Introducción
Las posiciones historiográficas sobre las remesas de plata americana desde Nueva
España, su implicación en los circuitos de financiación caribeño y europeo, y
el
papel desempeñado por las acuñaciones monetarias en el seno de la administración
militar, han variado en las últimas décadas. A raíz de la publicación de diversas
series de datos, se ha dado un enorme paso hacia la cuantificación de estas remesas,
su naturaleza y destinos, y se tiene en la actualidad un conocimiento cuantitativo
que era casi desconocido hacía tres décadas. Una larga serie de importantes trabajos
ha ofrecido variables estadísticas y datos de vital importancia para la
interpretación de esas remesas dentro del contexto imperial (Céspedes, 1996; Garner,
1982; Marichal, 1999; Ortiz, 1978; Pérez, 1988; Romano, 1998; Soria, 1994; TePaske, 1998, 1976; TePaske y Klein, 1986). A estas habría que
añadir series clásicas que aún hoy siguen teniendo utilidad (Humboldt, 1827; Lerdo,
1853).
Sin embargo, todo este gran esfuerzo no se ha visto acompañado por un consenso
cualitativo respecto de las interpretaciones, evoluciones, implicaciones y
consecuencias. Aunque las tendencias cuantitativas generales son las mismas (mayor
producción-acuñación e incremento de las remisiones de plata al Caribe y España
durante la segunda mitad del siglo xviii), existen sustanciales
divergencias en los ritmos y explicaciones, y lo que creo aún más importante,
en sus
consecuencias a escala regional, virreinal e imperial. La causa que explica estas
divergencias descansa quizá en la manera en que se han utilizado las fuentes (tanto
a escala metodológica como de enfoque) y las posiciones previas de los
historiadores.
En este sentido, la que consideramos la línea historiográfica imperanteen la
actualidad, protagonizada por Carlos Marichal
(1999), entre otros, ha implementado en las dos últimas décadas una
explicación de carácter causal entre lo que este autor denomina la
bancarrota del virreinato y la masiva
exportación de plata al Caribe y España. Este análisis tuvo sustento académico
en
Marichal (1999), La bancarrota
del virreinato: Nueva España y las finanzas del imperio español,
1780-1810, donde, tras la línea argumental anterior, se ejemplifica el
proceso de crisis del virreinato, por compararlo con los otros dos grandes imperios
europeos con intereses en América, y la llamada era de las guerras coloniales.
Este
libro fijó un antes y un después en la interpretación del papel del virreinato
novohispano en el contexto de las guerras coloniales y gastos militares de finales
del siglo xviii y comienzos del xix, implementando la sugerente
idea de que fue Nueva España quien sustentó (y padeció) al imperio español tanto
en
el ámbito caribeño como respecto de su cada vez más agresiva política exterior.
Desde hace unos 20 años, la cuestión sobre el papel de la aportación del virreinato
se ha mantenido casi sin discusión alguna gracias a la convincente fuerza de estos
argumentos.
Resulta bastante conocida la enorme importancia que tuvo el virreinato de Nueva
España para la consolidación de la metrópoli como potencia colonial en el siglo
xviii, máxime si se tiene en cuenta que en este siglo México superó a
Perú como productor de plata y lideró el envío a España de remesas de dinero en
metálico (Brading y Zaionz, 1971). Nada de
esto supone un gran descubrimiento. Sin embargo, la historia económica (y en
especial la fiscal) supone pasar de lo cuantitativo a lo explicativo mediante
un
rigoroso análisis de todas las variantes involucradas, sobre todo si se tiene
en
cuenta que en la era del mercantilismo la plata efectiva resultaba trascendental
para el propio sostenimiento del Estado, cuyas políticas (ya fuese en España,
Gran
Bretaña o Francia) estaban ligadas a las posibilidades reales de sostener un enorme
aparato militar, lograr un endeudamiento sostenible para la administración, y
elaborar una política fiscal capaz de aumentar los recursos a una escala, como
mínimo, igual que los gastos. Diferentes estudios de José Jurado (2008), (2011),
Vicent Llombart (1994), Joaquín Pinto (2016) o Rafael Torres (2008) han demostrado las grandes variaciones
interpretativas que, desde un acercamiento cualitativo de las magnitudes micro
y
macroeconómicas, se pueden derivar con un enfoque no lineal de los datos
cuantitativos. En última instancia, esto significa que los simples datos no reflejan
por sí mismos aspectos de fondo si no están acompañados de un claro modelo
metodológico ni de una inserción a mayor escala de sus variables. Los datos deben
ser interpretados a escala de la función desempeñada (incluso jurídicamente) por
cada uno de los implicados. En este sentido, los trabajos esenciales para la
comprensión del modelo institucional, económico, mercantil y fiscal de la colonia
son los de Jáuregui (1999), Sánchez (2002, 2013, 2016) y Sánchez, Jáuregui e Ibarra (2001). Estos
trabajos permiten una exacta discriminación de diferentes argumentos acerca de
la
estructura fiscal del virreinato, su desarrollo y complejidades, así como de las
distintas opciones que se manejaron respecto de la deuda, créditos o remesas de
plata. Varias investigaciones ya han aportado luz sobre los mecanismos metodológicos
(e incluso técnicos) que son necesarios tener en cuenta a la hora de elaborar
amplias series de datos desde la propia documentación contable virreinal (Pinto, 2017; Sánchez, 2013, 2014; Serrano, 2002a, 2002b; Serrano y Gutiérrez,
2006).
Todo este material académico nos ofrece un cuadro amplio de las opciones
interpretativas de la fiscalidad colonial, y desde hace tiempo sabemos que las
series de datos (muy utilizados) ni son exactas ni ayudan por sí mismas a dar
el
salto cualitativo necesario. A pesar de todo, el modelo interpretativo imperante
permanece sin apenas discusión. Y este modelo se basa en la premisa de que sobre
el
virreinato de Nueva España descansaba una estructura impositiva y de gastos
imposible de soportar, y que estaban de alguna manera en la base de cierto declive
económico posindependencia. A mi entender, esto merece una nueva perspectiva.
La
teoría de la bancarrota denota ya, desde su propia inclusión, una interpretación
causa-efecto sobre procesos de largo recorrido que, sin embargo, obvian tanto
aspectos metodológicos como situaciones a escala regional que van más allá del
simple trasiego de metal o la fijación sobre hombros novohispanos de gran parte
de
la deuda española de finales de siglo xviii y comienzos del xix
(Wobeser, 2006). Aunque ya apenas se usa
de manera directa el término bancarrota, la mayoría de las
investigaciones aceptan de manera implícita tanto la incidencia de Nueva España
como
las implicaciones económicas, fiscales e incluso sociales de las últimas décadas
del
virreinato.
La línea argumentativa que sigue la teoría de la bancarrota, y que
se extrae por deducción de las variables utilizadas y las consecuencias
interpretativas que de ella se han derivado, es: a) Nueva España
era el mayor productor de moneda acuñada del imperio colonial español, lo que
la
ponía en el epicentro de las necesidades de Madrid; b) la política
fiscal de los Borbones giró principalmente en cómo conseguir aumentar la presión
fiscal para obtener mayores recursos y enviarlos fuera del virreinato;
c) una vez obtenidos los resultados de incrementar la
acuñación, se elaboró una política de drenaje hacia España y el
Caribe de la inmensa mayoría de la plata labrada;
d) esa saca de plata se produjo porque ni el
Caribe ni España podían sostener, ni económica ni fiscalmente sus políticas de
defensa; e) los envíos de moneda no suponían sino una transferencia
neta de capital mexicano para sostener el déficit caribeño y metropolitano;
f) esas transferencias (que no generaban riqueza) suponían
vaciar al virreinato de plata circulante y eliminar su capacidad de crecimiento;
g) al drenar una gran proporción de la plata mexicana hacia
fuentes externas, el virreinato colapsó financieramente
(bancarrota) porque que no dispuso de capital amonedado suficiente
para atender sus propias necesidades económicas y fiscales, y h)
¿origen del atraso económico mexicano en el siglo xix?
