Am. Lat. Hist. Econ., núm. 32, julio-diciembre, 2009, pp. 31-80. http://alhe.mora.edu.mx/index.php/ALH


Artículos

 

Índices de precios de tres ciudades españolas, 1680–1800: Palencia, Madrid y Sevilla*

 

Enrique Llopis Agelán, Alfredo García–Hiernaux, Héctor García Montero, Manuel González Mariscal y Ricardo Hernández García

 

 

Fecha de recepción: diciembre de 2007
Fecha de aceptación: abril de 2008

 


Resumen

En este artículo se presentan y analizan los índices del costo de la vida de tres ciudades españolas, Palencia, Madrid y Sevilla, que cubren el periodo 1680–1800. Las contabilidades de diversos hospitales, colegios e instituciones benéficas han constituido la fuente principal para la elaboración de los referidos índices.

En las tres urbes objeto de estudio los precios se comportaron de una manera bastante similar: todos los índices comparten tendencia y ciclo común y presentan un grado significativo de relación lineal entre sus tasas logarítmicas de variación. Sin embargo, también se observan diferencias significativas en los movimientos a corto y largo plazos de los precios: por un lado, las tensiones inflacionistas de la segunda mitad del siglo XVIII fueron más intensas en Palencia y en Sevilla que en la capital de la monarquía hispánica; por otro lado, en Madrid las fluctuaciones interanuales del costo de la vida fueron menos violentas que en Palencia y Sevilla. A nuestro juicio, hay evidencias que apuntan a que la singularidad de Madrid obedeció, ante todo, a la mayor cantidad de recursos que las instituciones públicas dedicaron en dicha urbe a la protección de los consumidores.

Palabras clave: Índices de precios, siglo XVIII, España, Palencia, Madrid, Sevilla.


 

Abstract

In this article we present and analyze new cost of living indexes for three relevant Spanish urban centers that cover from 1680 to 1800. The accounts of several hospital, schools and charitable institutions have been used as main sources to construct these indexes.

The three indexes behave in a fairly similar way. They share common trends and cycles and show a significant linear relationship among their logarithmic rates of variation. Nonetheless, some substantial differences in the short and the long term movement of prices may be observed as well. On the one hand, inflationary tensions in the second half of the eighteenth century were more intense in Palencia and Seville than in Madrid. On the other hand, yearly fluctuations in the cost of living were lower in Madrid than in Palencia and Seville. In our opinion, there is evidence suggesting that these differences were mainly due to the greater amount of resources devoted by both council and monarchy to protect consumer from rising prices in Madrid.

Key words: Prices indexes, XVIIIth, Spain, Palencia, Madrid, Seville.


 

Introducción

El estudio comparativo de las trayectorias del costo de la vida en tres ciudades españolas, Palencia, Madrid y Sevilla, en el periodo 1680–1800 constituye el objetivo esencial de esta comunicación. La hipótesis principal de este trabajo radica en que las singularidades de la evolución de los precios en Madrid, bastante menor volatilidad y tensiones inflacionistas algo más suaves en la segunda mitad del setecientos, obedecieron principalmente a la enérgica intervención pública en el abasto de los alimentos esenciales a dicha villa.

En Europa, la historia de los precios tiene una larga tradición. Un importante hito en el desarrollo de la misma fue la creación del Internacional Scientific Comittee on Price History en 1929. Como es lógico, el interés de los investigadores en tal materia ha registrado altibajos desde entonces.1 En los últimos quince años, la historia de los precios ha vuelto a cobrar un mayor protagonismo debido a varios motivos. En primer lugar, los estudios sobre el costo de la vida han constituido un instrumento imprescindible para hacer avanzar el debate acerca de la evolución de los niveles de vida, sobre todo de los asalariados, antes y durante la revolución industrial, tanto en Inglaterra como en otras partes de Europa.2 En segundo lugar, la constatación del hecho de que las alteraciones en los precios relativos, que alcanzaron una considerable entidad en la Edad Moderna, tuvieron efectos diferentes y significativos sobre los niveles de vida de los distintos grupos sociales.3 En tercer lugar, el convencimiento de que las canastas de la compra empleadas en los índices de precios de "primera generación" tenían defectos importantes que, al menos parcialmente, podían ser corregidos: aquellas incluían el trigo en vez del pan;4 integraban un número demasiado reducido de bienes y servicios que no representaban de un modo plenamente satisfactorio a los modelos de consumo urbano;5 no consideraban, o lo hacían en insuficiente medida, a los "nuevos productos" (maíz, patatas, café, té, azúcar, etc.); y en ellas, como consecuencia de las asimetrías en la información disponible, tendían a estar infrarrepresentados los bienes de lujo, los bienes no comercializados, los bienes vendidos al por menor, los servicios y los bienes intensivos en trabajo, tanto especializado como no especializado.6 En cuarto lugar, el interés por el funcionamiento y la integración de los mercados, sobre todo de productos agrícolas, también ha contribuido a dar nuevos bríos a la historia de los precios en los últimos quince o 20 años.7 Y en quinto lugar, la mejora de las estimaciones del crecimiento económico en la Europa preindustrial requiere la construcción de deflactores de la máxima calidad posible.

Las investigaciones de los últimos años han dado lugar a nuevos índices de precios: los llamados índices de "segunda generación". Los principales avances estriban en la mejor selección y en la mayor variedad de los bienes y servicios que integran las canastas de la compra. Pese a los indudables progresos, la historia de los precios de la Europa moderna todavía ha de afrontar escollos nada fáciles de superar. Por un lado, precisamos de más y mejor información sobre la composición del gasto familiar y sobre las alteraciones del mismo durante los siglos XVI, XVII y XVIII, datos que resultan imprescindibles para la correcta elección de las canastas de la compra y para evitar que la carencia de información induzca al uso de una única estructura de consumo familiar en investigaciones que abarcan varios siglos.8 Por otro lado, la historia de los precios de la Europa moderna ha sido, esencialmente, la historia de los precios de las grandes y de algunas medianas ciudades. Los motivos de este desequilibrio son obvios: los núcleos de mayor tamaño suelen disponer de más y mejores archivos, y su historia concita mayor interés. Y esa asimetría puede inducirnos a sobrevalorar el crecimiento de los precios a escala regional o nacional, ya que los derechos sobre el consumo de numerosos bienes, establecidos tanto por las haciendas centrales como por las municipales, fueron importantes y, además, solieron tener una dimensión que varió en proporción directa al tamaño de los núcleos.9 De ahí que para averiguar la trayectoria del costo de la vida a escala provincial o nacional no sólo resulte necesario que todas las series de precios las formemos con informaciones referentes a operaciones de compraventa al por menor, sino que también precisamos conocer qué parte de lo pagado por los consumidores, en diversos núcleos de diferentes características, corresponde al precio de la mercancía y qué parte obedece a los distintos impuestos sobre el consumo. Dicho en otras palabras: convendría que determinásemos con bastante más precisión el papel del alza de los tributos indirectos en el incremento de los precios en los siglos XVI, XVII y XVIII en núcleos de diferente tamaño y de diversa estructura económica. Una historia de los precios menos volcada en las ciudades más importantes nos inducirá, probablemente, a emplear, como deflactores de las series expresadas en valores corrientes, índices del costo de la vida en los que los movimientos alcistas sean algo menos intensos. De corroborarse esta hipótesis, habrá que revisar al alza algunas de las estimaciones del crecimiento económico en la Edad Moderna elaboradas con índices del costo de la vida que sobrevaloran la intensidad de las tensiones inflacionistas en el conjunto de una región o de un país.

Pese a la importancia de las investigaciones pioneras de E. J. Hamilton,10 no abundan los estudios sobre la evolución de los precios en la España moderna. Basándose en las series construidas por dicho historiador estadunidense, Martín Aceña (1992) y Reher y Ballesteros (1993) elaboraron sendos índices para Castilla la Nueva;11 por su parte, Llopis, Jerez, Alvaro y Fernández (2000), empleando también como principal fuente documental los precios publicados por E. J. Hamilton, construyeron un índice del costo de la vida para el noroeste de Castilla la Vieja que cubre el periodo 1518–1650. Tras los trabajos de Hamilton sobre las dos Castillas, Andalucía y Valencia, la investigación más importante sobre los movimientos en los precios en la España moderna ha sido la llevada a cabo por Gaspar Feliu (1991) para la Cataluña de los siglos XVI, XVII y XVIII. Recientemente, Llopis y García Montero (2007) han elaborado un trabajo sobre el costo de la vida en Madrid en el periodo 1680–1800. Por su parte, Moreno Lázaro (2002) y Lana (2007) han construido índices de precios para Palencia y Navarra, respectivamente, que, pese a estar centrados en el siglo XIX, cubren la mitad o la fase final del XVIII. Por consiguiente, la mayor parte de ciudades y regiones españolas no cuenta todavía con monografías sobre la trayectoria de los precios en la Edad Moderna; además, varios de los trabajos realizados sobre dicha variable sólo abarcan una fase del antiguo régimen.

