Gladys Lizama Silva, Llamarse Martínez Negrete. Familia, redes y economía en Guadalajara, México, siglo XIX, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2014, 394 pp.


"Hijo de tigre… pintito"

Para quienes estamos interesados en la historia empresarial del siglo XIX, particularmente en la región del occidente de México, nos es muy grato celebrar la publicación del libro más reciente de Gladys Lizama. La obra es sobre la historia de una familia de la elite de Guadalajara, se centra principalmente en el análisis de la trayectoria personal y empresarial de dos personajes: Francisco Martínez Negrete Ortiz y su hijo Francisco Martínez Negrete Alba, pero no se limita a la vida individual de dichos personajes, sino que estudia a la familia en su conjunto a través de dos generaciones, las redes sociales que construyeron, la economía de Guadalajara y la región del occidente mexicano durante el siglo XIX.

El trabajo de Lizama se inscribe en una corriente historiográfica más profesional, con preguntas y preocupaciones teóricas desde las ciencias sociales, no sólo es una descripción o narración de los hechos, sino que hace preguntas con base en modelos explicativos relacionados con la participación de los individuos, la familia, la clase social o las elites en la historia y en la sociedad; igualmente se preocupa por los grandes procesos sociales, económicos y políticos a distintas escalas, que van de lo local a lo regional y a lo nacional, sin descartar los vínculos internacionales sobre el tema que trata. En cierta medida, la autora es pionera en la introducción y el análisis del concepto de redes sociales en la historia del occidente mexicano.

El libro es producto de la investigación profunda y extensa en los principales acervos documentales del estado de Jalisco. Lizama no sólo revolvió todos estos archivos para buscar "la aguja en el pajar", en este caso los Martínez Negrete, sino que revisó una gran cantidad de periódicos jaliscienses del siglo XIX, además de realizar búsquedas en archivos digitales. No obstante, la autora hizo una lectura acuciosa de una extensa y rica bibliografía sobre el tema. De tal manera que la historia que nos cuenta Lizama está sólidamente documentada y utiliza los principales aportes teórico-metodológicos de las ciencias sociales y de la historiografía contemporánea.

Lizama sostiene que los Martínez Negrete fueron actores muy importantes en una época de grandes cambios, en donde los valores y prácticas de una sociedad tradicional cedieron el paso a los valores y prácticas impuestos a partir de un proceso modernizador que puso las bases para la consolidación de una sociedad y una economía de tipo capitalista en Guadalajara y la región del occidente de México, la cual no estuvo desligada de los cambios que ocurrieron en este sentido en otras regiones del país.

Lizama asegura que Francisco Martínez Negrete Ortiz puede ser caracterizado de mejor manera como un comerciante tradicional, capitalista, pero a fin de cuentas un comerciante, quien pudo acumular una considerable fortuna y que invirtió de manera marginal en la industria textil de Guadalajara. Mientras que su hijo, Francisco Martínez Negrete Alba, corresponde al tipo de empresario capitalista moderno, quien no sólo participó en el comercio, sino que diversificó sus actividades pues invirtió en bancos, fábricas textiles, haciendas, en la compraventa de fincas rústicas y urbanas, en la construcción de tranvías y en empresas hidroeléctricas, así cambió de manera significativa la forma de hacer negocios y de organizar sus empresas, pues no sólo formó empresas familiares, sino que estableció empresas por acciones con capitales mayores, que atendían varios rubros a la vez, entre ellos la intermediación financiera.

La autora explica el origen vasco de la familia Martínez Negrete y nos dice que la migración de vascos a México no fue un fenómeno aislado ni nuevo para los inicios del siglo XIX, época en la que llegó Francisco Martínez Negrete Ortiz, sino que formó parte de un continuo flujo migratorio que comenzó desde inicios de la época colonial, además que los vascos no fueron el único grupo de españoles que migró hacia el nuevo continente, lo mismo hicieron otros individuos y grupos humanos desde distintos puntos de la península ibérica, de los cuales tenemos bastantes testimonios. Este flujo migratorio coincidió con el de otros grupos humanos de distintas regiones de Europa, entre los cuales podemos destacar franceses, alemanes e ingleses que arribaron a México durante todo el siglo XIX.

