Am. Lat. Hist. Econ., núm. 29, enero-junio, 2008, pp. 101-129. http://alhe.mora.edu.mx/index.php/ALH


Artículos

 

La temprana vitivinicultura en Uruguay: surgimiento y consolidación (1870-1930)*

 

Belén Baptista

 

Fecha de recepción: julio de 2007
Fecha de aceptación: agosto de 2007


 

Resumen

Este artículo analiza el surgimiento y consolidación de la vitivinicultura en Uruguay durante la primera etapa de crecimiento industrial del país, conocida como "industria temprana" (1870-1930). Los resultados indican que uno de los principales factores que determinó la evolución del sector en el periodo fue la invasión de filoxera, que exigió una profunda reconversión vitícola y una modernización técnica basada en el incremento de la productividad de la tierra. Este proceso permitió un importante crecimiento de la industria vinícola que, sin embargo, fue acompañado por un notable inmovilismo tecnológico en el proceso de elaboración. Finalmente, el trabajo muestra cómo el aumento en el volumen de elaboración combinado con una fuerte caída de las importaciones de vino, posibilitó un rápido proceso de sustitución de importaciones.

Palabras clave: Uruguay, viticultura, industria vinícola, cambio tecnológico, Filoxera.


 

Abstract

This paper analyzes the emergence and consolidation of the wine industry in Uruguay during the first stage of industrial growth of the country, more known as "early industry" (1870-1930). The results indicate that one of the main factors which determine the evolution of the sector in the period was the plague of phylloxera, which requires a deep viticultural transformation and a technique modernization based in the increase of the land productivity. This process permited an important growth of the wine industry which, however, was accompanied by a technological immobility in the elaboration process. Finally, the work shows how the increase in the national elaboration volume, together with a hard fallen of the wine imports, made possible a fast process of import substitution during the period.

Key words: Uruguay, viticulture, wine industry, technological change, Phylloxera.


 

La vitivinicultura con fines de producción comercial surgió, se difundió y se consolidó en Uruguay entre el último cuarto del siglo XIX y la tercera década del XX, periodo que coincide con la primera etapa de crecimiento industrial del país, más conocida como "industria temprana".1 Durante esos años el sector vitivinícola mostró una singular dinámica, que le permitió distinguirse del resto de los sectores de la economía por sus altas tasas de crecimiento y por su éxito en afianzarse en el mercado local y sustituir la producción extranjera.

El objetivo del presente trabajo es analizar el surgimiento y consolidación de la vitivinicultura en Uruguay durante el periodo de industrialización temprana, así como los principales factores que incidieron sobre dicho proceso. El trabajo se estructura en tres secciones, en la primera se presenta la evolución del sector en su fase agrícola, la segunda se centra en la fase industrial, mientras que en la tercera se analiza el comportamiento de las importaciones vinícolas y la dinámica de sustitución de importaciones durante la etapa en estudio.

 

Surgimiento y desarrollo de la viticultura en Uruguay

Antecedentes de la actividad en el país

Las primeras cepas llegaron a la Banda Oriental -junto con el olivo y el nogal- cuando se empezaron a establecer los primeros colonizadores españoles en el suroeste del territorio, desde mediados del siglo XVII. La revolución de independencia contra el dominio español y posteriormente las guerras contra el imperio de Brasil, generaron inestabilidad en el país, particularmente en el medio rural, situación que fue en desmedro de la actividad agrícola, que requería de población estable, cuidados permanentes, capacitación de la mano de obra y de un mercado interno integrado.2 Si bien la consagración del Estado independiente, desde 1828, abrió una década de relativa paz interna, esto se vio interrumpido por la Guerra Grande (1839-1851) y los posteriores levantamientos, pronunciamientos y revoluciones.

Fue recién a mediados de los setenta cuando el orden impuesto por el militarismo (1875-1886) dio fin a un largo periodo de enfrentamientos civiles, creando condiciones favorables para el desarrollo de la viticultura en el país. Según Teodoro Álvarez, a partir de la década de los setenta "se ensayaron con alguna seriedad los procedimientos para implantar una viticultura industrial con vides apropiadas al objeto, dotadas de la suficiente cantidad de glucosa, de bastante color, que dieron buenas fermentaciones y reunieron otras condiciones exigibles en la técnica vinícola".3

 

El auge inicial de la viticultura

El desarrollo de la viticultura en Uruguay estuvo fuertemente asociado a la cultura mediterránea, de la que los inmigrantes eran portadores. A mediados de la década de 1870 se fundaron en el país dos importantes viñedos donde se ensayaron, con muchos contratiempos, diferentes variedades de vid: el viñedo del vasco Pascual Harriague en San Antonio Chico (departamento de Salto); y la granja del catalán Francisco Vidiella en Colón (Montevideo). Luego de numerosos ensayos, en 1878 Vidiella logró adaptar la primera variedad de vid (de procedencia europea) al clima del país, y pocos años después Harriague hacía lo propio con una variedad importada de Concordia (Argentina).4

A partir del éxito alcanzado por los pioneros en la adaptación de diferentes variedades, la cantidad de viñedos se comenzó a multiplicar rápidamente, abriéndose una etapa de fuerte dinamismo que se mantendría hasta mediados de los noventa, cuando ya había en el país 750 establecimientos. Como se puede apreciar en el cuadro 1, entre 1874 y 1894 las tasas de crecimiento en el número de viñedos superaron el 38% anual, sufriendo una sensible pérdida de dinamismo durante la década siguiente.5 La superficie vitícola, por su parte, presentó una dinámica similar: creció a buen ritmo hasta 1898 e inició posteriormente una etapa de estancamiento que duraría hasta 1904.

En síntesis, tanto la evolución del número de establecimientos como de la extensión vitícola total indican un fuerte dinamismo en los inicios de la actividad en el país y un freno a partir de la segunda mitad de los noventa. Esta pérdida de dinamismo está relacionada con la aparición de un insecto plaga que atacó al viñedo uruguayo en esa década y que afectaría fuertemente el desarrollo de la actividad en el país: la filoxera.6

 

La crisis de la filoxera

La presencia de una invasión filoxérica en Uruguay se declaró oficialmente en 1893, cuando el viñedo tenía 2 883 hectáreas.7 Frente a la amenaza de una crisis ecológica, la asamblea se apresuró a dictar una ley destinada a combatir la enfermedad: la Ley Anti-Filoxérica (promulgada el 14 de julio de 1893), que obligó la destrucción de manchas filoxéricas, promovió la importación de vides americanas resistentes a la plaga y facultó al poder ejecutivo para establecer en el país viveros de estas plantas.

La catástrofe filoxérica ofreció sin dudas una oportunidad única para que el Estado pudiese ensayar una intervención en gran escala: el ejecutivo nombró rápidamente una comisión antifiloxérica y dictó oportunas disposiciones, en tanto que la asamblea comenzó a legislar con arreglo a los requerimientos del caso. Una de estas medidas fue la creación en 1895 de la Comisión Nacional de Viticultura, que haría efectivas un conjunto de disposiciones que apuntaban a combatir la enfermedad.

No obstante este paquete de medidas, la filoxera siguió haciendo estragos en casi todos los viñedos del país y se fue extendiendo en los años subsiguientes.8 Frente al avance de la plaga, los viticultores más progresistas se prepararon a la resistencia mediante el injerto sobre pie americano inmune, comenzando así una verdadera revolución ecológica que conduciría a una profunda transformación del sector en el país.

