Al terminar de leer el libro del profesor Pablo Luna confirmé una vez más las enseñanzas del maestro Alberto Soberanis Carrillo, especialmente aquella que promulga que la investigación no es un asunto de prisas, sino de ideas inteligentes a partir de observar algún suceso o proceso histórico que plantee un problema a resolver sin estar pensando en el tiempo que nos lleve, pues lo importante es encontrar esa solución respaldada, sobre todo, en fuentes documentales de primera mano.
Al menos desde 1990, el profesor Luna planteaba la necesidad de estudiar y analizar la evolución de la propiedad de la iglesia católica peruana, tanto del clero regular como del secular, a partir de realizar una cronología sobre las coyunturas sociopolíticas. En particular, hacía énfasis en la ausencia de trabajos que explicaran el proceso de la desvinculación y desamortización en Perú, en su proceso de antiguo régimen a nación independiente y su consolidación como país.
Diez años después, Pablo Luna dio a conocer sus avances sobre la propiedad urbana de la orden de San Camilo de Lelis en Perú en el siglo xix, donde insinuaba su propósito de realizar estudios posteriores con mayor profundidad y alcance. Entre 2005 y 2007 efectuó algunas estancias de investigación que le permitieron acceder a nuevos acervos documentales y bibliográficos, que aunados a otros años de reflexión y redacción dieron como resultado el libro El tránsito de la Buenamuerte por Lima. Auge y declive de una orden religiosa azucarera siglos xviii y xix.
El libro que aquí se reseña concentra entonces el cúmulo de ideas que se forjaron a lo largo de casi 20 años. Por ello, no es de sorprender el magnífico estado de la cuestión que se plantea tanto en la introducción como a lo largo de cada uno de los cinco capítulos que permiten identificar las propuestas novedosas del autor. Ese análisis que expone a lo largo de toda su obra devela la amplia gama de investigaciones aún pendientes por realizarse en torno a la historia de las distintas órdenes del clero regular peruano. Significa, pues, una invitación tácita del profesor Luna para llevar a cabo estudios comparativos a partir del estudio de caso que el expone con la Buenamuerte. Esta invitación, que es una constante en el libro, llega a sentirse como un clamor de alerta o guía a los noveles historiadores, no solo de su país, sino de todos aquellos interesados en la historia colonial iberoamericana.
Utilizando una variada metodología, como el estudio de caso o la prosopografía, entre otras, el autor analiza la explotación, especialización y evolución de la propiedad rural y urbana de la Buenamuerte en Lima para intentar comenzar a cubrir ese vacío historiográfico que detectó sobre el desconocimiento de la propiedad eclesiástica en Perú.
Consciente en todo momento que su estudio se centra en la orden de los Camilos, Pablo Luna se muestra prudente sobre sus alcances y advierte que es necesario hacer más estudios comparativos utilizando para ello la vastedad de fuentes documentales que permanecen en aquel país y que todavía no son explotadas a cabalidad. Lo anterior no impidió que su análisis se limitara al mundo de esa orden, sino que buscó y logró “desprovincionarlo”, como él refiere, para vincularlo a espacios y acontecimientos políticos y sociales más amplios, ahí radica una de las muchas virtudes de este libro. Con ello logra un gran avance en su propuesta (a mediano plazo) de reconstruir la historia de la propiedad y el patrimonio eclesiástico de Perú.
El tránsito de la Buenamuerte por Lima está estructurado en 5 capítulos que detallan la historia de la orden mendicante de San Camilo de Lelis en Perú, desde su llegada a Lima en 1709 hasta los últimos años del siglo xix. Resaltan en ellos el formato de los anexos y cuadros que consolidan los asertos del autor y sirven además como resumen o conclusión de cada uno de ellos. En el primer capítulo evoca la fundación de la orden en Roma a fines del siglo xvi, donde destaca entre sus votos el que constituirá la esencia de esa institución, el cuidado corporal y espiritual de los enfermos, así como su expansión y consolidación por varios países europeos en la siguiente centuria.
Una de las bondades de este libro es la forma en la que el profesor Luna define etapas muy claras de la historia de la Buenamuerte. Por ejemplo, en este primer capítulo nos narra los primeros 40 años de la orden en Lima y los vínculos que establecieron a través de ejercer su ministerio de cuidar a los enfermos. Esta actividad les atrajo un gran prestigio y respeto que se vio reflejado en la donación de numerosas fincas urbanas en la capital de aquel virreinato, en la aportación de enormes cantidades de dinero en efectivo (más de 200 000 mil pesos) y en el otorgamiento de la cátedra de Moral en la Universidad de San Marcos, misma que mantuvieron los Camilos por más de 120 años.
En este mismo capítulo, el profesor Luna destaca para esa primera etapa de la orden el papel relevante que jugó la figura del albaceazgo para su estructura económica, aportándonos detallados ejemplos que muestran las cantidades de dinero que se movían a por medio de las capellanías y obras pías, lo que permite conocer la base financiera de los Camilos en esos primeros 40 años de estancia en Lima. También insinúa, a manera introductoria, algunos temas que posteriormente formarán parte fundamental de su historia como las primeras deudas, la aceptación de noviciados criollos en la orden y el conflicto entre las potestades del regio patronato con la autoridad eclesiástica.