Hay que admitir que esta teoría no está exenta de atractivo y hasta de cierta
secuencia lógica. Esta argumentación tiene que ver con el famoso asunto de la
circulación monetaria en el interior del virreinato. Y se sigue recurriendo al
argumento de la escasez de numerario en la colonia como uno de los elementos de
mayor impacto negativo sobre su posible desarrollo (Pérez, 1999; Río, 2006; Romano, 1998). Sin embargo, Quiroz (2006) disminuyó el supuesto efecto de
drenaje de plata hacia el exterior demostrando la existencia de suficiente liquidez
en la capital del virreinato. Esta argumentación también tiene una intensa relación
con los efectos de la plata que fluía por las venas americanas. Si el análisis
se
detiene en la mera secuencia de transferencias dinerarias (transferencias de capital
puro), parecería como si todo ese dinero (ya sea en el Caribe o en España) se
transmitiera de manera pasiva, alejado y desplazado de los factores que debían
manejarlo. No es ningún secreto que una amplia proporción de esa plata fue
determinante para mejorar las infraestructuras (González, 2011) y la creación de mano de obra en torno a, por ejemplo,
la construcción de buques de guerra (Serrano,
2018). Se destierra de la interpretación la incidencia de las economías
locales y regionales como si estas no tuviesen cabida en los procesos de
afianzamiento de la deuda o como acreedores del Estado vía superávit de rentas.
Por consiguiente, es indispensable detenerse en esos aspectos clave y desplazarnos
desde la magnitud macroeconómica al análisis regional e incluso local. Sólo desde
estos niveles inferiores, y una vez completados los elementos del rompecabezas,
será
posible realizar un análisis completo a escala, si se quiere imperial, de la función
del dinero y sus movimientos dentro y fuera del virreinato. Por supuesto, se hace
necesario generar cierta crítica metodológica y conceptual para determinar montos
de
esas remesas, cuantificación de rentas y el papel político y fiscal desempeñado
por
los diferentes protagonistas. De esta forma evitaremos, como ya se ha apuntado
(Gerchunoff y Bértola, 2011, p. 19), caer
en la clásica interpretación de la historia de América Latina desde perspectivas
del
nacionalismo del xix, cuyo constructo se hizo por negación y contraposición
al periodo colonial.
El problema de las fuentes y su interpretación
Resulta sorprendente (o tal vez no) que el avance en la elaboración de series de
datos referidas a los elementos que aquí evaluamos, no ha posibilitado un consenso
real en el nivel historiográfico. Esto obedece a que sólo en los últimos años
se
está reevaluando la escala metodológica del uso de las series cuantitativas
disponibles que reposan en los archivos. El alineamiento de datos de tesorería
no
parece un método efectivo para una posterior interpretación, habida cuenta de
la
estructura de las propias cajas reales y los métodos contables empleados (Laviana, 1980; Rivarola, 2008; Rodríguez, 1967;
Santos, 1960). A pesar del notable
interés y la validez general para flujos en el largo tiempo, las cifras aportadas
por TePaske y Klein (1986), utilizadas para
la argumentación ya descrita, adolecen de algo más que de simples desviaciones
(O’Phelan, 2005, p. 223). Como resultado,
ya hay una amplia literatura que ha ejemplificado los riesgos de asumir las series
editadas como elementos de base interpretativa (Pease y Noejovich, 2000; Pinto,
2017; Serrano y Gutiérrez,
2006).
Es importante ejemplificar al respecto. La teoría de la bancarrota se basa, como se
indicó, en una secuencia de drenaje de plata que en última instancia vació las
arcas
del virreinato. Para que esta explicación funcione, es indispensable que se den
dos
variables al mismo tiempo. Por una parte, que los montos de dinero extraídos del
virreinato representen cantidades tan elevadas que de esta manera se pueda validar
la descapitalización de los recursos novohispanos. Por otra, la aportación de
otros
elementos fiscales y financieros en el área caribeña deben tener un carácter
secundario, superficial y siempre supeditado a la función preponderante desempeñado
por Nueva España, lo que significa que las demás tesorerías del circunCaribe debían
ser elementos demandantes de numerario, nunca acreedores y/o suministradores de
capital, y cuyas posibilidades de financiación fuesen nimias o incluso nulas.
En este punto, es importante el uso de las fuentes y su validación metodológica.
Salvo excepciones ya enumeradas, los principales trabajos alineados con la tesis
de
la bancarrota son los de TePaske y Klein
(1986). Aquí reside uno de los principales problemas, por no decir el más
significativo. Estas series (que insisto en que son útiles para descripciones
de
tendencias a largo plazo) nunca fueron trabajadas con criterios metodológicos
de
filtración de los datos. Ya hay una enorme literatura que ha advertido de la
repetición de cantidades, partidas dobles, cargos sobre sus propias tesorerías,
errores de transcripción o escasa comprensión de los mecanismos internos reguladores
de la contabilidad colonial (Pinto, 2016;
Rivarola, 2008; Serrano, 2002b; Serrano y
Gutiérrez, 2006; Solbes, 2007;
Sánchez, 2014). Un análisis más detenido
de la contabilidad nos arroja bastante luz sobre este punto y nos sugiere escenarios
diferentes.
En el cuadro 1 se muestran las diferencias
entre los datos extractados por Marichal y Mantecon
(1994), que a su vez se basan en el trabajo de TePaske y Klein (1986), y los que he elaborado utilizando, en
parte, las mismas fuentes, pero analizándolas con una metodología que evitara
importantes errores contables, como se explica más adelante.
CUADRO 1
SITUADOS REMITIDOS A BARLOVENTO, 1765-1788
Año |
Serrano |
Marichal-Souto-Klein |
1765
|
1 800 000
|
2 053 284
|
1766
|
1 457 000
|
2 620 072
|
1767
|
2 142 000
|
2 340 972
|
1768
|
2 228 288
|
2 573 292
|
1769
|
3 003 000
|
2 827 777
|
1770
|
3 095 041
|
3 222 307
|
1771
|
3 000 000
|
3 008 223
|
1772
|
2 916 708
|
2 996 654
|
1773
|
3 370 110
|
2 942 433
|
1774
|
2 951 431
|
3 069 553
|
1775
|
3 048 043
|
3 140 699
|
1776
|
1 400 825
|
3 349 175
|
1777
|
2 949 516
|
3 637 682
|
1778
|
1 688 830
|
3 775 836
|
1779
|
2 380 263
|
5 396 240
|
1780
|
5 340 000
|
6 497 758
|
1781
|
4 607 306
|
8 189 147
|
1782
|
12 162 038
|
9 799 785
|
1783
|
9 309 900
|
10 610 785
|
1784
|
3 279 000
|
4 085 807
|
1785
|
3 622 000
|
6 620 532
|
1786
|
2 353 692
|
2 816 031
|
1787
|
1 735 671
|
2 764 106
|
1788
|
4 612 400
|
4 833 888
|
Total
|
84 453 062
|
103 172 038
|
El periodo de fechas seleccionadas para esta investigación no ha sido gratuito. El
año de 1765 representó para la América colonial un hito en el camino y un punto
y
aparte en el desarrollo de sus estructuras institucionales y fiscales. Tras el
desastre de La Habana de 1762, capturada y saqueada por los ingleses (Parcero, 1998), Madrid reaccionó con prontitud.