 

La reconversión filoxera

El proceso de reconversión que se inició en Uruguay como respuesta al ataque de la filoxera implicó la erradicación de plantas afectadas y su posterior sustitución por plantas injertadas sobre pie americano, razón por la cual es posible visualizar la temporalidad de dicho proceso a través de la evolución del número de cepas en producción (véase gráfica 1).

Como se puede apreciar en la gráfica, entre 1894 y 1898 se produjo una importante caída en el número de cepas (-9.5% anual), evolución que refleja tanto los daños ocasionados por la propia enfermedad como los efectos de las medidas adoptadas por el gobierno para combatirla (en particular la disposición de erradicar las plantas en los viñedos filoxerados y la reglamentación de la circulación de vides y sarmientos).

La documentación compulsada indica que se empezó a replantar casi inmediatamente, utilizándose para ello el injerto sobre pie americano (cepas Rupestris y Riparia). No obstante, la recuperación de la producción fue lenta en la medida en que las primeras plantas injertadas comenzaron a producir hacia finales del siglo XIX, y que el viñedo reconstituido daba inicialmente cosechas muy pequeñas. A partir de 1898 el número de cepas en producción retomó su senda de crecimiento, lo cual refleja la importancia que fue adquiriendo el proceso de replantación.

Una característica que define a la nueva viticultura surgida de la reconversión es su elevada productividad, que puede explicarse tanto por el propio cambio técnico que comportó la replantación -la vid injertada era sensiblemente más productiva que la de plantación directa-, como por la difusión y la adopción de fertilizantes orgánicos. La información estadística indica que entre 1898 y 1930 la productividad del viñedo uruguayo se triplicó, pasando de 2 000 a 6 000 kilogramos de uva por hectárea (véase gráfica 2).

La reconversión vitícola en Uruguay estuvo liderada por la gran propiedad, que contaba con capital suficiente para hacer frente a los altos costos de la reconversión, y acceso regular a la información cuando la técnica del injerto era prácticamente desconocida en el país.9 Estos "viticultores progresistas", muy poco numerosos, iniciaron la transformación de sus viñedos a principios de la década de los noventa.

Una vez rota la resistencia contra las plantas americanas -que fue la primera reacción de los viticultores ante la crisis filoxérica- aumentaron las iniciativas de replantación. Un factor clave para que el pequeño viticultor se sumara pronto al cambio, a pesar de los altos costos que este implicaba, fue la propia importancia del mismo: la replantación era cuestión de supervivencia. Sustituir las cepas se hacía apremiante para estos modestos viticultores en la medida en que los productos que iban a compensar la caída de la producción por efecto de la filoxera llegarían recién al cuarto o quinto año y urgía, por tanto, disponer de ellos. Se inició así, en los primeros años del siglo XX, una verdadera "carrera" hacia la reconversión, que la mayoría de los viticultores culminó en la primera mitad de la segunda década del siglo.

 

El ataque de las plagas y las adversidades climáticas

El análisis de los niveles de productividad vitícola durante el periodo en estudio, además de reflejar los efectos de la reconversión, permite constatar la ocurrencia de importantes fluctuaciones anuales a lo largo de todo el periodo, com se indica en la gráfica 2.

Las fluctuaciones en los niveles de productividad revelan que la viticultura uruguaya permaneció constantemente expuesta a continuos ataques de plagas agrícolas y a condiciones climáticas adversas. En efecto, además de la filoxera, los viticultores tuvieron que tropezar desde sus inicios con enfermedades criptogámicas tales como el oidium, laperonóspora o mildíu, la antracnosis y la purridie, que requirieron tratamientos antes desconocidos y encarecieron el cultivo de la vid.

A las enfermedades anteriormente mencionadas se le sumaron las continuas invasiones de langosta, que en el periodo hicieron sentir su acción de una manera sensible.10 Se tiene noticia de grandes mangas de langosta que invadieron el país en 1905, 1906, 1907, 1908, 1911, 1914, 1915 y 1916; los devastadores efectos de estos ataques sobre la productividad vitícola se pueden observar claramente en la gráfica 2. La productividad vitícola también experimentó bruscos descensos en los años 1919, 1921, 1926 y 1928 debido a condiciones climáticas adversas (heladas tardías y granizo) que provocaron sensibles pérdidas en la producción.11

 

La crisis por la adulteración de vinos

Otro factor que constituyó un freno al desarrollo de la viticultura en Uruguay fue el importante contingente de vino adulterado (o "vino artificial") que se comenzó a producir a finales del siglo XIX.12 Los caldos adulterados comenzaron a desplazar rápidamente al vino genuino y natural, tanto por su bajo precio como por el desconocimiento que la mayoría de los consumidores tenía acerca del origen y procedencia del vino. La creciente competencia del vino artificial fue vista con alarma por los productores vitícolas, quienes comenzaron a encontrar serias dificultades para colocar su producción.

En 1902 los diputados de la Comisión de Hacienda elaboraron y presentaron ante la Cámara un informe sobre el impuesto a los vinos artificiales y la reglamentación de los naturales. Ese mismo año el poder ejecutivo pidió a la asamblea la sanción de una ley vitivinícola con el fin de reprimir la adulteración del vino, iniciativa que se fundamentó en la fuerte caída de los ingresos fiscales provocada por el descenso de las importaciones vinícolas entre 1889 y 1900.

El 17 de julio de 1903 se promulgó la primera ley vitivinícola nacional, que creó un impuesto interno de consumo aplicable a los vinos comunes importados dependiendo de la graduación alcohólica y a los vinos artificiales elaborados internamente.13 Para efectos de hacer cumplir las disposiciones de dicha ley la asamblea creó, a su vez, la Oficina Central de Control, el Laboratorio Químico y cargos de inspectores en todo el país. No obstante, algunas de las disposiciones previstas en la ley de 1903 no pudieron cumplirse hasta la sanción de una nueva ley el 23 de enero de 1906, que decretó las zonas vitícolas del país y facultó al poder ejecutivo para que determinara todos los años, oyendo previamente al Laboratorio Químico, de la Dirección de Impuestos, las relaciones que deberían guardar entre sí los distintos componentes de los vinos para ser considerados naturales.

La ley vitivinícola de 1903 se constituyó rápidamente en un estímulo para la actividad vitícola en el país, como lo indica el fuerte incremento tanto del número como de la superficie de viñedos a partir de 1904. Sin embargo, con posterioridad a 1907, ambas variables regresaron a tasas de crecimiento similares o apenas superiores a las que existían antes de la promulgación de la ley, lo que indica que esta no logró constituir un impulso de largo plazo para el sector (véase cuadro 1).

La ley de 1903 motivó críticas acerbas por parte de viticultores, vinicultores, comerciantes y hasta del mismo personal administrativo que tuvo que hacerla cumplir. En 1925, un conjunto de artículos publicados en la prensa capitalina coincidió en señalar que se cometieron dos graves errores oficiales en su aplicación: no se realizaron controles de la cantidad de uva producida (lo que estaba previsto en los artículos 26 y 31 de dicha ley), ni se procedió al análisis de la composición de los vinos (artículo 11). El incumplimiento de estos controles posibilitó la alteración y estiramiento de los mostos por parte de los bodegueros así como su venta mediante la utilización de guías falsas, lo que terminaría provocando una crisis en la viticultura hacia mediados de la década de los veinte.14

El 20 de enero de 1926 se promulgó una nueva ley vitivinícola que refundó y amplió los decretos reglamentarios de las leyes de 1903 y de 1906, incorporando disposiciones para una mayor eficacia de las citadas leyes. Por la ley vitivinícola de 1926 se crearon inspecciones para verificar la exactitud de los cálculos de cosecha probable, que actuarían especialmente en el caso de los vitivinicultores y cuando la cantidad de uva declarada fuera mayor que la productividad estimada para la zona.

