Introducción
En este trabajo se recupera el pensamiento sobre el desarrollo alternativo, u “otro
desarrollo”, que surgió entre América Latina y Europa como corriente intelectual en
las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, en el contexto de los debates
internacionales en relación con los tres primeros decenios de desarrollo de la
Organización de las Naciones Unidas (en adelante onu). En concreto, se
analizan las propuestas de desarrollo humano-céntrico (Seers, 1969), estilos de desarrollo (Centro de Desarrollo [en adelante Cendes], 1969),
ecodesarrollo (Sachs, 1974a, 1974b, 1977, 1980; United Nations Environmental Progamme/United Nations Conference for
Trade and Development, 1974), otro desarrollo (Fundación DH, 1975), desarrollo social y humano (Comisión Económica para América Latina, 1981),
estilo de desarrollo alternativo (Sunkel,
1980) y desarrollo a escala humana (Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 1986); esta última propuesta ha sido muy
influida por el pensamiento original del español José Luis Sampedro, quien abrió el
camino a los enfoques posdesarrollistas más debatidos: concretamente, lo que Hidalgo-Capitán y Cubillo-Guevara (2014, pp.
27-28) ha denominado interpretaciones ecologista e indigenista del Buen
Vivir.
El marco teórico-metodológico del trabajo es deudor de varias tradiciones sobre la
historia de las ideas y la importancia de las propias ideas en la historia (el
planteamiento dialéctico de Hegel y la sociología del conocimiento de Marx, pasados
por el tamiz de Weber, Manhheim y Lovejoy), que, aplicadas a los temas que nos
ocupan, se resumen en la siguiente afirmación: “las ideas son una fuerza impulsora
en el progreso humano”, lo que “no niega el papel del poder y de los intereses
materiales, sino pone de relieve el papel de las ideas en ayudar a configurar
intereses y restringir el ejercicio del poder en bruto” (Emmerij, Jolly y Weiss, 2005, p. 212). Si las ideas se definen
como “creencias normativas o causales mantenidas por individuos o adoptadas por
instituciones que influyen sus actitudes y acciones” (Emmerij, Jolly y Weiss, 2005, p. 214), proponemos una
reconstrucción histórica de las ideas sobre el desarrollo alternativo en América
Latina, a fin de evaluar su conexión directa e indirecta con otras variantes
actuales de estilos de desarrollo,1
que han tomado fuerza en la región desde los inicios del siglo xxi, en
particular, la interpretación socialista del Buen Vivir (Hidalgo-Capitán y Cubillo-Guevara, 2014, pp. 27-28) y su
concreción en política pública.2 La
hipótesis sostenida es que dicha conexión es latente y se concluye que es necesario
explicitarla a la hora de analizar estos estilos en la actualidad .
Hechas estas precisiones, el artículo se organiza en tres apartados siguiendo la
cronología de las tres primeras décadas del desarrollo de la onu. En las
consideraciones finales se valora la necesidad de analizar el pensamiento
latinoamericano sobre el desarrollo alternativo desde la perspectiva de historia de
las ideas o de la reconstrucción histórica del pensamiento económico.
Primera década: del significado a los estilos del desarrollo
El destronamiento del producto nacional bruto como indicador del
desarrollo
Lanzada en diciembre de 1961 mediante la Resolución 1710 (xvi), a partir de
una idea original del presidente Kennedy, la “década del desarrollo de Naciones
Unidas” llegó al final de su trayecto en un ambiente de decepción entre los
creyentes en la ideología del desarrollo. Pese a que en 1962 el Ecosoc
(United Nations Economic and Social Council) había recomendado la integración de los
aspectos económicos y sociales del desarrollo, pese a que la estrategia para la
década afirmaba que “el objetivo último del desarrollo económico es el progreso
social” (Department of Economic and Social Afiairs,
1962, p. 7), pese a la creación en 1964 del unrisd
(Instituto de Investigación de las Naciones Unidas para el Desarrollo Social, por
sus siglas en inglés) y pese al dinamismo dado por el presidente del Comité de
Planificación del Desarrollo del Ecosoc,3 los aspectos sociales y económicos del desarrollo
acabaron siendo tratados por separado (Jolly et al.,
2004).
Es cierto que la modesta y única meta cuantificable de la década (“un ritmo mínimo
anual de crecimiento del 5% en el ingreso nacional”) se logró con un crecimiento de
la población de 2.5% anual de los países en desarrollo, y se alcanzó un aumento de
3.5% del ingreso per cápita entre 1961 y 1970. Pero la segunda parte del objetivo
general de la Resolución 1710 (xvi),4 referida al “progreso social”, fracasó en la mayoría de
los países (Jolly et al., 2004, p. 107). Ello
detonó el debate sobre el “significado del desarrollo”, que se cristalizó en el
título del famoso ensayo escrito por Dudley Seers en 1969, y en el que se cuestiona
la idea del desarrollo entendido como crecimiento.
La conexión latinoamericana de Seers como pionero del desarrollo5 fue fundamental. Seers no sólo construyó la nueva
disciplina del desarrollo económico a través de su maestra Joan Robinson (quien
integró el pensamiento de Marx y Keynes y la síntesis de ambos realizada por el
economista marxista Michal Kalecki), sino que también fue muy influido por el
estructuralismo de Raúl Prebisch, quien tuvo una profunda ascendencia keynesiana
(Pérez-Caldentey y Vernengo, 2016, pp. 1725 y
1729). Tras su breve interregno en Nueva York, Seers ingresó en 1957 a la
cepal, donde trabajó hasta 1961 y, a las órdenes de Raúl Prebisch y
Osvaldo Sunkel, se convirtió en un estructuralista convencido.
En su famoso ensayo de 1969, y reeditado tan sólo un año después en la
Revista Brasileira de Economia en portugués e inglés, lanzó un
ataque devastador contra el producto nacional bruto (en adelante, pnb) como
medida del desarrollo. Seers llamó la atención sobre la falta de rigor que suponía
identificar crecimiento económico con desarrollo económico o, dicho de otra manera,
creer que el aumento del pnb a mayor velocidad que el aumento de la
población “más pronto o más tarde lleva a la solución de los problemas sociales y
políticos” (Seers, 1969, p. 1). Para Seers,
el desarrollo debía ser un “concepto normativo, casi como un sinónimo de mejora”,
que él identifica no con “copiar las vías al desarrollo de otros países” a la
Rostow, sino con el establecimiento de “las condiciones necesarias para un propósito
universalmente aceptable, la realización del potencial de la personalidad humana”
(Seers, 1969, pp. 2-3). Esto implicaba
atender tres elementos: i) la satisfacción de las “necesidades
básicas” de alimentación, vestido y vivienda (elemento de pobreza);
ii) el trabajo como “algo sin lo que la personalidad no puede
desarrollarse” (empleo), y iii) la “igualdad”, que “debería ser
considerada un objetivo en sí misma” (Seers, 1969,
pp. 4-5).6 La conclusión
era que si estos tres “problemas centrales” se atenúan, se puede hablar de
desarrollo; pero si uno, dos o los tres han empeorado, “sería extraño llamar al
resultado desarrollo, incluso si el ingreso per cápita se duplicara” (Seers, 1969, p. 5).
A continuación, Seers analiza la “consistencia interna del proceso de desarrollo”
(Seers, 1969, pp. 16-17), concentrándose
en la desigualdad como “principal obstáculo al desarrollo” por el lado de la demanda
y la oferta: en países que sufren de estrangulamientos en su balanza por cuenta
corriente, los ricos tienden a elevadas propensiones, “no meramente al gasto, sino
al gasto en bienes y servicios con alto contenido en divisas”, y en esos países
resulta cuestionable que la producción pueda aumentar rápidamente con una fuerza
laboral “muy mal alimentada para el trabajo manual y mental” si la desigualdad
impide la cooperación de los trabajadores con el gobierno para la moderación de los
aumentos salariales y desmoviliza las energías sociales necesarias para romper las
instituciones que obstruyen el desarrollo en las zonas rurales (Seers, 1969, p. 18).
En definitiva, Seers expone en este ensayo, el primero sobre “el destronamiento del
pnb” (Arndt, 1989, p. 99),
una idea de desarrollo que mezcla dos ingredientes complementarios: el trabajo como
actividad creativa propia de la esencia humana de Marx y Veblen y el principio
comunitario igualitarista de Ghandi. El primero está en la base del concepto
marxista de alienación; el desarrollo humano, es decir “el desarrollo de los
individuos en todos sus aspectos” (Marx, 1979, p.
18), es donde hay que buscar la centralidad del socialismo humanista de
la crítica de Seers, que, como la de Marx, es de raíz aristotélica y por ello se
centra en la diferencia entre ser y tener o “completo desarrollo de todo el
potencial humano” (Lebowitz, 2009). Sin
embargo, esa diferencia es también el prólogo de la crítica de Veblen al consumo
conspicuo de la clase rica ociosa y de la identificación de la emulación pecuniaria
(el consumismo basado en la imitación de las pautas de consumo ostentoso de los
ricos) como “el más fuerte, el más alerta y persistente de los motivos propiamente
económicos” (Veblen, 2007, p. 75). Vale
señalar que esta última crítica, presente en los primeros trabajos de Cardoso (1961, p. 109) o en las consideraciones de
Prebisch (1961, p. 12) sobre “el consumo
excesivo de los grupos de altos ingresos de los países latinoamericanos”, será
recuperada por Seers y luego por los partidarios del enfoque del ecodesarrollo.
