Reseñas
Pierre Dockès, Le Sucre et les larmes. Bref essai d'histoire et de mondialisation, París, Descartes & Cie., 2009, 286 pp.
Con un estilo muy sencillo envuelto en un gran rigor científico, Pierre Dockès estudia en su reciente libro Le Sucre et les larmes la larga historia mundial del azúcar. Pierre Dockès es economista de formación y profesor emérito por la Universidad de Lyon 2; en 1983 definió, junto con Bernard Rosier en una importante obra1 sobre el sistema del capitalismo mundial, el marco histórico de los ritmos económicos y las crisis, apoyándose para ello en una perspectiva braudeliana de larga duración y en las principales teorías -las de Kondratieff en particular- de los ciclos largos. Posteriormente, a fines de la década de 1980 empezó a interesarse en el problema de la esclavitud y a echar base para construir el concepto del "paradigma azucarero", el cual constituye en casi todos sus trabajos posteriores un verdadero pivote teórico y analítico, en particular, en este citado trabajo que nos ocupa y que es una síntesis muy original de la historia plurisecular del azúcar, aunque se puede discutir o cuestionar algunas de las tesis que esta obra contiene.
El carácter original del libro radica en un doble hecho sincrónico. O sea, en que Pierre Dockès se arregla, por un lado, para invitarnos a acompañarlo en un largo viaje temporal, y formular para nosotros, por el otro, un conjunto de observaciones teóricas sobre los valores del uso y del cambio del azúcar, así como las transformaciones que la primera categoría de valor sufre con el tiempo. Todo ello con el fin de que podamos entender la historia misma del azúcar, la cual remite a un gran número de problemas complejos, tales como los problemas de orden espacial o geográfico, es decir, la implantación y el desplazamiento permanente del espacio central de la producción de caña en diversas regiones del mundo; los problemas de orden social y económico; los problemas de orden sociopsicológico y colectivo, o sea, que están en relación con la memoria colectiva de las sociedades, o bien, los problemas de orden sociofamiliares, es decir, que se remiten a las memorias familiares (pp. 15-16).
Todos estos problemas conforman la baza del paradigma azucarero, o el paradigma productivo; hacen que este perdure en el tiempo. Pero el paradigma como concepto teórico abstracto no es en términos concretos estático; es dinámico, puede cambiar, entrar en crisis y también ser sustituido en ciertos momentos por otro, por ejemplo, en periodos de crisis mayores, es decir, en el caso de estas crisis particulares que provocan grandes innovaciones tecnológicas, así como profundos cambios en las mentalidades o en las instituciones. "La historia [dice Dockès] es fragmentada por una sucesión de paradigmas productivos que surgen, se expanden, se desarrollan y terminan por estallarse en crisis, lo que provoca su desaparición y su sustitución por un nuevo paradigma causado por una gran innovación" (p. 22).
Dockès respalda esta observación en el largo viaje temporal y espacial que nos empuja a emprender con él. Este viaje se inicia en Nueva Caledonia durante el primer milenario antes de la era cristiana; continua por todo el Mediterráneo atlántico, atraviesa el "Atlántico" tras haber pasado por Europa, por las islas Canarias en particular, y sigue su recorrido por Brasil y las islas del Caribe. Todo ello después de haber remontado en un cierto momento muchos países del continente nuestro, así como las "islas tropicales del océano Índico": La Reunión y Mauricio. Y también las antiguas Indias Orientales, la Unión de India, Birmania, Tailandia, Vietnam, Camboya, Malasia y Filipinas. Y por supuesto, Indonesia, Java en particular, Hawai, las islas Fidji y, por fin, Australia.
Dockès aprovecha este largo viaje para indicarnos tres hechos fundamentales; primero, cómo el valor del uso del azúcar se ha cambiado en el tiempo (pp. 61-65) y cómo también el consumo de este por las distintas clases sociales se hacía con base en eso, pero no en la misma proporción, ya que cada una de estas categorías sociales lo consumía más bien o principalmente por -lo que se notaba en el nivel de los precios del mercado- el valor de uso, que les parecía más importante en cada momento. Analiza también durante este viaje las distintas técnicas de producción que se han sucedido en la economía azucarera, así como el tamaño de las unidades de producción y las distintas formas de relaciones sociales de producción que han servido de base a esta categoría de economía. Considera de manera particular, asimismo, el sistema de esclavitud en el interior de esta economía y confirma de nuevo que los "agentes -o productores directos negros-" venían de África. Apunta sin embargo que de todos los sistemas de relaciones de producción que han impulsado o que han servido de base al sistema económico mundial de plantación, el de la esclavitud fue el más abyecto.
Esta observación remite a los dos otros hechos que Dockès plantea. O sea, por un lado, a la trata de los productores-negros que las potencias coloniales realizaron y, por el otro, al comercio triangular que se dio con base en ello entre los espacios de África que proveían los "agentes-negros", los espacios europeos que invertían importantes masas de capitales en este negocio y los espacios del continente en donde operaba la mano de obra procedente de África. Este doble marco representaba un amplio sistema de rivalidades intercolonialistas y de luchas por la dominación del sistema económico mundial. Así, las potencias venían sucediéndose con el tiempo en la cúspide del mismo y en la economía de plantación.