Después de la recuperación de la capital cubana, se instauró allá la primera
intendencia de América mediante instrucción de octubre de 1764, aunque comenzó
a
operar de facto en 1765 con la llegada de Miguel de Altarriba, su primer intendente
(Amores, 1996). La introducción de la
Intendencia de Ejército y Hacienda representó una reacción natural de Madrid ante
lo
que se creía que eran unas estructuras institucionales y fiscales obsoletas, que
no
habían generado ni los recursos necesarios para una eficaz defensa ni un orden
político que desarrollara una estrategia defensiva acorde con el papel de América
dentro del contexto imperial español. La intendencia pretendía limar ambas
deficiencias. El gobierno peninsular buscaba una maximización de los recursos
fiscales con una institución que garantizaba control público de los recursos y
canales centralizados de gestión política y militar de los mismos (Kuethe y Blaisdell, 1982). Cuba, y en especial
La Habana, era el lugar ideal para modernizar la administración y trasladar el
plan
de centralización burocrática que certificara una adecuada defensa de los intereses
españoles en el Caribe, un área geopolítica vital para recuperar la preeminencia
a
escala atlántica.
Paralelo a la intendencia se produjo una profunda reforma fiscal con la aprobación,
en 1765, del primer reglamento de libre comercio que incluía, entre muchas otras
medidas, la recuperación de la recaudación y gestión de las principales rentas
e
impuestos, comenzando por la propia Cuba. La alcabala –renta relacionada con la
actividad mercantil– fue puesta bajo control estatal en busca de una mayor
recaudación fiscal vía gestión política directa (Kuethe y Inglis, 1985). Aunque existían exiguas cantidades procedentes
de este ramo, la alcabala fue introducida en la isla en 1758 (Sagra, 1831, p. 225). De igual manera, se instituyó
(nominalmente) la Intendencia de Marina en la capital cubana,1 habida cuenta del enorme impacto que tenía la
gestión de la construcción de buques de guerra para la administración pública,
tanto
al nivel de actividad económica como de gestión de enormes recursos gubernamentales
(Serrano, 2009).
El año de 1788 representó el fin de un ciclo de profundas medidas reformistas en
América con la muerte de Carlos III y el afianzamiento de las medidas comenzadas
en
1765. En el transcurso de dichos años España logró una enorme movilización de
recursos fiscales que fueron vitales para la aplastante victoria frente a los
ingleses en la guerra que se desarrolló en el circunCaribe entre 1779 y 1783 (Torres, 2013b). Existe ya una gran variedad de
trabajos que han destacado al año1765 como un punto de corte significativo que
ayuda
a entender las diferencias estructurales, financieras y fiscales respecto del
periodo anterior (Amores, 1997, 2004; Amores y
Serrano, 2007; Inglis y Kuethe,
1985; Pacheco, 2005; Parrón, 1991; Rodríguez, 2016; Torres,
1968).
La incorporación de Cuba al proyecto de fiscalización pública de los recursos (que
sería en la década siguiente incrementado con el famoso Reglamento de 1778 para
toda
América), supuso un notable incremento de la recaudación fiscal. Como primera
y
principal consecuencia de esta eficiencia tributaria, la maquinaria militar dispuso
de mucho más dinero que en la etapa anterior, con lo que se distribuyó desde las
áreas de mayor recaudación hacia aquellas que emplazaban sistemas militares
complejos y siempre demandantes de numerario (véase cuadro 1). Siendo La Habana la principal base militar del Caribe (y de
América), no resulta sorprendente que viera incrementado el flujo de situados
procedentes de Nueva España, lo mismo que los demás enclaves de Barlovento. Su
voraz
aparato castrense (milicias, tropas fijas, fortificaciones, armadas, contratas
militares) y el hecho de ser la puerta de salida de mercancías y plata desde América
Central, la transformaron en un enclave necesitado de dinero y de una eficaz gestión
de sus recursos.
Sin embargo, las cantidades contrastadas de Marichal y las de Serrano reflejan
sustanciales divergencias (véase cuadro 1).
Todo ello a pesar de que la fuente es la misma; es decir, los libros de la Tesorería
de México se refieren al mismo concepto, que no es otro que remesas trasladadas
a
Veracruz para ser exportadas como situados a Barlovento. Desde luego, no se pueden
considerar 18 700 000 pesos de desviación un asunto menor. Hay que tener en cuenta
que esa diferencia representaba nada menos que 486 toneladas de plata, o el
equivalente a la construcción de alrededor de 105 navíos de tres puentes en Cuba.
En
la recurrente utilización de las series de TePaske y
Klein (1986) descansa gran parte de esa desviación de datos, ya que estos
no fueron tratados con la metodología adecuada a fin de evitar errores contables.
Nuestro estudio minucioso de la documentación encontró partidas contabilizadas
de
manera doble o simplemente la incorporación de partidas como remesas enviadas,
cuando en realidad eran ajustes de caja. Sin detenernos en este aspecto de tipo
metodológico, se destaca que, a pesar de la elevada proporción de recursos
novohispanos trasladados para sustentar el aparato militar de Barlovento (que
incluye Cuba, Puerto Rico, Florida, Santo Domingo y otros enclaves), este incremento
de remesas al Caribe no supone un cambio sustancial de la política de envíos de
dinero para la defensa seguida hasta ese instante. Si bien se remiten más
cantidades, estas obedecen a un incremento sustancial de la recaudación mexicana,
que se traslada en proporción a sus obligaciones financieras.
De la interpretación de esos envíos hay que deslindar el periodo de 1779 a 1783, en
el que la coyuntura bélica forzó a México (y demás enclaves) a multiplicar el
esfuerzo financiero en aras de sostener las múltiples operaciones militares
desarrolladas en aquellas fechas (Alsina,
2006); y aunque las necesidades de financiación se incrementaron de manera
exponencial, no representaron la tendencia habitual.
En la década anterior al estallido de la revuelta de las Trece Colonias (1776) –etapa
de reajuste administrativo y fiscal, y por tanto de paz armada–, la media anual
de
remisiones novohispanas fue de algo más de 2 600 000 pesos. Disponemos de
interesantes datos para establecer una secuencia comparativa al respecto. Si
utilizamos un periodo anterior –también de paz– como referencia (1749-1753), nos
encontramos con que el total de remisiones mexicanas por situados a Barlovento
representó un promedio anual de algo más de 1 400 000 pesos.2 Aunque las principales reformas fiscales y
financieras no se introdujeron sino hasta 1765 en adelante, los datos del quinquenio
de 1750 muestran que una década antes de la introducción de dichas reformas, México
ya enviaba sustanciales cantidades de numerario que, a efectos prácticos, suponían
la misma cantidad (proporcional a los ingresos fiscales del virreinato) que en
el
periodo posterior a 1765. La conclusión lógica de este primer nivel de análisis
es
que el virreinato no modificó sus responsabilidades como contribuyente principal
de
la defensa caribeña a causa de los cambios introducidos en la década de 1760,
y
tampoco se le forzó a incrementar sus aportaciones de capital con fines militares.