Las principales aportaciones a la historiografía de la investigación aquí presentada son las siguientes: 1) se presentan nuevos índices del costo de la vida;12 2) el empleo de los criterios generales de la metodología de los índices de "segunda generación" en la búsqueda de fuentes y en la selección de los bienes y servicios integrantes de las canastas de la compra; 3) el estudio comparativo de la evolución de los precios en ciudades de diferentes tamaños y características económicas, y 4) el estudio ecónométrico acerca de la interrelación entre las distintas series constituye una novedad, cuando menos, en el ámbito de los trabajos sobre los movimientos de los precios en la España moderna. Este último incluye un análisis de tendencias comunes (cointegración) y de ciclos comunes (comovimiento) de los índices del costo de la vida, junto con un estudio de las correlaciones contemporáneas y de las volatilidades de sus tasas interanuales.

La elección de la muestra de ciudades objeto de estudio en este trabajo ha estado guiada por diversos criterios: 1) cubrir distintas áreas de España (Palencia está situada al norte, Madrid en el centro y Sevilla en el sur; véase el mapa 1); 2) incorporar urbes con sistemas de transporte diferentes: el Guadalquivir permitía la conexión de Sevilla con el mar, mientras que Madrid y Palencia eran núcleos interiores cuyo abastecimiento se efectuaba exclusivamente en carretas y a lomo de acémilas; 3) incluir ciudades de diverso tamaño: Palencia era una pequeña ciudad de la meseta norte, mientras que Madrid y Sevilla ocupaban, en 1787, el primer y el cuarto lugar en el ranking de urbes españolas;13 y 4) seleccionar ciudades con rasgos económicos marcadamente diferenciados:

 

Palencia era un núcleo esencialmente manufacturero;14 Madrid constituía, ante todo, un centro administrativo y de consumo, si bien su perfil comercial y financiero tendió a robustecerse en la segunda mitad del siglo XVIII;15 por último, Sevilla, aunque perdió el monopolio del comercio con las colonias americanas en 1717, siguió siendo un importante núcleo mercantil, si bien sin el brillo y el dinamismo que habían caracterizado a dicha urbe hasta la peste de mediados del seiscientos.16

Dos palabras acerca de la evolución general de la economía española en el periodo que abarca esta investigación. Las últimas décadas del siglo XVII y el XVIII fueron para aquella un periodo de expansión. Sin embargo, los resultados económicos fueron, en ese intervalo, bastante más satisfactorios en las áreas litorales, especialmente en las mediterráneas, que en las interiores. En las primeras, los máximos demográficos y productivos de finales del siglo XVI o de comienzos del XVII ya se habían recobrado antes de 1700, el crecimiento económico fue relativamente importante en el setecientos, la tasa de urbanización aumentó de un modo notable, la expansión agraria tuvo en buena medida un carácter intensivo y las actividades no agrarias progresaron incentivadas por el crecimiento en los tráficos internos y externos. Por el contrario, en el interior los máximos demográficos y productivos de las postrimerías del quinientos o de los albores del seiscientos no se recobraron hasta bien avanzado el setecientos, el crecimiento económico en el siglo XVIII fue débil y tuvo un carácter principalmente rural, la expansión agraria se basó casi en exclusiva en la extensión de los cultivos y la industria y el comercio registraron progresos muy modestos.17 Pese a estar rodeado de áreas escasamente dinámicas, los niveles de consumo y las actividades comerciales y financieras, como se comentará después, crecieron notablemente en Madrid en el transcurso de la segunda mitad del siglo XVIII.

Tras esta introducción, el trabajo se estructura del siguiente modo: en el segundo apartado se describen las fuentes y la metodología; en el tercero se proporciona una sucinta información acerca de la evolución demográfica y económica de las urbes de la muestra en las últimas décadas del siglo XVII y en el XVIII; en el cuarto se presentan, comentan y analizan los índices de precios de Madrid, Sevilla y Palencia; en el quinto se compara el comportamiento de estos con el de los de otras ciudades españolas y europeas, y en el sexto se ofrecen unas breves conclusiones.

 

Fuentes y métodos

La calidad de los índices de precios locales construidos por los historiadores depende de varios factores. En primer lugar, de nuestro conocimiento acerca de la composición del consumo familiar y de sus cambios en el transcurso del lapso objeto de análisis. En segundo lugar, de la disponibilidad de registros de precios de los bienes y servicios integrantes de la cesta de la compra, sobre todo de los que tenían un mayor peso en esta última. En tercer lugar, del tamaño de las lagunas informativas, especialmente del de las principales partidas del consumo familiar. En cuarto lugar, de las posibilidades de elaborar series de precios al por menor. En quinto lugar, de la existencia de suficientes registros distribuidos por todo el año en los casos de los bienes cuyos precios presentaban grados significativos de estacionalidad. Y en sexto lugar, de la adecuación de los métodos estadísticos empleados para interpolar los huecos de cierta entidad de las series de precios, sobre todo en las de los bienes y servicios con mayor participación en la canasta de la compra.

En el mejor de los casos, únicamente disponemos de una información escasa y fragmentaria acerca de la composición del consumo en las ciudades de la España moderna.18 Afortunadamente, contamos con datos de cantidades y precios del pan, vino, aceite, frutas, verduras, legumbres, azúcar, cacao, carne de vaca, carne de carnero, carne de cerdo, pescado, huevos, sal, carbón y jabón que entraban anualmente en Madrid a finales del siglo XVIII.19 Ello nos aporta una base documental bastante sólida para aproximarnos a dos de los principales componentes de la canasta de la compra de los madrileños en ese periodo: el combustible y la iluminación y, sobre todo, la alimentación. Teniendo en cuenta los datos anteriormente señalados sobre la estructura del gasto de los madrileños, otras informaciones cualitativas y cuantitativas parciales sobre el consumo en la capital de la monarquía hispánica20 y las indicaciones de la historiografía europea y española reciente sobre el tema,21 hemos estimado la canasta de la compra de los madrileños. La aquí utilizada presenta algunas novedades con respecto a las empleadas en otras monografías similares sobre ciudades de la corona de Castilla en la Edad Moderna: la alimentación representa 70%, el vestido y el calzado 10%, los combustibles y la iluminación 6%, la vivienda 12.5% y "otros bienes" 1.5%. Y ello supone reducir el peso de la alimentación, incrementar el del vestido y el calzado22 e incorporar la vivienda a la canasta de la compra.23 Además, la estructura del gasto alimentario aquí utilizada se diferencia notablemente de las empleadas en otros trabajos sobre el costo de la vida en ciudades de la España moderna.24 En este ámbito, tres son los principales cambios: el menor peso otorgado al pan (en dichas monografías en vez de este se usó el trigo), el mayor peso concedido a la carne y la inclusión de un mayor número de alimentos.25 Con respecto a las dos primeras, los trabajos de José U. Bernardos sobre el consumo en las ciudades castellanas del antiguo régimen apuntan de manera clara a que la importancia relativa del pan y la carne en los presupuestos familiares era menor y mayor, respectivamente, del que le hemos atribuido. Ello no es óbice para que el peso de los cereales panificables en la dieta urbana tendiera a aumentar en el siglo XVIII26 debido al acusado descenso de la capacidad adquisitiva de la mayor parte de los asalariados.27 Por otro lado, el número relativamente alto de partidas del componente alimentación obedece a dos motivos: al convencimiento de que el consumo urbano era más variado de lo que a menudo se ha sugerido, aunque sólo ciertos grupos sociales podían adquirir cantidades significativas de determinados bienes;28 y a que hemos podido, en los casos de Madrid y Sevilla, formar series homogéneas de precios completas o casi completas de bastantes alimentos.