El segundo ingrediente de la idea de desarrollo de Seers es la visión
“humano-céntrica” del pensamiento ético de Ghandi sobre el desarrollo, derivada de
su enfoque comunitario igualitarista o grassroot (Gosh, 2012, p. 182). Revindicando el “bienestar
para todos”, Ghandi conecta el bienestar individual con el bienestar de la
comunidad, y la igualdad en la satisfacción de las necesidades básicas con su
temprana crítica al consumismo como punto de partida para la autorrealización
personal (Singh, 2006). Es más, “el ideal de
sentido común” de la economía neoclásica según el cual “la beatitud económica reside
en el consumo irrestricto de bienes sin trabajo” (Veblen, 1898, p. 187), es justo uno de los “Siete pecados sociales”
(“Riqueza sin trabajo”) que Ghandi recomienda evitar (Singh, 2006, p. 107) y que conecta con el pensamiento cepalino
sobre la conexión deletérea desigualdad-crecimiento y la cuestión de los límites
internos por parte del ecodesarrollo de Sachs (Estudos Avançados, 2004, p.
358).
Seers, muy influido por el pensamiento estructuralista latinoamericano, compartió
estas reflexiones con sus colegas de la cepal, donde el brasileño Celso
Furtado le precedió en la crítica al desarrollo como ideología del crecimiento
económico, y abrió así el camino que va del estructuralismo a la teoría de la
dependencia.
La conexión latinoamericana: ideología y estilos de desarrollo
En efecto, el desarrollo se contempló en la década de 1960 en América Latina como una
ideología movilizadora (Max-Neef, Elizalde y
Hopenhayn, 1986, p. 11), pero también como una ideología en el sentido
peyorativo que Marx había atribuido a las categorías de la economía política clásica
en tanto que representación invertida de la realidad, ideología que legitimaba los
intereses de la clase dominante y que no era operativa fuera del contexto en el que
se había creado (el de los países capitalistas desarrollados, o centrales en la
terminología de la cepal): “mientras el desarrollo, en la modalidad del
capitalismo clásico, creó condiciones de estabilidad social y abrió las puertas al
reformismo, la situación de los países latinoamericanos es fundamentalmente
diversa”, afirmó el brasileño Celso Furtado (1966,
p. 387) desde la cepal,7 que, como comisión regional de la onu, sirvió
para difundir “un conjunto de creencias, principios y actitudes, en breve una
ideología” (la teoría estructuralista) que para inicios de la década de 1960 ya era
“altamente influyente entre los intelectuales y los policymakers de
América Latina” (Hirschman, 1961, p. 13).
La cepal había tomado nota del pensamiento de Gandhi cuando publicó en su
boletín un documento sobre el “desarrollo comunitario en relación con la aceleración
del desarrollo económico y social”, en el que se preguntaba si un elemento similar
al gandhismo “podría crear la atmósfera de movilización de las fuerzas nacionales y
la construcción nacional” en los países de América Latina (Economic Commission for Latin America [en adelante ecla],
1964, pp. 232 y 255). Y la respuesta la dio Furtado, “primer
teórico de la dependencia” (Love, 1994, p.
438), en su artículo sobre la ideología del desarrollo,
previo al ensayo de Seers. Furtado, que fue ministro de
Planificación (1962-1963) durante el gobierno de João Goulart con el Partido de los
Trabajadores, muestra que en América Latina el progreso técnico lleva a la
inestabilidad social e impide “el perfeccionamiento gradual de las instituciones
políticas”, mientras que la trasposición directa de las ideologías europeas
(liberalismo y socialismo) en ese contexto de “masas urbanas heterogéneas que están
ascendiendo en la conciencia política” introdujo rigideces adicionales que explican
la deriva populista de los movimientos de masas (Furtado, 1966, pp. 388 y 390-391). La conclusión de Furtado es que había
que dar la vuelta al desarrollo para convertirlo en la ideología socialista
movilizadora basada en la recuperación “progresiva de la capacidad de
autodeterminación”: “la sustancia ideológica del socialismo latinoamericano será
seguramente extraída de la conciencia crítica formada en la lucha por superar el
subdesarrollo”, lucha que “está provocando la transformación de la vasta comunidad
de pueblos que constituyen el Tercer Mundo” (Furtado, 1966, p. 391). Así, con Furtado, los componentes humanista y
comunitario de las primeras críticas al desarrollo fueron precedidos por el
componente internacionalista de este “primer teórico de la dependencia” (Love, 1994, p. 438).
Furtado no había analizado en su trabajo el contenido económico del proceso de
desarrollo, sino tan sólo sus resultados en términos de estabilidad social y
política. Fue el argentino Óscar Varsavsky, desde el Grupo de modelos matemáticos
del Centro de Desarrollo de la Universidad Central de Venezuela, fundado en 1961,
antes que el ids, el que exploró el tema de los
“estilos de desarrollo” partiendo del desarrollo como proceso de cambio estructural
(Cendes, 1969). El cambio
estructural se definía como la transformación de la estructura productiva
(industrialización) y la modificación de la composición de la demanda agregada. Se
trataba de analizar, por tanto, las “diferentes maneras de cambiar la estructura
actual del producto y la demanda, junto con las demás variables económicas a ellos
vinculadas” (Cendes, 1969, p.
518). Varsavski y sus colaboradores del Cendes simularon
matemáticamente tres estilos de desarrollo (“consumista”, “autoritario” y
“creativo”), asimilables a “tres ideologías, filosofías, [o] imágenes de la
sociedad” y pusieron en “primer plano” los “aspectos cualitativos” (Cendes, 1969, pp. 518-519).
De los tres estilos, resulta pertinente para nuestro propósito confrontar los dos más
puros: el consumista (cons) y el creativo (crea). El estilo
cons o “modernista” buscaba “alcanzar a los países desarrollados” con
una estrategia “seguidista” en términos de patrones de producción y consumo y de
política económica, que más tarde o más temprano toparía con las limitaciones
propias del proceso de industrialización por sustitución de importaciones
dependiente de la inversión extranjera directa. Por su parte, el estilo
crea, “educativo” o de “cultura autónoma”, daba prioridad al
“desarrollo de la capacidad creadora y, por lo tanto, a la educación
(convenientemente reformada)” a fin de fomentar la “gestación de una tecnología
autónoma”; por tanto, desalentaba el “seguidismo a los países desarrollados” en las
pautas de producción y “en particular, en cuanto al consumo”, con mayor peso de la
inversión pública en detrimento de la inversión directa extranjera y una “política
impositiva muy dura y progresiva para poder financiar el coste de la educación,
salud y otros servicios gratuitos” (Cendes,
1969, pp. 524-525). Dadas las premisas del estudio, definidas como
“clásicos problemas del desarrollo” (Cendes, 1969, p. 517),8 Varsavski y sus colaboradores abogaron por el estilo
creativo, ya que “genera mucho empleo, mejora la productividad del trabajo y del
capital, no exige grandes importaciones, puede irse liberando del capital
extranjero, y, por definición, es capaz de organizar la población de manera
eficiente” (Cendes, 1969, p.
538).9 Los
paralelismos entre crea y los Planes Nacionales para el Buen Vivir (Caria y Domínguez, 2016, pp. 20-21) no parecen
producto de la mera coincidencia, sino de la misma inspiración filosófica de
orientación socialista.
