Introducción
El estudio sobre la desigualdad y su decurso histórico ha tomado relevancia en las
últimas décadas, impulsado sin duda por la evidencia del crecimiento de las
inequidades en una buena parte del mundo, en especial en los países más
desarrollados que hasta los años setenta solían gozar de niveles de desigualdad
relativamente moderados en comparación con otras partes del planeta. En el caso
latinoamericano, los estudios, entre ellos el de Engerman y Sokoloff (1999), han avanzado mucho más modestamente y en
general se refieren a etapas muy recientes de su historia, de acuerdo con la premisa
de que en el subcontinente la desigualdad ha sido siempre muy elevada.
Sin embargo, estudios recientes han puesto en duda este aserto y han planteado que la
desigualdad latinoamericana tiene –no podía ser de otra manera– una historicidad y
una diversidad regional que los historiadores deben abordar. En efecto, un ensayo
general que plantea una perspectiva de este tipo es el de Jeffrey G. Williamson
(2015), aunque la evidencia disponible para
ello es todavía muy escasa. Al respecto están también los trabajos de Coatsworth
(2006) y Bértola y Ocampo (2013).
En este sentido un momento que parece ser clave para esta indagación es la transición
entre el periodo colonial y las primeras décadas independientes del siglo
xix. Si bien desconocemos en gran medida los niveles de desigualdad en
las distintas regiones latinoamericanas durante la colonia y es evidente que debía
haber importantes diferencias regionales, la visión más difundida en la
historiografía –especialmente la agraria– es que las independencias, la llegada a la
administración directa del poder por las elites locales, en su mayoría
terratenientes, y la integración progresiva a la nueva división internacional del
trabajo promovida por la revolución industrial y la primera globalización, actuaron
en el sentido de promover una mayor desigualdad en el subcontinente. Sin embargo,
los estudios concretos y sistemáticos que permitan hacer comparaciones
intertemporales e interregionales son muy escasos. Muchos estudios de historia
agraria intentaron medir la evolución de la concentración de la tierra y la riqueza,
pero la naturaleza de dichos análisis hace muy difícil la comparación al utilizar
mediciones que son aplicables sólo a esa sociedad en ese momento dado. Un ejemplo es
el cálculo de la distribución de la tierra según intervalos de cantidad de tierra,
cuando es evidente que el valor económico de una misma unidad de superficie fue
variando con el transcurso del tiempo y es muy distinta entre regiones, lo que hace
imposible considerar la evolución temporal, así como la comparación con otras
realidades. Sólo algunos estudios utilizaron métodos que facilitan esta comparación.
En el caso de México, Chowing (1999) señala un
incremento de la desigualdad hacia mediados del siglo xix en la región
estudiada. La Cuba todavía colonial es un caso clásico de creciente desigualdad en
el periodo y con un fuerte crecimiento azucarero (Bergad, 1990).
En algunos casos se ha podido observar que, si bien tal vez había un enriquecimiento
de los sectores más poderosos, ello no implicaba ni la desaparición de los pequeños
y medianos productores ni incrementos considerables en la desigual distribución de
la riqueza. En ese sentido, la región de São Paulo en las seis o siete primeras
décadas del siglo xix es sintomática, ya que el desarrollo cafetalero no
parece haber provocado una desaparición de los pequeños y medianos productores ni el
incremento desmedido de la desigualdad (Marcondes,
2005). En cambio, en Río de Janeiro se ha observado una situación de
moderado empeoramiento de la desigualdad (Frank,
2004).
De todos modos, Williamson (2015) recoge alguna
literatura que sostiene la visión de la permanencia de los pequeños productores.
Otros estudios, sin embargo, señalan que es imposible generalizar a todas las
regiones de Latinoamérica la crisis de las décadas posrevolucionarias, ya que se
generaron grandes diferencias regionales y la desigualdad, todavía muy mal
estudiada, no puede asociarse de manera simplista con los ciclos de crecimiento o
crisis (Gelman, 2011b). Inclusive algunos
estudios recientes sobre desigualdad sostienen que las décadas que siguen a las
independencias, signadas en buena parte del territorio latinoamericano por la crisis
o el estancamiento económico, conocieron también una baja en los niveles de
desigualdad, hasta que el crecimiento más sostenido de la última parte del siglo
xix se acompañó también de una creciente desigualdad. Sin embargo, hay
que señalar que la evidencia empírica de todo esto es muy escasa hasta el presente y
se refiere en general a alguna ciudad o región en un periodo acotado, de donde se
desprenden conclusiones que pretenden ser de todo un país.
En este trabajo nos proponemos entonces abordar el estudio sobre la desigualdad a
finales del periodo colonial en el Buenos Aires rural, aprovechando una fuente
conocida, los censos de hacendados de 1789, que ya ha sido utilizada por otros
investigadores, pero con metodologías que hacen difícil su comparación con otros
momentos de la historia de Buenos Aires o con otras sociedades contemporáneas. De
esta manera pretendemos, además de medir los niveles de desigualdad en el sector
rural porteño durante el periodo virreinal, relacionar ese análisis con los que
hemos realizado para la misma región durante el siglo xix, a fin de
observar cómo afectaron los profundos cambios políticos, sociales y económicos
ocurridos entre la colonia y las primeras décadas independientes sobre esos niveles
de desigualdad. También intentaremos realizar algunas comparaciones con otros casos
en el ámbito internacional.
En efecto las cinco décadas que transcurren entre 1789 –nuestro primer mirador– y
1839 –momento para el cual hemos realizado un detallado estudio sobre la desigualdad
en Buenos Aires rural (Gelman y Santilli,
2006)–, se caracterizan por profundos cambios en todos los ámbitos. El más
obvio es la transición política de un sistema colonial, con la ciudad de Buenos
Aires como capital del virreinato del Río de la Plata creado en 1776, hacia un
estado provincial independiente, con un sistema republicano de gobierno. Luego del
fracaso de los intentos de construir un estado con alcances territoriales similares
a los virreinales, se habían conformado desde 1820 numerosas entidades estatales a
nivel provincial, de las cuales Buenos Aires era una, la más rica y poblada de la
región, y era gobernada en el momento del segundo recuento por Juan Manuel de Rosas,
quien marcó su vida política hasta pasada la mitad del siglo. Obviamente los cambios
habidos en la vida política fueron numerosos y no podemos dar cuenta de ellos aquí,
así como los cambios sociales, también significativos. En relación con estos cambios
y con el tema de la desigualdad que vamos a estudiar, se puede señalar la transición
más o menos progresiva de un régimen laboral en el sector rural que, si bien incluía
mayoritariamente a familias campesinas y trabajadores asalariados libres, contenía
también una porción destacada de mano de obra esclava, que alcanzaba menos de 10% de
su población, hacia otro durante las décadas que siguen a la revolución en el que,
aunque formalmente la esclavitud no se abolió sino hasta la constitución de 1853, ya
para 1839 sólo representaba una ínfima minoría de la población y del trabajo
rural.
La economía porteña también muestra cambios en estas décadas de carácter quizá aún
más radical. Durante el periodo colonial esta se centraba en el comercio de larga
distancia que llevaban a cabo las elites urbanas, que introducían esclavos y efectos
de Castilla por el puerto, los distribuían por todo el espacio virreinal (y más
allá) y buscaban recoger el máximo de plata y oro originados en el Alto Perú y otros
lugares de América del Sur. Mientras tanto, el sector rural de Buenos Aires cumplía
la función central de abastecer de alimentos a la ciudad, que hasta 1820 tenía una
dimensión demográfica mayor a la campaña y gozaba de altos estándares de consumo, en
productos de huerta, en cereales y también en carne. A la vez, una parte de su
actividad ganadera consistía en la cría de mulas destinadas a los mercados andinos,
aunque también aportaba cueros del ganado vacuno faenado para alimentar a la ciudad
o a la propia población rural en el creciente, aunque todavía modesto, comercio de
exportación de derivados vacunos por el océano Atlántico.