 

¿La recuperación del sector?

Hacia la segunda mitad de la década de los veinte la viticultura uruguaya comenzó a mostrar algunos signos de recuperación, lo que podría estar indicando que los nuevos controles previstos en la ley vitivinícola de 1926 tuvieron cierta eficacia en combatir las prácticas de adulteración.15 Esta recuperación se puede ver reflejada fundamentalmente por el ingreso de nuevos productores a la actividad (entre 1926 y 1930 el número de viticultores aumentó a una tasa de 7.4% anual). La superficie del viñedo, por su parte, ya había comenzado a adquirir fuerte dinamismo en los primeros años de la década de los veinte, creciendo a tasas de 6.5% anual entre 1922 y 1930 (véase cuadro 1).

Sobre el final del periodo estudiado (1930) Uruguay ya contaba con 4 964 viñedos distribuidos en una extensión vitícola total de 12 492 hectáreas, y más de 52 500 000 cepas que producían 78 415 toneladas de uva de unas 50 variedades de origen europeo.

 

Desarrollo de la industria vinícola nacional

El volumen de elaboración

Si bien la elaboración de vino en forma doméstica estaba difundida en Uruguay desde la época de la colonia, fue recién en las últimas dos décadas del siglo XIX que la misma se comenzó a realizar a escala industrial. En 1880 Francisco Vidiella anunció al país que había resuelto el problema de la implantación de la industria vinícola, y a partir de entonces comenzó la difusión de esta nueva actividad industrial, que hacia 1907 tenía 543 cultores.16

En la gráfica 3 se presenta la evolución del volumen de vino elaborado entre 1892 y 1930.17 Como se puede apreciar en dicha gráfica, esta variable experimentó sensibles fluctuaciones anuales, producto de las oscilaciones anteriormente señaladas de la producción vitícola.

Durante la mayor parte de la década de los noventa el volumen de elaboración de vinos en el país tuvo un ritmo de crecimiento sensiblemente inferior al experimentado por la superficie vitícola (mientras que la elaboración creció 3.6% anual entre 1892 y 1898, la extensión del viñedo lo hizo 5.6%). Esto se explica fundamentalmente por el desarrollo de la primera etapa del proceso de reconversión vitícola, que implicó una fuerte caída en el número de cepas en producción por hectárea.

A finales de los noventa, sin embargo, la industria vinícola nacional comenzó a adquirir gran dinamismo. Entre 1898 y 1911 el volumen de elaboración pasó de 33 513 a 147 360 hectolitros, lo que significó un crecimiento anual de 12%. Este alto ritmo de crecimiento fue posible tanto por el fuerte incremento de la productividad vitícola experimentado como consecuencia de la reconversión posfiloxera, como por el crecimiento de la superficie del viñedo, especialmente entre 1905 y 1907.

El fuerte dinamismo que caracterizó a la industria vinícola nacional en la primera década del siglo, se vio interrumpido en el lustro siguiente, durante el cual el volumen de elaboración detuvo su crecimiento e incluso presentó una tendencia recesiva. Esto se explica fundamentalmente por la caída de la productividad del viñedo durante los años de mayor incidencia de la langosta.

Hacia mediados de la segunda década del siglo se produjo un nuevo quiebre en la tendencia y el volumen de elaboración retomó la senda del crecimiento, en la que se mantendría hasta el final del periodo investigado (en 1930 se elaboraron en Uruguay 495 020 hectolitros de vino). Entre 1915 y 1920 el crecimiento de esta industria fue impulsado principalmente por el aumento en la productividad del viñedo; mientras que el incremento en la década de los veinte se explica fundamentalmente por la expansión de la superficie cultivada.

En total, entre 1892 y 1930 el crecimiento de la industria vinícola en Uruguay promedió 8.2% anual, prácticamente el doble del dinamismo alcanzado durante los mismos años por el sector manufacturero (4.3% anual) y la economía uruguaya en su conjunto (4% anual).18 El vertiginoso crecimiento de esta industria hizo que se destacara del resto de los sectores de la economía, y fuera considerada en la época como un verdadero símbolo de civilización y progreso. Seguidamente se analiza si el crecimiento cuantitativo de la industria vinícola uruguaya durante el periodo de industrialización temprana fue acompañado de un dinamismo tecnológico que le permitiera destacarse también por la calidad de su producción.

 

Las técnicas de elaboración y la calidad del vino

Los vinos elaborados en Uruguay durante el periodo en estudio provenían de un número muy reducido de cepas. En 1919 el enólogo italiano Arminio Galanti afirmaba que sólo cuatro variedades -las denominadas "Harriague" (Tannat), "Vidiella" (Folle Noir), "Borgoña" (Pinot Noir) y la variedad Cabernet Sauvignon- constituían más de 90% de los viñedos en el país, variedades que además no se distinguían precisamente por su calidad superior. Como resultado de la escasa variedad de cepas y su deficiente calidad, los vinos uruguayos tenían una excesiva uniformidad y se caracterizaban por su poca finura.19

Si bien el corte entre los vinos "Harriague" y "Vidiella" podía dar un tipo mejor, el poco conocimiento que la mayoría de los vinicultores tenía de las técnicas enológicas llevaba a que ese corte no se realizara adecuadamente. La producción de clases finas y semifinas, por su parte, era muy escasa durante el periodo; esta dependía en gran medida de una vinificación más esmerada y esencialmente técnica, poco común por entonces entre los vinicultores del país. Dichos vinos, además, se elaboraban con base en frutos de cepas finas, que existían en escala extremadamente reducida en el viñedo uruguayo.

Algunas grandes bodegas, instaladas desde un principio con espíritu moderno, fueron provistas de las mejores vasijas y de las maquinarias más perfeccionadas, caracterizándose además por el orden y el criterio técnico en su funcionamiento.20 No obstante, esta modernización afectó bien poco a las modestas bodegas familiares, donde las técnicas utilizadas en la elaboración siguieron siendo muy tradicionales: trullos deficientes, pisado de uva, uso de prensas manuales, abuso del yeso para intensificar el color y aumentar la graduación del vino, y fermentaciones incompletas. La aplicación de estas técnicas deficientes de elaboración muchas veces sumó sus efectos a los de una vendimia poco cuidada, producto de los estados atmosféricos variables y el frecuente ataque de enfermedades y plagas.

En síntesis, durante el lapso estudiado fue poco frecuente en Uruguay la adopción de métodos de vinificación que mejoraran la calidad del producto o condujeran a la obtención de un producto novedoso con cualidades más elevadas; las mejoras en la elaboración tuvieron escaso alcance y se limitaron a pocos bodegueros, razón por la cual el vino obtenido en la década de los treinta no difería esencialmente del que se elaboraba en el país medio siglo antes. Esto parece contradecirse con el importante proceso de innovación experimentado en la fase agrícola frente a la aparición de la filoxera, sobre todo si se considera que más de 90% de los bodegueros eran también viticultores.