La Primera Década del Desarrollo cerró con la Resolución 2542 (xxiv),10 que aprobó la Declaración sobre el
Desarrollo y el Progreso Social de diciembre de 1969. Este documento fue un
reconocimiento de las críticas de Seers al pnb como indicador del
desarrollo y su reivindicación humano-céntrica del enfoque ético del desarrollo,
tomando nota de “la interdependencia del desarrollo económico y del desarrollo
social en el proceso más amplio de crecimiento y cambio, y la importancia de una
estrategia de desarrollo integrado que tenga plenamente en cuenta, en todas las
etapas, sus aspectos sociales”. En la misma línea, la Declaración –que, sin embargo,
dejó de lado las críticas de Furtado sobre el mito del desarrollo como convergencia
con los países industrializados y su propuesta socialista de superación del
subdesarrollo–, reconocía “la urgente necesidad de reducir y eventualmente eliminar
la disparidad entre el nivel de vida existente en los países más avanzados
económicamente y el que impera en los países en desarrollo”. Entre sus prioridades
destacan la apuesta por la “eliminación de la pobreza”, la “distribución justa y
equitativa del ingreso” y el derecho a “un trabajo productivo y socialmente útil”,
libre de “cualesquiera formas de explotación del hombre”, lo que demandaba reformas
al derecho de propiedad (subordinándolo a la función social) y mayores estándares de
higiene y salud laboral. En el plano internacional se hacía un llamamiento a “la
eliminación de todas las formas de explotación económica extranjera” (monopolios
internacionales expresamente incluidos), “a fin de permitir a los pueblos de todos
los países el goce pleno de los beneficios de sus recursos nacionales”. Además, se
introdujo una alusión a “la protección y el mejoramiento del medio humano”. La
Resolución 2543 (XXIV) decidió tomar en cuenta todas estas consideraciones “en la
formulación de la estrategia del Segundo Decenio de las Naciones Unidas para el
Desarrollo y en la aplicación de los programas de acción internacional que se
llevarán a cabo durante el Decenio”.11
Segunda década: de los estilos de desarrollo al otro desarrollo
Los pobres resultados de la Primera Década del Desarrollo en los tres objetivos con
los que Seers, tras su paso por la cepal, había resignificado el desarrollo
(reducción de la pobreza, la desigualdad y el desempleo), además del aumento de la
brecha en ingreso per cápita entre países desarrollados y en desarrollo que tuvo
lugar durante ese decenio, determinaron las preocupaciones de la Segunda Década del
Desarrollo. En ese momento el pensamiento sobre el desarrollo se movió entre la
radicalización (teoría de la dependencia, de ascendencia marxista) y la reforma (el
Nuevo Orden Económico Internacional [en adelante noei], de ascendencia
keynesiana) (Jolly et al., 2004, pp. 108 y
111). A ello se unieron dos crisis de naturaleza muy diferente y a las
que puso nombre el mismo año (1971): la crisis ambiental y la segunda crisis de la
teoría económica. La “crisis ambiental” es el término elegido para describir la
creciente conciencia social sobre el daño producido en la ecósfera por el modelo de
crecimiento económico capitalista (Commoner,
1971). Esta crisis, junto con el primer choque petrolífero (1973), hizo
que el desarrollo (por antonomasia económico) se convirtiera en una palabra sucia,
que precisaría de nuevas cualificaciones y ciertas estrategias transformistas para
restaurar su antigua legitimidad (Rist,
2007).
Por su parte, la “segunda crisis de la teoría económica” (Robinson, 1971) fue el resultado de la aplicación distorsionada
de la revolución keynesiana por parte del complejo militar-industrial. La
preocupación genuina de Keynes (así como de la nueva disciplina de la economía del
desarrollo de Tinbergen y los pioneros cepalinos como Prebisch o Seers) era la
solución de lo que él había identificado como el “Problema Económico”: la
eliminación de la pobreza y la reducción de las desigualdades entre y dentro de los
países (Keynes, 1931, p. vii). Sin
embargo, los objetivos desarrollistas se subordinaron al gasto en armamento
alimentado por la guerra fría (y otras calientes), así que el “agradable sueño” de
Keynes se convirtió en una “horrible pesadilla” con la escalada de Vietnam (Robinson, 1971, p. 210). Lo que mejor resistió
ese proceso de escamoteo del pensamiento keynesiano fue la esperanza de Keynes de
que, cuando se lograra un cierto nivel material de vida (entre cuatro y ocho veces
mayor que el de su tiempo), la gente podría dedicar sus “energías morales y
materiales” a “cultivar en una perfección completa el arte de la vida”, es decir, a
“vivir sabiamente y agradablemente y bien” (Keynes,
1931, pp. vii y 267-268). Esta idea, que es el antecedente
intelectualmente más prestigioso del Buen Vivir, ejerció una gran fascinación sobre
los que, como Fritz Schumacher, acabarían impactando en el concepto de desarrollo a
escala humana, aunque en un contexto muy diferente de cuestionamiento del papel del
Estado.
La Resolución 2626 (xxv), en la que se adoptó la Estrategia Internacional de
Desarrollo para la Segunda Década del Desarrollo de la onu en octubre de
1970,12 reflejó todas estas
preocupaciones. La nueva década debía “ser un paso adelante en cuanto a asegurar el
bienestar y la felicidad no sólo de la generación actual, sino también de las
generaciones venideras”, el desarrollo debía integrar las dimensiones económicas y
sociales en el plano nacional y la reducción de las brechas (convergencia) de
ingreso en el plano internacional: “la tasa media de crecimiento anual de producto
bruto per cápita en los países en desarrollo considerados en conjunto deberá ser de
alrededor del 3.5% durante el Decenio, con la posibilidad de acelerarla durante la
segunda mitad del Decenio, a fin de lograr por lo menos un modesto comienzo de
reducción de la disparidad de nivel de vida entre los países desarrollados y en
desarrollo”.
En el plano discursivo, se planteaban dos nociones novedosas conectadas entre sí: una
como metodología de integración o desarrollo “unificado” (desarrollo integral) de
los aspectos económicos, sociales e internacionales; y otra como idea en acción
(“desarrollo humano”), vinculada a la satisfacción de las necesidades básicas
mediante “una distribución más equitativa del ingreso y de la riqueza”, que
acompasara al crecimiento económico
para promover la justicia social y la eficiencia de la producción,
elevar sustancialmente el nivel de empleo, lograr un nivel más alto de seguridad de
ingreso, ampliar y mejorar los medios de educación, sanidad, nutrición, vivienda y
asistencia social, y salvaguardar el medio ambiente. Así, los cambios cualitativos y
estructurales de la sociedad deben ir a la par del rápido crecimiento económico, y
las diferencias existentes –regionales, sectoriales y sociales– deben reducirse
sustancialmente. Estos objetivos son a la vez factores determinantes y resultados
finales del desarrollo; deben ser considerados, por lo tanto, como partes integradas
del mismo proceso dinámico y requieren un enfoque unificado.13
Pero el “desarrollo humano” en la Estrategia no es todavía el
desarrollo de las capacidades que ya había intuido Seers, a partir del pensamiento
de Marx, Veblen o Ghandi, sino una metáfora humanizada del desarrollo económico: así
como el desarrollo económico requiere planificación, el desarrollo humano empieza
por la planificación familiar y luego sigue con el desarrollo de los recursos
humanos. Esto precisa programas de fomento del empleo y estándares laborales,
programas educativos, de salud y nutrición, de acceso a la vivienda y dotación de
infraestructuras comunitarias en áreas rurales y urbanas, además de “contener el
deterioro del medio humano y adoptar medidas a fin de mejorarlo” y “fomentar las
actividades que contribuyan a mantener el equilibrio ecológico, del cual depende la
supervivencia de la humanidad”. Si en la Primera Década del Desarrollo los aspectos
sociales y económicos se trataron por separado, en la Segunda Década se buscó su
integración, desde el momento de la aprobación de la Estrategia con su novedoso
concepto de desarrollo humano. Para fines del decenio, sin embargo, el Banco Mundial
ya había cooptado el desarrollo humano con el propósito de convertirlo en sinónimo
de reducción de la pobreza con base en más crecimiento,14 con lo que se falsificaban las prioridades del
desarrollo de la onu, a la vez que se desviaba la atención de las
reclamaciones del noei (Lobo, 1983;
Moreno, 1985; Pronk, 1978; Samater,
1984; Stewart, 2006).
Así, el Informe de Desarrollo Mundial de 1980 decidió pasar del
“desarrollo de los recursos humanos” al “desarrollo humano para enfatizar que este
es tanto un medio como un fin del desarrollo económico” (World Bank, 1980, p. 32). La agenda de las necesidades básicas
sirvió para resignificar el desarrollo económico (cambio estructural mediante
industrialización) como desarrollo humano (lucha contra la pobreza), lanzando una
“cortina de humo” (Samater, 1984, p. 5) para
distraer la atención de la enorme brecha en el nivel de transformación industrial
entre países desarrollados y en desarrollo, y, de paso, preparar el relato de que la
destrucción del medio ambiente era culpa de los pobres (Lobo, 1983).
Pero, justamente, el elevado nivel de industrialización empezó a ponerse en cuestión
en los países desarrollados, donde algunos autores (Mishan, 1960, p. 194), llegaron a recomendar a los países
en desarrollo que no aspiraran a esa “tierra del despilfarro de la Subutopía”. Ese
“no a la industrialización” antes de la industrialización recibió su respuesta desde
los países subordinados de la periferia con el concepto de ecodesarrollo, promovido
por el entorno académico y de publicaciones de la cepal.
Ecodesarrollo y nuevo orden económico internacional
El ecodesarrollo y la discusión sobre los estilos de desarrollo deben entenderse en
el contexto de las actividades preparatorias para la Conferencia de Estocolmo sobre
Medio Ambiente Humano (Estocolmo, 1972) y los debates sobre el noei. El
término ecodesarrollo y su difusión internacional se debió al consultor Ignacy
Sachs, con hondas raíces intelectuales en el pensamiento latinoamericano.15 Sachs formó parte del grupo de
expertos que asesoraron la publicación del Founex Report
on Development
and Environment (1971), uno de los insumos para la Conferencia de
Estocolmo, en la que al final se incluyeron los asuntos sociales (humanos) en la
agenda medioambiental dentro del marco del desarrollo capitalista, con el
crecimiento como solución a la pobreza (Jolly et
al., 2004). El término ecodesarrollo fue utilizado públicamente por
primera vez en 1973 por el director del Programa de Naciones Unidas para el Medio
Ambiente (en adelante pnuma), Maurice Strong. Sin embargo, el ecodesarrollo
estaba presente en la postura de Commoner, crítica con respecto al Informe del Club
de Roma, que implicaba “transformaciones económicas” en la dirección de una
“reorganización radical de la sociedad humana para armonizarla con el imperativo
ecológico”, ya que “la fuerza propulsora principal de la tendencia contra la
ecología que caracteriza al desarrollo de tecnologías productivas modernas radica en
que la producción está motivada generalmente por el deseo de obtener beneficios a
corto plazo” (Commoner, 1974, pp. 264,
279).