Este lugar relativamente subordinado del sector rural porteño durante la colonia se
alteró de manera sustancial tras la revolución. La crisis del espacio virreinal, de
la producción minera y con ello del típico comercio colonial, terminó de un golpe
con la fuente de negocios central de las elites porteñas. A la vez, el desarrollo de
la revolución industrial en el norte del Atlántico, la apertura comercial y el
cambio fuerte y duradero en los términos de intercambio, creó la posibilidad para
que Buenos Aires intentara insertarse exitosamente en un comercio de exportación de
bienes primarios con precios sostenidos o en alza demandados por ese norte
industrial a cambio de sus manufacturas cada vez más baratas. Y de paso la expansión
de este comercio podía brindar a Buenos Aires, como lo hizo, unos recursos fiscales
consistentes por medio de los impuestos aduaneros, que debían reemplazar a la plata
que le enviaba el Alto Perú regularmente en forma de los situados durante la etapa
colonial y que había dejado de llegar.
De esta manera el eje de los negocios porteños pasa del comercio de larga distancia
de bienes de alto valor y poco volumen entre el Atlántico y el espacio virreinal al
comercio de derivados ganaderos de origen local con las economías en proceso de
industrialización. Pero para ello necesitaba acceder a mucha tierra barata, para
habilitar la cría extensiva de ganado mayor y poder así aprovechar los muy escasos
capitales y mano de obra que las guerras del periodo provocaban. Y en efecto
observamos en los años que siguen a la revolución un proceso de expansión
fronteriza, muy rápido y muy fuerte, que multiplica el territorio disponible para
los porteños en varias veces entre 1815 y 1820 (cuando apenas comenzaba la expansión
más allá del río Salado) y 1833, cuando la campaña al desierto dirigida por Rosas
logró consolidar la ocupación de un enorme espacio de la provincia, antes en manos
de grupos indígenas autónomos. En Buenos Aires, entonces, y sobre la base de esta
expansión territorial y la conexión con el mercado atlántico, se produjo un
importante crecimiento económico, centrado en la llamada expansión ganadera, que
ocurrió sobre todo en las zonas del sur de la campaña, con especial intensidad en el
nuevo sur conquistado al indígena.
Como se puede apreciar se trata de cambios muy significativos en todos los niveles y
que sin duda deben de haber afectado también los grados de desigualdad entre sus
pobladores. Por un lado, la presión sobre la tierra, convertida de pronto en el
factor productivo preferente, no podía más que empujar su valor relativo hacia
arriba, con lo que se puede prever que, si dicho factor se encontraba mal
distribuido, esta demanda sólo podía impulsar la desigualdad hacia arriba. En
efecto, como lo señaló en un estudio pionero Garavaglia (2004), en los años que siguen a la revolución los precios del
ganado tienden a subir, pero aún más lo hará la tierra. Gelman y Santilli (2015) evaluaron esto con algún detalle,
contrastando a su vez la evolución del precio de esos factores con los salarios de
los trabajadores, que, al menos desde mediados de los años veinte, redujeron sus
valores en relación sobre todo con la tierra, cuyo precio por entonces no parecía
tener un límite superior. Pero a la vez la rápida expansión territorial y la escasez
relativa de población, y por ende de trabajadores, podía actuar en un sentido
inverso al poner a disposición una gran cantidad de tierra y al permitir que una
buena parte de la población rural accediera a la misma. Ello, como veremos, tendió a
verificarse y se explica en parte por la fuerza que da esa misma relación
tierra-trabajo a los trabajadores que pueden negociar mejor las condiciones
laborales, y que también pueden en buena proporción acumular y/o acceder a parcelas
de tierra. Y ese acceso a tierra se pudo profundizar por la continuidad de prácticas
de origen colonial que lo habilitaban por diversas vías, y que lejos de menguar con
la revolución se vieron reforzadas por la necesidad de los gobiernos de reconocer de
distintas maneras el papel central de los sectores subalternos durante las guerras
de independencia y civiles que no cesaban. Entonces aquí también participan las
fuerzas de la política, de la conflictividad social y en especial de la politización
y empoderamiento que los sectores populares porteños conocieron durante estos años
de gran convulsión y crecimiento económico (Santilli,
2011).
En síntesis, estudiar la evolución de la desigualdad entre finales del periodo
colonial y las primeras décadas independientes era una tarea central todavía
pendiente, cuyo análisis se intenta comenzar. Lyman Johnson (1994, 1998) fue el primero en abordar el estudio de la
desigualdad en Buenos Aires para la misma época, aunque su trabajo se basó en
inventarios postmortem, lo que presenta problemas ya que este tipo
de fuente difícilmente puede representar al conjunto social pues privilegia a los
sectores más adinerados y de mayor edad. Por otra parte, dicho estudio se centró en
la ciudad de Buenos Aires, debido a que la mayoría de los inventarios procedía de
ese distrito. No obstante, se trató de un estudio muy valioso que tendremos en
cuenta en este trabajo.
En el presente trabajo estudiaremos cómo se distribuía la riqueza en el sector rural
porteño a través de los censos de hacendados de 1789, para posteriormente contrastar
con los del censo económico de 1839.
Lo anterior conducirá a un conjunto de conclusiones significativas, a la vez que
impondrá una serie de limitaciones relacionadas con las características de estas
fuentes de 1789.
La fuente
Estudiaremos entonces la distribución de la riqueza en el periodo virreinal con esta
fuente ya trabajada, pero con una metodología que permitirá establecer comparaciones
precisas con otras etapas de la historia regional, en especial con los estudios que
hemos realizado (Gelman y Santilli, 2006, 2011)
para diversos momentos del siglo xix, para así poder analizar las
tendencias en la desigualdad y su relación con los procesos de cambio político y
económico que caracterizan esta etapa. Se trata del censo de hacendados de 1789,
que, aunque incompleto, su importancia fue señalada por Garavaglia (1987a) y luego
publicado y analizado de conjunto por Azcuy y Martínez (1989) (Sala ix
9-7-7, Archivo General de la Nación [agn]). El censo tenía por
objeto el conocimiento de los pobladores por parte de las autoridades para “la
atención a la policía sobre estos campos”. Las instrucciones detallaban que se debía
hacer una relación de “los Hacendados que haya en su respectivo partido,
expresándolos por su nombre y el paraje en que cada uno reside, la condición de que
sean, esto es si son españoles, indios o mulatos, qué porción de terreno posee cada
uno, según su relación y lo que de público y notorio conste, qué número de cabezas
de ganado mantienen y si los conservan bajo rodeo y con qué marca” (Azcuy y
Martínez, 1989). Se observa que el alcance del censo era amplio, ya que incluía las
diversas categorías socioétnicas de la población rural y debía especificar la tierra
y el ganado que se poseía. Igualmente significativo es el hecho de que la
información no debía ser sólo la proporcionada por cada una de las personas, sino a
través de lo que era “público y notorio”, es decir de lo que sabían los vecinos
sobre cada uno de los demás. Lamentablemente la parte de estas fuentes que ha
llegado hasta nosotros no incluye a toda la campaña porteña del periodo virreinal,
sino sólo a tres partidos –Magdalena, Areco y Pilar– y enumera las posesiones en
tierra y ganado de los pobladores de esas jurisdicciones (véase anexo).