De igual forma, no representaba ninguna novedad el hecho de que el virreinato
debía
contribuir como tesorería excedentaria a la defensa del Caribe; defensa que al
fin y
al cabo le beneficiaba puesto que la pérdida de los principales enclaves del
circunCaribe habría supuesto el fin del virreinato como entidad política.
El promedio anual entre 1784 y 1788 –periodo de paz– se sitúa en 3 100 000 pesos a
causa del incremento de la construcción naval en La Habana y el fortalecimiento
de
sus posiciones vía envío de tropas peninsulares y mejora de sus fortificaciones,
todo ello a pesar de que el situado nominal descendió
normativamente, como se verá más adelante. Esto tampoco debe resultar una sorpresa,
puesto que el virreinato mejoró su recaudación y, por tanto, sus posibilidades
de
financiar parte de la defensa caribeña. Por otro lado, es bien sabido que, al
margen
de los situados, los envíos extraordinarios y coyunturales formaban parte del
entramado de la administración militar.
Repasemos la estructura de esas remisiones de naturaleza militar. Desde finales del
siglo xvii, la contribución novohispana a la defensa de Barlovento había
estado prefijada incluso normativamente (Calderón,
1979). En 1695, cuando las estructuras defensivas, materiales y humanas
del ámbito caribeño aún eran obsoletas y reducidas, las obligaciones financieras
del
virreinato tan sólo respecto de los principales enclaves eran ya de 436 300 pesos
anuales.3 La nueva dinastía en
Madrid y la extensión de reglamentos militares empujaron a un sustancial incremento
de la aportación mexicana, fijada para la década de 1760 en 1 900 000 pesos
anuales,4 que incluso disminuyó
en 1784 para situarse, hasta finales de siglo, en 1 700 000 pesos.5 Es sorprendente el promedio anual de
remesas mexicanas entre 1765 y 1775 (2 600 000, según mis propios datos), que
se
ajusta a la normativa del momento y a las obligaciones financieras del virreinato
para surtir de dinero a la defensa del Caribe, habida cuenta de que se debía
reconstruir el desastre de La Habana, su sistema naval y rehabilitar o mejorar
sus
defensas fortificadas. Esto significa que lejos de descapitalizarse, México aportaba
aquello que por normativa emanada desde España debía auxiliar a su propia defensa
indirecta, más un ligero sobrecosto a causa de la terrible disfunción que provocó
la
guerra entre 1761 y 1763. Incluso cuando los ingresos de Nueva España aumentaron
–desde la década de 1770–, los situados que debía trasladar a los enclaves de
Barlovento disminuyeron hasta 1 700 000 pesos, según la reglamentación. Por
consiguiente, el virreinato aportó –excepto en los periodos de guerra– aquellas
cantidades a las que reglamentos y cédulas lo “obligaban” como sustentación del
aparato castrense caribeño, cantidades que en proporción eran las mismas que antes
de 1765. De igual manera, en la década de 1780 –tendencia que continuaría hasta
finales de siglo– las remesas novohispanas disminuyeron a pesar de que sus ingresos
fiscales netos aumentaron de manera ostensible gracias al Reglamento de 1778 y
la
incorporación de las Intendencias en América Central (Pietschmann, 1996; Rosa,
1993).
Otro nivel de análisis que se relaciona con el uso de las fuentes es aquel que tiene
en cuenta la variable de los ingresos netos del virreinato y las remesas caribeñas.
Sorprendentemente, los principales análisis sobre estas remesas fijan como punto
de
referencia los envíos netos totales desde Nueva España (Marichal, 1999, p. 35), dato que de por sí no dice mucho. Es
difícil encontrar en la bibliografía académica un vector de comparación que ayude
a
entender si estas transferencias de capital supusieron una pesada carga para el
virreinato. La comparación entre las remesas caribeñas y los ingresos netos reales
de Nueva España es la única manera eficaz de interpretar los presuntos sobrecostes
del virreinato, puesto que ejemplifica el peso real de esas aportaciones de capital
en función de los ingresos líquidos (véase cuadro
2).
CUADRO 2
RELACIÓN INGRESOS NETOS-REMISIONES SITUADOS, 1765-1788
Año |
Ingresos netos Nueva España (en pesos) |
Situados remitidos (en pesos) |
Porcentaje |
1765
|
5 812 967
|
1 800 000
|
31
|
1766
|
5 390 873
|
1 457 000
|
27
|
1767
|
5 634 635
|
2 142 000
|
38
|
1768
|
6 229 165
|
2 228 288
|
36
|
1769
|
6 056 228
|
3 003 000
|
50
|
1770
|
7 610 840
|
3 095 041
|
41
|
1771
|
7 191 071
|
3 000 000
|
42
|
1772
|
6 722 041
|
2 916 708
|
43
|
1773
|
8 270 925
|
3 370 110
|
41
|
1774
|
6 375 689
|
2 951 431
|
46
|
1775
|
6 342 237
|
3 048 043
|
48
|
1776
|
6 998 802
|
1 400 825
|
20
|
1777
|
7 289 225
|
2 949 516
|
40
|
1778
|
7 915 589
|
1 688 830
|
21
|
1779
|
8 269 496
|
2 380 263
|
29
|
1780
|
10 783 182
|
5 340 000
|
50
|
1781
|
12 793 313
|
4 607 306
|
36
|
1782
|
16 088 995
|
12 162 038
|
76
|
1783
|
17 326 122
|
9 309 900
|
54
|
1784
|
9 555 117
|
3 279 000
|
34
|
1785
|
13 421 372
|
3 622 000
|
27
|
1786
|
10 833 597
|
2 353 692
|
22
|
1787
|
11 325 400
|
1 735 671
|
15
|
1788
|
9 260 615
|
4 612 400
|
50
|
Total
|
213 497 496
|
84 453 062
|
40
|
Las posibilidades novohispanas para financiar y aportar numerario a la defensa
caribeña no suponían un coste excesivo para sus arcas. Tan sólo algo más de un
tercio del total de los ingresos netos se destinaba a este apartado, exceptuando
el
periodo de 1779 a 1783 en el que la guerra obligó a incrementar las partidas de
tipo
militar. Utilizamos la expresión “tan sólo” porque diversos trabajos ya han
demostrado que los egresos de la administración pública relacionados con el ámbito
militar solían estar entre un medio y tres cuartos de todos los gastos en enclaves
significativos (Jara, 1994; Kuethe, 1986; Nestares, 1999; Serrano, 2004).
En paralelo, encontramos que durante la década de 1766-1775 (etapa de paz y
reestructuración militar), las aportaciones fueron 40% respecto de sus ingresos,
porcentaje que incluso descendió a 29% en el quinquenio posterior a 1783. Es decir,
a la vez que los ingresos netos de México aumentaban, la tendencia era la
disminución de las remesas al Caribe. Como analizaremos más adelante, existían
elementos más profundos que explicaban este escenario, el cual contradecía la
lógica
historiográfica que sostiene que el mayor aumento de los beneficios tributarios
netos del virreinato propiciaba una proporcional alza de sus exportaciones de
numerario y la subsiguiente descapitalización.
