 1980 para la fabricación de 180 carros (Navarro y González, 1989, , p. 131).
Para lograr una mayor integración, la cncf se asoció con su
proveedor de motores eléctricos, Mitsubishi, y convirtió su filial
mexicana (Melco) en la empresa Melmex (Mitsubishi
Electric México). Entre 1978 y 1988, la cncf impulsó el
desarrollo de proveedores locales en distintas ramas, principalmente
en la metalmecánica, electrónica, plásticos, vidrio, siderurgia,
química y aluminio. De acuerdo con Navarro y González (1989, pp. 132-142), en este
periodo se desarrollaron once fabricantes relacionados con el
bastidor; 55 proveedores de piezas, componentes, aparatos
electrónicos y de montaje eléctrico; seis dedicados al armado de
cabinas; siete productores de piezas y placas de aluminio; 24 de
maquinados y partes metálicas diversas; ocho proveedores de puertas,
ventas y cerraduras; cuatro especializados en la fabricación y
montaje de asientos; 37 en equipo neumático y de frenado; y cerca de
110 proveedores de materiales y montajes diversos. Hacia 1985, 100%
de la estructura del tren tipo Metro era de origen nacional y 60% de
los componentes del sistema eléctrico, así como 29.43% del sistema
de frenado, y 22% del bogíe eran proveídos por empresas extranjeras.
Para 1988 la línea de producción del Metro en su conjunto
(neumáticos, férreos, articulados) tenía un grado de integración de
85%, suma del valor de las actividades realizadas dentro de las
instalaciones de la cncf y el aportado por proveedores
locales.
Del total de proveedores locales (261 empresas), 73 en realidad eran
filiales de firmas extranjeras (28% del total) dedicadas
principalmente a la elaboración de productos químicos (20 empresas),
componentes electrónicos y para frenos (22 proveedores) y equipado
de interiores (doce empresas). Al igual que en la fabricación de
furgones en la década de 1960, a fines de la década de 1980 el
proceso de competencia para integrar la red de proveedores del Metro
entre proveedores nacionales y filiales de compañías externas
cobraba auge. Sin embargo, la apertura económica, en particular la
entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(tlcan), impondría nuevas condiciones para los
productores locales (proceso que no es posible profundizar en este
trabajo).
En suma, a fines de la década de 1980, la producción de equipos
ferroviarios de carga y transporte se había compenetrado con la
estructura productiva y científica del país, generando
eslabonamientos diversos con distintos tipos de proveedores que
participaban, ya fuera como empresas externas o en forma de talleres
subcontratados. Este proceso no estuvo exento de problemas: la
competencia contra las patentes, es decir, las dificultades para
sustituir componentes de mayor grado tecnológico; la llegada de
filiales, que relativizan el proceso de integración, y las
dificultades para mantener una producción diversificada en auge,
entre otros, son expresiones de ello. No obstante, desde el enfoque
propuesto por este trabajo el alcance de las dinámicas productivas
internas es importante, ya que de estas surgieron trayectorias
tecnológicas que valdría la pena considerar para este y otros
casos.
La evidencia recabada indica que las dificultades técnicas y
organizativas que surgieron en el transcurso de esta experiencia
industrial, si bien atentaban contra los niveles de eficiencia,
alentaron al mismo tiempo estrategias de aprendizaje e innovación
que los actores consolidaron a través de prácticas colaborativas
como los diversos tipos de asociatividad con proveedores, el Comité
de Fábrica o el intercambio de información entre agencias de
transporte. Esto permite plantear al menos dos discusiones. Primero,
la importancia que tuvo la conformación de sistemas de transporte
integrados a las capacidades sociotécnicas para elevar las metas de
desarrollo tecnológico e integración. Segundo, el papel de la
empresa pública en este proceso, puesto que a través de ella otros
actores locales fortalecieron sus capacidades productivas. Ambos
puntos se discuten a manera de conclusión bajo el enfoque de
encadenamientos productivos que se ha utilizado.
Reflexiones finales
El proceso formativo de eslabonamientos productivos resultó un estímulo
importante para el desarrollo tecnológico en esta industria. Existen
dos momentos clave que señala la teoría: el llamado a la acción,
mediante inversiones estratégicas, a sectores o subsectores cuya
baja demanda les impide consolidar y diversificar sus capacidades
productivas, y la puesta en práctica de mecanismos para elevar la
eficiencia de los proveedores.