La canasta de la compra que hemos elaborado para Madrid consta de 33 bienes y servicios, 24 corresponden al grupo de alimentación, cinco al de vestido y calzado, dos al de combustibles e iluminación, uno al de vivienda y uno al de "otros bienes". Hemos empleado las mismas ponderaciones para todo el periodo objeto de estudio (véase el cuadro 1). Tres razones nos han inducido a ello: no contamos con información precisa sobre la evolución de la estructura del consumo privado en el Madrid del siglo XVIII, nuestro trabajo sólo abarca 120 años y no hay indicios de que la composición de los presupuestos de la mayor parte de las familias residentes en la capital de la monarquía hispánica registrase cambios drásticos en el setecientos.29

A diferencia de Madrid, carecemos de estudios sobre la composición del consumo privado en la Sevilla y en la Palencia del siglo XVIII.30 La canasta de la compra madrileña ha sido el punto de partida para construir las correspondientes a las dos urbes citadas anteriormente. Los cambios introducidos en las partidas integrantes de los distintos componentes de los índices y en las ponderaciones han respondido a dos cuestiones de índole diferente: en primer lugar, a la disponibilidad, o no, de fuentes para construir series homogéneas sin huecos o prácticamente sin huecos de los diversos bienes; y en segundo lugar, a las informaciones reunidas acerca del mayor o menor peso de determinados productos en los presupuestos de las familias sevillanas o palentinas con respecto al que tales bienes tenían en el gasto de las familias madrileñas. En la canasta de la compra de Sevilla hemos otorgado una mayor importancia relativa al pescado y al aceite, mientras que en la de Palencia hemos incrementado el peso de los combustibles31 y hemos reducido el de la vivienda.32 El índice del costo de la vida de Sevilla está integrado por 26 bienes y servicios: 19 del subíndice de alimentación, tres del de vestido y calzado, dos del de combustibles e iluminación, uno del de vivienda y uno del de "otros bienes". El de Palencia consta de 24: doce del subíndice de alimentación, cinco del de vestido y calzado, dos del de combustibles e iluminación, uno del de vivienda33 y cuatro del de "otros bienes". En Palencia, la falta de registros completos sobre los precios del pan nos ha forzado a sustituir dicho producto por el trigo y el centeno (este último con una ponderación muy pequeña) en la canasta de la compra.

Casi todas las series de precios empleadas en este trabajo proceden de libros de cuentas de diversas instituciones benéficas. En el caso de Madrid se han construido con los registros del Colegio de Santa Isabel, de la Santa Hermandad de El Refugio y de la Inclusa de dicha urbe;34 en el de Sevilla con los del Hospital de Santa Marta, del Hospital de la Sangre y del Colegio de San Isidoro;35 y en el de Palencia con los del Hospital de San Antolín y San Bernabé.36 Hemos procurado construir series de precios para todos los principales bienes y servicios integrantes de la canasta de la compra de las familias de las urbes castellanas del periodo objeto de estudio. No siempre hemos alcanzado ese propósito, ya que en algunas ocasiones los registros no tenían la continuidad o la homogeneidad suficiente para formar series de alta calidad. En el caso de Madrid, nos habría gustado incluir la carne de vaca, mayor variedad de pescados, alguna verdura más significativa, la leña y más productos manufacturados; en el de Sevilla, habría sido conveniente disponer de registros completos y homogéneos de precios de la carne de vaca, de varias verduras y hortalizas, de especias, de paño, de lienzo, de leña y de otros productos manufacturados; por último, las carencias aún son mayores en el caso de Palencia: no hemos podido formar series de precios del pan, de garbanzos, de tocino, de vino, de verduras y hortalizas, de zapatos y de leña. No obstante, consideramos que la calidad de las series de precios construidas y el hecho de que las cestas de la compra aquí empleadas representen porcentajes de los presupuestos familiares no inferiores, probablemente, al 80%, otorgan suficiente solidez a nuestros índices del costo de la vida, sobre todo a los de Madrid y Sevilla, urbes que, por su tamaño, contaban con bastantes más instituciones benéficas que la relativamente pequeña ciudad de Palencia.

Las series de precios de Madrid y Sevilla carecen de registros no observados o su número es bastante reducido. Las pequeñas lagunas, tanto en las de la primera como en las de la segunda, se han cubierto mediante interpolaciones lineales. Los problemas suscitados por los huecos documentales en la construcción de las series palentinas son de mayor envergadura. El principal radica en que no se han conservado los libros de gasto ordinario y extraordinario del Hospital de San Antolín y San Bernabé del periodo 1715–1750. Esta laguna afecta a los siguientes productos: gallinas, carne de vaca, huevos, camuesas, sal, vinagre, azafrán, algodón hilado, escobas, escudillas y jabón.37 Estos bienes suponían 27% del gasto en alimentación, 5% del gasto en vestido y calzado y 40% del gasto en "otros bienes". En el conjunto de la canasta de la compra representaban 20%. Al ser este periodo sin observaciones muy prolongado, hemos decidido no interpolar tales registros y construir el índice del costo de la vida de la fase 1715–1750 sólo con los precios de los otros bienes y servicios no afectados por esta laguna informativa. Además, varias series palentinas presentan huecos de cierta importancia en las dos últimas décadas del siglo XVIII, sobre todo en la última. Dada la magnitud de los registros no observados en este periodo, hemos llevado a cabo la interpolación mediante el uso de algoritmos y modelos de espacio de los estados que, utilizan toda la información de las series que tienen huecos más la de las series completas (sin huecos). Esta técnica permite rellenar óptimamente los registros no observados sin recurrir a interpolaciones ad hoc.

En los casos de Sevilla y Palencia, los índices del costo de la vivienda se han podido construir con los alquileres de los mismos inmuebles en todo el periodo objeto de estudio: con 20 pertenecientes al cabildo de la catedral de Sevilla y con 26 propiedad del Hospital de San Antolín y San Bernabé de Palencia. En el de Madrid no ha sido posible emplear la misma muestra para todo el lapso temporal que cubre esta investigación. Aquella se inicia con sólo cinco inmuebles en la década de 1680 y va aumentando paulatinamente hasta alcanzar los 28 en las postrimerías del siglo XVIII. Las muestras utilizadas de fincas urbanas para elaborar el índice de costo de la vivienda en Madrid son demasiado pequeñas, sobre todo las empleadas en los cálculos correspondientes a las dos últimas décadas del siglo XVII y a los primeros años del XVIII. De modo que tal índice tiene un carácter provisional en espera de que nuevas monografías consigan reunir una base documental más amplia y representativa.

En este trabajo hemos utilizado precios de varias instituciones benéficas. Ahora bien, los registros de muchos de los productos con mayor peso en los índices del costo de la vida proceden de compras diarias efectuadas por los hospitales o colegios cuyos libros de contabilidad han constituido el soporte documental de esta investigación. Eso ocurre en Madrid con el pan, la carne de carnero, los huevos, la leche y las especias; en Sevilla con el pan, el arroz, la carne de carnero, el bacalao, el cazón, los peros, la leche y los huevos; y en Palencia con la carne y los huevos. Los precios de todos esos productos pueden ser considerados precios al por menor. En el caso de Palencia, aunque las compras no fuesen diarias, hemos constatado que los precios registrados en los libros de cuentas del Hospital de San Antolín y San Bernabé no se diferencian apenas de los precios de mercado. Por otro lado, en los últimos años han aparecido algunos trabajos que sostienen que el uso de precios institucionales, cuando estos aparecen registrados sistemáticamente y con alta frecuencia, constituye una opción que no se aleja mucho de la alternativa óptima.38

En unos pocos productos, los registros de precios no son completamente homogéneos: unas veces reflejan compras al por menor y otras al por mayor. Eso acontece, por ejemplo, con las lentejas en Sevilla y con el vino, las judías, el tocino y el pescado en Madrid. En esos casos, la homogeneización se ha llevado a cabo mediante el siguiente procedimiento: 1) de acuerdo con la abundancia relativa de un tipo de registros o de otro, se ha optado por presentar los precios al por menor o al por mayor; 2) hemos calculado el diferencial medio anual entre los precios de compra al por menor y al por mayor; y 3) aquel ha sido aplicado a los registros anuales necesarios para lograr la completa homogeneidad de la correspondiente serie de precios.

Para la construcción de los índices de costo de la vida hemos elaborado series de periodicidad anual. Cuando los registros eran diarios, los valores anuales proceden de las medias mensuales de todo el año, que, a su vez, han sido calculadas a partir de las observaciones de cada día, o de medias de cuatro meses (enero, abril, julio y octubre). En los demás casos, los precios anuales se han construido con las cifras de valores y cantidades correspondientes a las compraventas del ejercicio en cuestión. En un elevado porcentaje de productos con registros de baja frecuencia, los precios pocas veces variaban en el transcurso de un mismo año; de modo que una única observación anual puede ser en estos casos plenamente representativa.