En definitiva, y en términos absolutos, estos datos suponían que entre 1765 y 1788
las arcas del virreinato dispusieron –nominalmente– de nada menos que de 129 000
000
de pesos para hacer frente a gastos o pagos que nada tenían que ver con los situados
de Barlovento. Es obvio que a esa cantidad final habría que sustraerle los demás
gastos militares ligados al virreinato dependientes de su tesorería principal,
y que
abarcaban la larga serie de presidios del norte de Nueva España, tropas regulares,
fortificaciones, suministros, los puertos de la fachada pacífica, enclaves menores
anexos al Caribe y las posesiones en el Pacífico, que entre 1765 y 1788
representaron 20 994 714 pesos,6 es
decir, algo más de 874 000 pesos de media anual.
Por consiguiente, y realizando el cómputo preceptivo de todos los gastos ligados a
la
administración castrense, la disponibilidad de numerario por parte de la tesorería
principal de México fue de 108 000 000 de pesos durante el periodo de 1765 a 1788,
o
lo que es lo mismo, 4 500 000 pesos líquidos anuales, cantidad que servía para
sufragar gastos de administración, sueldos, pensiones, infraestructuras y toda
una
amplia serie de egresos, entre los que estaban las remisiones a la península (véase
cuadro 3).
CUADRO 3
REMISIONES A LA PENÍNSULA POR CUENTA DE REAL HACIENDA, 1765-1778
Años |
Envíos a España (en pesos) |
1765
|
1 268 401
|
1766
|
22 589
|
1767
|
91 089
|
1768
|
599 236
|
1769
|
16 097
|
1770
|
1 830 402
|
1771
|
–
|
1772
|
931 837
|
1773
|
–
|
1774
|
3 251 045
|
1775
|
1 888 759
|
1776
|
1 718 474
|
1777
|
–
|
1778
|
3 805 268
|
Total
|
15 423 197
|
En este caso contamos con el inestimable trabajo metodológico de García-Baquero (1996, 2002, 2003) quien
denunció en su momento errores y desviaciones contables de los trabajos de Morineau,
entre otros (Bernal y García-Baquero, 2011).
No obstante, su investigación se detuvo en la fecha de aprobación del decreto
de
libre comercio, pero apunta en la dirección que estimamos conveniente y sirve
para
ejemplificar el modelo. La enorme ventaja de los datos aportados por este
historiador estriba en la naturaleza de sus fuentes. Al contrario de las cifras
de
TePaske y Klein (1986), usadas a su vez
por Marichal (1996), el estudio de García-Baquero (1996, p. 206) se basaba en una
minuciosa investigación de los registros individualizados de cada buque procedente
de América que acabaron glosando unas relaciones de cantidades
efectivamente entradas y registradas por los oficiales de la
Casa de Contratación. Esta documentación muestra la fecha de llegada, procedencia
del buque y el registro de dinero, diferenciando con exactitud el que pertenecía
al
rey y el de particulares.
En efecto, las remesas de plata que sin duda deben ser contabilizadas como “dineros
del rey” –según los propios registros– suponen cantidades nimias tanto en términos
absolutos como relativos. La aportación del virreinato a los gastos públicos del
Estado en la península, lejos de constituir un epígrafe lesivo para sus intereses,
constatan un hecho conocido y evidente: durante la segunda mitad de siglo, los
envíos particulares representaron entre 80 y 90% del total de las remesas a España
(García-Baquero, 1976, p. 346).
Recuérdese que las transferencias de particulares no siempre se visualizan en
los
libros de tesorería a causa de su propia naturaleza, en especial después de 1778,
cuando el predominio de los registros libres fue absoluto (Fisher, 1993). De igual forma, la procedencia del dinero de
particulares y su naturaleza (técnica y legalmente bienes ajenos) discurren alejados
de las voraces fauces de la corona. El ramo de ajenos, que nutría parcialmente
estos
fondos particulares, no podía ser utilizado en ningún caso por la Real Hacienda
(Jáuregui, 1999, p. 166). Tanto
comerciantes como personas del común enviaban enormes cantidades de numerario
a la
península que no formaban parte del circuito de dinero público, ni
tampoco representaban vectores visibles de los ingresos del Estado. La repatriación
de dinero con fines de ostentación, dividendos comerciales o pertenecientes a
bienes
de inválidos, depósitos o montepíos, no puede ser equiparado a las remesas que,
procedente de rentas, impuestos o tributos, pertenecían al Estado y tenían como
finalidad sustentar los enormes gastos públicos. La tradicional concepción
historiográfica –visible en la bibliografía– de incluir sin ninguna distinción
la
plata pública y la perteneciente a particulares no hace sino desvirtuar el fondo
interpretativo, que no es otro que calibrar el peso del gasto del Estado
–principalmente de naturaleza militar– respecto de los ingresos públicos.
Por otra parte, la tendencia en el último tercio del siglo xviii –y aun
antes– de que las remesas particulares fuesen cada vez más importantes respecto
del
dinero público, sólo puede ser explicado de una manera: el gasto estatal del
virreinato –y en general en toda América– era alto en los propios
territorios indianos y áreas circundantes, lo que invalida –como mínimo
parcialmente– la famosa saca de plata. De esta manera podremos
reconvertir aseveraciones tan audaces como que Nueva España estaba sujeta a una
“constante expoliación y descapitalización de la economía” (Trujillo, 2009, p. 26). En definitiva, nos encontramos ante un
escenario bastante diferente del descrito por gran parte de la historiografía.
Si
bien es cierto que en la década de 1790 y comienzos del siglo xix las
remesas a la península se incrementaron de manera notable, en el periodo analizado
–que constituye el inicio de ese hipotético proceso de descapitalización– los
datos
apuntan en una dirección diferente.
Otra causa que ayuda a explicar esas desavenencias tanto numéricas como
interpretativas descansa en lo que denomino el circuito interno de la
plata. Las cifras que se asimilan como ciertas para demostrar el
proceso de envío masivo de dinero a Barlovento y a España descansa en la hipótesis
de que las salidas –datas– de los libros contables de la tesorería mexicana son
cantidades que sí llegaban a su destino. La verdad es más compleja. La tesorería
principal del virreinato sólo indicaba salidas o remisiones de su caja pero no
la
recepción de las mismas allá donde se suponía que debían ser trasladadas. Si
aceptamos que un ramo de remisión de un año determinado indicaba una salida efectiva
de plata –cosa que no siempre ocurría–, esas cantidades debían ser trasladadas
a
Veracruz. Desde allí, y tras su correspondiente registro de entrada, la plata
podía
seguir dos caminos diferentes. Uno, su envío directo a España –en caso de remesas
peninsulares–, pero el otro era bastante frecuente: su traslado a La Habana. Ortiz (1978, p. 151) evidenció que las remesas
de plata efectiva por cuenta del rey en el periodo que aquí analizamos no se
corresponden con las partidas de envíos desde México con este destino.
Esa nueva desviación (que no trataremos en este artículo) evidencia la complejidad
de
los circuitos de plata y sus remisiones a diferentes lugares, entre ellos España.
Si
bien es cierto que muchas de esas remesas viajaban a la primera oportunidad que
tenían hacia sus lugares de destino, lo cierto es que tanto la meteorología como
el
retraso en la llegada del dinero efectivo, los frecuentes problemas logísticos
con
los buques en Veracruz, y la amenaza de caer en manos enemigas, demoraban las
transferencias meses o incluso más de un año. Como se verá, la llegada de situados
a
La Habana (o remisiones con destino peninsular) tampoco se corresponden con las
datas de la tesorería de México. Al margen de los elevados costes de los fletes,
cuyo importe podía superar 10% del valor (Suárez,
1996, 2001), la retención de
partidas de plata en Veracruz, el desvío de cantidades hacia otras partidas,
naufragios o destinos diferentes a los prefijados serían causas frecuentes de
que
llegase menos dinero a La Habana del que México decía enviar.
