DOI: http://dx.doi.org/10.18232/alhe.v23i2.716
Hasta hace poco, se diría que hasta principios de este siglo, el consenso historiográfico acerca del efecto de las reformas borbónicas era, salvo algunas excepciones, negativo (Moutoukias, 1995; Perez-Herrero, 1992).1 Las reformas borbónicas no habrían sido nada más (y nada menos) que un intento por preservar lo que quedaba de la corona en América, sujetar las autonomías que se habían generado y mejorar la fuente de recursos fiscales, a la vez que redistribuirlos. El imperio español, pomposa denominación, debía subsistir.
Dicha imagen negativa iba acompañada por la constatación en primera instancia del desbarajuste provocado por la guerra de Independencia, que se habría prolongado hasta los años cincuenta, en lo que Tulio Halperín Donghi (1985)2 denominó el hiato posrevolucionario, confirmado a su vez por John Coatsworth (1990)3 en su análisis de la economía mexicana. El advenimiento de gobiernos liberales que abrieron las economías americanas y la incorporación plena de la mayoría de los países latinoamericanos a la primera globalización habrían permitido superar ese estancamiento
Pero desde hace tiempo, esta imagen tan generalizada ha sido puesta en duda por algunos estudios de caso, que comprobaban que el espacio referido se había beneficiado con las reformas borbónicas así como que había sufrido mucho menos de lo estipulado por la crisis ocasionada por la guerra de Independencia y sus coletazos. Estudios de varios de los autores que aportan a Iberoamérica y España antes de las independencias, 1700-1820 ya lo habían confirmado tanto para fines del siglo xviii como para la primera mitad del xix.
De modo que la visión tradicional, en la cual se uniformaba el devenir de Hispanoamérica se pone en discusión en este volumen, que reúne a la mayor parte, por no decir casi todos, los autores que trabajaron ambos temas; es decir, el devenir de la economía a caballo de ambos siglos. Además se incorporan estudios sobre la América portuguesa y sobre el efecto de las reformas borbónicas en la propia península.
El estudio inicial de los compiladores hace un repaso de las cuestiones que podrían denominarse generales para todo el ámbito, destacando en primer lugar el crecimiento demográfico, por encima del vegetativo, que se produce ante todo por migración, lo que indica que la población se mueve en búsqueda de mejores condiciones de vida, huyendo de la pobreza o de las guerras. Otras fuentes que remarcan los compiladores como comunes a todos los estudios son las impositivas.
El aporte desde el Río de la Plata que efectúan Jorge Gelman y María Inés Moraes incorpora preguntas del sentido común de los historiadores, pero que no encuentran que se hayan hecho con anterioridad: si la minería estaba en crisis y era el polo de arrastre, ¿cómo puede ser que el comercio atlántico aumentara? Esta interrogante, entre otras, forma parte del modo de encarar la historia de la mayoría de los autores incluidos en el libro. Gelman y Moraes recalcan las principales medidas que toman los Borbones y su repercusión en el Río de la Plata: provisión de insumos subsidiados para el Potosí; reparto obligado de mercancías a los indígenas, que hace que incorporen a la producción algunos adelantos tecnológicos que vienen de España; reglamento de libre comercio de 1778 que abrió los puertos de Montevideo y Buenos Aires al comercio con otras latitudes, aunque no todas; reforzamiento de la presión tributaria, mediante mejoras en el aparato recaudador; expulsión de los jesuitas, y creación del virreinato del Río de la Plata. Estas medidas tuvieron como resultado, ayudados por la revolución industrial y la consecuente apertura del comercio atlántico, un crecimiento de la economía en todos sus niveles. Desde la cría de mulas para las minas altoperuanas, la exportación de cueros, y la expansión de la agricultura en las cercanías de ambas ciudades rioplatenses. La expansión demográfica que se produce se generaliza en todo el espacio, salvo en las misiones jesuíticas, que se convierten en el reservorio de población para migrar a otros espacios.
El texto sobre Perú, de Carlos Contreras Carranza, también muestra el amplio incremento de la población. Asimismo, rescata la política de repartimientos, obligatorio es cierto, en un aspecto, ya mencionado, que es el haber introducido un nuevo herramental para las actividades de los indígenas. De todos modos no atribuye el proceso exclusivamente a las reformas borbónicas.