Por último, hemos procurado que todos los productos integrantes de las canastas de la compra sean homogéneos a escala de cada localidad. Consideramos que ese objetivo se ha alcanzado, si bien no plenamente. En este ámbito, es probable que el mayor problema radique en el pan. Nominalmente, el de Madrid era de dos libras y el de Sevilla de tres, pero sabemos que los panaderos de la inmensa mayoría de ciudades europeas, también de las españolas, disminuían el peso de las piezas que cocían cuando las autoridades municipales autorizaban aumentos del precio del pan netamente inferiores a los incrementos que estaban registrando los precios del trigo o del centeno.39

Una vez construidos los índices y subíndices del costo de la vida de las ciudades de Madrid, Sevilla y Palencia, hemos empleado distintos instrumentos econométricos de series temporales para tratar de averiguar el grado de interrelación entre los movimientos de los precios en dichas urbes y para medir las intensidades de las fluctuaciones interanuales de los referidos índices.

En un primer paso, hemos llevado a cabo un análisis de cointegración (Engle y Granger, 1987) utilizando los algoritmos propuestos en García–Hiernaux et al. (2007). Estos no sólo nos permiten saber si existe una tendencia común entre las series analizadas, sino que también nos devuelven una estimación de su relación de equilibrio a largo plazo. En un segundo paso, hemos profundizado en el concepto de cointegración, no sólo contrastando la existencia de tendencias comunes, sino también la de otras características de los datos, como pueden ser los ciclos. Todo esto se ha desarrollado a partir de la relación de equilibrio a largo plazo estimada en la fase anterior. A continuación, hemos empleado también como herramienta de identificación de interrelación los Coeficientes de Correlación Contemporánea (CCC) muéstrales entre las tasas de variación de las series. Finalmente, hemos realizado un estudio sobre la volatilidad, tanto de las tasas de variación de las series originales como de la relación de equilibrio a largo plazo.

 

Palencia, Madrid y Sevilla en el siglo XVIII

La mayoría de las ciudades de la corona de Castilla registraron una profunda crisis en los últimos años del quinientos y en la primera mitad del seiscientos y una lenta y difícil recuperación en el siglo y medio siguiente. De hecho, la tasa de urbanización de ese territorio no sé incrementó entre 1591 y 1787.40 La trayectoria demográfica y económica de Palencia se ajustó bastante bien a las líneas generales del modeló apuntado anteriormente. Dicha pequeña urbe de la meseta septentrional se había convertido en uno de los principales centros productores de tejidos de lana de Castilla en la segunda mitad del siglo XV. Palencia conservaría esa especialización manufacturera durante toda la Edad Moderna, pero la recesión en la actividad textil fue muy intensa y prolongada en el seiscientos. La auténtica recuperación en este sector no se inició hasta después de la guerra de Sucesión. En la segunda mitad del siglo XVIII se superaron, probablemente, los niveles de producción de las postrimerías del XVI, pero hacia 1787 la población palentina apenas era entre 10 y 15% superior a la de 1587.41

Madrid y Sevilla encajan mal dentro del modelo evolutivo predominante en las ciudades de la Castilla del antiguo régimen. Madrid, aunque no de manera ininterrumpida, creció con fuerza entre 1561, fecha en que dicha villa se convirtió en capital de la monarquía hispánica, y 1630, momento en el que, probablemente, rebasaba los 130 000 habitantes. Desde entonces, y hasta la década de 1740, Madrid atravesó un largo periodo de atonía y estancamiento demográfico y económico. Poco antes de mediados del setecientos la población y la economía madrileñas entraron en una fase expansiva que se prolongó hasta comienzos del siglo XIX. En 1787, la capital de la monarquía hispánica reunía 190 000 habitantes.42 Ese impulso demográfico fue acompañado de cierto cambio económico: Madrid seguía siendo, ante todo, un gran centro político, administrativo y de consumo, pero las actividades manufactureras y, sobre todo, las comerciales y financieras cobraron mayor protagonismo en la segunda mitad del siglo XVIII.43 En cualquier caso, el dinamismo de Madrid en absoluto era comparable con el que registraban entonces muchas de las urbes europeas de la fachada atlántica: la capital de la monarquía hispánica estaba rodeada de un entorno económico bastante pobre y de extensos territorios cuyos productos internos brutos crecían a unas tasas bastante modestas.

La peste de mediados del siglo XVII marcó una importante fractura en la evolución demográfica y económica de la ciudad de Sevilla. Esta, que había llegado a superar los 120 000 habitantes a finales del quinientos, sólo contaba con unos 65 000 en 1650.44 La recuperación posterior sería lenta, vacilante y muy incompleta. En 1787, Sevilla apenas superaba los 80 000 habitantes. Dicha urbe había dejado de ser, desde hacía bastantes décadas, un gran centro comercial y financiero de proyección internacional para convertirse en una ciudad estancada y cansina con cierto aire de capital regional.45 Desde 1680 Cádiz venía siendo la cabecera real del monopolio del comercio con las colonias americanas. En 1717 la ordenación legal se ajustó a la realidad con el traslado desde Sevilla a dicha urbe atlántica de la Casa de Contratación y del Consulado.46

En definitiva, las tres ciudades de la muestra presentan trayectorias económicas distintas en el setecientos: el crecimiento de Palencia fue modesto; el de Madrid algo mayor, pero circunscrito únicamente a las seis últimas décadas de la centuria; en tanto que Sevilla no consiguió recobrar el esplendor demográfico y económico que había tenido hasta poco antes de mediados del siglo XVII.

 

El costo de la vida aumenta menos en Madrid que en Sevilla y Palencia

En los cuadros A, B y C del apéndice estadístico y en la gráfica 1 se presentan los índices del costo de la vida en Madrid, Sevilla y Palencia. Como puede apreciarse en ellos, los precios en las tres ciudades de la muestra se comportaron de una manera bastante similar. Después de la deflación que tuvo lugar tras la adopción de las medidas de estabilización monetaria de 1680 y de 1685,47 la evolución de los precios en vellón en las ciudades castellanas, hasta finales del siglo XVIII, puede dividirse en dos grandes periodos: el primero, que se prolongó hasta aproximadamente a mediados del setecientos, de estabilidad en el largo plazo48 y el segundo, que cubre la segunda mitad de dicha centuria, de marcada tendencia alcista.

El análisis econométrico refrenda la similitud de las tres series de precios que sugiere la mera contemplación visual de la representación gráfica de las mismas: todas ellas comparten tendencia y ciclo común y presentan un grado significativo de relación lineal entre sus tasas logarítmicas de variación. No obstante, en la evolución de los índices del costo de la vida se observan ciertas diferencias que no conviene pasar por alto. Como ponen de manifiesto los cuadros 2 y 3, en Madrid los precios fueron bastante menos inestables que en Sevilla y Palencia49 y, además, el movimiento alcista de la segunda mitad del siglo XVIII fue un poco más suave que en las otras dos urbes de la corona de Castilla. Evitar motines de subsistencia en la corte constituyó una prioridad para los monarcas españoles;50 de ahí que el abastecimiento de víveres de Madrid, especialmente el de trigo y harina, recibiese apoyo institucional, político y financiero: el llamado "pan" y "trigo" de registro suponía, a la postre, una transferencia de rentas desde los productores agrarios de las áreas rurales circundantes a la corte hacia los consumidores de esta;51 las actuaciones de los corregidores y, a veces, de los obispos fueron clave para que los comisionados y agentes del pósito de Madrid, en los años de escasez, lograsen adquirir trigo a precio de tasa en áreas castellanas bastante alejadas de dicha urbe, mientras que los comisionados y agentes de los pósitos de otras ciudades tenían muchas más dificultades para cumplir con su cometido en tales circunstancias;52 y, por último, las subvenciones públicas al pósito de Madrid, sobre todo en las últimas décadas del siglo XVIII y en los primeros años del XIX.53