Cierra esta primera etapa de la historia de la Buenamuerte en Lima con un análisis a partir de la necesidad que esta tenía de conseguir la autorización real de su fundación por parte del rey. Para ello requería tener fuentes permanentes y seguras de renta que no la hicieran depender solamente de la caridad de los fieles. Destaca el afán de los dirigentes de esta orden para adquirir tierras, haciendas o cualquier otra especie de finca rural con el fin de explotarlas para su seguro sostén. Es así como compran en el valle de Cañete, al sur de Lima, un conjunto de haciendas azucareras. Este hecho, que no necesariamente señala el autor, marcará para la posteridad la vida de los miembros de la orden, quienes de buenas a primeras tuvieron que convertirse en hacendados especializados en la producción y comercialización de azúcar, pues nunca pensaron dedicarse a ello. Desconocemos por qué el profesor Luna no profundizó en las causas que hicieron que los Camilos optaran precisamente por este tipo de explotación.
En el segundo capítulo, el autor analiza la etapa de bonanza de los crucíferos, como también se les conocía a los padres de la Buenamuerte, a partir de la explotación intensiva y exitosa que hacen de sus dos complejos predominantemente azucareros. Estos se conformaban por cuatro haciendas que eran La Quebrada, El Chical, Casablanca y Cerro Azul. En ellos, los miembros de esa orden, sin tener aparentemente ningún conocimiento previo se convirtieron en expertos hacendados y hábiles vendedores de su producto. El profesor Luna plasma claramente el tino que tuvieron al realizar fuertes inversiones de capital en obras como construcción de nuevos ingenios, acequias, cercas, canales y sistemas de drenaje, además de la compra de numerosos esclavos, animales y herramientas de trabajo.
Todo lo anterior con la idea firme de centrarse en la siembra de caña para la producción de azúcar y su comercialización, pero sin dejar de sembrar y cultivar otras semillas, lo que los lleva a la diversificación y especialización productiva. La anterior estrategia, aunque marcada por un fuerte endeudamiento, de acuerdo a lo que leemos en el libro, repercutió en un aumento de la producción de azúcar y la comercialización de esta derivó en la formación de un importante circuito mercantil con tres rasgos muy bien identificados. Uno enfocado hacia el mercado externo que llegaba hasta Chile, Panamá y aún a la provincia del Río de la Plata. Otro, que tiene como punto central su convento de Lima, que sirvió como centro de distribución en la capital de ese virreinato, lo que nos lleva a pensar en esa amalgama o dualidad tan característica de algunas órdenes religiosas entre sus actividades espirituales con las empresariales. El tercer rasgo de ese circuito aparece en la actividad individual que realizaban algunos miembros de la Buenamuerte de comprar azúcar, lo que demuestra según palabras del autor, la existencia de un “microcomercio” que bien podría relacionarse también con sus esclavos.
El análisis que hace el profesor Luna sobre el sistema productivo y comercial desarrollado por los Camilos nos muestra cómo el azúcar se convierte en un producto que activa muchas ramas de la economía peruana, ya que no sólo son abastecedores de ese mercado, sino que además son consumidores de granos y animales, así como generadores de empleos al contratar transportistas y peones agrícolas, según lo constató al revisar los libros de contabilidad de esa orden.
El ejemplo de la bonanza que nos expone el autor en este capítulo lo lleva a realizar dos reflexiones que debemos resaltar. Una de ellas es que esta se contrapone a lo que señala la historiografía peruana sobre la existencia de una crisis generalizada de la agricultura en Lima a fines del siglo xviii, pero reconoce que su trabajo no puede por sí solo derrumbar esa tesis, por lo que nuevamente invita a realizar más estudios de caso comparativos que confirmen o no la crisis a la que se alude. La otra reflexión versa sobre las finanzas de la orden, en particular sobre el hecho de que a pesar de la bonanza que vivía, siempre estaba en apuros económicos o con déficits ocasionados por una gran deuda, por los malos manejos administrativos y por malversaciones de sus administradores. Esto a pesar de que su producción de azúcar se mantenía boyante.
Termina el segundo capítulo anunciando la evolución hacia una etapa de borrasca, ocasionada por la concatenación de varios factores como la guerra de independencia que trucó su sistema productivo floreciente (todavía en 1814) a uno paupérrimo ocasionado por la obligación de entregar préstamos forzosos, ocupación de sus haciendas por parte de los ejércitos de ambos bandos, pérdida de todo el ganado, remate de las herramientas de trabajo y aún de los trapiches. En los siguientes apartados del libro, el autor analiza a detalle las vicisitudes que sufrieron los Camilos, sobre todo en el cambio de un sistema de antiguo régimen a uno de transición hacia un país independiente.