Conocemos todos muy bien la secuencia de esta sucesión, pero Dockès la presenta de manera muy original, poniendo énfasis en el atraso de Portugal al inicio de la economía de plantación respecto a España y examinando los orígenes del capital que este país utilizó para reducir su atraso hasta que fue relegado con el afianzamiento, en el siglo XVII, de Ámsterdam, que se transformó en el centro de la economía mundial y se erigió al mismo tiempo como la "capital del comercio y de la refinería del azúcar" (pp. 66-67). Y poniendo también énfasis en la intervención y participación importante durante el mismo periodo de Inglaterra y Francia en el negocio del azúcar.
En esta misma perspectiva Dockès señala que los musulmanes y árabes aprovecharon mucho la esclavitud, o sea la trata de productores-negros. Sostiene que estos se dedicaron a este especulativo negocio hasta el siglo XIX, y formula una pregunta clave antes de considerar detenidamente el cambio que se produjo en el paradigma azucarero con la abolición de la esclavitud en las primeras dos décadas del siglo XIX. Esta pregunta es de carácter teórico y abre nuevas pistas para la historia de la esclavitud y la del azúcar en particular. Consiste en saber ¿por qué las potencias coloniales europeas prefirieron establecer la economía de plantación azucarera en otros espacios económicos lejanos, entre ellos el continente de América, en vez de implantarla en el espacio mismo -o sea África-donde se encontraba de manera ilimitada la mano de obra esclava que necesitaban para el proceso productivo? (pp. 79-80).
Dockès avanza algunas hipótesis para contestar a esta pregunta. Sin embargo se nota claramente que él se topa en esta parte del análisis con algunas dificultades, no obstante, trata de superarlas muy bien. O sea, las explicaciones que él esgrime son de sumo interés teórico. Ello tanto más que estas hipótesis remiten a varios cálculos cuantitativos e indican que esta opción hubiese podido ser muy rentable ya que reducía bastante las distancias de los circuitos comerciales (p. 79). A decir verdad, es con este mismo rigor analítico que Dockès aborda el pasaje del paradigma azucarero clásico, o el paradigma colonial, al de la "gran agroindustria azucarera" y al de "etanol" que surgieron con el "nuevo capitalismo" alrededor de los años 1990.
Llama "nuevo capitalismo" al presente sistema económico globalizador, que se inspira en el viejo liberalismo para desregular todo, con la excepción, sin embargo, del azúcar cuya producción sigue representando a una de las mercancías más reglamentadas aún (p. 219). Con este elemento Dockès examina la sobrevivencia de la producción del azúcar en unos antiguos centros de producción importantes del mismo, subrayando sin embargo cuán difícil les es a los pequeños productores de azúcar de caña en los países de Asia-Caribe-Pacífico resistir la competencia que les está haciendo el grupo de los países menos avanzados después de la denunciación en septiembre de 2007 por la Unión Europea del Acuerdo de Cotonou (p. 224). Es más, Dockès prevé que estos productores -incluyendo quizá los de Guadalupe- desaparecerán totalmente hacia el año 2015 a consecuencia del desmantelamiento progresivo de la Política Agrícola Común y a causa al mismo tiempo de la competencia que les están librando los grandes países exportadores como Tailandia, Australia y sobre todo Brasil, que además de ser el primer productor mundial de caña de azúcar, controla la producción de etanol que, por su parte, aumenta a ritmos extraordinarios (p. 226).
Pero en este nivel del análisis, Dockès introduce un importante matiz en su razonamiento; hace notar que a pesar de que el azúcar está amenazado con desaparecer en la agenda de actividades de muchos pequeños productores por lo anteriormente señalado, algunas islas pueden aún tener la posibilidad de reactivar este ciclo productivo con el fuerte incremento de la demanda de etanol, ya que una parte de la producción de este alcohol se hace a base de caña. Pero, mientras que el viejo paradigma azucarero pueda muy probablemente llegar a repuntarse por medio del etanol en islas como Jamaica o Saint Kitts, es aún difícil considerar con certeza el caso de Cuba en donde, tras el colapso del mismo en la década de 1990 y a pesar de las primeras posturas de Fidel Castro en contra del nuevo modelo que se venía gestando, la política económica intenta ahora apoyarse en la producción de etanol para repuntar los rendimientos por hectáreas en las áreas cañaverales (pp. 249-250).