La economía mexicana hasta 1810 es analizada por Luis Jáuregui y Carlos Marichal, quienes afirman que la misma era tradicional con escasa innovación tecnológica. El dinamismo se centraba en la producción de plata, de la que Nueva España era el primer productor mundial. Esta actividad, como en el Potosí, generaba un arrastre en la agricultura en un país donde 90% de la población era rural. Beneficiaba a haciendas y rancheros medianos, aunque campesinos minifundistas aprovecharon como pudieron esa bonanza. Además, la aplicación del reglamento de libre comercio coadyuvó al crecimiento de las relaciones comerciales con el Caribe, Cuba, Caracas y Manila. La concentración de la producción del tabaco en manos del estanco eliminó a los pequeños productores pero incrementó el consumo. Las variaciones de precios de los productos de la agricultura llevaba a los campesinos y rancheros al aprovechamiento, a través de sembrar el cereal conveniente cuando aumentaba el precio o reducir la superficie sembrada cuando caía. Todo este incremento de la actividad económica aumentó la recaudación fiscal, aunque los autores dudan si tal incremento se debió al aumento de la presión. De todos modos el aporte que la Caja de México debía hacer a las ambiciones imperiales de la monarquía borbónica, participando en las diversas guerras, llevaron a la bancarrota de la hacienda novohispana. En definitiva, si las reformas borbónicas mejoraron la situación del país, ese efecto se ve contrarrestado por la exigencia guerrera.
Un aporte muy interesante para el análisis de la economía mexicana produce Ernest Sánchez-Santiró, quien se ocupa del primer periodo independiente. Plantea el autor que la imagen del mismo que produjo la historiografía es catastrófica para el lapso de 1810 a 1815 a causa de la guerra de Independencia. Sin embargo, el autor nota que buena parte del análisis se aplica con la misma metodología de la etapa anterior, sin tener en cuenta los cambios producidos por la guerra. Por ejemplo, los historiadores infieren una caída de la acuñación de moneda analizando la ceca de la ciudad de México, sin tener en cuenta que la situación obligaba a la amonedación en otras plazas, así como la salida de plata sin acuñar. También menciona la caída de los controles estatales para la medición de la economía y la percepción de impuestos, por la misma situación. Además, se abrieron otros puertos, legales e ilegales, para el comercio, por lo que el modo colonial de medir no ofrece una conclusión certera. Otra cuestión es la regionalización de la recaudación fiscal, de modo que tampoco se puede computar únicamente la caja central de México. El autor asegura que luego de la coyuntura de guerra se retomó el crecimiento. La conclusión más novedosa es que la utilización de las mismas fuentes para el periodo colonial implica perderse de analizar las formas alternativas de registro que surgieron durante la guerra.
José Antonio Piqueras analiza la economía cubana profundamente afectada por el ingreso del aporte monetario mexicano, que implicó una inyección de dinero y un consecuente incremento de la demanda de productos para la armada española que participaba en las “buenas guerras”, moviendo la economía, de las que el azúcar y el tabaco son los principales ingredientes. Las guerras abrían o impulsaban mercados para aumentar la demanda de los productos cubanos, fomentado por un ingreso monetario exagerado para el tamaño inicial de esa economía. Incluso la caída en manos inglesas de La Habana y su posterior recuperación significó la aplicación de las primeras reformas institucionales, como la creación del sistema de intendencias, constituyéndose en un globo de ensayo para la monarquía. Por último, la experiencia de la pérdida de las colonias en América, salvo Cuba, significó para esta última una serie de ventajas de las que se aprovecharon los habitantes de la isla a partir de 1810.
El colombiano Adolfo Meisel Roca se ocupa de la economía de Nueva Granada, planteándose la necesidad de reescribir la historia económica nacional del fin de la colonia. Cuatro temas son los principales para su estudio; partiendo de una fiscalidad poco elevada, se produce un crecimiento desmesurado, recaudación que es invertida en los gastos militares para la defensa de Cartagena, y que se basa en la recaudación del interior del virreinato. Es decir, la economía del interior soporta los gastos militares de la costa. El interior al que se refiere es la zona del occidente, productora de oro, y el centro, Bogotá, sede de la burocracia y productora de artesanías. Aplica la conocida definición de estado fiscal militar (Brewer, 1989)4 para caracterizar a la monarquía borbónica. Pero finalmente estima que el aumento de la presión fiscal, cuyo cálculo no queda muy claro cómo lo realiza, no pudo frenar el crecimiento económico.