Un extenso y minucioso tercer capítulo sirve de preludio para explicar las penurias que padeció la Buenamuerte desde el último tercio del siglo xviii, en particular la crisis interna caracterizada por una pugna larga y constante entre dos grupos formados por miembros de la misma orden. Este conflicto generó una abundante cantidad de fuentes documentales que el autor reconoce como “altamente subjetivas”, pero no por ello carentes de valor para el análisis que hizo. El rigor con que las utilizó le permitió identificar ciertas coincidencias en las aseveraciones de esos grupos antagónicos y con ellas radiografiar muchos aspectos de la vida cotidiana de la orden, su funcionamiento, la manera de conducir las propiedades urbanas y rústicas, el desorden en la administración de la producción, la fuga de capitales que eran enviados a Madrid, Roma y otras partes de Europa, etcétera.
La larga duración de ese pleito, y quizá la difusión que se dio de muchos detalles internos, ocasionaron el debilitamiento y desprestigio de la orden. Si interpretamos bien al profesor Luna, fue una coyuntura que otras autoridades civiles y eclesiásticas supieron aprovechar para intervenir ante esa crisis de autoridad y legitimidad que vivían los hermanos crucíferos. Destaca sobre todo la injerencia del poder civil como un claro ejemplo del regalismo borbónico que buscaba demostrar su hegemonía imponiéndose para que se le reconociera como árbitro en este tipo de conflictos sin importarle realmente a cual bando apoyaba.
Otro aporte valioso de este capítulo es el análisis prosopográfico que hace de los individuos que conformaban los bandos en disputa y de aquellos otros que se ubicaban en el clero secular y en el orden civil. Estudiar los vínculos y relaciones que establecieron entre ellos, su raza, origen y estudios resultaron definitivamente de gran valía al autor para entender y explicar no solo este conflicto, sino la evolución de las distintas etapas que vivió la Buenamuerte.
En los últimos dos capítulos el profesor Luna se centrará en analizar el tema de la desamortización eclesiástica con el objetivo claro de exponer el declive de la orden de los Camilos en Perú. Aprovecha el capítulo cuatro para pronunciar una serie de planteamientos teóricos sobre el proceso de desamortización que vivió aquel país y sus semejanzas o diferencias con otros espacios de Iberoamérica. Para él es muy importante dejar en claro cuál es el concepto de desamortización en un largo periodo que va desde el siglo xvii hasta el xix y que incluso se puede extender al xx con la reforma agraria.
Resalta la esencia de este movimiento que va sobre todo en contra de la acumulación de tierra y su improductividad, y se aparta del discurso liberal que sostenía que la propiedad eclesiástica siempre era un patrimonio improductivo pues asume que muchas veces ocurrió lo contrario y que esas explotaciones eclesiásticas sirvieron para dinamizar el comercio y la economía. Las reflexiones que expone en este capítulo explicando la concepción teórica de la desamortización eclesiástica llevan al lector a entender que todo el estudio que hizo sobre la Buenamuerte es el mejor ejemplo de estos asertos. En particular cuando hace referencia a los conceptos de desamortización eclesiástica institucional y no institucional, de mercado y enfiteuta.
Nuevamente nos otorga un estado de la cuestión bastante completo sobre este tema para destacar lo mucho que aún queda por estudiar al respecto en especial para el caso andino y en todo lo concerniente al tema de la propiedad, al que vuelve a referirse como uno de los grandes vacíos de la historiografía de su país. Rechaza enfáticamente que en Perú se halla dado un proceso de desamortización eclesiástica institucional como en otros países del mundo iberoamericano, aunque sí de los otros tres tipos. Afirma que por lo tanto, se desconoce el monto de los capitales que se extinguieron. Argumenta que para conocerlo será necesario poder acceder a la información que seguramente resguardan los conventos y monasterios, proponiendo nuevamente la realización de estudios de caso sobre cada uno de éstos.
En la última parte del libro nos explica cómo se dio el proceso de desamortización de la orden de San Camilo de Lelis en Lima desde la óptica de la alianza del Estado Republicano con la iglesia secular peruana en detrimento del clero regular. Las vicisitudes que sufrieron por las dos supresiones motivadas en gran medida por la represalia del Estado independiente, trayendo como resultado la finalización de su etapa como orden productora y comercializadora de azúcar. Ese capítulo nos muestra también las distintas formas de desamortización que les aplicaron no solo el Estado, sino sus acreedores y enfiteutas que la llevaron casi a su extinción. Por último nos muestra cómo ante la pérdida de sus fincas rurales los Camilos tuvieron que replegarse al ámbito de sus propiedades urbanas como un ejemplo más de la evolución de esta orden en Lima.
Es de resaltar cómo el profesor Luna utilizó la historia de la Buenamuerte para acercarse a la evolución de las instituciones eclesiásticas peruanas para intentar entender las relaciones Igesia-Estado, aunque para ello, como él constantemente lo sugirió a lo largo de su libro, hacen falta más estudios de caso. Quedamos entonces a la expectativa de la aparición de la historia de las otras tres órdenes que el autor nos narró en su introducción para poder comparar o analizar al menos las diferencias en la propiedad y patrimonio de una orden masculina como la de la Buenamuerte y las tres femeninas de Santa Clara, Mercedarias y Trinitarias.
Departamento de Ciencias Sociales y Jurídicas, CUCEA, Universidad de Guadalajara. Correo electrónico: leonmeza@yahoo.com↩