Obviamente, al comparar los datos de 1789 con los de 1839, se tomarán las mismas
jurisdicciones, lo que implica sumar en la fecha tardía algunos otros partidos a los
tres indicados, ya que estos sufrieron algunas subdivisiones en este lapso y para
respetar el espacio original debemos incluirlos.
Tanto cuando unificamos los datos de tierra y ganado, como cuando hacemos
comparaciones con 1839 valorizamos las cantidades, utilizamos los datos de precios
obtenidos por Juan Carlos Garavaglia (2004),
provenientes a su vez de fuentes testamentarias y promediados para el total de la
campaña. Por tanto, estos precios no contemplan las posibles variaciones por
regiones y por calidad en el caso de la tierra. No tenemos otros testimonios de
precios que nos permitan modificar esa serie. También en el caso de 1839 la
valorización es la de la fuente, de carácter impositivo, por lo que en ambos casos
un análisis más fino, si ello fuera posible, podría generar modificaciones. Puesto
que no poseemos información sistemática que nos permita realizar esta operación,
optamos por no modificar los resultados obtenidos así. Asimismo, cuando comparamos
los coeficientes de Gini de cada bien en 1789 utilizamos las cantidades y no los
valores. Hemos hecho un ejercicio comparativo sobre la utilización de cantidades y
valores donde se comprueba que no hay prácticamente diferencias en el caso de Buenos
Aires (Santilli, 2016).
Antes de analizar los datos, es necesario mencionar las características de estos tres
distritos, así como sobre su representatividad en el conjunto del sector rural
porteño.
Pilar, Areco y Magdalena en el contexto de la campaña bonaerense
Para 1789, se trata de tres partidos con grandes diferencias entre sí, y que por ello
mismo reflejan lo sucedido en distintas partes de la campaña. Es lamentable que nos
falta en esta muestra la zona más eminentemente agrícola, pegada a la ciudad. Si
bien Pilar se encuentra bastante cerca de la ciudad y por ese motivo con una
importante actividad agrícola, no por ello dejaba de tener una destacada actividad
ganadera, como veremos más adelante. En lo jurisdiccional se encontraba vinculada a
Luján, más al oeste y compartía las características básicas de la región con una
producción mixta agrícola-ganadera, pero cuya participación en la producción
triguera porteña creció a lo largo de los años. Areco es un distrito de mayor tamaño
y más distante de la ciudad en el noroeste de la campaña, con una ya más importante
actividad ganadera que incluía también agricultura, actividad que adquirió mayor
peso en esta región hacia finales del periodo colonial y en los primeros años
posrevolucionarios. Por último, Magdalena, al sur, es el distrito más grande y con
una vocación ganadera más clara, sobre todo a medida que avanza el periodo virreinal
y más aún luego de la revolución. Como señala Garavaglia (1987b), de quien hemos tomado lo esencial de esta regionalización,
en el periodo colonial esta última zona junto con la más al norte, de Arrecifes,
compartían en mayor medida esa especialización ganadera, mientras que las de Luján y
Areco eran zonas centralmente mixtas, y las más cercanas al norte y oeste de la
ciudad –San Isidro, Las Conchas y Matanza– se especializaron en la agricultura
cerealera (Grupo de Investigación en Historia Rural
Rioplatense, 2004, p. 30) (véase mapa 1).
Mapa 1
Campaña con la demarcación aproximada de los tres distritos (finales del
siglo xviii a principios del xix)
Fuente: elaboración propia con base en Larsch (1877).
La fuente de 1789 proporciona información sobre el espacio ocupado en esos distritos
y sobre el ganado incluido en el mismo, distribuido entre sus propietarios. Puesto
que los datos se refieren únicamente a las cantidades, tanto en cabezas de ganado
como en leguas de tierra, y a los efectos de poder comparar con los valores de otros
momentos, hemos procedido también a valorizarlos como describimos en el apartado
anterior (véase cuadro 1).
CUADRO 1.
Datos generales, Censo de Hacendados 1789
Partido |
Cantidad de censados |
Superficie |
Vacunos |
Yeguas |
Ganado menor |
Valor |
Promedio en pesos |
Magdalena
|
79
|
173 125
|
25 155
|
8 740
|
0
|
71 109
|
907
|
Areco
|
230
|
154 546
|
36 525
|
13 849
|
25 773
|
93 630
|
407
|
Pilar
|
216
|
72 036
|
29 031
|
0
|
0
|
58 098
|
269
|
Aunque nos detendremos en las formas en que se distribuían estos recursos entre los
pobladores de los tres partidos, una primera aproximación a estos datos nos indica
que el tamaño promedio de la superficie de las explotaciones en ellos era muy
distinto; es claro que en el sur ganadero se encontraban las mayores, seguidas de
lejos por Areco y las más pequeñas se ubicaban en la región de Pilar, la más cercana
a la ciudad. En cuanto a valores, las diferencias eran algo menores, aunque no dejan
de ser importantes. El promedio de capital por persona censada en Magdalena era más
del doble que el de Areco y de nuevo, al final, el promedio más bajo se encontraba
en Pilar.
Veamos la cantidad de pobladores que habitaban en los espacios analizados. Estos
datos, a su vez, serán imprescindibles para medir la distribución de la riqueza en
relación con ellos.
El censo de habitantes más cercano a la fuente de 1789 es el levantado por orden de
Carlos III en 1778, a partir de este y con la tasa de crecimiento calculada con el
padrón de 1815 (gihrr, 2004) estimamos lapoblación para 1789.
Cabe aclarar que, para Magdalena, debimos separar la jurisdicción de Quilmes,
incluida en 1778 pero independiente en 1789 (Santilli,
2012, p. 49). Pero, además, a fin de hacer la comparación
con 1839, debimos agregar los datos demográficos de Chascomús, ya que el censo de
1789 incluye ese espacio todavía no separado del partido de Magdalena, aunque con un
solo propietario de tierra y varias de cabezas de ganado, que formaban parte de esa
jurisdicción en esos años (Levene, 1941,
vol. ii, p. 183). En el caso de Pilar, no hay registro del
recuento de 1778, por lo que partimos de la cifra proporcionada por Maeder (1969, p. 34), que a su vez se basa
en la estimación de Félix de Azara para 1797 (1943), retrotrayéndola a 1789 con la tasa de crecimiento de 1797-1815.
Nos queda una duda importante acerca de la jurisdicción del entonces partido de
Pilar, ya que como veremos su crecimiento demográfico habría sido muy escaso para el
lapso de 1789-1839, tema que no hemos podido resolver por el momento, pues es
posible que el espacio comprendido con ese nombre en 1789 incluyera alguna parte de
Luján. En el caso de Areco, el censo de 1778 no fue tenido en cuenta por Garavaglia
(2009) cuando analizó la evolución
demográfica del partido, por diferir con la jurisdicción que el autor venía
desarrollando desde censos anteriores. También el censo de hacendados de 1789
contiene un territorio mayor, coincidentemente con Garavaglia, quien incluye en sus
cálculos Areco Arriba, Fortín de Areco y San Antonio de Areco como jurisdicción
básica (Garavaglia, 2009, p. 48).