Sin embargo, y aceptando que los ingresos en La Habana fueron importantes y vitales
para su administración militar, veremos cómo otras causas más profundas descansaban
tras la disminución proporcional de estas remesas hacia Cuba procedentes de Nueva
España.
La Habana: riqueza, plata y una nueva perspectiva
La historiografía ha repetido en múltiples ocasiones que las remesas mexicanas
constituían el grueso de los ingresos de La Habana, llegando a calcular esta
proporción en 75% del total para el periodo que abarca este artículo (Marichal, 1999, p. 51). Por supuesto que
también encontramos quien ha llamado a este proceso imperialismo español (Canudas, 2005, p. 254), concepto que como
mínimo es de dudosa utilización para la época. Incluso Humboldt, en su
Ensayo sobre la isla de Cuba (1827, pp. 253-261), destaca los elementos comerciales y el incremento de
los productos de la isla vía rentas, que la llegada de plata mexicana. En cualquier
caso, la historiografía fiscal del periodo se centra en exceso en las transferencias
de capital mexicano deslindándolas de una realidad propia de Cuba que mostraba
caminos diferentes, en especial tras las profundas reformas implementadas después
de
1764.
En efecto, la elite comercial cubana –y en especial la habanera– acogió la creación
de la Intendencia como un factor que beneficiaba sus negocios privados. Lejos
de
sentirse constreñida por su relación con los comerciantes peninsulares, los
hacendados cubanos mostraron una inusitada independencia como dueños privados
de sus
negocios y no como comisionistas de aquellos (Amores,
2016, p. 8). La sumisión de la mayoría de la elite patricia y adinerada
cubana ante las reformas de Ricla, que incluían una profunda reforma fiscal, si
bien
desaparecía antiguos privilegios fiscales, les permitía una notable expansión
de sus
negocios gracias al decreto de libre comercio de 1765. El incremento del impuesto
de
la alcabala de 4 a 6% a cambio de la supresión del previsto gravamen sobre las
rentas líquidas (Amores y Serrano, 2007, p.
402) no lesionó los intereses mercantiles de la rica burguesía mercantil
cubana, sino que le permitió una concentración de sus negocios en relación con
las
medidas liberalizadoras de 1765. Asimismo, el aumento del poder del capitán general
para controlar de manera directa la Intendencia de Hacienda y Ejército permitió
no
sólo una mayor concentración de recursos, sino la concreción de planes financieros
de defensa militar de la isla sobre la realidad fiscal propia.
Estos elementos son esenciales para reinterpretar, hasta cierto punto, el papel
determinante de la plata mexicana (véase cuadro 4). Al igual que en el virreinato,
las reformas fiscales generaron un impacto positivo sobre la recaudación en Cuba
y
La Habana, e insertó –esto es esencial– capital privado en las estructuras de
sostenimiento militar antes inexistentes.
En el cuadro 4, que parte de 1766 al
disponerse de las cuentas de La Habana de manera íntegra, se muestran los ingresos
totales de la tesorería, los situados entrados y el porcentaje que representan
esas
cantidades de plata mexicana sobre el total de las entradas.
CUADRO 4
RELACIÓN INGRESOS-SITUADOS, LA HABANA, 1766-1788
Año |
Ingresos totales Tesorería (en pesos) |
Situados Ejército y Marina (en pesos) |
Situados sobre ingresos (porcentaje) |
1766
|
2 058 865
|
1 398 380
|
68
|
1767
|
2 589 747
|
1 762 679
|
68
|
1768
|
2 372 739
|
1 519 520
|
64
|
1769
|
3 021 974
|
2 058 800
|
68
|
1770
|
3 509 689
|
2 044 025
|
58
|
1771
|
3 016 519
|
2 141 150
|
71
|
1772
|
3 274 319
|
2 201 552
|
67
|
1773
|
2 919 742
|
1 902 572
|
65
|
1774
|
2 808 369
|
1 985 865
|
71
|
1775
|
2 696 398
|
2 117 087
|
79
|
1776
|
3 262 627
|
2 385 770
|
73
|
1777
|
3 359 905
|
2 560 687
|
76
|
1778
|
3 755 355
|
2 754 618
|
73
|
1779
|
5 580 010
|
4 680 780
|
84
|
1780
|
4 166 359
|
1 796 075
|
43
|
1781
|
14 953 766
|
7 884 681
|
53
|
1782
|
14 937 931
|
9 616 590
|
64
|
1783
|
12 763 551
|
8 343 314
|
65
|
1784
|
3 142 356
|
2 100 000
|
67
|
1785
|
6 214 442
|
4 473 500
|
72
|
1786
|
3 016 351
|
2 420 489
|
80
|
1787
|
6 331 694
|
4 423 516
|
70
|
1788
|
2 432 775
|
1 970 129
|
81
|
Promedio
|
4 674 395
|
3 105 907
|
69
|
Destacan dos elementos de las cifras del cuadro 4. En primer lugar, el total de
remesas ingresadas en concepto de situados mexicanos para estos años –74 500 000
pesos– es inferior a lo que las partidas desde México indicaban. Las transferencias
de capital mexicano en el periodo de 1766-1788 eran supuestamente de 82 600 000
pesos (véase cuadro 1). En este caso, la
desviación 8 000 000 de pesos obedece a la fuente receptora de las remesas, es
decir, la propia Habana. Los estudios que tratan los situados novohispanos siguen
aceptando como válidas las datas de la tesorería principal de Nueva España, sin
tener en cuenta que desde Veracruz resultaba frecuente el envío de cantidades
diferentes. Este primer elemento apunta a que, desde el plano metodológico, los
situados que se transfieren deben ser analizados desde ambos puntos nodales, es
decir, tanto desde la caja suministradora como desde la que las recibe, a causa
de
que el circuito interno de la plata, siempre caprichoso y dependiente de variables
coyunturas, genera no pocas fluctuaciones. Paralelamente, las partidas expresadas
como entradas de situados en La Habana manifiestan dos tipos de remesas diferentes.
Desde la creación de la Intendencia cubana, que desarrolló también nominalmente
una
Intendencia de Marina, La Habana fue el único enclave colonial que dispuso de
dos
tesorerías paralelas en función de la institución que libraría los pagos. Por
una
parte, la Tesorería o caja principal, dependiente del intendente de Ejército y
Hacienda y controlada por el capitán general de Cuba; y por la otra, la Tesorería
de
Marina, bajo la intervención del intendente de Marina y del comandante naval del
apostadero, cuya gestión era autónoma de la Tesorería principal puesto que sus
fondos ingresaban en ella sin pasar por la fiscalización del capitán general (Serrano, 2018, pp. 345-352). Este factor es
vital porque las cuentas de la Caja de La Habana que reposan en el Archivo de
Indias, no recogen los ingresos de situados navales, mismos que deben buscarse
en
los legajos correspondientes al astillero cubano, que son diferentes de aquellos.
Un
análisis de la contabilidad de la Tesorería principal arrojaría unos ingresos
por
situados mexicanos inferiores hasta situarlos en sólo 57 600 000 pesos. Incido
en
este elemento porque será fundamental para comprender el peso del capital privado
en
el soporte de la administración militar durante esta etapa, ya que estuvo
influenciado por los negocios y actividades ligadas a la construcción de buques
de
guerra.