Si en ese periodo el apoyo financiero del ayuntamiento y de la Real Hacienda al pósito de la capital de la monarquía hubiese sido el mismo todos los años, las subvenciones habrían abaratado el pan de los madrileños en algo más del 8%. Si, como parece más lógico, los subsidios se hubieran concentrado en los años de escasez, dicho porcentaje habría sido más elevado en tales momentos de carestía, superando el 25% en el supuesto de que los fondos dedicados a reducir el precio del pan sólo hubiesen sido librados en los años en los que el precio del trigo en Madrid aumentó por encima del 20%. Teniendo en cuenta el peso del pan o del trigo en las canastas de la compra, no puede resultar extraño, por consiguiente, que en Madrid las tensiones inflacionistas fuesen algo más moderadas en la segunda mitad del siglo XVIII54 y que la intensidad de las fluctuaciones interanuales del costo de la vida resultase, en todas las fases del periodo objeto de estudio, inferior a la registrada en Sevilla o Palencia. Por otro lado, buena parte de los restantes abastos básicos (carne, carbón, tocino, aceite, jabón y velas de sebo) estuvo gestionada en Madrid por instituciones públicas de forma prácticamente ininterrumpida a partir de 1743, por la Junta de Abastos, primero, y por el Ayuntamiento, más tarde. Debido al deseo de las autoridades de evitar fuertes ascensos de los precios de tales productos, dichas instituciones registraban pérdidas cuantiosas en el abasto madrileño en los años de carestía (los superávit, cuando se registraban, eran de escasa entidad). Así, por ejemplo, en la gestión de los abastos madrileños los costos superaron a los ingresos en 4 300 000 reales en 1795, en 16 000 000 en 1796 y en 13 000 000 en 1797.55 Por consiguiente, el modo en el que las instituciones públicas administraban el abasto de los madrileños entrañaba una subvención indirecta al consumo de carne, carbón, tocino, aceite, jabón y velas de sebo de los habitantes de dicha ciudad. La información disponible al respecto es fragmentaria, pero suficiente para demostrar que las subvenciones indirectas a la carne, carbón, tocino, aceite, jabón y velas de sebo consumidos por los madrileños en absoluto fueron insignificantes en las décadas finales del siglo XVIII.

En definitiva, nuestros índices evidencian la situación de cierto privilegio de los consumidores madrileños; quizás ello constituya uno de los factores que contribuyó al atractivo que la Corte ejerció sobre la población rural excedentaria de diversos territorios peninsulares.

Aunque la serie de Madrid sea la que presenta más rasgos peculiares, también resultan reseñables ciertas diferencias entre los índices del costo de la vida de Sevilla y Palencia: fue la ciudad de menor tamaño la que registró mayores tensiones inflacionistas en la segunda mitad del siglo XVIII y unas oscilaciones interanuales de los precios más intensas.56

Si los precios en vellón los transformamos en plata, los contrastes entre los índices del costo de la vida de las tres ciudades de la muestra se mantienen. Las únicas diferencias radican en que ahora la primera mitad del siglo XVIII aparece como un periodo deflacionista y la segunda como una época de tensiones inflacionistas más moderadas (véase el cuadro 2). Tales cambios obedecieron a los descensos del contenido en plata del maravedí que tuvieron lugar en diversas fechas de los últimos quince años del siglo XVII y del XVIII.57

El primer paso del estudio econométrico ha consistido en el análisis univariante de las series a fin de determinar las principales características de cada una de ellas. A continuación se han estudiado las relaciones existentes entre los tres índices de costo de la vida con el propósito de tratar de aproximarnos al grado de integración de los mercados de las ciudades objeto de estudio.

La gráfica 1 evidencia la no estacionariedad en media y en varianza de las series de precios. De ahí que estas hayan tenido que ser transformadas para su correcto análisis estadístico. Una transformación comúnmente utilizada y que resuelve esta falta de estacionariedad es la aplicación de logaritmos neperianos (log) y diferencias (∇):

donde Iti denota el índice de precios de la ciudad i, en el periodo t. Además, los subíndices p, m y s denotan, a su vez, a las ciudades de Palencia, Madrid y Sevilla, respectivamente. Esta transformación, además de tener una interpretación sencilla como la tasa de variación logarítmica del índice de precios, es adecuada en términos econométricos (véase Box y Jenkins, 1990). El cuadro 3 preséntalos principales estadísticos descriptivos de las series transformadas.

Además de lo ya señalado acerca de la intensidad de las fluctuaciones interanuales de los precios, el cuadro 3 permite extraer otras conclusiones de interés. En primer lugar, el promedio de las tasas de variación no es significativamente distinto de cero en ninguna de las series analizadas. En segundo lugar, los coeficientes de asimetría indican que los movimientos a la baja del costo de la vida fueron, en promedio, más intensos que los movimientos de signo contrario. En tercer lugar, el test de Jarque–Bera rechaza que los valores vengan generados por una distribución de probabilidad normal. Esto es así por la existencia de algunos incrementos o descensos excepcionales de los precios que serán tratados en el análisis como datos ausentes. En cuarto lugar, las correlaciones entre las tasas logarítmicas de variación de los precios de Madrid y las de los de Sevilla y Palencia se aproxima a +.4; en cambio, en el caso de los índices de Palencia y Sevilla, la correlación, si bien es positiva, no llega a .3. Ello sugiere que el mercado madrileño tenía una relación bastante intensa con los principales mercados urbanos de la corona de Castilla. Sin embargo, las correlaciones entre las tasas logarítmicas de variación de los precios del trigo en mercados de varias regiones, para diferentes fases del siglo XVIII, alcanzan en bastantes casos valores superiores a los que acabamos de mencionar.58 Es bastante verosímil que el mercado del trigo se hallase algo más integrado que los de la mayor parte de los otros productos integrantes de las distintas canastas de la compra de las familias urbanas.

En el cuadro 4 se detallan los resultados del estudio univariante de cada serie, llevado a cabo con una metodología estándar de análisis de series temporales (véase Box y Jenkins, 1990). Los modelos ARIMA(2.1) finales y sus principales estadísticos de diagnosis se presentan a continuación.

Las características fundamentales de los tres índices de precios son la existencia en cada uno de ellos de: 1) un componente tendencial, visible gráficamente en el movimiento alcista de la fase final de las series y en el análisis estadístico que evidencia la necesidad de tomar diferencias ∇, y 2) un componente cíclico amortiguado con una duración entre cuatro y cuatro años y medio.

En este punto, llevamos a cabo un análisis de cointegración para detectar la existencia de componentes comunes en las series. Para ello, utilizamos un método basado en espacio de los estados y descrito en García–Hiernaux et al. (2007). Este nos revela la existencia de una tendencia común en el logaritmo de las tres series analizadas y nos devuelve dos vectores de cointegración (1–1). Esto significa que el diferencial logarítmico de los precios entre Palencia o Madrid y Sevilla, definido como:

es estable a largo plazo. En la gráfica 2 se representa el perfil de los dos diferenciales que, como puede observarse, pierde la tendencia creciente de las series originales. No obstante, para confirmar esta hipótesis se realiza un nuevo análisis univariante de los diferenciales, cuyos resultados se muestran en el cuadro 5. De este último pueden extraerse las siguientes conclusiones. En primer lugar, Palencia y Sevilla presentan niveles relativamente similares, pues su diferencia logarítmica está centrada en cero. En cambio, la constante negativa en el diferencial Madrid–Sevilla indica que el índice de precios fue sistemáticamente mayor en Sevilla. En segundo lugar, al analizar los diferenciales no sólo desaparece la tendencia, sino también el componente cíclico de las series. Esto implica la existencia de una tendencia y un ciclo común para los tres índices de precios. Por último, la estimación del coeficiente autorregresivo no es excesivamente alta, confirmando la estacionariedad en media de ambos diferenciales y, por tanto, la cointegración entre los índices de precios.

El último paso consiste en estudiar las desviaciones a corto plazo de la relación extraída entre los índices de precios de las tres ciudades. Esta cuestión puede tener un notable interés, ya que una disminución sistemática de la volatilidad a lo largo de la muestra implicaría un progresivo incremento del grado de integración de los mercados. Para medir este fenómeno utilizamos la desviación típica muestra! calculada en una ventana móvil de 20 años. La gráfica 3 muestra este estadístico recursivo obtenido a partir de los dos diferenciales. Como puede observarse, la evolución de las volatilidades muestra un descenso casi constante, con ciertos periodos de estabilidad, entre comienzos del siglo XVIII y finales de la década de 1760. En cambio, en las últimas décadas del setecientos la volatilidad creció con fuerza, hasta el punto de que casi se recobraron los máximos del periodo objeto de estudio. La evolución de esta variable apunta, por tanto, a que el grado de integración de los mercados urbanos castellanos tendió a aumentar después de la guerra de Sucesión, movimiento que tocaría techo en el tercer cuarto del setecientos. En cambio, en los últimos 25 años de dicha centuria se registró una significativa involución en los niveles de interrelación de los mercados de las ciudades de la corona de Castilla.