Partimos en este caso del censo de 1726 y establecemos la tasa de crecimiento hasta
1815. La cifra obtenida es coherente con el testimonio de 1801 elaborado por Félix
de Azara (1943), que estima la población del
partido en 2 300 personas (Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina, 2003, p. 14). Por último, la cantidad de
unidades censales de 1789 necesaria para compararla con la cantidad de propietarios
se estableció a partir de la cantidad de habitantes por unidad censal de
18151 (véanse cuadros 2 y 3).
CUADRO 2
Estimación de la población en 1789-1839
Partido |
Cifra inicial |
Tasa de crecimiento |
Habitantes en 1789 |
Cantidad de unidad censal |
Habitantes en 1838 |
Tasa 1789-1838 |
Magdalena
|
2 644
|
1.85
|
1 830
|
316
|
5 313
|
2.2
|
Areco
|
546
|
1.96
|
1 850
|
282
|
3 545
|
1.34
|
Pilar
|
2 058
|
2.83
|
1 646
|
274
|
2 188
|
0.58
|
Total
|
|
|
5.326
|
|
11.046
|
1.50
|
CUADRO 3
Comparación de la población de los tres partidos con total de la población rural
|
1789 |
1838 |
Tasacrecimiento |
Total. Población en campaña norte Salado
|
32 168
|
74 581
|
2.07
|
Proporciónde los trespartidos
|
16.6%
|
14.8%
|
|
Poblacióntotalcampaña
|
|
84 685
|
2.39
|
Proporciónde los trespartidos
|
|
13.0%
|
|
En el cuadro 2 la cantidad de habitantes resulta bastante similar para las tres
jurisdicciones en 1789, entre 1 646 y 1 850 habitantes, lo que más adelante cambia
por un crecimiento más acelerado de la zona sur. Con el recorte territorial a que
nos obliga la fuente, su población representaba en 1789 aproximadamente 16.6% de la
población rural total, y en 1839 ese mismo recorte, que utilizaremos para la
comparación con ese año, era de 14.8%2 de la
población al norte del Salado y de 13% si consideramos la totalidad de la campaña.
Se nota aquí el escaso crecimiento demográfico de Pilar, muy por debajo del total de
la provincia, y de los otros partidos tomados para este trabajo. Si incluyéramos
algunos de los partidos vecinos que podrían haber formado parte de ese conglomerado
inicial, como Luján, o al menos parte de ese distrito en 1839, seguramente la tasa
de crecimiento de Pilar sería más acorde con el resto del espacio considerado. De
todos modos, como se puede ver en nuestro trabajo previo (Gelman y Santilli, 2006) sobre 1839, Pilar y Luján comparten el
hecho de encontrarse en esta etapa entre los distritos menos desiguales de la
campaña porteña, por lo cual los resultados a los que llegamos no deberían verse
alterados en gran medida.3
Propiedad y distribución en el periodo virreinal
Lo primero notable al comparar a los propietarios de los tres partidos son las
importantes diferencias en la cantidad relativa de propietarios. La proporción de
propietarios sobre el total de unidad censal en cada uno de los distritos es muy
diferente (véase cuadro 4). Si consideramos el acceso a la tierra, en Magdalena sólo
15.5% de los jefes de familia la poseía en propiedad y, en el otro extremo, en Pilar
casi 54% lograba ese mismo cometido, una cifra realmente muy elevada en este caso si
consideramos que además una parte de los pobladores de ese partido podía acceder a
la tierra por otras vías, como el arriendo o la población, etc.4 Aunque, como dijimos, la información sobre el ganado tiene algunas
lagunas, es evidente que el acceso a este es mucho mayor que a la tierra. Así, en el
caso de Areco, para el que tenemos la información ganadera más completa, si apenas
un cuarto de su población poseía tierra en propiedad, más de 76% accedía al ganado y
sumando ambos factores productivos más de tres cuartos de su unidad censal tenían
uno o ambos de estos. En Pilar también era mayor el acceso al ganado que a la
tierra, aunque las diferencias eran menores por el acceso más fluido a este último
bien, y en Magdalena, que mantiene los guarismos más bajos de acceso a ambos tipos
de propiedades, se nota que el acceso al ganado, aun siendo minoritario en este
caso, era bastante superior al de la tierra. Es preciso señalar, como lo mostró
Garavaglia (1999) para la segunda mitad del
siglo xviii y aún vigente en 1839, y según referimos en Gelman y Santilli
(2006) para ese año, que el ganado tiene un
peso bastante mayor que la tierra en los inventarios rurales, de manera que el
acceso más amplio al mismo incidirá positivamente en la distribución de la riqueza
cuando consideremos el valor conjunto de los bienes rurales, tierra y ganado. Así,
con estos datos señalamos la existencia de tres tipos de modalidades de acceso a la
propiedad bastante diferenciados en 1789, que seguramente corresponden a estructuras
sociales diversas: el primero, en Pilar, en el que el acceso a la propiedad de la
tierra y el ganado era muy amplio, y superaba en ambos rubros 50% de las familias
del lugar. Segundo, en Areco, con un acceso restringido a la propiedad de la tierra
(cercano a un cuarto de sus familias), pero muy amplio en la propiedad del ganado,
es decir que la mayor parte de sus familias criaba ganado por su cuenta sin ser los
dueños de la tierra. Y el tercero, en Magdalena, tenemos un acceso restringido a la
propiedad del ganado y aún mayor a la de la tierra. Es decir que en el último caso
parece que estamos en presencia de una estructura social en la que la mayoría de la
población debía tener que trabajar como dependiente de la minoría de propietarios,
lo que no era para nada el caso en los anteriores. Dado el escaso desarrollo de la
agricultura en el partido de Magdalena en esta época, esta actividad no debe haber
cambiado la imagen que sale de nuestros datos (véase cuadro 5).
CUADRO 4
Cantidad de propietarios respecto a la totalidad de las unidades censales,
1789
Partido
|
Tierra
|
Ganado
|
Total
|
Cantidad
|
Porcentaje
|
Cantidad
|
Porcentaje
|
Cantidad
|
Porcentaje
|
Magdalena
|
49
|
15.5
|
73
|
23.1
|
74
|
23.5
|
Areco
|
70
|
24.8
|
215
|
76.2
|
218
|
77.3
|
Pilar
|
148
|
53.9
|
187
|
68.2
|
201
|
73.3
|
CUADRO 5
Distribución de la tierra, 1789
Partido
|
Entre propietarios
|
Total población
|
Gini
|
20/20
|
Gini
|
1% más rico
|
Magdalena
|
0.8001
|
85.7
|
0.9690
|
66.7
|
Areco
|
0.8466
|
96.4
|
0.9619
|
75.3
|
Pilar
|
0.6302
|
41.4
|
0.8005
|
18.4
|
Total
|
0.8283
|
128.9
|
0.9529
|
65.5
|
Al considerar la propiedad de la tierra, Magdalena y Areco comparten un rasgo claro,
que es el acceso restringido a la misma, en contraste con Pilar. Pero, además, al
considerar sólo a quienes poseen la tierra, su distribución es claramente peor en
aquellos partidos, aproximadamente 20 puntos más desiguales que en Pilar, medidos
por el coeficiente de Gini. Y son más del doble de desiguales si consideramos la
distancia entre el 20% más rico de los propietarios de tierras contra el 20% más
pobre. Areco muestra la mayor distancia en este indicador del 20/20, con una cifra
que indica que el 20% más rico en tierras poseía casi 100 veces lo que 20% de los
propietarios más humildes. Esa diferencia, aunque menos notable, se observa al
considerar el Gini entre el total de las unidades censales, pero vuelve a ser muy
fuerte a favor de Pilar al considerar el peso que tiene el sector más poderoso de
cada partido, 1% más rico en tierras. Como se ve allí, en este partido de cercanías
el 1% más rico tiene 18% del total, mientras que en Magdalena posee 66.7% y es aún
mayor ese porcentaje en Areco, y se alcanza la friolera de 75% de toda la tierra en
propiedad de ese minúsculo 1% de los propietarios.5 En todos los casos, ese 1% nunca estaba conformado por más de tres
propietarios.6 En el cuadro 5, en la fila que indica
el total se consideran los tres partidos como una unidad. El Gini entre los
propietarios está más cerca de los más desiguales que del caso de Pilar y lo mismo
pasa con el construido con el total de la población. Asimismo, 1% de los más ricos
muestra una magnitud más cercana también a los más desiguales. Por otro lado, el
20/20 hace ver la mayor distancia que se produce en la suma total entre los más
ricos y los menos privilegiados, al poner en relación a los más ricos de los
partidos con mayores propietarios en Magdalena y Areco con los menos ricos, sobre
todo de Pilar.