En segundo lugar, el porcentaje que representan los situados sobre el conjunto de
los
ingresos totales es ciertamente elevado (69% en promedio), próximo a lo que la
historiografía ha indicado. Sin embargo, hay algunos elementos que convergen y
sitúan las aportaciones mexicanas en un nivel inferior.
No es ninguna novedad que una proporción de la plata recibida por La Habana tuviera
como finalidad soportar los presidios de Barlovento. Sin embargo, las afirmaciones
sobre la descapitalización de Nueva España respecto del entramado militar cubano
se
sustentan en la masiva remisión de situados a La Habana sin detenerse en el
importante factor de las reexportaciones de numerario. En efecto, de los 74 500
000
pesos ingresados en ambas tesorerías habaneras en concepto de situados, nada menos
que 26 400 000 pesos salieron hacia otros destinos en el Caribe, es decir, más
de
35% del total. A pesar de que el capitán general de Cuba podría haber secuestrado
parte de esas cantidades para los gastos militares en la isla –capacidad cierta
toda
vez que era el militar de mayor rango del circunCaribe y sólo supeditado al virrey–,
no nos consta que alguna vez lo hubiese hecho. Por consiguiente, descontadas esas
reexportaciones, la aportación real del situado mexicano desciende durante esos
años
hasta 41% y no 75% como se ha escrito.
Existen dos elementos que explican cómo fue posible que Cuba mantuviese elevados los
gastos militares, una numerosa guarnición –a la que se añadía tropas peninsulares–,
constantes mejoras en las fortificaciones, y un nivel de construcción de navíos
de
guerra que podía competir con los astilleros peninsulares. Y todo ello con unos
situados efectivos para su propia utilización de sólo 41% sobre el total de todos
los ingresos; el cuadro 5 muestra uno de
ellos.
CUADRO 5
REEXPORTACIONES Y PRÉSTAMOS, 1766-1788
Año |
Reexportaciones desde La Habana (en pesos) |
Préstamos (en pesos) |
Situado de La Habana sobre el total de ingresos (porcentaje)
|
1766
|
727 223
|
299 241
|
33
|
1767
|
645 840
|
448 465
|
43
|
1768
|
744 830
|
234 116
|
33
|
1769
|
1 148 557
|
544 454
|
30
|
1770
|
922 464
|
1 164 852
|
32
|
1771
|
874 147
|
421 497
|
42
|
1772
|
916 530
|
736 072
|
39
|
1773
|
959 373
|
583 596
|
32
|
1774
|
1 054 798
|
278 631
|
33
|
1775
|
938 909
|
217 490
|
44
|
1776
|
894 923
|
306 129
|
46
|
1777
|
1 090 499
|
111 000
|
44
|
1778
|
1 077 834
|
211 500
|
45
|
1779
|
1 637 984
|
149 927
|
55
|
1780
|
944 808
|
1 517 988
|
20
|
1781
|
2 463 521
|
5 631 816
|
36
|
1782
|
1 396 300
|
3 766 838
|
55
|
1783
|
2 643 115
|
3 216 921
|
45
|
1784
|
700 000
|
40 270
|
45
|
1785
|
766 327
|
870 839
|
60
|
1786
|
1 804 550
|
355 402
|
20
|
1787
|
2 070 314
|
649 157
|
37
|
1788
|
–
|
23 543
|
81
|
Total
|
26 422 846
|
21 779 744
|
41
|
Entre 1766 y 1788 las arcas habaneras registraron préstamos y donativos por la
astronómica cifra de más de 21 000 000 de pesos. Lo significativo de esta cantidad
no es sólo su peso absoluto sobre el conjunto de los ingresos de tesorería, sino
su
procedencia. Los hacendados cubanos, la dinámica burguesía mercantil de La Habana
ligada a los negocios del azúcar y el tabaco (Amores,
1995, 1999; Náter, 2013; Tornero,
1978), lejos de mostrarse reacios a las reformas emprendidas desde 1764,
aprovecharon sus opciones de enriquecimiento y ascenso social. En especial el
astillero fue decisivo. La documentación muestra que el mayor conjunto de los
donativos y préstamos (la mayoría se ofrecía sin interés) estaban asociados a
la
Tesorería de Marina. La causa que explica este mecanismo estriba en la propia
naturaleza de los negocios navales. Ninguna otra industria en La Habana movía
más
dinero que la construcción naval que requería ingentes cantidades de materiales
y
suculentos beneficios vía contratas y asientos (Serrano, 2013). Aunque la tendencia historiográfica ha destacado que las
reformas borbónicas suponen un proceso masivo de estatalización de la guerra,
lo
cierto es que al menos en Cuba y su astillero el capital privado surtió de enormes
proporciones de numerario a la administración pública.
Lo interesante de esta inyección de capital privado es que se extiende en todo el
periodo (1766-1788), aunque en mayor envergadura durante el periodo bélico de
1779 a
1783. Los donativos y préstamos más o menos forzosos ya estudiados para el
virreinato de Nueva España (Valle, 2016) se
centraron de manera casi absoluta en la dramática coyuntura de necesidades urgentes
durante la guerra. Sin embargo, en La Habana el proceso de generosas contribuciones
a las arcas se sucede sin solución de continuidad durante décadas. El beneficio
de
estos aportes de dinero privado para las familias ricas cubanas estaba ligado
tanto
a la obtención de réditos vía contratas como al aumento de sus privilegios sociales
y políticos. La mayoría de los nuevos títulos de nobleza e ingresos en órdenes
de
caballería se concentró después de 1764 (Kuethe,
1998; Kuethe y Barbier, 1984;
Serrano y Kuethe, 2005) y están
relacionados con el nivel de implicación financiera en las necesidades militares
de
la isla.
Sin embargo, falta un factor clave para cerrar el círculo. El incremento de las
rentas líquidas de Nueva España no representó un aumento proporcional de las remesas
de plata a Barlovento, ni siquiera a la península. Este proceso, ligado de forma
natural a las reformas fiscales e institucionales de 1764 en adelante, tuvo un
impacto inmediato en Cuba.
Así, ni las importantes remisiones mexicanas, ni el crecido número de donativos y
préstamos a las tesorerías habaneras pueden explicar por sí mismos el creciente
peso
de sus gastos militares. Un elaborado informe de tesorería solicitado por Madrid
en
1787 nos ayuda a comprenderlo (véase cuadro
6).
CUADRO 6
PRODUCTO RENTAS DE CUBA, 1766-1785 (EN PESOS)
Periodo |
Producto rentas de la isla |
Gastos |
1766-1775
|
5 354 024
|
1 342 171
|
1776-1785
|
10 037 338
|
2 467 499
|
El considerable incremento de las rentas de la isla es evidente. Los notables cambios
estructurales y fiscales después de 1765, que incluyeron la creación de dos aduanas
(mar y tierra) y la expansión de la actividad mercantil (Palazón y Sáiz, 1998, p. 83), se proyectó en los ingresos
líquidos. Sin embargo, este informe ofrece datos aún más destacados. Durante la
primera década se incidía en que, disminuidos los gastos de administración, el
sobrante líquido supuso la cifra de 3 744 529 pesos, mientras que para la siguiente
década fue de 6 861 529 pesos. En ambos casos se hizo especial referencia a que
ambas cantidades fueron trasladadas al ramo de situados, es decir, a disposición
de
los gastos militares. La suma de ambas partidas resulta en 10 606 058 pesos. Si
consideramos que entre 1766 y 1775 los ingresos reales de situados provenientes
de
México que quedaron en Cuba para efectos militares –remisiones menos reexportaciones
de numerario– fue de 43 179 663 pesos y añadimos estos 10 606 058 pesos procedentes
del producto líquido de las rentas que fue puesto a disposición de la administración
militar, nos encontramos con que las rentas cubanas aportaron al sostenimiento
de la
financiación militar nada menos que con 20% del total. Nótese que en este caso
sólo
se han tenido en cuenta las variables de situados efectivos y rentas sobrantes
del
conjunto de la isla.