El ecodesarrollo, además de ser “la bandera de una lucha política contra las
concepciones unilaterales del Club de Roma y sus adeptos”, estaba articulado con la
lucha del Tercer Mundo por la “creación de un nuevo orden mundial” (Leff, 1978, p. 304). Así, el ecodesarrollo
surgió como una tercera vía entre los partidarios del desarrollismo capitalista del
“crecimiento salvaje” y sus críticos partidarios del crecimiento cero, que, según
Sachs, resultaron “víctimas de la absolutización del criterio ecológico hasta el
punto de perder la visión antropocéntrica del mundo, que es la clave de todas las
filosofías humanistas” (1980, p. 720).
De acuerdo con Sachs, el ecodesarrollo trata de “agregar una dimensión ambiental al
concepto de desarrollo y a su planeamiento” sobre el supuesto de que “existe aún un
margen de maniobra suficiente para diseñar estrategias de desarrollo viables,
incluso desde el punto de vista ambiental” (Sachs,
1974b, pp. 57, 63). El ecodesarrollo tiene como puntos fundamentales: 1)
la gestión racional de los recursos con planificación a largo plazo para su
explotación sostenible encaminada a la satisfacción de las necesidades básicas de
nutrición, vivienda y energía, con la participación de la población local; 2) la
reducción al mínimo de los impactos negativos, o bien, el aprovechamiento productivo
de los afluentes y desechos para la conservación de los recursos naturales, y 3) el
uso de tecnologías adecuadas para la industrialización de recursos renovables
mediante la combinación de tecnologías de punta con otras intermedias, basadas en
recursos naturales renovables y conocimientos tradicionales de la población local o
“etnoecología” (Sachs, 1974a, p. 363; 1974b, pp. 65-68 ).
Pero el concepto de ecodesarrollo es de más calado que su mera concreción operativa:
enlaza con la noción de desarrollo como realización de las capacidades humanas
(“como el hombre es el recurso más valioso, el ecodesarrollo debe contribuir ante
todo a su realización”);16 anticipa
la noción blanda del desarrollo sostenible, pero también la noción fuerte;17 implica un desarrollo
participativo que “presupone modalidades de organización social [“estructuras
comunitarias” con “autoridad horizontal” y “participación efectiva de las
poblaciones interesadas en la realización de las estrategias del ecodesarrollo”] y
un sistema educativo nuevo que sirva para “sensibilizar a la gente respecto a la
dimensión ambiental y a los aspectos ecológicos del desarrollo”;18 y es, por último, un desarrollo colectivo y
centrado en sí mismo, que “confía en la capacidad de las sociedades humanas para
identificar sus problemas y aportar soluciones originales”, y por lo mismo “enaltece
la autoconfianza (self-reliance)” (Sachs, 1974a, pp. 363-364). Como Sachs señaló años después, el
ecodesarrollo se basa en “un criterio de racionalidad social diferente de la lógica
del mercado” y en una “ética […] de la solidaridad sincrónica con la generación
actual” [que es la que padece las “desigualdades sincrónicas” derivadas de la
“racionalidad productivista”] y de la solidaridad diacrónica con las generaciones
futuras” (Sachs, 1980, p. 720).
El ecodesarrollo intentó compatibilizar las demandas del movimiento ecologista
internacional de los países desarrollados –que reclamaba el respeto a los
ecosistemas necesario para mantener las condiciones de habitabilidad de la tierra,
de acuerdo con los planteamientos de la economía ecológica– y las demandas de
desarrollo económico que tan perentoriamente reivindicaban los países del Tercer
Mundo, organizados en torno a las propuestas del noei, amparadas por la
Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (en adelante,
unctad) y con la fundamentación de las teorías estructuralista y dependentista del
desarrollo, además de un fuerte activismo político internacional latinoamericano
(Domínguez, 2016, pp. 61-65).
Desde esa perspectiva, Furtado se encargó de recordar que el enfoque de los límites
del crecimiento se basaba en el supuesto de que los países en desarrollo pudieran en
algún momento adoptar el estilo de desarrollo de los Estados Unidos, lo que para
este autor era simplemente un mito; ponía en cuestión el programa de convergencia de
la Estrategia Internacional para la Segunda Década del Desarrollo (Furtado, 1974).19 Por eso, el ecodesarrollo no era contrario al
crecimiento ni a la industrialización. Más bien confrontaba la propuesta del
Founex Report de convertir los países del Tercer Mundo en
“asilos de contaminación” y se adhería al objetivo de la Organización de Naciones
Unidas para el Desarrollo Industrial marcado en la Cumbre de Lima de 1975 para que
los países en desarrollo alcanzaran en el 2000 el 25% de la producción industrial
mundial (Sachs, 1977, p. 463).
Pero el ecodesarrollo representaba, además, una apertura interdisciplinaria de la
economía a la antropología cultural y a la ecología, que invitaba a un cambio de
enfoque, empezando por el diagnóstico. En vez de responsabilizar a la pobreza de la
destrucción del medio ambiente, como hacía el Informe Founex y los
neomalthusianos del Informe del Club de Roma sobre los límites del
crecimiento, la propuesta de Sachs afirma que “la destrucción ecológica causada por
los pobres es consecuencia de la desigualdad de la distribución de la riqueza y de
la tierra” (Sachs, 1977, p. 452). Por tanto,
el concepto de límites externos (naturales) de la Conferencia de Estocolmo no es
absoluto sino relativo, ya que depende de los arreglos institucionales y de la
elección de las tecnologías disponibles que determinan la tasa de explotación de los
recursos naturales, la cual se deriva del “consumo material conspicuo y de las
necesidades artificialmente estimuladas” en los países desarrollados. Dicha tasa
resulta mucho más importante que la tasa de crecimiento de la población y del
pib de los países en desarrollo (Sachs,
1977, pp. 452-453). Según Sachs (1980, p.
720), había que “estudiar nuevas modalidades [de desarrollo], tanto en lo
referente a los fines como en lo que concierne a los instrumentos, con el compromiso
de valorizar los aportes culturales de las poblaciones que intervienen y de
transformar en recursos útiles los elementos de su medio”. Pero también había que
estudiar el desarrollo en términos territoriales: “el desarrollo sólo se manifiesta
en donde están y viven las personas, es decir, en las localidades” y por lo mismo
“debe traducirse en el mejoramiento de las condiciones materiales e inmateriales de
la vida de los habitantes”, que es la condición para una “convivencia mejor y una
mayor armonía con la naturaleza” (Sachs, 1980, pp.
720-721).
El ecodesarrollo, como un estilo de desarrollo más igualitario y menos dependiente,
inspiró el simposio sobre Modelos de Utilización de Recursos, Medio Ambiente y
Estrategias de Desarrollo organizado por el gobierno de México y que tuvo lugar en
Cocoyoc (Morelos) en octubre de 1974. La conferencia de científicos y economistas,
celebrada bajo los auspicios del pnuma y la unctad, terminó con
una declaración que acogió el presidente de México, Luis Echeverría, impulsor del
noei y de la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados,
aprobados en septiembre y diciembre, respectivamente, en la Asamblea General de la
onu, lo que sitúa la Declaración de Cocoyoc en la
línea de los esfuerzos para concretar ese proyecto (Domínguez, 2016).
La Declaración de Cocoyoc fue un texto con muchas aristas políticas,
redactado en un lenguaje evocador del espectro de Marx, que arranca con la denuncia
del orden mundial heredero de “casi cinco siglos de dominio colonial, durante los
cuales el poder económico se concentró en forma predominante en un reducido grupo de
países”, que con 25% de la población mundial acaparaban “por lo menos las tres
cuartas partes del ingreso mundial, de la inversión, los servicios y casi la
totalidad de la investigación” (United Nations
Environmental Progamme/United Nations Conference for Trade and Development,
1974, p. 20). Esta situación, en “la que un centro explota a una inmensa
periferia, lo mismo que al patrimonio común universal”, reclamaba un noei
que, defendiendo precios justos y sostenibles para las exportaciones de materias
primas de los países en desarrollo,20 no violara los límites internos de las personas –el
excesivo consumo de los ricos que impedía la satisfacción de las necesidades básicas
para 40% de la población, integrada por los más pobres– ni los “límites externos” de
la naturaleza, “los límites máximos de la explotación de nuestro planeta que
pudieran causar efectos irreversibles y poner en peligro la existencia del hombre
sobre la tierra” (United Nations Environmental
Progamme/United Nations Conference for Trade and Development, 1974, pp. 20,
22-23). Cocoyoc apeló a no enfocarse en el “desarrollo de los objetos
sino del hombre” (United Nations Environmental
Progamme/United Nations Conference for Trade and Development, 1974, p.