Respecto al primer momento, cuanto mayor fuera el rezago técnico y
asilamiento respecto al mercado interno por parte de estos sectores,
las nuevas inversiones requerían de apoyos que iban más allá de la
“baja tolerancia al mal desempeño”. La rápida compenetración con el
sector siderúrgico local que logró la producción de equipos
ferroviarios de carga se moldeó a través de estrategias asociativas
costeadas por la cncf, ello a pesar de un entorno de mala
planeación de las compras estatales y descoordinación de los
organismos públicos. Por el contrario, el salto productivo hacia la
fabricación de equipos de transporte requirió de una renovación de
los instrumentos de política industrial. Por un lado, se hizo
necesaria una mayor regulación de la inversión extranjera para
procurar la derrama local. Por otro, se ampliaron las instrumentos y
facultades del Estado para guiar la industrialización. Dentro de
estos, se promovió abiertamente a la empresa pública (la
cncf) como un enclave para la asimilación de
know how y, al mismo tiempo, se le
convirtió en un ente político representante de los proveedores
locales, que promovía su incorporación a las dinámicas globales
(manteniendo las estrategias asociativas). La política estatal
reforzó estas acciones mediante la mexicanización tanto de la
producción final como de las inversiones foráneas. A su vez, se
crearon agencias científicas estatales con miras a obtener una mayor
absorción tecnológica y, sobre todo, para financiar el desarrollo de
las agendas tecnológicas locales (como el tren ligero del
stc), rompiendo con ello la dependencia financiera
de proveedores externos para el desarrollo de nuevos productos.
A diferencia de la industria siderúrgica, la industria electrónica y la
de maquinaria se encontraban menos afianzadas en la estructura
socioeconómica al momento del despuente de la producción de equipos
de transporte. Ello hizo más evidente el control de las patentes y
avances tecnológicos que ejercían las empresas transnacionales y sus
proveedores, condición que limitaba la integración productiva local.
En suma, cuanto mayor fuera el atraso, la formación de
eslabonamientos exigía una política estatal más incisiva. De ahí que
los alcances de la cncf no fueron excepcionales, sino que
responden a ciertas condiciones y acciones propiciadas por el
Estado.
La teoría señala que este proceso formativo implica la retroalimentación
de los dos momentos arriba señalados. Es decir, mientras que la
eficiencia de los proveedores se desarrolla bajo el impulso de
nuevas inversiones que ejercen presión sobre su organización
productiva, la consolidación de estas inversiones depende, a su vez,
del alcance y calidad de los propios proveedores. En el caso que se
estudia, dicha presión y calidad no provinieron solo de los
compromisos por la eficiencia que acordaron los actores. Estas
surgieron de su exposición permanente a la competencia externa,
tanto a manera de precios que no superaran más de 10% el costo de un
equipo importado, como en la forma de permisos y autorizaciones por
parte de los socios tecnológicos para la sustitución de proveedores
externos por locales. La prueba de esta competitividad, además de la
exportación de productos a Estados Unidos, radicó tanto en el
reconocimiento de Ciudad Sahagún como un centro de
expertise como en la adquisición de
tecnología mexicana por parte de empresas extranjeras. Empero, la
consolidación en el mercado internacional exigía una serie de apoyos
por parte de la banca de desarrollo para financiar a los clientes
externos, tal como las firmas competidoras de la cncf lo
hacían en México. Y esta parte del proceso −fuera del alcance de la
empresa− no se pudo completar por razones que ameritan discutirse en
otro ensayo.
En este contexto, la cncf desempeñó un papel importante en el
desarrollo tecnológico de la rama. Por una parte, la cncf
generó dinámicas de aprendizaje e innovación para lograr las metas
de integración, las cuales fortalecieron a los proveedores locales a
través de la presión de los encadenamientos. Por otra, la empresa
pública se convirtió tanto en fuente para adaptar la tecnología
externa a los recursos productivos y laborales locales como en
núcleo generador de trayectorias tecnológicas. En suma, contribuyó a
la transformación de paradigmas tecnológicos externos en versiones
locales, las cuales asimilaban el impacto de las condiciones reales
de operación de la tecnología foránea en el medio (mercados)
mexicano. Aún falta por estudiar varios aspectos de esta y otras
empresas públicas, así como contrastar las diversas experiencias
acumuladas para poder revaluar su función en la economía del país.
La tarea por venir es ardua, empezando por la discusión de nuevos
enfoques y marcos analíticos, pero necesaria para tener mayor
conocimiento de un capítulo importante de la historia económica de
México en el siglo xx.
Archivo
Archivo General de la Nación, México.