Uno de los dos capítulos dedicados a la América lusitana es de Angelo Alves Carrara. Su estudio parte de fines del silgo xvii, corroborando un aumento de la población por migración desde Portugal y por ingreso de esclavos, para la explotación de la minería del oro en Minas Gerais. De este modo el efecto producido sería comparable al que generó Potosí en la Sudamérica española, sobre todo en la actividad campesina. El agotamiento de la explotación metalífera, a fines del siglo xviii no afectó la producción agropecuaria, ya que para ese entonces Río de Janeiro pasó a ser el nuevo polo. Para el autor, las reformas pombalinas son similares a las borbónicas, pero más leves, interviniendo de ese modo en la discusión historiográfica sobre el carácter reformista o revolucionario del ministro Pombal. Caracteriza a la etapa como la vigencia del despotismo, el mercantilismo y de aplicación de medidas pragmáticas; y la evolución económica como consecuencia de efectos externos, como la revolución industrial, antes que por las medidas aplicadas. El final del ciclo se produce con las guerras napoléonicas, que motivan el traslado de la Corte portuguesa a Río, convirtiéndose Brasil en el eje económico del imperio. Concluye desconociendo que las reformas hayan sido realmente efectivas.
El otro texto sobre Brasil se debe a João Fragoso, quien pone el acento en los cambios sociales motivados por la conversión de Río de Janeiro en plaza comercial por excelencia del Atlántico sur, sobre todo esclavista. Estima el autor que antes que las acciones de Pombal, hay que atribuir el crecimiento al comercio esclavista. Analiza las actitudes de la elite carioca estableciendo que hay una interacción entre las prácticas católicas y la transformación en plaza comercial. Compara las haciendas azucareras del siglo xvi con las cafetaleras del siglo xviii, concluyendo que los cambios han sido muy pocos, ya que ambas siguen apoyándose en la esclavitud y en labradores libres con relaciones clientelares con los patrones. De todos modos concluye que sus hipótesis deben ser puestas a prueba a través de nuevas investigaciones.
Un trabajo novedoso para este tipo de análisis es el que presenta Enrique Llopis Angelán, por su estudio de la demografía para establecer las pautas del crecimiento de la economía de las metrópolis. La ratio de las defunciones de adultos y de párvulos sobre el total de nacimientos en periodos de 20 años son las aproximaciones para analizar el crecimiento de la economía en las diversas regiones españolas. Ello le permite establecer una serie de ciclos en la evolución del nivel de vida de los pobladores a través del sigo xviii, fijando en los inicios del siglo xix un momento de severa crisis. Esta novedosa metodología, más que observar la marcha de la economía, lo hace indirectamente mostrando las variaciones en el nivel de vida.
Otra de las evaluaciones de la economía de la península es la de Pedro Tedde de Lorca, que analiza la política financiera de la monarquía ilustrada. Una pregunta que se hace el investigador al inicio del artículo me parece muy acertada: ¿se puede analizar el pasado con herramientas actuales y además, es pertinente? Hace así referencia a la debida contextualización y al uso cuidadoso de tal herramental y metodología para el abordaje de la política monetaria de los Borbones. Se aboca entonces a describir el ambiente ideológico e intelectual de la época, destacando antecedentes de la política ilustrada. Las características principales de tal política han sido la búsqueda del progreso y bienestar; la creencia en la libertad económica y en la iniciativa personal; el progreso garantizado por el poder militar; la búsqueda del equilibrio financiero del Estado; y la revalorización de lo que hoy llamaríamos capital humano, a través de la educación. Una disputa que dividió al grupo era si se trataba de priorizar la justicia distributiva o el laisez faire, uno de cuyas consecuencias fue la imposición de tributos directos o indirectos. Sin embargo, la realidad y las ambiciones de la corona fueron convirtiendo en pragmáticas muchas de las decisiones del grupo ilustrado, sobre todo cuando sobrevino la crisis por las invasiones napoleónicas. Concluye que el proyecto más estructurado del periodo debió conformarse con administrar la crisis.
Por último, Rafael Dobado González y Héctor García Montero se proponen, y lo logran, incorporar a la región en una discusión muy actual sobre la evolución de la economía y el nivel de vida de la población comprendida. Se trata de una comparación a largo plazo, que hace referencia, y discute, la posición del neoinstitucionalismo, que atribuye el atraso relativo de Latinoamérica a la herencia institucional colonial. Comparan entonces la evolución de los niveles salariales en América y en Europa, estableciendo que eran más altos en este lado del Atlántico, tanto en ámbitos de la minería, como urbanos y rurales. Pero no tienen en cuenta el peso relativo de las relaciones salariales en ambas poblaciones. También cotejan acertadamente la composición de las canastas europeas y americanas que se utilizan para la construcción de los índices del salario real, destacando la escasa adecuación a lo realmente consumido en cada espacio. Por ultimo comparan las estaturas de los pobladores americanos con los europeos, verificando que no son menores. Este parece ser otro punto discutible de su análisis, ya que se puede apreciar en sus cuadros que en algunas regiones tiende a descender en el nivel absoluto. Asimismo, entiendo que más allá de las alturas absolutas, lo que indica mejoras o caídas en los niveles de vida son las modificaciones hacia arriba o hacia abajo, respectivamente, de las alturas. De modo contrario, no se estaría teniendo en cuenta las particularidades étnicas de cada población. Pero insisto que el mérito mayor del trabajo es incorporar a la región hispanoamericana en la agenda de discusión del nivel de vida en la etapa y en el largo aliento.