21), para lo cual reclamó un desarrollo basado en la satisfacción de las
necesidades básicas de alimentación, vestido, vivienda, salud y educación; la
reducción de las desigualdades entre países y dentro de los países, porque la
esperanza en el efecto trickle down es “ilusoria”,21 y la ampliación de las libertades
negativas (libertad de expresión y participación política), pero también de la
libertad positiva del derecho a un trabajo, “ en el que cada cual se sienta
plenamente realizado en una ocupación” y que, como aclara el texto en alusión
directa a Marx, “es el derecho a no verse alienado por causa de procesos de
producción en los que se usa al ser humano simplemente como una herramienta” (United Nations Environmental Progamme/United Nations
Conference for Trade and Development, 1974, p. 22).
En Cocoyoc se reafirma la idea de los estilos de desarrollo (“son diversos los
caminos por los que puede alcanzarse el desarrollo”) y la renuncia a la teoría de la
convergencia, lo que significaba una revisión profunda de la finalidad del
desarrollo que “no consiste en «nivelarse», sino en asegurar la calidad de vida para
todos, con una base productiva compatible con las necesidades de las generaciones
futuras” (pnuma/unctad, 1974, pp. 22, 24), en línea con el ecodesarrollo y
las ideas de Furtado. La Declaración concluía con una llamada
limitarianista para los países desarrollados (United
Nations Environmental Progamme/United Nations Conference for Trade and
Development, 1974, p. 22)22 y de autoafirmación y autodeterminación colectiva para los
países en desarrollo a partir de una “estrategia básica de desarrollo” tendente a
que cada uno de ellos “tenga confianza en sus propias fuerzas, se apoye en sus
propios recursos humanos y naturales y posea la capacidad autónoma necesaria para
fijarse sus propias metas y tomar sus propias decisiones” (United Nations Environmental Progamme/United Nations Conference for
Trade and Development, 1974, p. 22). Así fue como el elemento “horizontal
y totalizador” del concepto de ecodesarrollo (Sachs,
1980, p. 723), propagado inicialmente desde la publicística académica de
América Latina para orientar los estilos de desarrollo de los países del Tercer
Mundo, se convirtió en un arma de “lucha frontal e irreconciliable contra el
capitalismo” (Leff, 1978, p. 308). Esa es la
razón por la cual el concepto fue borrado enseguida del sistema de desarrollo de la
onu, y sólo resistió en los márgenes del pensamiento periférico
latinoamericano (Sejenovich, 2011).
Otro desarrollo o el ecodesarrollo domesticado
En el momento álgido de la agenda del noei y de cara al séptimo periodo
extraordinario de sesiones de la Asamblea General de la onu en septiembre
de 1975, la Fundación Dag Hammarksjöld (dh) empaquetó la agenda alternativa
ecodesarrollista en su famoso informe Otro desarrollo en forma que
resultara más digerible para la discusión dentro de la onu. El informe
parte de una posición ecléctica, ya que declara seguir la “ruta marcada” por el
Founex Report y la Declaración de Cocoyoc y
los aportes teóricos del Foro del Tercer Mundo, que, desde su creación en Chile en
1973, agrupaba a los elementos liberales y progresistas para trabajar por la
creación de un orden mundial más justo (Fundación
DH, 1975, p. 1). El Infome dh contó entre sus tres consejeros
principales con Ignacy Sachs, tuvo la colaboración de Celso Furtado en las reuniones
preparatorias (DH, 1975, pp. 131-132) y su
“utopismo por transferencia” (Wolfe, 1976, p.
147) fue, sin duda, producto de la financiación del Ministerio Holandés
de Cooperación para el Desarrollo, dirigido por el socialista Jan Pronk, y de la
Agencia Sueca de Desarrollo Internacional, también con dirección socialdemócrata y
con la referencia teórica de Gunnar Myrdal, inspirador del enfoque unificado de
desarrollo de la Estrategia Internacional para la Segunda Década. Dividido en tres
bloques (hacia otro desarrollo, hacia un nuevo orden internacional y hacia un nuevo
sistema de desarrollo y cooperación internacional de la onu), de los que
nos centraremos en el primero, el informe inicia con el diagnóstico de la “crisis
del desarrollo”. Dicha crisis ocurre en el interior de los países por tres factores:
pobreza de las masas del Tercer Mundo que no tienen satisfechas sus necesidades
básicas; “alienación, sea en la miseria o en la abundancia, de las masas
desprovistas de los medios necesarios para comprender y gobernar su ambiente
político y social”, y “sentimientos de frustración que están trastornando las
sociedades industriales”. Pero la crisis del desarrollo es también una crisis en las
relaciones internacionales por la desigualdad “entre unos pocos países dominantes y
la mayoría de los pueblos dominados”, que se refleja en la incapacidad de las
instituciones para adaptarse a los rápidos cambios en la economía internacional
asociados al final de la guerra de Vietnam y al aumento del precio del petróleo
(Fundación DH, 1975, pp. 5-6).
En ese contexto, “es posible otro desarrollo”, que debe basarse en el “desarrollo de
cada hombre y mujer y de toda la persona humana, y no sólo [en el] crecimiento de
cosas, que son meramente medios”. Un desarrollo que debe ir dirigido a la
satisfacción de las necesidades básicas de los pobres, pero también a “asegurar la
humanización del hombre al favorecer sus necesidades de expresión, creación,
convivencia y decisión sobre su propio destino”. Un desarrollo multidimensional y
“endógeno” y de “autodependencia colectiva” (Fundación DH, 1975, p. 73),23 que “brota de las entrañas de cada sociedad, al definir
soberanamente la visión de su futuro, en cooperación con sociedades que comparten
sus problemas y aspiraciones” y supone “la soberanía económica nacional sobre los
recursos y la producción”. Y un desarrollo “en armonía con el medio ambiente” que,
reconociendo la existencia de “límites ecológicos a la acción de los hombres” o
“límites externos”,24 sea capaz de
superar los límites internos, que son “sociales y políticos”, por medio de
transformaciones estructurales tales como reformas agrarias y urbanas, de los
circuitos comerciales y financieros, la redistribución de la riqueza y los medios de
producción y la descentralización para la democratización del poder político y
económico (Fundación DH, 1975, pp. 7, 13-16,
28).
El informe Otro desarrollo representó el punto culminante de las
“utopías concretas ideadas por comités” de expertos, es decir “intelectuales y
reformadores que se encuentran, formando diferentes combinaciones, en un foro tras
otro” (Wolfe, 1979 pp. 9-10),. Y
aunque su director diría cuatro años después de la publicación del informe que “otro
desarrollo significa liberación” (Nerfin, 1977, p.
11), se eludieron los aspectos clave de si el programa propuesto debía
“producirse por la conversión de los poderosos o por su derrocamiento” y de si el
crecimiento del ingreso per cápita mantenía o no su validez (Wolfe, 1979, p. 9). Basta con analizar las opiniones de uno de
sus financiadores clave, el socialista holandés Jan Pronk, antiguo asistente de Jan
Tinbergen,25 para entender esas
ambigüedades, pero también las potencialidades del concepto. Pronk plantea avanzar
en el noei a través de la Internacional Socialista, una tercera vía
transversal entre los intereses del norte y los del sur, y defiende un estilo de
desarrollo nacional e internacional (para los países en desarrollo), que debería
implicar “crecimiento, autodeterminación y justicia social”, un “desarrollo humano
[que] significa un desarrollo orientado hacia los pobres” y que cuente con su
participación activa (Pronk, 1978, pp. 77, 81 y
87-88). En el desglose de estos puntos, Pronk se expresa en el lenguaje
de las armonías que anticipa las preocupaciones posdesarrollistas del Buen Vivir,
pero también de los derechos ciudadanos característico del futuro discurso
neodesarrollista, de raíz socialista, de ese nuevo estilo de desarrollo.26
El debate de los estilos de desarrollo y las propuestas de desarrollo alternativo
propias del utopismo de las “revoluciones sin sujeto” (Cardoso, 1980, pp. 856 y 860) sirvieron para explicitar
tres posturas definidas por Aníbal Pinto,27 que acabaron convergiendo, en la década siguiente, en
torno al desarrollo a escala humana, pero ya en otro contexto –el contexto
sobrecogedor de la crisis de la deuda– y por muy distintos motivos.