Si consideramos ahora la distribución del ganado, la situación es bastante distinta,
tanto en los niveles de desigualdad general como en la diversidad entre partidos
(véase cuadro 6). Los niveles de desigualdad en la distribución del ganado son a la
vez más modestos y menos desiguales entre las tres regiones. Considerando sólo a los
que son propietarios, Pilar pierde su privilegio de ser el más equilibrado a manos
de Magdalena, aunque debemos ser cautos con esta impresión. Una menor desigualdad
entre propietarios de ganado en Magdalena puede querer decir que allí hay menos
propietarios, como sabemos, y que entre ellos la distribución es más equilibrada,
aunque sea entre gente bastante poderosa. Eso cambia justamente al incorporar el
conjunto de la población, y Magdalena recupera el podio de los más desiguales por su
Gini, por la sencilla razón de que allí hay más familias que no poseen ganado que en
los otros partidos. Por último, al considerar la relación entre los más ricos y los
más humildes en cada caso, observamos que Areco vuelve a registrar las mayores
distancias entre el 20% más rico y el 20% más humilde de sus ganaderos, aunque al
considerar el peso del 1% más rico Magdalena le lleva un poco la delantera. De nuevo
es notable, al considerar el 20/20, el bajo guarismo de Magdalena, lo que confirma
lo antes dicho sobre la escasa distancia entre los propietarios de ganado en este
partido, aunque la desigualdad en la propiedad de la tierra haya sido muy elevada,
como vimos antes. En cualquier caso, y más allá de la mayor distancia notable entre
los propietarios de ganado en Areco (medido tanto por el Gini como por el 20/20), al
considerar el total de la población la desigualdad aumenta de Pilar a Areco y de
este a Magdalena, pero en todos los casos dicha desigualdad es notablemente menor
que en la propiedad de la tierra. El dato más contundente en este sentido es la
caída en los porcentajes de ganado del 1% más rico en Magdalena y Areco, con cifras
que no son muy superiores a las de Pilar. En el total de los tres partidos ese
pequeño grupo de los más ricos poseía 24% del ganado, mientras que conservaba 65.5%
de la tierra. Asimismo, en ese total, los índices tienden a estar más cerca de los
más desiguales, lo que muestra el mayor peso de Magdalena y Areco en el conjunto,
sobre Pilar, el menos desigual.
CUADRO 6
Distribución del ganado, 1789
Partido
|
Entre propietarios
|
Total población
|
Gini
|
20/20
|
Gini
|
1% más rico (porcentaje)
|
Magdalena
|
0.5040
|
11.7
|
0.8852
|
24.1
|
Areco
|
0.7111
|
81.3
|
0.7798
|
21.2
|
Pilar
|
0.6118
|
24.1
|
0.7354
|
19.3
|
Total
|
0.6673
|
51.5
|
0.8161
|
24
|
Ahora bien, dado el alto valor relativo del ganado en relación con la tierra en esta
época al considerar la distribución de la riqueza y sumando ambos factores
productivos, debería ser el indicador del ganado el que marcara las tendencias
generales de manera más clara.
Para poder hacer este cálculo, valorizamos los bienes incluidos, tanto la tierra como
el ganado, para sumar ambos bienes en las manos de los distintos propietarios y
poder luego calcular los indicadores de desigualdad7 (véase cuadro 7.
CUADRO 7
Distribución de la riqueza, 1789 (en pesos fuertes)
Partido
|
Entre propietarios
|
Total población
|
Gini
|
20/20
|
Gini
|
1% más rico
|
Magdalena
|
0.6011
|
20.5
|
0.9209
|
36.1
|
Areco
|
0.7534
|
107.3
|
0.8535
|
26.2
|
Pilar
|
0.5290
|
29.7
|
0.7282
|
17.9
|
Total
|
0.7167
|
73.7
|
0.8452
|
29.3
|
Como lo previmos, es notoria la relación existente entre la distribución del ganado y
la del total de los bienes valorizados, lo que reafirma la pauta de que la riqueza
primordial es el ganado, aunque obviamente esos niveles de desigualdad en el ganado
fueron desmejorados por la peor distribución que tenía la tierra. Es sorprendente el
caso del 20/20 de Areco, que no sólo supera el dato de distribución del ganado, sino ya muy alto de la tierra, pero se
explica porque había propietarios con un muy
corto valor de los bienes, es decir, con unas pocas vacas y nada más, por lo que la
distancia con los más ricos era muy grande. En los otros dos casos el 20/20 se
acerca al guarismo que había allí para el ganado, aunque empeorado por la más
desigual distribución de la tierra, como ya señalamos. La concentración del 1% más
rico es decreciente desde Magdalena a Areco8 para
terminar con el guarismo más bajo en Pilar, situación que se reproduce considerando
la desigualdad medida por el Gini sobre el conjunto de las familias. Sin embargo, si
la distancia entre propietarios era mayor en Areco que en Magdalena, el menor acceso
relativo al ganado o a la tierra en el segundo lleva su Gini sobre el total al tope
de la tabla de desigualdad general.
Al considerar los tres partidos como una unidad parece repetirse lo que vimos en los
parciales de tierra y ganado, una mayor preponderancia de las cifras que muestran
una mayor desigualdad. Esto es así porque se ponen en relación los mayores
propietarios de algunos partidos con los menores de otros.
En definitiva, nos encontramos con un panorama que indica una menor desigualdad en la
zona más cercana a la ciudad, en Pilar, mientras que los partidos más alejados
muestran mayor desigualdad, aunque con diversas características. Aunque en el sur
más ganadero parece haber más paridad entre propietarios que en Areco, el acceso a
la propiedad de ganado y de tierra es mucho menor sobre el total de la población,
con lo que, al considerar la desigualdad general medida por el Gini sobre el total o
el peso de su sector más rico, el sur destaca por tener los mayores guarismos. Pero
a la vez merece resaltarse el caso de Areco por la enorme desigualdad entre sus
propietarios, lo que lleva también sus otros guarismos hacia arriba, dudoso podio
que pelea con el sur más ganadero. Es necesario recordar, antes de comenzar con las
comparaciones con etapas posteriores, que aquí estamos sólo considerando la
distribución de la tierra y del ganado; por ahora nos falta la información sobre la
producción agrícola, cuya importancia conocemos para el periodo estudiado. Si bien
es verdad, como ya dijimos, que esa actividad puede no haber cambiado demasiado las
cosas en cuanto a la propiedad, ya que se realizaba sobre las mismas tierras que
estamos considerando, debe haberlas cambiado bastante si tomamos en cuenta la
distribución del ingreso, asunto que aquí no hemos abordado. No obstante, vale la
pena tener en mente esto al examinar los niveles de desigualdad en esta
sociedad.