Para mejorar la comprensión sobre este doble comportamiento se analizan a continuación los mecanismos a través de los cuales se interrelacionaron durante el periodo las dotaciones de factores productivos, la demanda de vino y el contexto institucional, para incidir sobre el ritmo y dirección del cambio tecnológico en la vinicultura uruguaya.21

 

El factor tierra

La tierra fue un factor relativamente abundante en Uruguay durante el periodo analizado, aunque el acceso a la misma se hizo en forma muy desigual. Se fue generando así una estructura de la propiedad muy desequilibrada donde coexistían a la vez una gran masa de pequeños o ínfimos propietarios con un grupo reducido de grandes terratenientes que concentraban una parte muy significativa de la tierra.

La viticultura no escapó a este esquema de distribución. La expansión vitícola en Uruguay fue conformando una estructura dual de explotación del viñedo, en donde coexistía un reducido grupo de grandes propietarios vitivinícolas con una gran masa de pequeños viticultores muy ligados con los anteriores por los contratos de plantación, la prestación de jornales y la dependencia de sus bodegas para el proceso de vinificación.

Un cálculo de la distribución de la tierra destinada a viñedos realizado con base en datos de 1915 revela que 71% de los viticultores uruguayos explotaba menos de tres hectáreas de viñedos y ocupaban apenas 22% de la superficie vitícola del país; mientras que los viticultores con más de 20 hectáreas de viñedos eran poco más de 1%, pero agrupaban 24% de la tierra destinada a este cultivo. A su vez, en dicho año más de 63% de los vitivinicultores elaboraban menos de 100 hectolitros de vino anuales.22 El alto grado de concentración tanto en la estructura de explotación de la tierra destinada a viñedos como del proceso de transformación no ofreció las condiciones adecuadas para enfrentar con éxito el reto planteado por el cambio técnico simultáneo en la viticultura y en la vinicultura.

 

El factor trabajo

La deficiente calidad de los vinos nacionales tenía otra causa en el desconocimiento de los métodos de elaboración. En sus viajes por Europa, algunos empresarios pioneros del sector habían podido reunir varios libros y habían formado bibliotecas sobre viticultura y vinificación; no obstante, estos manuales generalmente no se ajustaban a la realidad de suelos y clima del Uruguay.23

Por otra parte, la documentación compulsada revela una verdadera escasez de técnicos en vinicultura durante el periodo investigado; si bien algunos vitivinicultores estuvieron en condiciones de hacer traer de Europa los mejores enólogos, estos fueron una excepcional minoría que encontró, muchas veces, serias dificultades para conservar su personal calificado. Como escribiera el administrador de la Sociedad Vitícola Uruguaya al presidente de dicha sociedad en el año 1896: "todo entendido en enólogo no ha de estar sin trabajo en un país adonde hay mucho que hacer en ese ramo y pocos que lo entienden y por lo tanto si hay sin trabajo alguna falta deben tener".24

Si estas dificultades encontraban los grandes establecimientos, que estaban en condiciones de pagar a los mejores técnicos, cuál no sería la situación de los pequeños vitivinicultores, muchos de los cuales sólo habían podido acceder a algún manual de vinificación de la época o, simplemente, elaboraban el vino tal cual lo habían hecho sus antepasados en Europa. La mayoría de estos vitivinicultores no se encontraba en disposición de aplicar al pie de la letra los preceptos técnico-enológicos que aconsejaban los manuales, dados los límites estrechos que les imponían los recursos disponibles y el alto costo que suponía la aplicación de nuevas técnicas de cultivo y de vinificación.

En consecuencia, la escasez de personal técnico en el sector constituyó otro elemento limitante para la adopción de nuevos métodos de vinificación que hicieran posible la elaboración de productos de calidad superior.

 

El factor capital

El valor de la inversión inmovilizada en bodegas o instalaciones de transformación constituye otro elemento determinante de la opción tomada por los vitivinicultores a la hora de innovar.25 En Uruguay, los pequeños vitivinicultores tuvieron serias dificultades para enfrentarse a las diversas enfermedades y plagas que afectaron el viñedo, a pesar de lo cual una parte importante de los mismos -los que no abandonaron la actividad-adoptó los nuevos métodos y llevó a cabo el proceso de replantación que demandaba la filoxera. La limitada capacidad económica de estos productores sumada al gran esfuerzo financiero que supuso para ellos la reconstitución del viñedo desincentivó la realización de cambios significativos en los procesos de elaboración.26

Otra alternativa para financiar la modernización de los procesos de elaboración del vino era el acceso al crédito, pero por lo menos hasta 1912 los préstamos del Banco República a los productores rurales sólo beneficiaban a los grandes hacendados, en la medida en que se accedía a los mismos previa hipoteca sobre la propiedad de la tierra. Esto colocaba a los pequeños productores vitivinícolas, y en especial a los arrendatarios, en manos de los prestamistas -pulperos e intermediarios- y frecuentemente víctimas de la usura. En 1912 se crearon las cajas rurales con el fin de promover la formación de asociaciones de productores a las que el Banco República les concedería préstamos a bajos intereses. Sin embargo, dada la escasez de fondos asignados y la complejidad de los trámites para su instalación, estas cajas tampoco solucionaron las necesidades de crédito de los pequeños productores.27

Una opción alternativa era la constitución de cooperativas para elaborar el vino de forma conjunta, lo que hubiese permitido que los pequeños vitivinicultores dispusieran de modernas instalaciones, maquinaria y acceso a conocimientos técnicos modernos. Sin embargo este camino no fue el adoptado por la mayoría de los vitivinicultores, que continuaron con sus explotaciones de carácter familiar, elaborando el vino en pequeños galpones, con vasijas escasas y maquinaria deficiente.

En suma, la difusión de las grandes innovaciones técnicas, como era la construcción de bodegas modernas y la compra de maquinaria (prensas, estrujadoras, bombas, etc.) no alcanzó a la mayoría de los vitivinicultores, que carecían del capital suficiente para realizar la inversión que la modernización demandaba. La modernización quedó restringida a los grandes establecimientos, donde la disposición de capital no era una limitante para la adopción de nuevos métodos de vinificación. Sin embargo, tampoco en estos casos se pasó a la crianza de vinos finos con marcas propias, lo cual, en parte, se explica por los altos costos de conservación del vino, que no se verían compensados con los ingresos producto de su venta a mayores precios, más aun cuando la demanda de este tipo de productos, como veremos más adelante, era muy escasa.

 

La demanda de vino

Durante el periodo en estudio la producción nacional de vinos se destinó prácticamente en su totalidad al mercado interno.28 La demanda de vinos nacionales estaba compuesta principalmente por la masa de inmigrantes, particularmente los de sexo masculino procedentes de países mediterráneos, quienes ya traían incorporado el hábito de consumo de vino en su dieta diaria. Estos consumidores, mayoritariamente de nivel socioeconómico medio-bajo, buscaban productos de bajo precio y no tenían mayores exigencias respecto a su calidad: se inclinaban por los vinos tintos comunes de graduación alcohólica elevada y muy cargados de color.