Tercera década: estilos de desarrollo alternativo y desarrollo a escala
humana
Pese al resultado decepcionante del crecimiento de los países en desarrollo durante
la Segunda Década, la siguiente se inició con la nueva Estrategia de Desarrollo
Internacional para la Tercera Década del Desarrollo de la onu aprobada en
diciembre de 198028 de marcado
carácter voluntarista. Entre 1971 y 1980, el crecimiento acumulativo del
pib (5.1%) y del pib per cápita (2.6%) en los países en
desarrollo había quedado por debajo de los objetivos de 6 y 3.5%, respectivamente
(Jolly et al., 2004). En este contexto,
con la sombra de la crisis de la deuda que se alargaba por momentos, la nueva
Estrategia ganó en retórica lo que perdió en anclaje en la realidad, un marco
internacional que permitiera “reducir significativamente las actuales disparidades
entre países desarrollados y en desarrollo, así como la pronta erradicación de la
pobreza y la dependencia” (con referencia incluida a la industrialización y la
collective self-reliance). Este giro retórico expresa la frágil
solución negociada entre la agenda de necesidades básicas, dominada a esas alturas
por el Banco Mundial, y la agenda del noei, laminada en la segunda mitad de
los años setenta por las tácticas divisionistas de los países centrales y la
incubación de la crisis de la deuda que acabaría arrumbando la unidad del Tercer
Mundo (Domínguez, 2016). La Estrategia
contiene metas específicas no sólo para los agregados económicos,29 sino, y por primera vez, de “reducción y
eliminación de la pobreza” y el hambre, con el compromiso de alcanzar en 2000 el
pleno empleo, la escolarización primaria universal, el aumento de la esperanza de
vida en los países en desarrollo hasta 60 años, y, en los países más pobres, tasas
de mortalidad general no superiores a 120‰ e infantil no superiores a 50‰ (Koehler, 2015; Jolly et al., 2004).
Desarrollo humano y estilos de desarrollo cepalinos
El Banco Mundial aceptó entonces la terminología del “desarrollo humano” de la
onu, la vació de contenido y la redujo a desarrollo individual, para
luego propiciar los programas de ajuste estructural que hicieron de la Tercera
Década la década perdida del desarrollo. Este movimiento de limpieza ideológica, que
tuvo su aperitivo en un discurso de Henry Kissinger
(1976, p. 672) ante la iv
unctad para combatir el noei, y su noción de desarrollo colectivo
(1976)30 fue la respuesta a la
Evaluación de Quito de la Estrategia de Desarrollo Internacional para la Segunda
Década del Desarrollo realizada por la cepal en 1973, en la que se
reclamaba, como condición para la realización del desarrollo humano, la eliminación
de las “estructuras tradicionales” (a modo de “obstáculos”), mediante “cambios
estructurales” o “cambios institucionales” referidos a los derechos de propiedad (el
control soberano de los recursos naturales, la reforma agraria, y reformas en la
propiedad de los medios de producción hacia esquemas públicos, para lograr un
“desarrollo económico autosostenido independiente”) (ecla, 1973, pp. 3-4). El entendimiento del desarrollo
humano por parte del entorno de la cepal en este documento iba mucho más
allá de la inversión en recursos humanos (que es la que realizó el Banco Mundial en
1980), sino que contiene un programa de liberación de resonancias socialistas: “los
objetivos de desarrollo en América Latina deben ser la creación de una nueva
sociedad y un nuevo tipo de hombre. La participación social en todas las formas del
proceso de desarrollo debe ser aumentada para lograr una sociedad más justa.”31
Con estos antecedentes, la cepal presentó en 1979 su aporte a la Estrategia
de Desarrollo Internacional para la Tercera Década del Desarrollo todavía con la
esperanza puesta en el noei, de manera que la propuesta debía “contribuir a
la promoción del objetivo de la autosuficiencia nacional y colectiva de los países
en desarrollo” (Comisión Económica para América
Latina, 1981). La propuesta se estructuró a partir de una clasificación
de metas y objetivos cuantitativos y cualitativos organizados en torno a seis áreas
de las que nos interesan tres: “1) desarrollo económico;
2) desarrollo social y humano, y 3)
autosuficiencia y movilización de recursos nacionales” (Comisión Económica para América Latina, 1981, pp.
468-469). Para el desarrollo económico se estimaron metas y objetivos
cuantitativos que, retrospectivamente con la década perdida, resultan de un
voluntarismo heroico (7.5% de crecimiento del pib y 8% de crecimiento del
vab industrial, coeficiente de ahorro bruto de 23%, y 8% de crecimiento
del comercio de importación y exportación). Para el desarrollo social y humano, se
planteó la necesidad de contar con indicadores para las finalidades esenciales del
crecimiento económico, como el “acrecentamiento del bienestar social y su plena
participación en el proceso de desarrollo”, el “mejoramiento de la distribución del
ingreso y la riqueza”, así como otros objetivos específicos sobre los siguientes
temas: “erradicación de las situaciones de pobreza extrema e indigencia”; “empleo,
nutrición, educación, salud y vivienda”; “bienestar de la niñez, la participación de
la juventud y la integración de la mujer”, y “la preservación del medio ambiente”.
Para la autosuficiencia y movilización de los recursos nacionales, se formularon
nada menos que cuatro objetivos generales de carácter cualitativo: “la identidad
cultural y el desenvolvimiento de formas y estilos propios de vida”; “la plena
movilización de los recursos humanos y materiales como la base principal de
sustentación del crecimiento propio”; “la aceleración de la inversión y formación de
infraestructura”, y “la elevación de la productividad, la contención del consumismo
y el acrecentamiento del ahorro para impulsar la acumulación” (Comisión Económica para América Latina, 1981, pp.
470-476).
Un año después se publicaron los resultados del proyecto conjunto entre la
cepal y el pnuma, Estilos de desarrollo y medio
ambiente en América Latina, que se había llevado a cabo desde mediados
de 1978 hasta mediados de 1980. En el trabajo introductorio, Osvaldo Sunkel presentó
un balance de los “estilos de desarrollo alternativos” que se habían llevado a cabo
en la región en las dos décadas previas, señalando como una de las principales
fallas que “no prestaron consideración adecuada a la dimensión ambiental en el
análisis integral del proceso de desarrollo” (Sunkel, 1980, p. 10). Si en la década de 1970 se había tratado de
integrar el desarrollo económico y el social, buscando el isomorfismo con el “estilo
internacional ascendente” (el de Estados Unidos), ahora había que añadir el
componente ambiental a fin de eliminar en lo posible los rasgos negativos de ese
“estilo transnacional” (las desigualdades entre clases y grupos, el gasto
improductivo del excedente en armamentos y el consumo desorbitado de energía y
recursos naturales) (Sunkel, 1980, pp. 10-11,
27).
La urbanización característica del modelo de desarrollo de los países capitalistas
desarrollados generaba la falsa ilusión de que los seres humanos cada vez dependen
menos de la naturaleza (“artificialización”), al perderse “uno de los procesos
formativos culturales más importantes”, que, para Sunkel (1980, pp. 11, 16), es “la adquisición de una sabiduría ecológica
empírica en relación con las formas permisibles y tolerables de explotación de la
naturaleza circundante, de cuya reproducción depende la supervivencia de la
población”. Sunkel llama la atención sobre los modos de apropiación social de los
elementos de la biosfera (tierra, agua y recursos naturales) por ser uno de los
“determinantes decisivos de la desigualdad social y de la estructura de poder”:
dicha apropiación no es únicamente un fenómeno rural sino también urbano,32 y además de interno también
internacional y explica la división centro-periferia, sus especializaciones
productivas respectivas y, en definitiva, los diferentes estilos de desarrollo
(Sunkel, 1980). Pero el concepto de
estilo de desarrollo puede aplicarse no sólo a lo que es, sino a lo
que debe ser (Sunkel, 1980),
de tal manera que el autor se aplica a formular un estilo alternativo.
Sunkel cuestiona la sostenibilidad del estilo de desarrollo ascendente o trasnacional
de origen importado: “es legítimo preguntarse si no es acaso muy peligroso financiar
un estilo de vida y de desarrollo que no se sostiene a sí mismo mediante la
exportación de recursos naturales más o menos limitados y sustituibles, sujetos
además a los vaivenes del mercado internacional” (Sunkel, 1980, p. 51). Y sus preguntas de entonces resuenan hoy más que
nunca en los debates sobre el neoextractivismo progresista del Buen Vivir: “¿puede
ese patrón de desarrollo generar con el tiempo una diversificación y expansión del
potencial de exportaciones suficientemente amplio y dinámico como para financiar
buena parte de sus propias necesidades crecientes de financiamiento externo?” (Sunkel, 1980, p. 51).
Entonces (como ahora) el problema era “satisfacer las necesidades más apremiantes de
la mayoría de la población”, objetivo que, a la vista de los magros resultados,
precisaba un cambio en el estilo de desarrollo a favor de la expansión de “la
“producción de bienes básicos en los sectores de la alimentación, el vestuario, el
calzado, y de los servicios básicos de seguridad social, vivienda, salud y
educación” (Sunkel, 1980, p. 52). Por tanto,
el cambio de estilo no suponía “dejar en suspenso el crecimiento económico”, sino
reorientarlo para que generara los recursos necesarios a fin de satisfacer las
necesidades básicas. Este estilo alternativo debía compatibilizar “la satisfacción
de las necesidades fundamentales de la mayoría de la población” con “la preservación
y valorización de la base de los recursos y del medio ambiente de la sociedad”;
debía reducir la dependencia con respecto a las fuentes de energía fósiles,
desarrollar tecnologías intensivas en mano de obra y ajustarlas a la base de
recursos naturales, “administrar los recursos naturales con conocimientos
tecnológicos apoyados en bases ecológicas”, reorganizar la actividad
descentralizándola de las concentraciones urbanas y reducir los “excesos del
consumismo” (Sunkel, 1980, p. 53). Un
programa de tal calado, que “pone en duda una serie de creencias derivadas de la
ideología del crecimiento económico” (como fenómeno exponencial e ilimitado, basado
en la explotación y la artificialización de la naturaleza y la acumulación de bienes
materiales de consumo), requería una amplia participación de la población y un
esfuerzo masivo de reeducación de la población para que “internalice la dimensión
ambiental y los aspectos ecológicos del desarrollo” (Sunkel, 1980, pp. 61-63).