En conclusión, el análisis econométrico corrobora las similitudes entre las series de costo de la vida de Madrid, Sevilla y Palencia: las tres comparten tendencia y ciclo y las correlaciones entre las tasas logarítmicas de variación de los precios de dichas urbes son siempre positivas y en dos de los tres pares de localidades cercanas a 0.4. Sin embargo, otros indicios apuntan a que los mercados de las ciudades de la corona de Castilla, si bien mantenían grados de conexión no despreciables, estaban bastante lejos de la plena integración. De 1740/1748 a 1792/1800, los precios en Madrid crecieron 27.2 y 32.7% más despacio que en Sevilla y Palencia, respectivamente. Las contundentes medidas intervencionistas orientadas a proteger a los consumidores, sobre todo a los de la corte, seguían frenando la integración de los mercados; además, los elevados costos del transporte favorecían el mantenimiento de mercados compartimentados en los casos de bienes de relativamente escaso valor por unidad de peso o de volumen.59 Por otro lado, la evolución de la volatilidad de los diferenciales logarítmicos de los precios indica avances significativos en la integración de los mercados durante buena parte de los dos primeros tercios del siglo XVIII, pero también el desencadenamiento de una importante involución en este ámbito en el último cuarto de dicha centuria. En definitiva, el hecho de que las series de costo de la vida de Madrid, Sevilla y Palencia compartan tendencia y ciclo revela la cierta intensidad de transmisión de los movimientos de los precios dentro de la corona de Castilla, pero en absoluto de esas características comunes de las series cabe inferir que los mercados urbanos de dicho territorio se hallaban ya casi o completamente integrados en el siglo XVIII.

 

Los precios castellanos en el espejo europeo

Para comparar la trayectoria de los índices de costo de la vida de ciudades de la corona de Castilla con la de los de otras urbes españolas y europeas, hemos considerado conveniente emplear precios plata. Ello permite eliminar de las series los movimientos ocasionados por las manipulaciones monetarias, pero somos conscientes de que ello no resuelve todos los problemas que se plantean en este tipo de ejercicios comparativos, ya que la cotización de la plata registró variaciones en el espacio y en el tiempo. En caso de disponer de información completa sobre los términos de intercambio entre la plata y el oro, habríamos utilizado precios oro.

Vamos a comparar los índices de costo de la vida de Madrid, Sevilla y Palencia con los de Barcelona, Amsterdam, Londres, Milán, Estrasburgo y Viena. La mera observación de las gráficas de las series ya revela que las diferencias entre los movimientos de los precios en las ciudades de la corona de Castilla fueron bastante menos acusadas que las existentes entre los de estas y los de otras urbes españolas y europeas, impresión que, como tendremos ocasión de constatar, será refrendada por el análisis econométrico de los índices de costo de la vida.60

Los cuadros 2 y 6 ponen de relieve las distintas tendencias de los precios plata en España y en Europa: por un lado, entre la década de 1690 y la de 1740, en la primera el costo de la vida tendió a descender a tasas que oscilaron entre –0.48 y –0.80% y en la segunda se estancó (Amsterdam y Viena) o registró un movimiento descendente muy tenue (Milán y Londres);61 por otro lado, el alza de precios de la segunda mitad del siglo XVIII fue bastante más intensa en las ciudades españolas que en la mayor parte de urbes europeas.62 Sí comparamos los movimientos del costo de la vida en Barcelona y en las ciudades de la corona de Castilla, dos diferencias merecen ser reseñadas: el vigor del movimiento deflacionista en la Ciudad Condal en la primera mitad del setecientos y el fuerte encarecimiento del costo de la vida en esa urbe en la postrera década de dicha centuria. De lo señalado anteriormente se infiere que, en el siglo XVIII, las tendencias a largo plazo de los precios fueron más marcadas en las ciudades españolas que en las europeas.

Los estadísticos descriptivos de las series de las tasas logarítmicas de variación de los precios plata, que hemos reflejado en el cuadro D del apéndice estadístico, nos indican que ninguna de ellas tiene una media significativamente distinta de cero y que Madrid y Barcelona se hallaban entre las ciudades europeas en las que la volatilidad del índice del costo de la vida era menor. Ya nos hemos referido anteriormente a la intensa intervención pública en el abastecimiento de víveres en la capital de la monarquía hispánica; en cuanto a Barcelona, la clave fundamental de la relativa moderación de las fluctuaciones interanuales de los precios parece radicar en el desarrollo de la red comercial de dicha urbe en el setecientos, principalmente de las conexiones establecidas a través de su puerto.63 En cambio, Sevilla y, sobre todo, Palencia constituían, entre las ciudades de la muestra seleccionada, las urbes en las que la volatilidad de los precios alcanzaba cotas más elevadas.64 Es muy probable, pues, que, con excepción de Madrid y Barcelona, la mayor parte de ciudades españolas, sobre todo las interiores, registrasen fluctuaciones interanuales de los precios superiores a las experimentadas en la mayor parte de urbes de la Europa occidental. Sin duda, el elevado costo del transporte interior entrañaba en nuestro país una limitación importante para la integración de los mercados de bastantes productos.65

El análisis de correlaciones (véase el cuadro E del apéndice estadístico) de las tasas logarítmicas de variación de los precios apunta a que las interrelaciones entre los mercados de las ciudades de la corona de Castilla y el de Barcelona y el de otras urbes europeas no eran demasiado intensas. De los 18 coeficientes, ninguno era superior a +.3 y sólo tres eran significativamente distintos de cero (Madrid–Estrasburgo, +.191; Palencia–Barcelona, +.185 y Sevilla–Estrasburgo, +.274).

El análisis univariante de las series de las tasas logarítmicas de variación de los precios revela comportamientos relativamente similares de algunas de ellas. En efecto, el modelo ARIMA identificado para las series de Amsterdam, Londres, Milán y Estrasburgo coincide con el de las de Madrid, Sevilla y Palencia. Aunque el valor de los parámetros a veces difiere, el análisis econométrico confirma que estas nuevas series también presentan una tendencia creciente y un componente cíclico con un periodo de entre cuatro y cuatro años y medio (véase el cuadro F del apéndice estadístico). En las series transformadas de Barcelona y Viena también aparece la tendencia creciente, pero no hay evidencia de ninguna otra estructura identificable.

El estudio de cointegración y comovimiento entre las series de precios de las ciudades de la corona de Castilla y las de las otras urbes nos ha inducido a dividir estas últimas en tres grupos. El primero de ellos, formado por Milán y Estrasburgo, se caracteriza por compartir tendencia y ciclo con las ciudades de la corona de Castilla. El segundo, integrado por Barcelona y Viena, sólo comparte tendencia. El tercero, compuesto por Amsterdam y Londres, no tiene tendencia común con las urbes de las ciudades de la corona de Castilla, pero el ciclo de esas dos urbes de la Europa noroccidental difiere: la primera comparte dicho componente con Madrid, Sevilla y Palencia, y la segunda no.

Conviene tener presente que en el análisis de cointegración el coeficiente autorregresivo de orden uno, estimado en los diferenciales de los índices de costo de la vida, desempeña un importante papel. En los casos en los que hemos determinado que existe cointegración entre los precios palentinos y los de otras urbes de fuera de la corona de Castilla, este coeficiente es sensiblemente mayor al equivalente en el estudio llevado a cabo únicamente entre las series de Madrid, Sevilla y Palencia (véase el cuadro G del apéndice estadístico66). Ello constituye un argumento más a la hora de evidenciar que el grado de integración entre los mercados en el seno de la corona de Castilla era bastante mayor que el existente entre estos últimos y otros mercados situados fuera del dicho territorio. Ahora bien, cabe introducir un pequeño matiz: las correlaciones y el estudio de cointegración y de comovimiento de los precios apuntan a que las conexiones de los mercados castellanos eran mayores con Estrasburgo y Milán que con Londres, Amsterdam o Viena.