Las preferencias de este mercado de consumo masivo se correspondía con la estrategia comercial seguida por la mayoría de los productores vinícolas del país. En efecto, los bodegueros vendían el vino en damajuanas a los almaceneros y demás comerciantes del ramo, quienes no demostraban preferencia alguna por determinada marca ni apreciaban debidamente la calidad de los productos.29 Esta forma de comercialización, además de influir en las condiciones de la elaboración de los vinos y en sus cualidades intrínsecas, repercutió en el consumo en sentido desfavorable para el crédito de la producción, lo que fue determinante para que las clases sociales altas, que de por sí tenían gran desconfianza de la industria nacional, siguieran consumiendo productos importados.

Por consiguiente, tampoco existieron estímulos por el lado de la demanda que fomentaran cambios en las técnicas de vinificación para obtener un producto de calidad superior. Los testimonios de época confirman precisamente la adecuación del producto elaborado a las exigencias del mercado consumidor.

 

El entorno institucional

La evolución de las instituciones relevantes para una tecnología o industria envuelve no sólo las acciones de las empresas privadas, también la acción del Estado y de organizaciones como las asociaciones industriales, las instituciones de formación técnica o las instituciones financieras, entre otras. En este apartado se presenta brevemente la evolución de algunas de las instituciones vinculadas al sector vitivinícola en Uruguay durante el periodo en estudio.

Hacia finales del siglo XIX surgieron diversas agrupaciones gremiales que actuaron como grupos de presión ante múltiples episodios críticos que estaban afectando el desarrollo de la vitivinicultura en el país. Los primeros intentos de agremiación en el sector fueron el Centro de Viticultores (1893) y el posterior Gremio de Viticultores (1900) creado en el seno de la Unión Industrial Uruguaya. Posteriormente fueron surgiendo nuevas agrupaciones de tipo político reivindicativas, tales como la Comisión de Viticultura de la Asociación de Agricultores Unidos del Uruguay (1913), la Sociedad de Viticultores de Peñarol Viejo (1916), la Unión de Viticultores y Bodegueros del Uruguay y el Sindicato de Viticultores del Uruguay (1925), entre otras.30 En la mayoría de los casos las agrupaciones surgieron debido a la iniciativa del núcleo de "los pioneros", una elite que desde el seno de instituciones de gran trayectoria -como lo fueron la Unión Industrial Uruguaya y la Asociación Rural del Uruguay- lograron poner el tema de la vitivinicultura en el centro de la discusión. Sin embargo, como señala Bentancor, existía en el sector una actitud reticente ante la estrategia asociativa y se evidenciaba la falta de un interés común más allá de la satisfacción de demandas puntuales, generalmente planteadas en términos económicos.31

Por su parte, las instituciones públicas en la vitivinicultura (incluyendo la acción legislativa) concentraron sus esfuerzos casi exclusivamente en la lucha contra la filoxera, siendo escasas y poco eficientes las medidas adoptadas en pos de mejorar las técnicas de vinificación (las dificultades para combatir la adulteración de vinos son una prueba de ello). Con respecto a la formación de técnicos, recién se detecta la acción paulatina del Estado a partir de 1909, cuando se inauguraron los cursos de enología en el Instituto Nacional de Agronomía.32 No obstante, el bajo número de egresados de dichos cursos (hasta 1922 sólo habían egresado 63 alumnos), indica su escasa incidencia en la formación de técnicos capaces de llevar adelante la modernización de la industria vinícola en Uruguay.33 En suma, durante el periodo investigado la unión gremial de los vitivinicultores se limitó la mayoría de las veces a la búsqueda de ventajas económicas, la acción del Estado con respecto a la formación de técnicos en el sector fue tardía y poco eficiente, hubo una escasa y deficiente acción legislativa que no fomentó la reestructuración industrial, y existieron importantes dificultades para el acceso al financiamiento por parte de los vitivinicultores, todos elementos que generaron un contexto institucional poco favorable a la modernización del proceso de vinificación en el país.

 

Evolución de las importaciones y proceso de sustitución

En esta sección se analiza el comportamiento de las importaciones vinícolas realizadas por Uruguay entre el último cuarto del siglo XIX y la tercera década del siglo XX, así como la dinámica del proceso de sustitución de importaciones durante dicho periodo.34

En la gráfica 4 se puede apreciar la evolución de las importaciones de vino entre 1872-1930. Una mirada global de la serie permite identificar tres grandes tendencias en la evolución del volumen de importaciones vinícolas durante el periodo: una tendencia decreciente que va de 1872 a 1880, seguida por un lapso de fuerte crecimiento entre 1880 y 1889, y finalmente por una vertiginosa caída, sólo interrumpida durante breves espacios, entre 1889 a 1930. A continuación se presenta un análisis de los principales factores que determinaron dicha evolución.

 

Los efectos de las crisis (1872-1880)

Entre 1868 y 1875 se sucedió en el país una serie de crisis frente a las cuales el Estado, apremiado por sus acreedores, se vio obligado a aumentar los recursos fiscales. Con este fin, en agosto de 1875 se promulgó por parte del gobierno de Pedro Varela una ley que creó nuevos tributos y estableció nuevos gravámenes aduaneros a una serie de artículos, entre los que se encontraba el vino. De acuerdo con esta ley los vinos ordinarios en cascos pagarían 10% más de lo establecido para la importación, mientras que los vinos embotellados y finos en cascos pagarían 20% adicional.35

Como consecuencia de las crisis, se produjo una importante reducción del consumo en los años posteriores a 1875, a lo que se le sumó el impacto provocado por la ley de aduanas promulgada en dicho año. Esto llevó a que en el periodo comprendido entre 1872 y 1880 la importación de vino pasara de 236 403 a 179 430 hectolitros, lo que significó una reducción del orden de 3.4% anual.

 

Crecimiento y auge (1880-1889)

A pesar de los altos derechos establecidos para la importación, el volumen de importaciones vinícolas progresaron sensiblemente entre 1880 y 1889, periodo en que crecieron a una tasa de 7.2% anual. El crecimiento fue especialmente alto entre 1887 y 1889 (año en que se alcanzó un máximo absoluto de 335 929 hectolitros), lo que se explica por la fuerte eclosión económica producida durante la administración de Máximo Tajes.36 La actividad económica febril que agitó al país entre 1887 y 1889, culminó en una afiebrada especulación con la consiguiente crisis en 1890.37

La necesidad de reajustar los ingresos del Estado volvió a plantear los pro y contra del proteccionismo. En este contexto, en octubre de 1890 se votó una ley que estableció un derecho adicional de 5% aplicable a diversas mercaderías importadas para el consumo, entre las cuales se encontraba el vino.

 

El golpe de gracia: crisis, proteccionismo y guerra (1889-1930)

El colapso económico y financiero y las medidas adoptadas por el gobierno como paliativo a la crisis, trajeron como consecuencia una importante retracción en el consumo. En 1890 se produjo una sensible disminución en las importaciones de vino, que continuó durante los tres años siguientes (entre 1889 y 1893 las importaciones se redujeron 46%).

Luego de 1894 el país fue saliendo de la crisis, empujado por la recuperación de la economía mundial y la suba de los precios internacionales, lo cual permitió el crecimiento agroexportador. Como consecuencia, las importaciones vinícolas aumentaron significativamente en 1894 y 1895, pero a partir de este último año comenzaron nuevamente a declinar, cayendo a una tasa de 6.2% anual entre 1895 y 1900.