El tercer límite del desarrollo: desarrollo a escala humana
Si la Primera Década del Desarrollo estuvo dominada por la preocupación de los
aspectos sociales (o límites internos) en el desarrollo y la Segunda por los
aspectos ecológicos (o límites externos), en la Tercera irrumpieron las cuestiones
subjetivas. Fue al pionero español del desarrollo, José Luis Sampedro (Domínguez, 2013), a quien cabe atribuir la
introducción de este tercer límite, el psicológico, que hace referencia al
“deterioro del sentido de la identidad reflejado diariamente en tantas
manifestaciones de desconcierto y búsqueda de asideros” y que es producto de darle
más importancia al “tener” que al “ser” (Sampedro,
1983, p. 1666) o, como dirá más adelante, “hecho a costa de la vida
interior del hombre […] dejándole un vacío interno provocador de ansiedades y
aberraciones” (Sampedro, 1987, p. 39). Sampedro (1983, p. 1663) apunta la
contradicción entre “la conciencia de que el planeta es el primer bien escaso” y la
ignorancia de este hecho por “una teoría convencional que, sin embargo, hac[e] de la
escasez su categoría identificadora como ciencia” (Sampedro, 1980, p. 362). Pero va más allá de lo que él considera límites
físicos y políticos: para Sampedro la salida de la “crisis del desarrollo”, una
tecnocracia que se hace “a costa de la naturaleza, de otras culturas o de la vida
interior” y que “conduce a una progresiva degradación humana” (Sampedro, 1983, pp. 1667-1668), consiste en un cambio de
valores para la “humanización del desarrollo” de la que ya habló en 1982 (Sampedro, 2009, p. 347). Y para transformar ese
modelo insostenible era necesaria una “descolonización mental” o “revolución
cultural” que pasaba por un nuevo enfoque metaeconómico, “un campo que está más allá
de la economía” como tercer nivel de realidad axiológico, y que Sampedro identifica
con el paradigma del “ecodesarrollo” (Sampedro,
1983, pp. 1655, 1660, 1663 y 1667).
En efecto, a inicios de la década de 1980, para Sampedro la “salvación” –frente al
“desarrollo como cáncer (Sampedro, 2009, p.
335) o frente al “desarrollismo, con su falso ideal del crecimiento
perpetuo” como “dimensión patológica de la cultura occidental” (Sampedro, 2009, p. 352)– habría que buscarla en
“la adopción de otra vía de desarrollo” que rompiera con “la atrofia de fines frente
a la hipertrofia de medios”: una economía preocupada por la pobreza desde un
“desarrollo humanizado” que debería corregir “el desequilibrio fundamental de la
industrialización: la preferencia por las cosas en lugar de por los hombres” (Sampedro, 2009, pp. 341-345). Superar la crisis
sistémica o crisis del desarrollo implicaba superar el “desarrollo explotado a costa
de la naturaleza, de otras culturas o de la vida interior” (Sampedro, 1983, p. 1667). Este cuestionamiento del paradigma
utilitarista en el que se apoyaba toda la economía del desarrollo (no sólo la
economía del crecimiento, sino también las teorías del subdesarrollo de raíz
estructuralista-dependentista) con argumentos muy similares y anticipatorios de los
de Amartya Sen: “la libertad –había afirmado Sampedro en 1978– solamente se
conquista, porque no es un bien para consumir, sino para ejercer. Se produce
ejerciéndola, que es justamente su goce” (Sampedro,
2009, p. 92).
En 1980 Sampedro reivindicó “el desarrollo ecológico o ecodesarrollo” (Sampedro, 1980, p. 367) y poco después, tras
denunciar “la desviación del desarrollo hacia fines puramente materiales y
cuantitativos”, reclamó “la necesidad de un nuevo desarrollo, humano y ecológico”,
basado en la solidaridad, que recuerda las tres armonías del Buen Vivir: “¿por qué
no imaginar que la nueva cultura del siglo xxi se funde sobre la
‘solidaridad’, como aproximación al menos a la fraternidad? Solidaridad con nuestros
conciudadanos; solidaridad entre los pueblos; solidaridad con el medio ambiente,
porque es también, en cierto sentido, nosotros mismos; solidaridad –más bien
soldadura– entre nuestra vida exterior y la interior” (Sampedro, 2009, p. 254).
La propuesta del tercer límite psicológico de Sampedro formaba parte de un esquema de
pensamiento original iberoamericano que fue coincidente con, e influyó profundamente
en, el planteamiento de la economía descalza del chileno de origen alemán Manfred
Max-Neef, quien alude así al método de la observación participante que lleva al
economista a “vivir y compartir la realidad invisible” (Max-Neef, 1984, p. 41).33 La preocupación de Max-Neef, como la de Sampedro, era
la deshumanización de la economía. Ambos consideran que en los inicios de la década
de 1980 hay una “crisis total” cuya causa final es el intento humano de “someter a
la naturaleza” mediante el “estilo vandálico” de desarrollo predominante medido por
la variación del pnb, esto es, por las “actividades que se generan a través
del mercado, sin considerar si dichas actividades son productivas, improductivas o
destructivas” (Max-Neef, 1984, pp. 40, 42-43 y
51). De ahí su propuesta para elaborar un “nuevo cuantificador”
denominado “econson” o “drenaje razonable de los recursos que una persona necesita
para lograr una calidad de vida aceptable”, considerando como tales recursos “los
requerimientos de energía, nutrición, vestuario y vivienda” (Max-Neef, 1984, p. 61). Dicha medida está asociada al
desarrollo “deseable” (“el desarrollo en el cual creemos y que buscamos”) y que
epistemológicamente es caracterizado como un “humanismo ecológico integral”, pero
que el Nobel alternativo no remite al pensamiento de Marx sino al “eco-anarquismo
humanista” (Max-Neef, 1984, pp. 48, 62-63 y
72). Este punto, a nuestro juicio, es la línea divisoria crítica entre
toda la tradición anterior de los estilos del desarrollo, que es de raíz socialista,
y lo que Max-Neef acabó denominando después desarrollo a escala humana, que, con sus
propuestas de interdependencia, identidad e integración entre seres humanos y
naturaleza, y de desconcentración del poder y a favor de la escala reducida de la
producción, conectó con los nuevos planteamientos posdesarrollistas de las
corrientes indigenista y ecologista del Buen Vivir: “Ya no creo en ‘soluciones
nacionales’ o ‘estilos nacionales’… Por ende creo, como economista descalzo, en la
acción local y en pequeñas dimensiones” (Max-Neef,
1984, p. 136).
Max-Neef sigue la línea del enfoque original de necesidades básicas de Seers y la
Fundación Bariloche (en la que trabajó durante parte de su exilio tras el golpe de
Estado de Pinochet); pero, como Amartya Sen, trasciende la aproximación materialista
del fetichismo de la mercancía (Stewart,
2006) y lo hace marcado ya por el contexto de desencanto con el socialismo
real, la pérdida de eficacia de las fórmulas keynesianas y el descrédito de las
medidas neoliberales (Espinoza, 1988). Tras
reconocer que las necesidades son finitas, Max-Neef introduce la distinción
fundamental entre necesidades y satisfactores, que data de un primer trabajo de 1978
para la Fundación Bariloche (Espinoza, 1988).
Las necesidades no están jerarquizadas sino interrelacionadas en una matriz, sobre
la base de las categorías existenciales de “Ser, Tener, Hacer, Estar”, y categorías
axiológicas de “Permanencia (Subsistencia), Protección, Afectos, Entendimiento,
Participación, Ocio, Creación, Identidad y Libertad”. Por lo mismo, las necesidades
humanas fundamentales son “las mismas en todas las culturas y en todos los periodos
históricos” y lo que varía son los satisfactores, definidos como “la manera o los
medios utilizados para la satisfacción de las necesidades” (Max-Neef, 1984, pp. 237-238; Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 1986, pp. 25-27). Así, cada sistema
social y político “adopta diferentes estilos para la satisfacción de las mismas
necesidades humanas fundamentales”, de manera que no tiene sentido hablar de
pobreza: sólo hay pobrezas o distintas dimensiones existenciales o axiológicas de
pobreza (Max-Neef, 1984, pp. 239-240; Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 1986, pp. 27-29 y
41-42).