Otro asunto que debe tenerse en cuenta y que se modificó con posterioridad es la
escasa relevancia de las tenencias de ganado de los más grandes propietarios, que
hizo que en los datos considerados la distribución del ganado fuera marcadamente más
equilibrada que la de la tierra. Tres de los mayores propietarios de tierra en 1789,
Januario Fernández, José Antonio Otálora y los padres betlemitas, no declaraban
tener ganado en sus inmensas posesiones. Y Antonio Rivero contaba con 4 000 cabezas
en sus más de 50 000 hectáreas. Ninguno de los poseedores de entre 8 000 y 10 000 ha
tenía más de 1 500 cabezas y Manuel Pinazo sólo 200. Es verdad que quizás hubo
subvaloración sobre todo en la propiedad de ganado, aunque no es posible sostener
que, si la hubo, discriminara según el tamaño del stock.
Azcuy-Ameghino y Martinez (1989, p.
128) señalan por ejemplo que, en el caso de Manuel Pinazo, según el
testamento del mismo año 1789, su ganado superaba al registrado en el padrón de
hacendados, pero alcanzaba 400 cabezas, una cifra realmente muy menor para el tamaño
de sus tierras. Evidentemente, la explotación directa de la tierra por sus dueños
más privilegiados aún no había comenzado de manera sistemática. Un testimonio más en
este sentido es que, de los más de 500 registros que recogimos de esta fuente, 62
vivían como agregados en tierras de otros, 38 decían ser arrendatarios y 73 estaban
en tierras desconocidas o realengas.
Del virreinato a 1839: la evolución de la desigualdad
En nuestro trabajo sobre la distribución de la riqueza en la campaña de Buenos Aires
del siglo xix, utilizamos en primer lugar el registro impositivo de la
Contribución Directa de 1839, un verdadero censo económico de amplio alcance que
permitió evaluar no sólo ese rasgo, la distribución, sino además la economía de la
campaña (Gelman y Santilli, 2006). La imagen
que se plasma a partir de dichas fuentes es una elevada desigualdad basada en la
posesión de tierra, en propiedad o en enfiteusis. Sin embargo, no era todavía la
tierra el mayor valor de los productores, sino el ganado, que equivalía a 62% del
capital, y puesto que estaba mejor distribuido, suavizaba las aristas más desiguales
de la propiedad, como lo hemos observado también en 1789. Asimismo, otra
comprobación muy importante era la alta proporción de propietarios en toda la
campaña, que equivalía a 42% de las unidades censales. Se puede confrontar este
porcentaje con los hallados en diversos casos regionales de la Argentina del siglo
xix, publicados en Gelman (2011a). Comparemos entonces los datos
obtenidos en ese trabajo con los de 1789, en primer lugar la cantidad de
propietarios (véase cuadro 8). Obviamente sólo tomaremos los datos de los mismos
distritos considerados en la primera fecha.
CUADRO 8
Proporción de propietarios de tierra y ganado (porcentajes)
Partido
|
Tierra
|
Ganado
|
Total
|
1789
|
1839
|
1789
|
1839
|
1789
|
1839
|
Magdalena
|
15.5
|
40.8
|
23.1
|
41.2
|
23.5
|
50.0
|
Areco
|
24.8
|
21.4
|
76.2
|
18.9
|
77.3
|
24.5
|
Pilar
|
53.9
|
47.7
|
68.2
|
31.8
|
73.3
|
53.7
|
Recordemos en primera instancia que Areco incluye San Antonio de Areco y Fortín de
Areco, las dos jurisdicciones equivalentes a las de 1789, así como en Magdalena
hemos incluido a Chascomús, al estar contenida en esa jurisdicción en ese año. En
cambio, Pilar en 1839 sólo incluye a ese partido, lo que, como dijimos, genera
algunas dudas. Uno esperaría encontrar en principio una disminución de la cantidad
relativa de propietarios, dado el incremento demográfico entre ambas fechas que
difícilmente podía ser seguido al mismo ritmo por el incremento en la cantidad de
propietarios. Este fue uno de los rasgos más salientes que se han podido verificar
entre 1839 y 1867, cuando la población crece a una tasa que prácticamente duplica a
la de los propietarios (Gelman y Santilli,
2011). Entre 1789 y 1839, sin embargo, comprobamos que esta situación no es
general. Eso sucede de manera pronunciada en Areco, donde el peso relativo de los
propietarios de ganado y tierra se reduce de tres cuartos a apenas un cuarto de sus
familias, empujado principalmente por la caída relativa de la cantidad de
propietarios de ganado. En Pilar la tendencia es la misma, pero de manera mucho más
moderada y en 1839 sus propietarios de tierra y ganado se mantienen todavía por
encima de 50% del total de las unidades censales. Pero en Magdalena encontramos la
situación contraria: habiendo sido un partido con un porcentaje muy bajo de
propietarios en el periodo colonial, ahí se incrementa esa proporción de manera
significativa para alcanzar casi el nivel de propietarios de tierra y ganado de
Pilar y tener el doble que Areco. A diferencia entonces de los otros partidos
analizados, la cantidad relativa de propietarios tanto de tierra como de ganado ha
aumentado en estos 50 años. Y es necesario tener en cuenta que Magdalena, si bien ha
dejado de ser un partido de frontera en 1839, por el vertiginoso avance que ha
tenido en los años previos, sí se encuentra en las zonas de expansión ganadera
típica de la etapa posrevolucionaria. De esta manera nos muestra un rasgo que parece
distintivo del proceso de crecimiento económico de las décadas de 1820 y 1830, que
es el de los importantes niveles de acceso a la propiedad que todavía va a permitir.
Recordemos que, para el conjunto de la campaña en 1839, de nueva y vieja
colonización, el porcentaje de contribuyentes, propietarios de algún tipo de bienes,
llega a 42% (Gelman y Santilli, 2006, p.
82); de manera que el dato de Magdalena está más cerca del promedio de
toda la provincia en 1839 que el caso de Areco. Este elevado porcentaje de
propietarios se fue restringiendo cada vez más, como acabamos de señalar. Quizás ese
movimiento de propietarización de Magdalena tenga que ver con la
relativa poca antigüedad de asentamiento del lugar y con la subdivisión de las
grandes propiedades, algunas enormes como las de Januario Fernández y de Rivero, que
se han parcelado a lo largo del lapso en escrutinio. Pero en cualquier caso nos
muestra un proceso de expansión económica que, lejos de excluir a la creciente
población del acceso a la propiedad, parece haberlo incrementado (véase cuadro
9).