Podemos hacer un ejercicio más complejo. Si sumamos todas las cantidades de numerario
que tenían como destino el soporte de la actividad militar (situados efectivos
en
Cuba, rentas líquidas y préstamos), el gobernador de La Habana disponía para el
periodo de 1766 a 1785 de 74 537 363 pesos. De esa enorme suma, las rentas
representaban 14% del total y los préstamos y donativos 28%, es decir que 42%
de la
plata que se proyectaba como disponible para gastos militares provenía de la misma
Cuba. En este sentido, es bastante probable que ese porcentaje sea aún mayor porque
ya que el cálculo se ha realizado sobre préstamos aportados en las tesorerías
habaneras, ya que no disponemos del mismo ítem para las nueve cajas sufragáneas
de
la isla.
La interpretación de estos cálculos resulta bastante evidente. Cuba, y La Habana en
específico, representó un papel activo en el soporte de su propia maquinaria
militar. La dependencia de los situados mexicanos, a pesar de su notable
importancia, debe ser cuestionada. Las obsesivas quejas del gobernador de la isla
y
los diferentes oficiales reales respecto de la necesidad de que llegase más dinero
desde Nueva España no debe ser evaluada como un desesperado llamamiento para evitar
el colapso de su administración militar, sino más bien como una recurrente actitud
común en toda la América colonial española. La solicitud de más dinero –situados–
representó a nuestro entender un papel político. Es decir, con la llegada de más
plata se podrían justificar más construcciones de fortificaciones, más fábricas
de
navíos, lo que redundaría en un mejor servicio al rey y, por ende, mayor prestigio
y, tal vez, un reconocimiento político y social.
En las últimas décadas del siglo xviii el aumento del producto de las rentas
en Cuba fue un factor determinante para su supervivencia cuando se desató la
tormenta independentista en 1810. De hecho, si bien los situados mexicanos siguieron
llegando, estos representaron cantidades cada vez menores desde la década de 1790
y
desde la primera década del siglo xix el péndulo de las remesas mexicanas
–ahora sí– se trasladó a la convulsa España peninsular (Marichal, 1996). Sin embargo, y con excepción de su astillero
que colapsó en 1805 por el impacto de Trafalgar, su administración militar siguió
funcionando casi a pleno rendimiento. La causa que explica este milagro estriba
en
las bases ya puestas décadas atrás, y en concreto en el periodo posterior a 1765.
Entre 1806 y 1830 las rentas cubanas aumentaron más de 80% sus productos líquidos,
logrando no sólo sostener su costoso aparato militar, sino también suministrando
cantidades de plata a Santo Domingo, Puerto Rico, Venezuela, e incluso a México
(Roldán, 2017, p. 115). Una verdadera
paradoja.
Conclusiones
Por supuesto, este artículo no pretende desvirtuar las innegables e importantes
aportaciones de las transferencias de plata mexicana, pero ofrece una perspectiva
triple que merece una profunda reflexión historiográfica.
En primer lugar, los envíos de plata novohispana representaron un factor
contribuyente respecto de las necesidades financieras del Caribe –y de Cuba–,
pero
en ningún caso fueron un elemento que generara una total dependencia de la
generosidad del virrey de turno. Tanto la propia estructura imperial de España
en
América, como la misma conformación de las entidades políticas más significativas
propiciaban un equilibrio interno entre diversos enclaves con superávit y los
sectores que defendían con su entramado militar a aquellos. En este sentido, la
participación de México hay que interpretarla como una opción única en la que
la
malla defensiva perimetral externa estaba conformada por las islas y enclaves
de
Barlovento. Las remesas mexicanas eran, por consiguiente, un segmento de la defensa
que posibilitaba al propio virreinato redistribuir sus beneficios hacia otras
escalas de gasto. Nueva España fue la entidad política importante que menos egresó
en sus costos de defensa porque lo hacía desde su perímetro externo. Hacerlo de
otro
modo hubiera restado enormes porciones de sus beneficios fiscales para el aumento
de
su producción agropecuaria o minera. En vez de visualizar las remesas mexicanas
–ya
fuesen al Caribe o a España– como outputs negativos o
descapitalización, deben entenderse como inversiones indirectas en beneficio de
su
estabilidad interior. En este sentido, no debería sorprendernos que el virreinato
de
Nueva España acabara siendo la única gran entidad política del siglo xviii
que no sufrió importantes ataques directos, circunstancia que no se podría aplicar
a
Perú (Pinzón, 2009), Nueva Granada (Kuethe, 1974; Serrano, 2016) o Río de la Plata (Roberts, 2000), por ejemplo.
Por otra parte, las transferencias de capital deben considerarse fermentos en el
nivel económico e incluso social. Cuando se analizan los situados –mexicanos o
no–
se suele trasladar la idea de que se trata de simples mecanismos que transfieren
capital sin ninguna ganancia. La utilización de esas remesas significa activos
financieros de indudable capacidad regenerativa en el ámbito económico. Existen
muchos trabajos que se centran en el profundo efecto dinamizador de las economías
a
escala local y regional de los situados (Andrade,
2006; Baudot, 2013; Meisel, 2002; Torres, 2013a). Y no debería sorprendernos que en La Habana el astillero
generase a su alrededor una floreciente industria de todo tipo que empujaba al
Estado a dar cabida a amplios sectores privados a través de suculentas contratas
y
asientos militares. Más que descapitalización, las remesas novohispanas, añadidas
a
las aportaciones propias en el ámbito geoestratégico del Caribe, propiciaron un
enorme crecimiento de la mano de obra ligada a la esfera militar, así como la
masiva
captación de capital privado. Tan sólo en el astillero de La Habana se han podido
calcular en varias decenas las contratas para la fábrica de navíos, las que a
su vez
ampliaban la base laboral en su maestranza en varios miles de operarios (Valdez-Bubnov, 2011, pp. 420-425).
La consolidación de las reformas fiscales en Cuba en la década de 1765 debería
tenerse en cuenta. El extraordinario incremento de sus rentas, la utilización
de las
mismas con fines militares, y la masiva captación de donativos y préstamos de
su
burguesía mercantil y hacendada, son factores que influyeron en el sostenimiento
de
un costoso y multifacético aparato militar. No hay la menor duda de que sin los
inputs de rentas y préstamos, la Hacienda habanera no habría
sido capaz de mantener tropas, fortificaciones y construcción naval en niveles
de
millones de pesos.
Todas estas piezas juntas en perfecta armonía indican con claridad que, si bien
México aportó enormes cantidades de plata vitales para su administración castrense,
estas no podían sustituir los demás elementos integradores de la financiación
militar. Por este motivo, en vez de un proceso de descapitalización de Nueva España
o de dependencia cubana de sus vecinos del oeste, habría que hablar de una sincronía
de factores financieros.
Archivos
agi Archivo General de Indias, Sevilla, España.
ags Archivo General de Simancas, Valladolid, España.