El descenso de las importaciones con posterioridad a 1895 se explica en parte por la legislación aduanera vigente que, en su fuerte orientación recaudadora, gravaba con altos aranceles la importación de vino. No obstante, Bucheli (1999) señala otro elemento que seguramente tuvo gran incidencia en el periodo: la crisis del comercio de tránsito producto de la construcción de nuevos puertos en los países vecinos y del progresivo desarrollo ferroviario de la región. En tal sentido, el precitado autor sostiene: "las cifras de importaciones del periodo [previo a 1890] no nos hablan en absoluto de niveles de consumo local de vino; nuestros puertos eran por entonces proveedores de productos para una vasta región asociada a la cuenca del Plata".38

En julio de 1900 se promulgó una nueva ley de impuestos al consumo que, con el objetivo de aumentar las rentas públicas, elevó los impuestos a los vinos importados y fijó en 16 grados la escala alcohólica.39 Posteriormente, la ley vitivinícola de 1903 volvió a bajar la escala alcohólica para los vinos importados, pasándola a 14 grados. Como resultado de la promulgación de estas leyes, se aceleró la caída de las importaciones, que entre 1900 y 1903 se redujeron a una tasa anual de 11%, mientras que sólo entre 1903 y 1904 cayeron 24%. En total entre 1889 y 1904 el volumen de importaciones vinícolas bajó de 335 929 a 87 226 hectolitros, lo que significó una reducción de 74%, como se indica en la gráfica 4.

En 1904 se produjo un quiebre en la tendencia que venían presentando las importaciones de vino desde la década anterior. Estas tendieron a aumentar entre 1904 y 1912, aunque el periodo se caracterizó por importantes fluctuaciones anuales.

Con el propósito de evitar, o por lo menos dificultar el desdoblamiento de los vinos comunes importados, en septiembre de 1914 el poder ejecutivo promulgó una ley que estableció que todos los vinos que no excedieran de 12 grados de fuerza alcohólica pagarían a título de impuesto interno tres centésimos por litro, y los que excedieran de 12 grados pagarían además un centésimo por cada grado o fracción de fuerza alcohólica.40 Si bien es de suponer que la sanción de esta ley haya tenido algún efecto depresivo sobre el volumen de importaciones vinícolas, es difícil realizar una estimación del mismo, en la medida en que su incidencia se superpone con la de la primera guerra mundial.

La guerra europea produjo una valorización de las importaciones debido principalmente a cuatro factores: que las fábricas europeas se dedicaban preferentemente a la producción de artículos de guerra, que los obreros eran utilizados como soldados, que el transporte de las mercaderías se hacía cada vez más difícil por efecto de los riesgos marítimos (sobre todo después de la intervención de los submarinos) y que el comercio de Montevideo alzaba el porcentaje de sus ganancias a medida que se producía el descenso de las importaciones.41 Durante el tiempo que duró la guerra, la producción nacional se vio amparada por la desorganización del trabajo en los países beligerantes, los altos fletes y la falta de competencia extranjera, más que por los aranceles aduaneros. Sólo entre 1913 y 1914 las importaciones de vino se redujeron 55% y en total durante los años que duró la conflagración mundial estas se redujeron casi 76%, pasando de 111 041 hectolitros en 1913 a apenas 26 832 hectolitros en 1918.

La restauración de las condiciones normales de comercio luego del conflicto bélico significó la vuelta de mercaderías competitivas con las de la industria nacional. Como consecuencia de esto, y de la avidez de la población de consumir productos extranjeros de difícil acceso durante la guerra, las importaciones de vino crecieron 66% en 1919. No obstante, luego de este repunte puntual las importaciones comenzaron nuevamente un franco descenso hasta el final del periodo analizado, lo que se explica tanto por la crisis económica que caracterizó la inmediata posguerra como por los efectos de la política arancelaria, que protegía fuertemente a la industria vinícola nacional.

Una nueva ley que gravó la importación de vinos fue promulgada en diciembre de 1926.42 El nuevo incremento impositivo, sin embargo, no alteró significativamente el ritmo de descenso de las importaciones, probablemente porque ya quedaba poco potencial de sustitución y porque se mantenía una diferencia de calidad entre el vino nacional y el importado. En total entre 1918 y 1930 las importaciones de vino cayeron a 7.8% anual, pasando de 26 832 hectolitros en 1918 a poco más de 10 000 hectolitros en 1930.

 

La dinámica de sustitución de importaciones

La evolución de la industria vinícola nacional y del volumen de importaciones de vino durante el periodo investigado, permitió que se produjera en Uruguay un fuerte proceso de sustitución de importaciones que, en parte, se puede visualizar en la gráfica 4.

En dicha gráfica, el proceso de sustitución comenzó en 1898, cuando la producción local empezó a crecer a altas tasas por efecto de un gran aumento de la productividad del viñedo, mientras que las importaciones experimentaban una sensible disminución como resultado de las crisis internas y de los impuestos creados por el gobierno para paliar dicha situación. El incremento del volumen de elaboración permitió que en los seis años transcurridos entre 1898 y 1904 la industria vinícola nacional lograra conquistar una importante cuota del mercado interno, pasando de abastecer 15% del consumo local de vinos a hacerlo en 55 por ciento.

En 1904 la producción local logró superar por primera vez a la importación vinícola. A partir de 1905, sin embargo, se produjo una desaceleración en el proceso de sustitución; y hasta 1913 la producción nacional y las importaciones abastecieron al mercado interno con volúmenes similares de vino.

A partir de 1913 el proceso de sustitución de importaciones comenzó a adquirir nuevamente gran dinamismo, en una etapa que se extendió hasta finales de la primera guerra mundial. Durante los años de conflagración las dificultades del tráfico marítimo impusieron un ahorro forzoso y los productos manufacturados externos escasearon, lo que benefició a la industria nacional ya establecida que encontró en las dificultades de abastecimiento una oportunidad única para imponer sus productos en el mercado interno.

Inmediatamente después de finalizada la guerra se produjo un repunte puntual del consumo de vinos importados, por efecto de la vuelta de los productos extranjeros al mercado. Sin embargo, el proceso de sustitución continuó hasta el final del periodo investigado. Hacia 1930 la producción vinícola nacional dominaba ampliamente el mercado interno, abasteciendo más de 98% del consumo local de vinos.

 

A modo de síntesis

La actividad vitivinícola en Uruguay fue impulsada por hombres procedentes de filas de la inmigración europea -fundamentalmente de origen mediterráneo- que en el último cuarto del siglo XIX comenzaron a ensayar en el país los procedimientos para implementar una viticultura industrial. Después de la adaptación de las primeras variedades de origen europeo, la propagación del cultivo fue muy rápida; sin embargo, esta tendencia expansiva encontraría un freno a inicios de la década de los noventa: la irrupción de la plaga filoxérica.

Para combatir este flagelo -que puso en riesgo la producción de vino a escala mundial- se inició en el país un proceso de reconversión que transformaría el viñedo de plantación directa por el de planta injertada sobre pie americano. Dicho proceso estuvo liderado por la gran propiedad, que contaba con capital suficiente para hacer frente a los elevados costos de la reconversión, así como acceso regular a información y conocimientos cuando la técnica del injerto era prácticamente desconocida en el país. El pequeño viticultor se sumó pronto al cambio -cuando no hizo abandono de la actividad- debido a que la replantación era imprescindible para continuar con el cultivo. La invasión filoxérica permitió así una racionalización de la viticultura en Uruguay al exigir una reconversión profunda en el sector primario y una modernización técnica basada en el incremento de la productividad de la tierra y del trabajo agrícola.