No obstante el carácter masivo y prolongado del proceso migratorio en términos generales, este no fue un fenómeno generalizado, sino que migraba aquel que podía y tenía con qué lograrlo, pues el proceso migratorio implicaba un costo relativamente alto y los habitantes más pobres no podían realizarlo a menos que alguien los financiara o pudieran ahorrar para ello. De esta manera lo que se observa es que la migración se hacía a partir de un sistema denominado "en cadena", es decir, primero llegaban unos, se establecían, una vez establecidos mandaban traer a sus parientes o amigos cercanos, y de esta forma el flujo fue continuo a lo largo del siglo XIX. Los migrantes eran principalmente jóvenes solteros de entre 20 y 30 años, que cuando menos sabían leer y escribir, lo cual los dotaba con los elementos necesarios para conseguir un empleo e iniciarse en actividades comerciales en alguna región de México.

Lizama explica que los Martínez Negrete salieron de un pueblo al norte de la península ibérica llamado Lanestosa. Esta región a comienzos del siglo XIX tenía una economía dedicada a la agricultura, la ganadería y el comercio a la costa. Sus habitantes eran pequeños propietarios, agricultores y pastores pobres, con una vida lánguida, perezosa e inerte; un pueblo al fondo de un valle rodeado por montañas, con calles de polvo y piedra, donde, como dice Joan Manuel Serrat, "no crecía una flor ni trashumaba un pastor", pero tampoco había pasado la guerra, aunque sí el olvido ("Pueblo blanco", Mediterráneo, 1971).

La gente salía de estos pueblos porque tenía la convicción de que en América se lograría un mejor futuro, dedicarse al comercio, y con este hacerse ricos y ascender en la escala social, y así, después de haber logrado cierto éxito, poder volver a su terruño español a gozar del capital acumulado y disfrutar de una excelente posición económica. No obstante, la principal razón de la expulsión vasca a América durante el siglo XIX fue la precariedad económica de esta región. Francisco Martínez Negrete Ortiz salió de su pueblo natal a los 20 años de edad sin contar con un capital propio, o como vulgarmente se dice, "con una mano atrás y otra adelante". Por tanto, lo que queda claro es que su capital y su fortuna los creó en Guadalajara durante su vida productiva en esta región del occidente de México. Así como otros grupos de migrantes que salieron de diversas regiones de Europa.

Según la autora, Francisco Martínez Negrete Ortiz llegó a Guadalajara aproximadamente en 1824, después de haber pasado dos años en Francia, cuatro meses en Inglaterra, Estados Unidos y varias partes de la república mexicana. Se casó dos veces, primero con María Trinidad Roncal, quien falleció en 1831, y luego con María Josefa Alba Ortiz de Rosas. Con la primera esposa tuvo seis hijos, de los cuales sólo sobrevivió uno, mientras que con la segunda procreó ocho, dos hombres y seis mujeres.


"El dinero no es la vida, es tan solo vanidad"

La trama de la historia que nos cuenta Lizama parte de los inicios del primer Francisco Martínez Negrete Ortiz (1796-1874), que sale de Lanestosa, en España, y llega a Guadalajara, México, en la tercera década del siglo XIX. Nos cuenta la vida y las actividades sociales, económicas y culturales de este personaje, bajo el argumento de que fue un esforzado comerciante que logró ascender desde un nivel social y económicamente bajo hasta un sitio muy elevado en la escala social, llegando a acumular una considerable fortuna durante toda su vida, la cual heredó a sus hijos e hijas. Posteriormente, la trama continua con el hijo varón del segundo matrimonio, Francisco Martínez Negrete Alba (1848-1912), quien heredó parte de la fortuna del padre, continuó con los negocios, creó una extensa red social y económica, e incrementó su fortuna individual también de forma extraordinaria. Lizama sostiene que este segundo Francisco Martínez Negrete puede ser catalogado no sólo como un simple comerciante, como su padre, sino como un empresario moderno, ya que tuvo una mentalidad capitalista orientada a la inversión y formación de compañías más complejas, como las sociedades por acciones que concentraron un mayor volumen de capital, y porque diversificó sus inversiones, negocios e intereses. Sin embargo, el ciclo de prosperidad y éxito de esta línea familiar se interrumpió por la quiebra de Francisco Martínez Negrete Alba en los primeros años del siglo xx, con las consecuencias económicas y sociales propias de una quiebra empresarial.