Es con un rigor semejante que el autor reconstruye la historia individual de unos tantos grandes productores de azúcar y analiza también los modos de funcionamiento de los mercados. Entre los grandes productores que Dockès considera, conviene mencionar en particular, además del español Manuel Rionda quien se había establecido en Cuba en 1879, a los hermanos William y Frederick C. Havemeyer, quienes llegaron a construir en el año 1807, en Manhattan, un verdadero trust con el nombre W. & F. C. Havemeyer Company tras haber trabajado como empleados en la refinería Edmund Seaman & Company. Y también al nieto de Frederick C. Havemeyer, Henry Osborne Havemeyer (Harry), quien siguió los pasos de su padre Frederick Jr. Havemeyer durante los años 1840-1850 y llegó a realizar dos impresionantes hazañas a fines del siglo XIX, primero en 1887, es decir, durante la crisis azucarera, la erección del trust Sugar Refineries Company que llegó a reagrupar bajo su mando las quince mayores refinerías de la región de Brooklyn, y segundo, el control de la empresa de Claus Spreckels, quien era su principal rival en la costa oeste de Estados Unidos y que extendía sus actividades hasta Hawai (pp. 190-191).
En cuanto a los modos de funcionamiento de los mercados, Dockès lo examina con una referencia especial en el segmento libre de estos mismos y las cotizaciones del azúcar, indicando las dos plazas principales, el New York Board of Trade por el azúcar de caña centrifugado no refinado y el London International Financial Futures and Options Exchange por el azúcar blanco de caña o de remolacha, en donde intervienen los operadores. Mide el índice de volatibilidad en estas plazas y explica que está situado en un nivel muy alto, aunque en 1990 fue de sólo 17% en comparación con el nivel de 60% que había alcanzado en la década de 1960. Sostiene que las fuertes variaciones de este se debe, al mismo tiempo, a tres factores: a) la estrechez del mercado libre respecto a los mercados preferenciales; b) la especulación desestabilizadora que los operadores realizan con el fin de incrementar las ganancias, y c) las oscilaciones de la oferta respecto a los movimientos particulares de la demanda de algunos productos agrícolas y que muy a menudo son inestables (pp. 220-222). Observa paralelamente con las mismas los movimientos del consumo y nota que al igual que el paradigma azucarero la historia del consumo es plurisecular, es decir, se extiende, según el autor, sobre un largo periodo de ocho siglos y ha tomado durante este tiempo una forma clásica de "S" como varias curvas en economía (pp. 228-229). A decir verdad, no existe una sola curva en S del consumo, sino varias, ya que "cada región y cada país tienen su curva propia".
En total, Dockès nos explica durante este largo viaje la larga permanencia del paradigma azucarero y los cambios que el mismo ha registrado desde que surgió; indica también, con mucha sutileza, con base en una bibliografía muy sólida, cómo el siglo XIX marcó un momento clave en el desarrollo del mismo y cómo viene adaptándose en la actualidad a las varias formas de la lógica capitalista en los distintos espacios productivos en donde se está realizando. Así, Brasil, Tailandia, India, Australia y África son paradigmas productivos diferentes que compiten entre ellos, o sea, cada uno trata por distintos medios, formas y técnicas de producción de hundir a los demás. De esta manera, ¿es posible que uno de estos sistemas llegue a ganar esta lucha, o a imponerse en el ámbito internacional? ¿Cuál de todos? ¿El de Brasil, que es un sistema de grandes latifundios con importantes capitales extranjeros tanto en el sector de etanol a base de maíz, como en el sector de este mismo producto a base de caña? ¿El de Australia, que da prioridad al new farming system, es decir, un tipo de capitalismo intensivo, como el farming inglés o americano? O, ¿el de Tailandia que es un sistema formado con una serie de unidades productivas de 100 a 200 hectáreas, capaces de registrar grandes rendimientos si acaso son suficientemente dotados en capitales fijos y circulantes? (pp. 272-273).
Dockès deja abiertas todas estas preguntas. No se aventura a contestarlas, lo que constituye en sí una forma de invitar a economistas e historiadores económicos a emprender nuevas investigaciones científicas. Ello tanto más que él indica a manera de conclusión cuán la producción de etanol se ha transformado en un problema crucial por la permanencia del paradigma azucarero. Es casi seguro que muchos estudios emprenderán estas investigaciones y tratarán de profundizar al mismo tiempo en las razones por las que las potencias coloniales no optaron en los siglos XVII y XVIII por implantar en África el sistema económico de plantación. O, en especial, la problemática en la cual se encuentra el paradigma azucarero en Cuba desde la década de 1990 (p. 250). Pero todas estas investigaciones deberán cuestionar en primer lugar el concepto mismo de "paradigma azucarero" ya que presenta problemas, aunque Dockès trata de aclararlo durante las distintas fases de su libro. Será interesante ver si no conviene mejor utilizar en este tipo de estudios el de régimen de producción azucarero en vez de paradigma azucarero, aunque este parece más amplio.
Guy Pierre
Universidad Autónoma de la Ciudad de México
Ciudad de México, México
1 Bernard Rosier y Pierre Dockès, Rythmes économiques: crises et changement social, une perspective historique, París, La Découverte/Maspero, 1983.