Además de la filoxera, desde sus inicios los viticultores se tendrían que tropezar en el país con numerosas enfermedades criptogámicas, que requerían tratamientos a veces desconocidos y encarecieron el cultivo de la vid. A estas enfermedades se le sumaron las continuas invasiones de langosta y la exposición constante a condiciones climáticas adversas; todos factores que determinaron continuas fluctuaciones en el volumen de producción vitícola. Otro factor que también constituyó un freno al desarrollo de la viticultura fue el creciente contingente de vino adulterado que se empezó a producir en escala considerable a partir de la década de los noventa, y que motivara la sanción de las primeras leyes vitivinícolas en Uruguay.

Más allá de las diferentes coyunturas por las que atravesó la viticultura uruguaya en el periodo analizado, se produjo durante el mismo un fuerte crecimiento tanto en la superficie del viñedo como en su productividad, lo que derivó en un aumento prácticamente ininterrumpido de la cantidad de uva cosechada y permitió el desarrollo de la industria vinícola nacional. Esta industria -iniciada en la década de 1880- experimentó durante el lapso un fuerte dinamismo, creciendo a tasas que duplicaron las alcanzadas por el resto del sector manufacturero y por la economía uruguaya en su conjunto.

El gran dinamismo de la industria vinícola durante esa época fue, sin embargo, acompañado por un notable estancamiento tecnológico en lo relacionado con las técnicas de elaboración, lo que aparece en primera instancia como una contradicción frente al dinamismo mostrado por los mismos productores en la lucha contra la filoxera. No obstante, si se incorporan al análisis algunos factores tales como la elevada concentración de la producción vitivinícola, los problemas de escala asociados, la escasez de técnicos, la escasa demanda potencial por el producto mejorado o la deficiente acción del Estado en pro del refinamiento de los vinos, entre otros, surge que el comportamiento tecnológico en la fase industrial no necesariamente se contradice con el gran dinamismo mostrado por los productores en la fase agrícola y su alta sensibilidad a las señales del mercado.

El volumen de importaciones de vino, por su parte, experimentó un descenso prácticamente ininterrumpido entre 1889 y 1930 como resultado de la confluencia de múltiples factores. Entre ellos destacan las diversas crisis coyunturales por las que atravesó la economía, generalmente condicionada por contextos internacionales desfavorables, la caída del comercio de tránsito, el conflicto internacional que dificultó el abastecimiento de productos extranjeros al mercado interno y la legislación de esta etapa que terminó por volver prohibitivo el precio de los vinos importados.

El crecimiento de la industria vinícola nacional combinado con el vertiginoso descenso de las importaciones de vinos durante la mayor parte del lapso, posibilitó un rápido proceso de sustitución de importaciones. El mercado local en menos de medio siglo pasó de abastecerse totalmente con vino importado a hacerlo en 98% con producción nacional. Sobre el final del periodo la producción local dominaba ampliamente el mercado interno y prácticamente no quedaba margen para continuar con el proceso de sustitución.

 

Archivos

ASVU Archivo de la Sociedad Vitícola Uruguaya, La Cruz (Florida, Uruguay).

 

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Notas

* El presente trabajo recoge algunos resultados de la tesis "La temprana vitivinicultura en el Uruguay (1874-1930): ¿tradición o innovación?", Montevideo, 2005, de mi autoría como documento final de la maestría en Historia Económica, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República.

1 En dicho periodo se comenzó a desarrollar en el país una industria de tono artesanal que tendió a monopolizar algunos rubros del mercado interno. Esta primera etapa del desarrollo industrial (que se extendió hasta la depresión de comienzos de la década de los treinta), requirió de escaso nivel tecnológico y dispuso de abundante mano de obra, provista fundamentalmente por la inmigración. Faroppa, Industrialización, 1969; Beretta, Industrialización, 1978; Jacob, Breve, 1981, y Jacob, "Industrialización", 1988; entre otros.

2 Beretta, "Desarrollo", 2000, p. 3.

3 Álvarez , citado por Maeso, Uruguay, 1910, p. 297.

4 La variedad cultivada por Vidiella, posteriormente conocida con el nombre de su propagador, reunía las características de la Folle Noir francesa. La variedad cultivada por Harriague, por su parte, correspondió a la francesa Tannat, y también se difundió con el nombre de quien la introdujo y propagó en el país.

5 Este crecimiento explosivo se explica en gran medida por el inicio a partir de cantidades muy pequeñas.

6 La filoxera (cuyo nombre científico es Daktulosphoria) es un pequeño insecto plaga que en la segunda mitad del siglo XIX amenazó con terminar con la producción mundial de uva y vino, produciendo uno de los daños más grandes que haya sufrido la agricultura mundial. Este insecto, de ciclo biológico muy complejo, se alimenta de las raíces más finas de la vid y produce el decaimiento y la muerte de la planta. En el periodo analizado no existía (como no existe aún hoy) un insecticida capaz de combatir la plaga. Las opciones encontradas por la viticultura para solucionar este problema fueron la replantación del viñedo con portainjertos resistentes al parásito y el uso de híbridos productores directos también resistentes (aunque estos últimos producen una fruta de deficiente calidad). Frutos y Beretta, Siglo, 1999, p. 26.

7 No obstante, según Frutos y Beretta, en 1888 ya se habrían conocido los primeros daños originados por esta enfermedad en el país. Ibid., p. 27.

8 Un informe del Departamento de Ganadería y Agricultura fechado en 1903 hacía constar que de las 908 hectáreas de viñedo que había en Montevideo, apenas 10% estaba libre de filoxera. Acevedo, Anales, 1934, t. V, p. 324.

9 Tener en cuenta que para la reconstitución del viñedo era necesario, además de cantidades importantes de capital, un conjunto de nuevos conocimientos técnicos tanto para replantar el viñedo e injertar como para cultivarlo posteriormente.

10 Las langostas provenían de Brasil o Argentina y estacionaban en los montes de los numerosos afluentes del Río Uruguay, así como en los abundantes latifundios fronterizos. Moraes, Bella, 1990, p. 163.

11 Estadísticas del Instituto Meteorológico Nacional publicadas en DGEC, Anuarios, volúmenes comprendidos entre 1884 y 1943.

12 Un cálculo hecho en 1901 indica que en Montevideo y algunos pueblos de campaña se hacían más de 110 000 hectolitros de vinos tintos, blancos y secos, sin pizca de uva, con alcoholes impuros, fabricados clandestinamente. Diario El Pueblo, San Carlos, 1 de julio de 1902, citado por Martínez, Tiempos, 1990, p. 55.

13 Se considerarían "vinos naturales" a los que hayan sido producto exclusivo de la fermentación del mosto proveniente del zumo de la uva fresca; hayan sido sometidos a métodos de corrección con el exclusivo objeto de mejorar su calidad defectuosa por condiciones especiales de la cosecha; y/o resultaran del corte de vinos puros nacionales entre sí, o con vinos puros extranjeros. Los productos que no hayan resultado de alguno de los procedimientos antes indicados serían reputados como artificiales. Por otra parte, el artículo de la citada ley establecía que todo vino nacional, cuyo análisis demostrara que sus componentes no guardaban entre sí las relaciones características, universalmente admitidas, también sería reputado artificial. A los efectos de la exención del impuesto, la ley fijaba un máximo de 70 litros de producción de vino natural por cada 100 kilos de uva fresca, y establecía además que los bodegueros deberían justificar la procedencia de la uva mediante certificados expedidos por los viticultores. Alonso, Colección, 1904, p. 343.