Según una creencia popular muy conocida dice que el ciclo de las generaciones de familias empresariales va de una etapa inicial donde los padres (primera generación) forman un patrimonio o un capital con bastante esfuerzo y dedicación; los hijos (segunda generación) lo sostienen, consolidan e incrementan; los nietos (tercera generación) lo dilapidan o consumen en excesos, fiestas y gastos suntuarios, y los bisnietos (cuarta generación) vuelven a enfrentarse a la pobreza y a la adversidad. En esta estructura cíclica se inspiró Thomas Mann para escribir su extraordinaria novela titulada Los Budenbrook (1901), que narra la historia de una familia alemana (1835-1880) que prosperó de campesinos a comerciantes ricos, llegó a las altas esferas sociales, económicas y políticas, y finalmente decayó por los excesos en el lujo, el consumo y las pretensiones de ascenso político, social y de nobleza.

Guardadas sus debidas proporciones, Lizama nos ofrece una historia real, muy parecida a la novela de Thomas Mann, con la diferencia de que sólo estudia a dos generaciones y termina su relato con la quiebra de Francisco Martínez Negrete Alba como representante de la segunda generación, no nos dice qué pasó con las otras ramas de la familia Martínez Negrete, sobre todo con los ventajosos matrimonios que lograron las hijas con los Fernández del Valle, los Bermejillo y los Fernández Somellera, también inmigrantes españoles y empresarios porfirianos. Tampoco continúa con la tercera generación, pero eso será, probablemente, parte de otro estudio.

Es agudo el análisis que la autora realiza sobre la trayectoria individual de los dos personajes, tanto en su vida privada como en su actividad empresarial; con estudios como el de Lizama se genera una historiografía propia y original sobre los empresarios decimonónicos en el occidente de México, particularmente en Guadalajara.

Algo novedoso que debo reconocer en Llamarse Martínez Negrete es la construcción y el análisis de las redes sociales que formaron los Martínez Negrete a partir de la información notarial y de archivos locales. Nos dice la autora que las redes son tejidos sociales en los cuales se establecen vínculos, ya sean familiares, de amistad, de compadrazgo, clientelares o económicos, en los que fluyen distintos tipos de bienes como materiales, financieros o culturales. Los vínculos interfamiliares entre los Martínez Negrete, los Fernández del Valle, los Fernández Somellera y los Bermejillo constituyeron un capital sólido de dichas familias; mediante aquellos se intercambiaban favores, lealtades y bienes materiales e inmateriales que redundaban en beneficios para todas las familias e individuos involucrados en la red.

Los negocios e inversiones de los dos Martínez Negrete estudiados por Lizama abarcan varios ramos entre los que se pueden destacar las fábricas textiles como Atemajac, La Experiencia, Río Blanco y La Escoba, la fábrica de papel El Batán, participación en instituciones financieras como El Banco de Jalisco y el Banco Nacional de México en Guadalajara, inversiones mineras con acciones en la Compañía Minera de la Luz, en los tranvías de Guadalajara y en la sociedad que se formó para construir y establecer El Parián de Tlaquepaque. Aunque fueron terratenientes y compraron varias haciendas en Jalisco y Michoacán, su principal actividad no fue la agrícola; sin embargo, fueron dueños de las haciendas Cuisillos, en Tala; La Labor, en Tepic, y Buenavista, en Ixtlán, Michoacán, además de varios ranchos y terrenos en el estado de Jalisco, más varias casas en Guadalajara y otras poblaciones como en San Pedro Tlaquepaque, Zapopan, Tizapán el Alto y Poncitlán.

Por otra parte, Lizama detalla minuciosamente la actividad financiera de Francisco Martínez Negrete Alba, quien fue un prestamista muy importante de Guadalajara y cuyos nexos se extendieron a todo Jalisco y a otros estados como Colima, Nayarit, Guanajuato y Veracruz, llegando a la misma capital del país.

Tanto el padre como el hijo fueron empresarios exitosos, si el éxito se mide con base en la acumulación de capital. Francisco Martínez Negrete Ortiz de casi nada hizo una fortuna que llegó a sumar 586 000 pesos, una cantidad muy importante si se compara con las fortunas que otros miembros de la elite tapatía llegaron a acumular y que se aproximaban a esa cantidad. El éxito de Francisco Martínez Negrete Alba fue mayor, pues de un capital inicial de 71 000 pesos que heredó de su padre, llegó a acumular una fortuna de 1 582 814 pesos, es decir, duplicó su fortuna, pero –siempre existe un pero– casi todo lo debía, según sus inventarios en 1901, su pasivo ascendía a 1 309 593 pesos, lo cual se tradujo en una catastrófica quiebra para la familia Martínez Negrete.