Sobre esas premisas epistemológicas, el trabajo de Max-Neef y sus colaboradores en la
Fundación Dag Hammarskjöld de 1986 es un intento de adaptar el informe Otro
desarrollo de 1975 al contexto latinoamericano “a la luz de los cambios
de escenario ocurridos durante el último decenio” (Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 1986, p. 5). Se trata de recuperar,
frente a la “crisis de la utopía”, el pensamiento de lo “deseable-posible” después
de lo que se describe como fracaso del desarrollismo cepalino y del neoliberalismo
monetarista, que los autores contemplan en sus rasgos comunes de mecanicismo y sus
resultados económicos concentradores (Max-Neef,
Elizalde y Hopenhayn, 1986, pp. 10-13 y 72). Frente a esa crisis se
propone un “Desarrollo a Escala Humana” (deh), basado en la satisfacción de
las necesidades humanas fundamentales, en la generación de niveles crecientes de
autodependencia y en las cuatro articulaciones orgánicas (seres humanos y
naturaleza, lo local y lo global, individuo y sociedad, sociedad civil y Estado),
con la premisa de dar protagonismo real a las personas, privilegiando “tanto la
diversidad como la autonomía de espacios en que el protagonismo sea realmente
posible. Lograr la transformación de la persona-objeto en persona-sujeto del
desarrollo” (Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 1986,
pp. 14-15). Detrás de esta retórica humanista (“al fetichismo de las
cifras debe oponerse el desarrollo de las personas”), el deh tiene, sin
embargo, dos puntos de aggiornamento a los años de plomo del
neoliberalismo, que supone un claro retroceso respecto a la agenda socialista del
otro desarrollo en sus vertientes de planificación e internacionalismo: un paso
adelante humanista, subjetivista y post-materialista, pero dos pasos atrás en la
vertiente socialista, igualitaria e internacionalista, por su concepción subalterna
del papel del Estado (Max-Neef, Elizalde y
Hopenhayn, 1986, pp. 62, 77)34 y su abandono de la reivindicación del noei, tras
su aplastamiento en la Conferencia sobre Cooperación Económica Internacional de
Cancún de 1981 (Domínguez, 2016), a favor de
un fraudulento localismo metodológico.35
Finalmente, el deh añade a la economía descalza y su matriz de necesidades y
satisfactores los tres elementos relacionales (armonía con uno mismo, con la
comunidad y con la naturaleza) que serán definitorios del Buen Vivir como síntesis
de los estilos de desarrollo alternativo (y alternativa al desarrollo) del siglo
xxi. Así, cada necesidad puede satisfacerse “a) en
relación con uno mismo (Eigenwelt); b) en relación
con el grupo social (Mitwelt), y c) en relación
con el medio ambiente (Umwelt)” (Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 1986, p. 27). El deh anuncia
una promesa de epistemología de la praxis verdaderamente transformadora: “acceder al
ser humano a través de las necesidades permite tender el puente entre una
antropología filosófica y una opción política y de políticas” con mención explícita
a Marx (Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 1986, p.
34). Pero a continuación cierra el paso a la política pública: dado que
las necesidades se conciben como “carencia y potencia, resulta impropio hablar de
necesidades que se ‘satisfacen’ o que se ‘colman’”, por lo que debería hablarse de
“vivir y realizar las necesidades, y vivirlas y realizarlas de manera continua y
renovada”, es decir, se trata de dar prioridad a los “satisfactores endógenos y
sinérgicos” que surgen de la sociedad civil (de abajo hacia arriba), y por esta
nueva magia del “desarrollo endógeno” sui generis “conciliar el
crecimiento económico, la solidaridad social y el crecimiento de las personas y de
toda la persona” (Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn,
1986, pp. 50-51 y 64).36
Ahora bien, mientras en la economía descalza Max-Neef (1984, p. 52) habla de un “humanismo ecológico capaz de
sustituir, o, por lo menos de corregir, el antropocentrismo que prevalece entre
nosotros”, en el Informe deh ya denuncia la “cosmología antropocéntrica que
sitúa al ser humano por encima de la naturaleza” y que es propia de los “estilos
tradicionales de desarrollo” y su “visión economicista”, portadora de la creencia de
que la “depredación indiscriminada de un recurso natural hace aumentar el
pgb [producto interior bruto]” (Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 1986, p. 57). El deh allana,
así, el camino para el posdesarrollo de la corriente ecologista e indigenista del
Buen Vivir.
Consideraciones finales: tomando en serio el otro desarrollo
El objetivo de este artículo era probar la conexión directa e indirecta del otro
desarrollo con las variantes de estilos de desarrollo que han tomado fuerza en la
región desde los inicios del siglo xxi, y que se han concretado en el Buen
Vivir. Efectivamente, el Buen Vivir, como lema de la política pública de la
Revolución Ciudadana de Ecuador (2007-2016), expresa un estilo de desarrollo, de
acuerdo con la definición de Graciarena (1976, p.
186) comentada en la introducción.
Si se confronta la literatura más reciente sobre el Buen Vivir como política pública
(véase Domínguez, Caria y León, 2017) con las
características que se pueden extraer del análisis precedente y la vieja evaluación
sobre las publicaciones del otro desarrollo que hace más de treinta años hizo José
Ángel Moreno (1985, pp. 331-346), parece
confirmarse la hipótesis de la conexión latente entre el otro desarrollo y la
variante actual del estilo de desarrollo que se concretó en los Planes Nacionales
para el Buen Vivir (subtitulados Planes Nacionales de Desarrollo). Este último autor
establece el decálogo o común denominador de las propuestas del otro desarrollo:
a) “hincapié en la satisfacción de las necesidades básicas”,
que implica lucha contra la pobreza y la desigualdad; b) “necesidad
de intensificar el ‘esfuerzo interno’”, basado en la movilización de los recursos
endógenos; c) “movilización popular y participación social”, a fin
de conseguir “un amplio consenso sobre las metas de desarrollo perseguidas y la
forma de conseguirlas, para lo cual será necesario promover la organización de los
sectores que puedan verse favorecidos por esas prácticas”, mediante “una
redistribución considerablemente más equitativa del poder social”;
d) “rearme cultural” mediante una política educativa y cultural
que reafirme “la cultura y los saberes propios”; e) “reorientación
hacia las producciones básicas”, con “atención prioritaria al crecimiento de la
producción agraria e industrial orientada al mercado interno”; f)
“máxima creación de empleo”, considerado no sólo en términos de aumento de la
actividad sino como “elemento básico para el desarrollo de la persona”;
g) “atención al sector tradicional” y “sus formas de
organización empresarial apropiadas”, por su calidad de factor de absorción de mano
de obra, su potencial para la reducción de las desigualdades y la heterogeneidad
estructural, si con el acceso a las tecnologías adecuadas logra “un considerable
incremento de la productividad”; h) “tecnología adecuada”,
“apropiada” o “intermedia”, que se caracteriza “por una mayor utilización de la mano
de obra […] una utilización óptima de los recursos locales y una mayor capacidad de
eficiencia en pequeñas escalas productivas”; i) “consideración a
los problemas del medio ambiente”, sin perder de vista la satisfacción de las
necesidades humanas (incluyendo aquí el empleo), de acuerdo con enfoques de
ecodesarrollo, y j) “autonomía colectiva”, que concreta la
collective self-reliance en “propuestas de no pagar
colectivamente la realmente impagable deuda externa”.
Dejando al margen los matices, que serán objeto de una investigación posterior,
podemos afirmar que, tanto en los principios contenidos en los dos Planes Nacionales
de Desarrollo (2009-2013 y 2013-2017) como luego en las propuestas operativas de
política pública, la corriente socialista del Buen Vivir, como estilo de desarrollo
que buscaba otro desarrollo, fue coherente con todos los puntos del decálogo, con la
excepción parcial de los puntos 3 y 9 y el total del 5. El otro desarrollo tuvo así
una influencia directa e indirecta en el Buen Vivir, pero también encontró sus
límites en el punto que Moreno (1985, p. 352)
señaló al afirmar que “la aplicabilidad del enfoque requiere condiciones que no
resultan fácilmente imaginables sin una previa transformación social radical que
permitiera imponer a los sectores dominantes los intereses mayoritarios de la
comunidad”. Por tanto, en las fuentes ideacionales del Buen Vivir, como política
pública inspirada en un estilo de desarrollo, encontramos antecedentes de ideología
socialista, con destacados perfiles humanistas, comunitarios e internacionalistas,
que son previos a la herencia recibida (y reconocible) por el Buen Vivir a través
del concepto de desarrollo a escala humana.
En su trabajo sobre las ideas en acción que se generaron en el entorno de las
sucesivas décadas del desarrollo de la onu, Jolly et al. (2004, p. 298) señalan que “las ideas son como
invenciones”, que permanecen latentes hasta que en las circunstancias propicias
alguien las intenta poner en práctica, como “viejas ideas en un nuevo disfraz”. Una
gran parte de los debates sobre el desarrollo que han tenido lugar en América Latina
en lo que va del siglo xxi (Sankey y Munck,
2017) están marcados por esas ideas asociadas a las propuestas
alternativas de otro desarrollo durante las primeras décadas del desarrollo de la
onu. Hay mucho que aprender de ellas. Es hora de que tales propuestas
alternativas empiecen a tomarse en serio por medio de la rigurosa reconstrucción
histórica del pensamiento económico latinoamericano, reconstrucción que a juzgar por
el modesto aporte historiográfico de América Latina al pensamiento económico global
(Barnett, 2015), está en su fase inicial
de redescubrimiento y actualización de su vigencia.