14 Biblioteca Nacional, "Problema", 1925.

15 No obstante, habría que analizar la serie más allá de 1930 para determinar si se trató de una verdadera recuperación o fue sólo un efecto transitorio como ocurrió con posterioridad a la promulgación de la ley vitivinícola de 1903.

16 En 1880 Vidiella envió al presidente Vidal la primera botella de vino elaborado en su granja de Villa Colón. Acevedo, Anales, 1934, t. IV, p. 213.

17 Se dispone de estadísticas oficiales del volumen de elaboración vinícola en el Uruguay a partir de 1892. DGEC, Anuarios.

18 Bértola, pbi, 1998, pp. 60-61.

19 Galanti, Vino, 1919, p. 85.

20 Un relevamiento realizado por Galanti indica que en la época los establecimientos más importantes estaban provistos de bombas eléctricas ("Coq"), moledora desgranadora ("Garolla"), prensas hidráulicas, mezclador eléctrico, fermentadora modelo, pasteurizador, filtros ("Gasquet"), folador eléctrico, cubas de cemento armado y toneles de roble. Ibid., pp. 114-132.

21 Esta metodología fue tomada de Pinilla, "Cambio", 2001.

22 Estimaciones propias con base en el registro de viticultores de 1915 publicado en Galanti, Vino, 1919, pp. 220-234.

23 Recién en las primeras décadas del siglo XX, acompañando la expansión de la actividad, se publicaron en el país los primeros manuales de vitivinicultura que apuntarían a una versión sui generis de los europeos.

24 El administrador de la Sociedad Vitícola Uruguaya (León Praddande) al presidente de dicha sociedad (Diego Pons), La Cruz (Florida), 30 de agosto de 1896, en Archivo de la Sociedad Vitícola Uruguaya (ASVU), Libro de actas (1895-1897), f. 321.

25 Pinilla, "Cambio", 2001, p. 99.

26 El envejecimiento de los vinos suponía bodegas mayores y una inversión más elevada en cubas y otro instrumental de vinificación. Por otra parte, la escasez de capital de trabajo de los pequeños vitivinicultores los obligaba a vender pronto para cumplir con los compromisos apremiantes.

27 Según Bertino y Bucheli el trámite era exigente y burocrático y además resultaba difícil a un mediano propietario realizar trámites en Montevideo. Bertino y Bucheli, "Agricultura", 2000, p. 38.

28 Si bien se registraron algunas exportaciones destinadas a algunos países de la región y a Estados Unidos, estos fueron casos muy puntuales y la mayoría de las veces tuvieron volúmenes insignificantes.

29 La generalidad de los vinicultores no se preocupaban lo suficiente para imponer o acreditar sus tipos, ni tampoco se esmeraban en que sus marcas fueran de tal carácter que constituyeran por sí solas una recomendación e inspiraran simpatía y confianza, y salvo raras excepciones, los rótulos o etiquetas no descubrían el origen y procedencia del vino. Además, la damajuana era un mal envase para la comercialización, ya que facilitaba la ocultación del desdoble.

30 Algunas de estas gremiales tuvieron una corta existencia e incidencia, siendo sus miembros reabsorbidos por nuevas agrupaciones que se iban gestando con el correr de los años. Bentancor, "Procesos", 2003, p. 6.

31 Ibid., p. 31. Galanti también enfatizó las dificultades de la unión gremial entre vitivinicultores. Según este autor: "está demostrado que el gremio de vitivinicultores es, en todos los países del mundo, un tanto celoso del fruto de sus viñedos, que cada cual estima generalmente superior al de los demás. [...] Y esto constituye un verdadero peligro para que la unión gremial, aún en la más modesta y más reducida escala con respecto al número de socios y a la importancia del capital, se concrete en forma estable y dé los resultados apetecidos, en el campo vinícola al igual que en todos los demás". Galanti, Vino, 1919, p. 111.

32 Instituto Nacional de Agronomía fue el nombre con que se designó a la Facultad de Agronomía durante el periodo en el cual esta institución se mantuvo desprendida de la Universidad (1907-1925). La Facultad de Agronomía fue creada en 1906, dependiente de la Universidad de la República, con el principal objetivo de formar profesionales para realizar las investigaciones científicas y prácticas de todo lo que pudiera interesar al desarrollo de las industrias rurales en el país.

33 Acevedo, Anales, 1934, t. VI, p. 249.

34 A los efectos del análisis sólo se consideraron las importaciones de vino común, en el entendido de que fue este tipo de vino el que ofreció competencia a la industria nacional durante el periodo investigado.

35 La ley aduanera de 1875 fue la primera de un conjunto de leyes de efecto proteccionista (aunque probablemente su principal característica común sea la finalidad recaudadora) que se aprobaron en el país durante el periodo analizado. Otras leyes que comparten estas características fueron sancionadas en 1886, 1888 y 1912. Alonso, Colección, 1875, p. 273.

36 El teniente general Máximo Tajes fue presidente de la república durante el periodo 1886-1890. Durante su administración, la suba general de los valores y el mayor bienestar económico de la población provocaron una gran expansión en el consumo, que encontró su máximo en el año 1889.

37 Entre 1888 y 1889 la balanza comercial registró un saldo desfavorable por el alza descontrolada de las importaciones. Este desequilibrio fue financiado por varios empréstitos extranjeros, que además de cubrir el déficit estimularon una afiebrada actividad comercial y bolsística que pronto se convirtió en especulación. En julio de 1890 el Banco Nacional (que había practicado una política de crédito liberal) no tuvo encaje suficiente para responder a su emisión desmesurada de billetes y suspendió su conversión en oro. Esto dio inicio a una crisis que produjo la quiebra de numerosas empresas y trajo dramáticas consecuencias sociales. Nahum, Breve, 1999, p. 66.

38 Bucheli, "Crecimiento", 1999, p. 13.

39 Los vinos comunes importados con fuerza alcohólica de entre 16 y 18 grados centesimales pagarían por cada medio grado de exceso o fracción, cinco milésimos por litro; mientras que de 18 grados en adelante pagarían un centésimo por grado y por litro. Alonso, Colección, 1900, p. 347.

40 Uruguay, Registro, 1915, p. 458.

41 Acevedo, Anales, 1934, t. VI, p. 37.

42 Esta fijó un impuesto de siete centavos por litro a los vinos comunes y de diez centavos a los finos y entrefinos en cascos o damajuanas. Uruguay, Registro, 1927, p. 771.

 


Sobre la autora

Belén Baptista
Licenciada en Economía, magíster y candidata al doctorado en Historia Económica (Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República). Se desempeña en la Dirección de Innovación, Ciencia y Tecnología para el Desarrollo (DICyT), Ministerio de Educación y Cultura, Uruguay. Investiga en temas de historia económica, desarrollo industrial y economía de la innovación. Es autora de diversos trabajos en su especialidad presentados en congresos nacionales e internacionales como "Empresas y empresarios vitivinícolas en Uruguay durante la industrialización temprana: un estudio de casos" (2005), "La temprana vitivinicultura en el Uruguay: desarrollo regional" (2003) o, en coautoría con Luis Bértola, "Estadísticas históricas del Uruguay, 1870-1913" (1999). Ha publicado libros como El proceso de innovación en la industria uruguaya (2003) y varios artículos sobre medición de la innovación en las empresas.