Cuatro conclusiones se derivan del análisis comparativo de la evolución de los índices del costo de la vida de diversas ciudades españolas y europeas: 1) en los años finales del siglo XVII y en el XVIII, los precios urbanos tuvieron movimientos a largo plazo más marcados en la corona de Castilla que en la Europa occidental; 2) la volatilidad del índice del costo de la vida no era en Madrid y Barcelona, aunque probablemente por razones diferentes, mayor que en las grandes urbes de la Europa occidental; 3) por el contrario, la intensidad de las fluctuaciones interanuales de los precios en las otras urbes españolas, sobre todo en las del interior, sí era relativamente elevada, y 4) la integración entre los mercados castellanos y los europeos era débil.67

 

Conclusiones

Entre 1680 y 1800, los índices de costo de la vida de Madrid, Sevilla y Palencia evolucionaron de forma bastante parecida. Los movimientos a largo plazo de los precios fueron los mismos en esas tres urbes: estancamiento entre los últimos años del siglo XVII y mediados del siglo XVIII y movimiento alcista en la segunda mitad del setecientos; además, las tres series de costo de la vida están cointegradas en tendencia y en ciclo. No obstante, la evolución de los precios en Madrid presenta dos importantes singularidades con respecto a la de las otras dos ciudades de la corona de Castilla: 1) las tensiones inflacionistas de las segunda mitad del siglo XVI fueron menos fuertes; y 2) las fluctuaciones interanuales del índice del costo de la vida alcanzaron un nivel de intensidad menor que las registradas en Sevilla y, sobre todo, en Palencia. La contundente intervención pública en el abastecimiento alimenticio de Madrid parece haber sido la clave fundamental de tales diferencias.

De la comparación de la trayectoria de los precios plata en las ciudades de la corona de Castilla y en Londres, Amsterdam, Estrasburgo, Milán y Viena se infiere: 1) que el costo de la vida descendió de forma más o bastante más acusada en Madrid, Sevilla y Palencia que en dichas urbes europeas en la primera mitad del siglo XVIII; 2) que las tensiones inflacionistas fueron más intensas en las ciudades castellanas que en las europeas después de 1750; 3) que Madrid y Barcelona formaban parte del grupo de ciudades europeas con fluctuaciones interanuales dé los precios más moderadas, pero en las restantes urbes de la España interior la volatilidad del índice del costo de la vida era bastante alta; 4) que las interrelaciones entre los mercados de las ciudades de la corona de Castilla y los de Estrasburgo, Milán, Londres, Amsterdam y Viena eran débiles, y 5) que el ciclo de cuatro años o de cuatro años y medio aparece en casi todos los modelos univariantes de las series de tasas logarítmicas de variación de los índices de precios de las urbes españolas y europeas.

 

 

Fuentes consultadas

Archivos

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Notas

*Este trabajo se ha beneficiado del financiamiento concedido al Proyecto de Investigación SEJ2005-05070/ECON del Ministerio de Educación y Ciencia.

1 Van Zanden, "What", 2005, pp. 175–176; Llopis y García, "Cost", 2007.

2 Para lo acontecido antes de la revolución industrial, véanse, por ejemplo, Van Zanden, "Wages", 1999, y "What", 2005; Alien, "Great", 2001; Ozmucur y Pamuk, "Real", 2002; Malanima, "Measuring", 2003, y "Age", 2006, y Broadberry y Gupta, "Early", 2006.

3 Van Zanden, "Wages", 1999, pp. 189–193; Ozmucur y Pamuk, "Real", 2002, pp. 304–306; Van Zanden, "What", 2005, pp. 178–181, y Hoffman et al., "Sketching", 2005, pp. 147–149 y 161–165.

4 El pan era el producto que adquiría la mayor parte de consumidores de las ciudades.

5 Que a menudo eran más variados de lo que tradicionalmente se ha señalado.

6 Feinstein, "Pessimism", 1998; Van Zanden, "What", 2005, pp. 175–176, y Hoffman et al, "Sketching", 2005, p. 139.

7 Sin ningún ánimo de exhaustividad, véanse Chartres, "Market", 1995; Chevet, "National", 1996; Chevet y O'Grada, "Market", 1999; Ejranaes y Persson, "Market", 2000; Gibson y Smout, "Regional", 1995; Llopis y Sotoca, "Antes", 2005; Persson, Grain, 1999, y Weir, "Markets", 1989.

8 Por ejemplo, en el trabajo de Özmucur y Pamuk, "Real", 2002, sobre el imperio otomano.

9 Gelabert, "Declive", 1990.

10 Hamilton, American, 1934, Money, 1936, y War, 1947.

11 El de Martín sobre los siglos XVI y XVII y el de Reher y Ballesteros sobre toda la Edad Moderna.

12 Hamilton sólo ha publicado los precios sevillanos hasta 1650. Por su parte, el índice de Moreno Lázaro para Palencia se inicia en 1750.

13 Por tamaño, Valencia era la segunda y Barcelona la tercera.

14 Hernández, Industria, 2007.

15 Llopis y García, "Cost", 2007.

16 Morales, Historia, 1989; Domínguez, Historia, 1984, y Aguilar, Historia, 1989.

17 Marcos, España, 2000; Llopis, "Expansión", 2002, y Ardit, Siglo, 2007, ofrecen síntesis relativamente recientes acerca de la evolución de la economía española en el siglo XVIII.

18 En cuanto al consumo rural, la base documental recopilada resulta aún más parca. Muchos trabajos sobre el periodo final del antiguo régimen han tomado como punto de referencia el estudio que García ("Jornales", 1970–1980), realizó sobre los presupuestos de las familias campesinas a mediados del siglo XIX. Por ejemplo, Miguel, Mundo, 2000, p. 174.

19 Bernardos, "Mercado", 1995, pp. 564–579.

20 Bernardos, "No", 1997, pp. 232–243.

21 Feinstein, "Pessimism", 1998; Alien, "Great", 2001; Hoffman et al., "Sketching", 2005; Van Zanden, "What", 2005, y Moreno, "Precios", 2006.

22 En los índices del costo de la vida de Martín, "Precios", 1992, y de Reher y Ballesteros, "Precios", 1993, para Castilla la Nueva, la alimentación entraña el 88.5% de los presupuestos familiares y el vestido y el calzado el 4 por ciento.

23 Hasta ahora la vivienda no había sido incluida en la canasta de la compra de las monografías sobre la evolución del costo de la vida en ciudades españolas del antiguo régimen. Moreno, "Precios", 2006, incorporó dicho componente en su estudio sobre los precios y los salarios en Falencia, pero su trabajo tiene a 1750 como límite temporal inferior.

24 Sólo la estructura propuesta por Feliu, "Aproximació", 2004, para la ciudad de Barcelona se aproxima bastante. El motivo estriba en que dicho autor utilizó, precisamente, los datos de consumo de Madrid de finales del siglo XVIII para estimar la canasta de la compra de los barceloneses. Feliu obtuvo las cifras de gasto madrileño no de la tesis de Bernardos, "No", 1997, sino de un trabajo inédito de Pascual, "Autoconsum", 2002.

25 La canastas de la compra de los índices de Martín, "Precios", 1992, y de Reher y Ballesteros, "Precios", 1993, integraban nueve productos alimenticios, mientras que la que hemos utilizado para la ciudad de Madrid incorpora 24.

26 En Madrid, el consumo por habitante de pan pasó de 445 gramos en 1630 a 571 en 1796. Simultáneamente, el consumo per cápita de carne en dicha urbe descendió desde los 106 gramos en 1630 hasta los 83 en 1796 (Bernardos, "Mercado", 1995, p. 232).

27 Llopis y García, "Cost", 2007.

28 La tesis tradicional acerca del peso abrumador del gasto alimentario no ha sido refutada, pero sí matizada; además, la variedad del consumo alimenticio parece haber sido algo mayor de lo que habitualmente se ha indicado (Bernardos, "Consumo", 2004, p. 273).

29 En Llopis y García, "Cost", 2007, se describen de manera más detallada las mentes y el método de elaboración del índice del costo de la vida de Madrid.

30 Sobre el abastecimiento en la Sevilla del quinientos, véase García–Baquero, Sevilla, 2006. Con respecto al consumo en Valladolid, ciudad próxima a Palencia, en los siglos XVI y XVII, véanse Bennassar, Valladolid, 1983, pp. 71–76, y Gutiérrez, Estudios, 1989, pp. 231–292.

31 El gasto en combustibles tenía una estrecha relación con el clima y las condiciones medioambientales (Malanima, "Measuring", 2003, pp. 73–76).

32 Suponemos, aunque aún no lo podemos demostrar, que la vivienda era más cara en Madrid o Sevilla que en Palencia.

33 Alberto Marcos ha tenido la gentileza de proporcionarnos la serie de los alquileres de las casas del Hospital de San Antolín y San Bernabé.