CUADRO 9
Distribución de la tierra, 1789-1839
Partido
|
Entre propietarios
|
Total población
|
|
Gini
|
20/20
|
Gini
|
1% más rico (porcentaje)
|
|
1789
|
1839
|
1789
|
1839
|
1789
|
1839
|
1789
|
1839
|
Magdalena
|
0.8001
|
0.6301
|
85.7
|
46.9
|
0.9690
|
0.8497
|
66.7
|
20.2
|
Areco
|
0.8466
|
0.6758
|
96.4
|
19.8
|
0.9619
|
0.9347
|
75.3
|
22.8
|
Pilar
|
0.6302
|
0.5763
|
41.4
|
24.9
|
0.8005
|
0.7980
|
18.4
|
17.7
|
Total
|
0.8283
|
0.6295
|
128.9
|
43.4
|
0.9529
|
0.8654
|
65.5
|
23.2
|
Al comparar los datos de ambas fechas lo primero que sorprende es la caída general en
los indicadores de desigualdad utilizados, a la vez que se constata en 1839 una
mayor homogeneidad en los indicadores de desigualdad entre los distintos partidos en
cuanto a propiedad de la tierra. Esta mayor homogeneidad se debe a que los partidos
que eran los más desiguales en la distribución de la tierra en 1789 han tendido a
acercar sus guarismos al partido menos desigual de entonces: Pilar. Pero en todos
los indicadores, sin excepción, la situación en 1839 es mejor que en 1789.
Evidentemente las mejoras en la distribución de la tierra han sido menos notables en
Pilar, la zona más equilibrada de 1789, inclusive con movimientos casi
imperceptibles como en el Gini sobre el total de la población, y han sido
importantes en los otros dos distritos. La diferencia más notable entre las regiones
en 1839 se produce entre Magdalena y el resto en el indicador 20/20, lo que pone de
manifiesto un cambio importante en esa región ganadera mediante la constitución de
un grupo consistente en grandes propietarios de tierra que se han distanciado de los
más humildes y que sin embargo han aumentado, pues ha crecido la proporción de
propietarios sobre el conjunto de la población (véase cuadro 8). Este es un rasgo
que ha sido destacado por la historiografía y lo hemos medido con precisión para
toda la campaña en 1839: la constitución de las mayores propiedades en esta etapa de
expansión ganadera porteña se produjo en el sur, tanto en el interior del Salado,
por ejemplo, el caso de Magdalena, como con más fuerza aún en el nuevo sur, más allá
de este río. Pero, como decimos, quizá lo más notable, por la manera como pone en
tela de juicio las imágenes previas sobre la expansión ganadera posrevolucionaria,
es la caída en general de los niveles de desigualdad en relación con 1789. Como
vemos, el Gini entre propietarios de tierra ha caído en todos los partidos, así como
el 20/20, siendo el salto más grande hacia abajo el de Areco. Es decir que, en este
partido, pese a haber menos propietarios sobre el total de la población, las
diferencias entre ellos, que antes eran tan elevadas, han disminuido. El Gini
general también se ha reducido, aunque con diversos ritmos. Ello lleva, como
dijimos, a una situación más homogénea entre los partidos; Magdalena y Areco no son
mucho más desiguales que Pilar. Por último, ha disminuido en más alta proporción y
se ha hecho más parecido entre partidos el porcentaje de tierra que poseía 1% de los
más ricos. Esta reducción general de la desigualdad se puede observar también cuando
consideramos a los tres partidos en conjunto entre ambos años; el Gini entre
propietarios baja 20 puntos, el mismo indicador sobre el total de unidad censal cae
nueve puntos, mientras que la caída en el 20/20 y en la concentración del 1% más
rico es todavía mayor. Con el ganado los cambios deberían haber sido menos
drásticos, dada la mejor distribución en 1789 (véase cuadro 10).
CUADRO 10
Distribución del ganado, 1789-1839
Partido
|
Entre propietarios
|
Total población
|
|
Gini
|
20/20
|
Gini
|
1% más rico (porcentaje)
|
|
1789
|
1839
|
1789
|
1839
|
1789
|
1839
|
1789
|
1839
|
Magdalena
|
0.5040
|
0.6249
|
11.7
|
27.1
|
0.8852
|
0.8455
|
24.1
|
24.6
|
Areco
|
0.7111
|
0.5031
|
81.3
|
17.0
|
0.7798
|
0.9166
|
21.2
|
23.3
|
Pilar
|
0.6118
|
0.4888
|
24.1
|
12.6
|
0.7354
|
0.7309
|
19.3
|
11.6
|
Total
|
0.6673
|
0.6018
|
51.5
|
23.9
|
0.8161
|
0.8537
|
24.0
|
26.3
|
La evolución de la distribución del ganado no fue tan uniforme como la de la tierra.
Si observamos el total de los propietarios de ganado en las tres zonas sumadas,
encontramos movimientos leves y distintos: mientras que los indicadores de
distribución del ganado entre los propietarios mejoran un poco (tanto el Gini como
el 20/20), lo que pone en evidencia que la constitución de algunas grandes
propiedades en stock ganadero está más que compensada por la ampliación y el tamaño
de los medianos y pequeños, en cambio al considerar el total de las unidades
censales de estas zonas, los indicadores de desigualdad empeoran levemente, por el
mayor porcentaje general de no-propietarios de ganado.
Sin embargo, al tomar los datos de manera desagregada, algunas cosas cambian. En
Magdalena, tal vez por su mayor vocación ganadera, aumentó la desigualdad entre los
propietarios de ganado, no sólo en el coeficiente Gini sino también en el 20/20.
Esto revela que, en el sur, epicentro de la expansión ganadera, se han constituido
algunos grandes patrimonios no sólo territoriales, sino también ganaderos. Esto
último, como decíamos, es un rasgo que distingue a los grandes propietarios del
siglo xix en relación con los del xviii. Pero a la vez, tras
haberse elevado el porcentaje de propietarios de ganado sobre el total en ese
distrito, al considerar el Gini general se observa una moderada mejora en la
distribución en los 50 años transcurridos. Quizá también, en Magdalena, la mayor
distancia entre los más ricos y los menos ricos se produjo porque se incorporaron
algunos propietarios muy humildes a ese universo de ganaderos, lo que se confirma
con el aumento de la proporción de propietarios sobre el conjunto de la unidad
censal (véase cuadro 8). En Areco ocurre la situación exactamente inversa, disminuye
mucho el Gini entre propietarios, pero aumenta para el total de la población de
manera marcada, al haberse incrementado notablemente la proporción de familias que
no tienen acceso al ganado. Por último, la situación en Pilar parece más estable,
como si los 50 años de transformaciones no hubieran modificado la estructura
socioeconómica del espacio. Este partido ya era el menos desigual de los tres en
1789 y sigue siéndolo en 1839, aunque ahora los otros dos no están tan alejados de
Pilar como lo estaban en la época virreinal. La impresión que uno puede obtener de
esta evolución es que, además de los cambios en los niveles de desigualdad en el
tiempo transcurrido, ha habido un proceso de mayor movilidad de factores en los
tiempos independientes, lo que ha permitido mucha mayor cercanía en los niveles de
desigualdad interregional en la campaña de Buenos Aires. Y el cambio productivo en
la campaña coloca el ganado como el bien más requerido desde el punto de vista
productivo, mientras que la tierra pasa a ser cada vez más un bien de producción y
no tanto un síntoma de la acumulación de capital, como en el mejor de los casos era
en la colonia para los más ricos (véase cuadro 11).