Vuelven los compiladores a hacerse cargo del epílogo, marcando una constante del libro, la diversidad geográfica y de resultados, lo incorrecto de la búsqueda de generalizaciones que ocultan realidades locales, así como que varias de las cuestiones son sólo hipótesis que deben ser probadas con fuentes más fidedignas. Por ello es necesario, según los autores, intensificar el análisis de precios y salarios, de muy disparejo desarrollo en el conjunto de las regiones, teniendo en cuenta fundamentalmente la incidencia en la economía real de tales variables, dado el grado de ruralización y de autosubsistencia de la población. También se debe tener en cuenta en estos análisis, indican, las trabas de antiguo régimen así como las innovaciones productivas o lo extensivo del crecimiento a partir del aumento demográfico. Lo generalizable es un crecimiento a lo largo del siglo xviii, que supera el estancamiento de la centuria anterior, para desembocar en un nuevo freno en el siglo xix, con asombrosas excepciones como Chile, Cuba o el Río de la Plata. También, y paradojalmente para los neoinstitucionalistas, la etapa de crecimiento se da con las denostadas instituciones de antiguo régimen, mientras que el estancamiento se produce cuando advienen las de corte liberal. Si partimos del siglo xvii América Latina estaba despoblada, por lo que el capital humano no alcanzaba para acelerar la marcha de la economía, en términos capitalistas. Un aumento del mismo, no es de extrañar, provocó el incremento de la producción de carácter extensivo si se quiere. Se descarta que el destino de la región estaba prefijado de antemano por esas condiciones y por las instituciones, ya que tales condiciones estaban en otras regiones del mundo con diverso derrotero al americano.
Como hace unos días escuché de boca de nuestro colega mexicano Andrés Calderón, nadie compara el destino negativo de la región con el positivo de otros espacios, como el sudeste asiático, achacándolo a la historia de tres o más siglos atrás. De todos modos, como lo indican Luis Bértola y José Antonio Ocampo (2013) 5, no se trata de desestimar la negativa influencia de las condiciones heredadas por haber pertenecido a imperios en decadencia como Portugal o España, pero sí colocarlo en su justa medida y contemplar la rica historia de la región antes, durante y después de la independencia.
En definitiva, Iberoamérica y España antes de las independencias, 1700-1820: crecimiento, reformas y crisis es un libro imprescindible que contribuye a establecer un nuevo paradigma en la investigación acerca de las razones del crecimiento y de las condiciones en que se da, o por el contrario en el atraso y sus repercusiones en la población, así como para los profesores que necesitan otorgar a sus estudiantes renovadas interpretaciones acerca de este proceso.
Daniel V. Santilli
Universidad de Buenos Aires
Buenos Aires, Argentina
Moutoukias, Z. (1995). El crecimiento en una economía colonial de antiguo régimen. reformismo y sector externo en el Río de la Plata (1760-1796). Arquivos do Centro Cultural Calouste Gulbenkian, 34, 771-813; Pérez Herrero, P. (1992). Comercio y mercados en América Latina colonial. Madrid: Editorial Mapfre.↩
Halperín Donghi, T. (1985). Historia contemporánea de América Latina. Madrid: Alianza Editorial.↩
Coatsworth, J. (1990). Los orígenes del atraso. Nueve ensayos de historia económica de México en los siglos xviii y xix. México: Alianza Editorial Mexicana.↩
Brewer, J. (1989). The sinews of power. War, money and the English State. 1688-1783. Londres: Unwin Hyman; una discusión del concepto para el caso español en Gonzalez Enciso, A. (2008). El Estado fiscal-militar, una reflexión alternativa. Memoria y Civilizacion, 11, 271-295.↩
Bértola, L., y Ocampo, J. A. (2013). El desarrollo económico de América Latina desde la independencia. México: Fondo de Cultura Económica.↩