34 Archivo de Palacio de Madrid, Colegio de Santa Isabel, libros de gasto ordinario y extraordinario, legs. 26–49; Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, fondo de la Inclusa, legs. 10.324–10.333; Archivo de la Hermandad del Santo Refugio, Colegio de Niñas de la Hermandad del Santo Refugio, libros de cuentas, 1680–1800.

35 Archivo de la Diputación Provincial de Sevilla, Hospital de la Sangre, sección 3 (Contabilidad), libros de recibo y gastos, legs. 123–134; Archivo de la Catedral de Sevilla, sección v, serie 2, libros de rentas y gastos del Hospital de Santa Marta, libros 198–253 y 05.588–05.593; Archivo de la Catedral de Sevilla, sección V, serie 4, libros de cuentas del Colegio de San Isidoro, 05.647–05.773; Archivo de la Catedral de Sevilla, sección II, serie 6, libros de las casas, censos y heredades de la pitancería y el comunal del cabildo, libros IX y X, libros 1.496 y 1.497; libro de arrendamientos de casas, cortijos, tierras y heredades desde el año 1708, libro 1511.

36 Archivo de la Catedral de Palencia, Hospital de San Antolín y San Bernabé, libros de gasto ordinario y extraordinario, 1680–1800; libros de salarios, 1680–1800; libros de cobranza, 1680–1800.

37 Tampoco disponíamos de registros sobre el aceite para ese periodo, pero José Antonio Sebastián ha tenido la amabilidad de proporcionarnos los precios medios anuales a los que este producto fue adquirido por el monasterio de Sandoval, próximo a la ciudad de León (Archivo Histórico Nacional, Clero, libros de Caxa, libros 5.175–5.177).

38 Feinstein, "Pessimism", 1998, pp. 636–637. Los precios de compra de las instituciones benéficas pueden resultar inadecuados cuando aquellas suscribían ventajosos contratos de abastecimiento con determinados proveedores o lograban que sus suministradores les ofrecieran precios por debajo de los de mercado.

39 Persson, Grain, 1999.

40 Fortea, "Ciudades", 1995, y Pérez y Reher, "Población", 1997.

41 Sobre la economía palentina en los siglos XVI y XVII, véase Hernández, Industria, 2007.

42 Acerca de la trayectoria de la población de Madrid en el antiguo régimen, véase Carbajo, Población, 1987.

43 Ringrose, Madrid, 1985; Tedde, "Comerciantes", 1983, y "Bancos", 1990; Cruz, Notables, 2000, y Nieto, Artesanos, 2006.

44 Morales, Historia, 1989, p. 65, y Domínguez, Historia, 1984, p. 77.

45 Aguilar, Historia, 1989, pp. 103–112. Según Ringrose, Sevilla, en el siglo XVIII, compartía con Cádiz la vertebración del sistema urbano del valle del Guadalquivir (Ringrose, España, 1996, pp. 82–83).

46 Bernal, Financiación, 1993, pp. 296–297.

47 García de Paso, "Estabilización", 2000.

48 Esa estabilidad en el largo plazo fue acompañada de fuertes oscilaciones interanuales de los precios. Especialmente intensas fueron las de 1708–1710 y las de 1733–1736.

49 La intensidad de las fluctuaciones interanuales del costo de la vida, medida por la desviación típica de las tasas logarítmicas de variación de los precios, fue significativamente menor en Madrid que en Sevilla y Palencia tanto en el periodo 1680–1749 como en la fase 1750–1800.

50 Castro, Pan, 1987.

51 Los pueblos situados en un radio de 20 leguas en torno a Madrid estaban obligados a surtir anualmente a dicha urbe con determinados cupos de pan, los más próximos, o de trigo, los más lejanos; es lo que se conoce como "pan de registro". El cupo global a repartir llegó a superar las 1 000 fanegas diarias de pan en los años de malas cosechas. Los pueblos no se liberaron de esta carga hasta 1758 (ibid., pp. 194–195 y 207).

52 Es significativo que la tasa de granos, hasta su supresión en 1765, fuese más respetada en las tradicionales áreas en las que los comisionados y agentes del pósito de Madrid acopiaban trigo para dicha urbe (Llopis y Jerez, "Mercado", 2001, pp. 49–50). Sobre el pósito madrileño, véase Castro, Pan, 1987, pp. 237–295.

53 Concepción de Castro estima que las subvenciones públicas al pósito de Madrid ascendieron, entre 1785 y 1805, a un mínimo de 135 000 000 de reales (ibid., p. 266).

54 En esa época tuvo lugar un crecimiento y una renovación del comercio madrileño: el incremento del consumo propició la multiplicación de tiendas y mercados que tendieron a especializarse y a tener mayor capacidad (Nieto, Artesanos, 2006, p. 308). No obstante, desconocemos en qué medida estos cambios contribuyeron a moderar la inestabilidad y la tendencia alcista de los precios.

55 Bernardos, "No", 1997, pp. 495–505.

56 Los diferenciales de volatilidad fueron especialmente importantes después de 1750: entre 1680 y 1750, la desviación típica de las tasas logarítmicas de variación del índice del costo de la vida fiue de 12.025 en Palencia y de 11.352 en Sevilla; de 1750 a 1800, dicha variable registró el valor de 12.741 en la primera de dichas urbes y de 7.922 en la segunda. Es probable que una parte, aunque pequeña, de estos diferenciales obedezca al hecho de que la cesta de la compra empleada para Palencia es algo menos diversificada que la utilizada para Sevilla.

57 Hamilton, War, 1988, pp. 63,82 y 108.

58 Llopis y Sotoca, "Antes", 2005, p. 233.

59 Sobre la carestía del transporte terrestre en la España del siglo XVIII, véase Madrazo, Sistema, 1987.

60 Por razones de espacio no presentaremos aquí las series y las gráficas de los precios de las ciudades no castellanas.

61 En Estrasburgo los precios cayeron con más fuerza: a –0.38% entre 1690–1698 y 174 1748. En cualquier caso, este descenso fue menos vigoroso que el registrado por esa misma variable, durante dicho periodo, en Madrid, Sevilla, Palencia y Barcelona.

62 Sólo en Viena, entre 1740–1748 y 1784–1792, el incremento de precios fue similar al que experimentaron las urbes españolas.

63 Probablemente, el peso de las importaciones marítimas en el abastecimiento de alimentos a Barcelona aumentó de manera notable en el siglo XVIII.

64 Aunque no incluimos a Toledo en la muestra de ciudades, la volatilidad de los precios en dicha urbe castellana fue, en el periodo objeto de estudio en este trabajo, casi idéntica a la de los de Palencia.

65 Si comparamos zonas del interior, los precios de los granos, durante la era preferroviaria, eran bastante más volátiles en España que en Francia (Llopis y Sebastián, "Impulso", 2007).

66 En este epígrafe elegimos el índice de precios de Palencia como base para los diferenciales, ya que es el que genera un aspecto más estable de los mismos. En cualquier caso, estos diferenciales podrían calcularse con las series de Madrid o Sevilla, sin que los resultados sufrieran cambios significativos.

67 Ya sabíamos que la España interior se abastecía casi exclusivamente de alimentos producidos en territorio nacional; es más, también era pequeño el porcentaje de víveres que procedía de fuera del ámbito regional correspondiente.

 


Sobre los autores

Enrique Llopis Agelán
Catedrático de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad Complutense. Es especialista en historia económica de la España de los siglos XVII, XVIII y XIX.

Alfredo García–Hiernaux
Profesor visitante en el Departamento de Economía Cuantitativa de la Universidad Complutense de Madrid. Es especialista en econometría de series temporales.

Héctor García Montero
Investigador en formación del Departamento de Historia e Instituciones Económicas II de la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente finaliza su tesis doctoral, centrada en el análisis de la evolución de los niveles de vida en la España interior entre 1765 y 1936. Sus líneas de investigación se centran en el estudio de los niveles de vida y la demografía histórica.

Manuel González Mariscal
Profesor ayudante de la Universidad de Sevilla y doctorando en el programa de Historia Económica Moderna y Contemporánea de España de la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en historia económica de la España de los siglos XVI, XVII y XVIII.

Ricardo Hernández García
Profesor contratado; doctor en Historia e Instituciones Económicas en la Universidad de Valladolid y especialista en industria textil en el antiguo régimen.