CUADRO 11
Distribución de la riqueza total, 1789-1839 (en pesos fuertes)
Partido
|
Entre propietarios
|
Total población
|
|
Gini
|
20/20
|
Gini
|
1% más rico (porcentaje)
|
1789
|
1839
|
1789
|
1839
|
1789
|
1839
|
1789
|
1839
|
Magdalena
|
0.6011
|
0.6396
|
20.5
|
31.2
|
0.9209
|
0.8198
|
36.1
|
22.5
|
Areco
|
0.7534
|
0.5034
|
107.3
|
13.4
|
0.8535
|
0.8785
|
26.2
|
19.1
|
Pilar
|
0.5290
|
0.4793
|
29.7
|
11.7
|
0.7282
|
0.7203
|
17.9
|
11.4
|
Total
|
0.7167
|
0.6078
|
73.7
|
23.9
|
0.8452
|
0.8310
|
29.3
|
24.0
|
Si vemos el conjunto de la muestra, indicada en la última fila del cuadro 11, se hace
presente aquí una tendencia a una mayor equidad entre ambas fechas, sobre todo
teniendo en cuenta el Gini entre propietarios y el 20/20, expresiones bastante
representativas de la misma realidad. También disminuye el Gini sobre el total de la
población, aunque muy levemente, porque ese movimiento es limitado por el incremento
de la cantidad de no propietarios, aunque retrocede un poco más la concentración en
el 1% más rico. Debemos llamar la atención acerca de la representatividad de la
muestra en el conjunto de la campaña para 1839 en cuanto al Gini; este era 0.6596
entre propietarios y 0.8629 para la totalidad de la población. Es decir que nuestra
muestra de esas tres regiones resulta menos desigual que el conjunto, pero en una
proporción modesta. Como mostramos en nuestro estudio sobre 1839 (Gelman y Santilli, 2006), los mayores niveles de
desigualdad se encontraban entonces en la zona norte de la campaña, y en algunos
partidos del sur que aquí no hemos podido incluir por faltar el dato de 1789. No
obstante, la distancia entre esos datos generales y nuestra muestra es moderada.
De manera más detallada, se puede apreciar que el Gini entre propietarios ha
disminuido notoriamente en Areco, algo menos en Pilar y ha aumentado en Magdalena,
conforme a lo señalado antes. La misma tendencia se observa en el 20/20. Pero la
desigualdad total ha disminuido diez puntos en Magdalena por el incremento en la
proporción de familias propietarias; apenas ha bajado en Pilar, mientras que subió
2.5 puntos en Areco, dado el incremento ya mencionado en la cantidad de no
propietarios, muy notable en ese distrito. El peso de 1% más rico ha caído en todos
los casos considerados.
La desigualdad en Buenos Aires en perspectiva comparada
Si, por último, quisiéramos comparar los niveles de desigualdad en la distribución de
la riqueza entre Buenos Aires y otras sociedades contemporáneas, algunos datos nos
permiten sostener que esos niveles de desigualdad no eran muy elevados en el caso
que hemos estudiado.
Aunque estamos todavía lejos de poder hacer una comparación sistemática con otros
casos, entre otras cosas porque los datos disponibles para otras regiones no son
exactamente iguales, ya que por ejemplo incluyen en la riqueza otros bienes y a los
sectores también urbanos,9 los últimos trabajos
de un grupo importante de investigadores en el ámbito mundial, entre los cuales se
incluye a Atkinson y Bourguignon (2000), Thomas
Piketty (2014) y otros, han permitido
sistematizar datos sobre la concentración de riqueza en los percentiles superiores
de diversas sociedades (véase cuadro 12).
CUADRO 12
Riqueza de 1%+ en regiones escogidas (porcentajes)
Gran Bretaña, 1740
|
43.6
|
Gran Bretaña, 1875
|
61.1
|
Gran Bretaña, 1911
|
69.0
|
Francia, 1810
|
45.6
|
Francia, 1910
|
60.5
|
Finlandia, 1800
|
34.0
|
Finlandia, 1909
|
37.4
|
Buenos Aires (tres partidos), 1789
|
29.3
|
Buenos Aires (tres partidos), 1839
|
24.0
|
Estados Unidos, 1774 (1)
|
12.6
|
Estados Unidos, 1860 (1)
|
29.0
|
Los datos del sector rural de Buenos Aires que indicamos con 29.3% en 1789 y 24% en
1839 son claramente mejores que casi todos los reseñados. Sólo Estados Unidos en
1774 tiene una concentración más baja y más equitativa que Buenos Aires, aunque la
tendencia será creciente en las décadas que siguen.10 De esta manera parecería que, en cuanto a la concentración de riqueza
en el sector más rico de estas sociedades, la campaña porteña se acercaba más a la
experiencia estadunidense, de mayor equilibrio, que a las muy desiguales sociedades
europeas de la época.
Conclusiones
La visión de largo plazo nos permite verificar que, si bien la situación en estos
tres partidos no era extremadamente desigual, en el transcurso de estos 50 años la
desigualdad en términos generales ha disminuido, lo que muestra por un lado que el
proceso de expansión de la frontera y de crecimiento económico de las primeras
décadas que siguen a la revolución permitieron niveles de desigualdad que no han
aumentado, sino que inclusive parecen haber mermado. Es verdad que se trata de un
periodo quizá demasiado largo –y con coyunturas dramáticas en el medio– y puede ser
que en el camino haya habido movimientos diversos. Así, por ejemplo, uno podría
imaginar una creciente desigualdad en las últimas décadas coloniales al calor del
crecimiento económico rural, todavía sin mayor expansión fronteriza, y quizá una
disminución de la desigualdad con la destrucción de riquezas y las exigencias
fiscales para la guerra de los primeros años posrevolucionarios, así como por la
creciente capacidad de los sectores populares de defender su acceso a la tierra y
los recursos por su participación en las guerras y en los nuevos sistemas de
legitimación política. El estudio de L. Johnson (1994), como dijimos más centrado en la ciudad y con otro tipo de
fuentes, llega a conclusiones similares comparando la distribución de 1800 con la de
1829-1830, de manera que ello permite considerar más seguras las conclusiones a que
llegamos en este estudio. En todo caso no deja de sorprender esta modalidad de
crecimiento económico de inicios del siglo independiente tal como lo revelan los
datos de 1839 comparados a 1789 que, si bien permitió a unos cuantos propietarios
rurales enriquecerse de manera notoria y constituyó el núcleo del sector de los
grandes propietarios-estancieros que habrían de marcar a la sociedad porteña de las
décadas siguientes, a la vez y por el momento no provocó un incremento de los
niveles de desigualdad por un acceso bastante notable y amplio a la propiedad de la
tierra y del ganado. Como hemos mostrado en otros trabajos que continúan el estudio
hacia adelante, las cosas cambiaron bastante notablemente en las décadas
subsiguientes.
Por otra parte, resulta interesante lo observado sobre el proceso de creciente
homogeneización en los niveles de desigualdad interregional. Ello nos habla
seguramente de otros fenómenos, que deberán estudiarse y que se relacionan con una
mayor movilidad de los factores; esto provoca que la presión de una mayor
desigualdad en algunas regiones empuje a la población y los factores productivos
hacia otras regiones menos desiguales o viceversa, y así se crea una situación más
cercana entre las distintas regiones que durante el periodo colonial, cuando esas
diferencias parecen haber sido bastante agudas. Este proceso de homogeneización
también ocurre en las décadas siguientes a 1839 (Gelman y Santilli, 2011). Por otra parte, hilando algo más fino, se
podría decir que en la distribución del ganado había menos desigualdad que con la
tierra, y a la vez mayor continuidad de la colonia en 1839, en un patrón de
distribución que no es demasiado malo. En cambio, con la tierra las diferencias son
más notorias, aunque como vimos la evolución en los distintos partidos no siempre se
produjo en el mismo sentido.