"Con dinero y sin dinero"…

El tema de la quiebra de Francisco Martínez Negrete Alba es tratado de manera muy minuciosa y documentada por parte de la autora; para ello contó con el extenso expediente del Archivo del Supremo Tribunal de Justicia de Jalisco, acervo ubicado en la Biblioteca Pública del Estado. En opinión de Lizama, la quiebra de la compañía Francisco Martínez Negrete e Hijos se gestó entre 1898 y 1901, pues en este lapso la compañía dejó de pagar los réditos a sus acreedores, lo que constituyó una situación muy dramática para este empresario y su familia, pues tuvieron que abandonar sus negocios y casas-habitación, y no pudieron vender las propiedades hasta que el proceso judicial terminó, y el dinero recaudado de las ventas fue a parar a una cuenta especial del Banco Nacional de México, con el fin de garantizar el pago a los acreedores. Las fábricas textiles también fueron cerradas una vez que terminaron con el algodón que tenían en existencia.

Realmente resulta difícil de explicar cómo fue que un empresario moderno exitoso como Francisco Martínez Negrete Alba terminó en la ruina, después de emprender una gran cantidad de negocios, y ser él mismo un prestamista muy importante y socio de los principales bancos de la región. Las causas y razones de la quiebra no están muy claras, pues Francisco Martínez Negrete Alba, como bien lo señala Lizama, perteneció a una época de auge económico; sin embargo, la misma autora confiesa que no tuvo a la mano los libros de contabilidad de las empresas de este empresario para poder saber con exactitud cómo funcionaron dichas empresas y, sobre todo, cuántas ganancias o pérdidas le dejaban a su propietario. Sin embargo, en términos muy generales, se puede concluir que las ganancias fueron mucho menores que los compromisos crediticios que tuvo que enfrentar Francisco Martínez Negrete Alba, lo cual lo condujo a declararse en quiebra.

Gladys Lizama nos proporciona una interesante y detallada gráfica sobre el endeudamiento de la compañía Francisco Martínez Negrete e Hijos entre 1868 y 1901, en la que se observa cómo el endeudamiento mayor comenzó en 1894 y se agudizó en 1899. La autora sostiene que la compañía de los Martínez Negrete cometió varios errores de cálculo en la orientación de sus últimas inversiones, especialmente en lo que se refiere a la compra-permuta de las fábricas textiles La Escoba y Río Blanco en 1897, pues se hizo en una coyuntura inapropiada, es decir, había sobreproducción en la industria textil y eso hizo que varias fábricas textiles cerraran en ese tiempo. Por otra parte, Martínez Negrete comprometió mucho de su capital en la obra hidráulica de Las Juntas, en 1899, en compañía con Enrique Schöndube: esta obra fue destruida totalmente por una tromba en 1901 y eso hizo que Martínez Negrete se descapitalizara y no pudiera enfrentar sus compromisos crediticios con solvencia financiera, pues todos sus bienes eran propiedades rurales y urbanas, o préstamos que no eran fáciles de cobrar. Por tanto, Martínez Negrete, al momento de la quiebra, no tenía liquidez.

Lizama sostiene que debido al incremento de las deudas de Martínez Negrete, este había agotado la posibilidad de obtener más créditos bancarios, por tanto, ya no disponía de dinero para pagar las deudas que necesariamente tenía que saldar. Sumado a esto, la autora sostiene que sus capitales estaban mal invertidos, ya que sus empresas no tenían altos rendimientos, lo cual redundaba en que la compañía de los Martínez Negrete tuviera deudas que pagar y no contara con dinero para cubrir el pago de dichas deudas.

No obstante el lamentable fin de la historia de Francisco Martínez Negrete Alba, Lizama concluye que la trayectoria empresarial de las dos generaciones de Martínez Negrete analizadas en este libro fueron exitosas, pues lograron ascender a la cúspide de la sociedad tapatía, acumularon grandes fortunas, crearon importantes empresas, y tejieron redes sociales, económicas, familiares y políticas muy sólidas que los sostuvieron como miembros de la elite durante la mayor parte del siglo XIX. Por tanto, deben ser considerados como empresarios capitalistas y no simples usureros o agiotistas, como actores sociales y económicos muy importantes en la historia de Guadalajara y su región.


Sergio Valerio Ulloa
Universidad de Guadalajara
Jalisco, México