Am. Lat. Hist. Econ., vol. 13, núm. 1, enero-junio, 2006, pp. 178-182. http://alhe.mora.edu.mx/index.php/ALH


Reseñas

 

Elsa M. Gracida,
El desarrollismo,
coord. Enrique Semo,
México, UNAM/Océano, 2004, vol. 5, 113 pp.
(Historia Económica de México)

 


Enrique Semo ha coordinado una colección de trece tomos de historia económica de México. El primer y muy interesante logro de esta colección es el trabajo interdisplinario que reúne la misma, al congregar entre sus autores a diversos estudiosos de las ciencias sociales, entre los que se encuentra el mismo Semo. Editada por la Universidad Nacional Autónoma de México y la editorial Océano, la colección Historia Económica de México pretende ser, en palabras del coordinador, "una narración y descripción de los diferentes modos en que los pobladores de esta región se han organizado para producir, distribuir y consumir bienes y servicios" y que concierne a cinco siglos de historia.

La complementariedad de unos tomos con otros hace muy recomendable la lectura de todos ellos, de modo que el lector pueda tener una visión de conjunto bien sustentada. De cualquier modo, el volumen que hoy nos ocupa, El desarrollismo, de Elsa M. Gracida, es en sí mismo una obra que consigue en mucho la visión integral de la colección misma.

"Un país en crisis" es el título del tercer y último capítulo de este volumen y, de alguna forma, éste podría ser el nombre del libro, pues toda la obra desemboca en la situación económica en que se encontró México al finalizar el periodo presidencial de José López Portillo, en 1982. Es este un trabajo de descripción de políticas económicas, con la consecuente interpretación de resultados por parte de la autora, basados en los indicadores económicos. El libro está dotado de tablas y gráficas elaboradas por Elsa M. Gracida a partir de los datos publicados por Nafinsa y el Banco de México, que conciernen al crecimiento, la participación sectorial en la economía y la fluctuación de la moneda. Estos referentes son muy oportunos para la lectura de la obra, aunque hay que decir que la autora explica con claridad y sencillez las cifras que pertenecen a cada periodo. Elsa M. Gracida consigue, además, dotar a cada capítulo del escenario político del momento, la participación de cada fuerza política al momento de las elecciones y algunas intervenciones públicas de los empresarios manufactureros de México, que para esta autora son de alguna manera los autores y beneficiarios principales de las políticas económicas que desembocaron en la crisis y en el neoliberalismo como política económica nacional y mundial, tan impopular en nuestros días.

El inicio de esta historia se ubica a finales de 1949, cuando el presidente Miguel Alemán estudiaba la manera de reelegirse. La reelección no sólo era anticonstitucional en México, sino que estaba -y sigue así-satanizada. La revolución -cuyos muertos se estiman a partir de censos en 1 000 000 de personas, doloroso resultado de bajas de guerra, embestidas a la población civil y víctimas del hambre y enfermedades- tuvo entre sus objetivos cancelar del escenario político la reelección de los cargos de elección popular. El PRI, los ex presidentes y las asociaciones a cargo del voto corporativo del país empujaron la maquinaria del pacto político para que fuese nombrado sucesor presidencial Adolfo Ruiz Cortines. Así, al finalizar 1952, asume la presidencia este hombre, llamado "buen administrador", para enfrentar retos mayores: inflación promedio de 12% anual junto con crecimiento y expansión de la industria manufacturera nacional, deterioro agrícola, masas de pobres que no se habían beneficiado de los logros económicos y ausencia de infraestructura. Pero el estilo de lo que se llamaría "desarrollo estabilizador" se había sentado en el gobierno mismo de Miguel Alemán.

Y así comenzó a operar un modelo llamado de "sustitución de importaciones", destinado a favorecer y desarrollar la planta industrial de México, que redujo al mínimo las importaciones de productos que el país "debería" de producir. De este modo, la participación del sector manufacturero en el país creció, en 30 años, de 17 a 25%, mientras que la agricultura cayó de 20 a 8%, y la minería se deprimió de 2 a 0.8% en términos globales. Es decir, si de lo que se trataba era de hacer crecer la planta industrial del país, la meta se consiguió. Ahora bien, el precio del proteccionismo con el que el gobierno protegió a este sector habría de probar que sería muy alto. En primer lugar, la falta de competitividad tanto en calidad como en precio de los productos manufacturados mexicanos en el ámbito internacional, fruto del aislamiento comercial de décadas con el que fueron protegidos. La obsolescencia de la misma planta industrial, que terminaba reponiendo sus máquinas con "carcachas tecnológicas" de otros países, especialmente de Estados Unidos, en lugar de desarrollar tecnologías propias. A esto habría que añadir un capital humano obrero poco eficaz y capacitado, en especial si se le compara con el de otros países como el Japón o la Alemania de la posguerra. Finalmente, un elevado gasto público destinado en parte a suplir la incapacidad del mercado interno para consumir por completo estos productos.

Con todo, el costo de la vida obrera, hasta el periodo que Elsa M. Gracida señala como el de agotamiento del modelo económico -1970, final de la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz-, se mantuvo por debajo del ritmo de crecimiento del PIB.

El ingreso estaba concentrado en pocas manos, y continuaban existiendo grandes masas de pobres. De acuerdo con la autora, las metas originales del gobierno de Luis Echeverría Álvarez proponían un mejor reparto de la riqueza nacional y se hace ya un señalamiento discreto a los empresarios como opositores a este cambio y a la fiscalización necesaria para dotar de más dinero al gobierno (p. 72). Esto suena plausible si se toma en cuenta que, como bien dice la autora, la carga impositiva era de 7% contra la de 22.5% de Estados Unidos, por ejemplo. Lo que no se dice aquí -porque tampoco es fácil de documentar- es el mundo del impuesto oculto que imperaba e impera en el país, el que va desde la cuota obligatoria para que se recoja la basura en las viviendas, el costo de la seguridad, de la impartición de la justicia, los concursos amañados de proveeduría y licitación de obras del gasto público, el ambulantaje y la economía subterránea que no pagaba impuestos, y tantos otros renglones que quizá se tocaron en esas negociaciones, cuyas minutas son la memoria de quienes participaron en ellas. ¿Cómo calibrar esto dentro de los indicadores?

No ayudó nada a México la recesión mundial, como bien da cuenta Elsa M. Gracida. Pero Luis Echevarría y su equipo probaron ser los menos adecuados para sacar adelante al país, y quizá el estilo sobrio del libro sea un poco indulgente con ellos. La política de sustitución de importaciones no sólo no se modificó, sino que se expandió con decidida participación del Estado sin atender a lo que estaba ocurriendo en el mundo. Un ejemplo de ello fue la incursión del Estado mexicano en procesos que le eran desconocidos y en los que probó ser altamente ineficiente, como el de la producción del acero. Muy fácil pareció al presidente y a su equipo fundar Sicartsa (Siderúrgica Lázaro Cárdenas), cuando las mismas acereras estadunidenses quebraban frente al acero japonés. Hasta hoy esa paraestatal sigue siendo una fuente de costos. Y así, se crearon toda clase de fideicomisos, expropiaciones de tierras fértiles que vieron caer su productividad de inmediato, una naviera de enormes proporciones y mayor quebranto y para que todos estuvieran contentos, se infló la burocracia que pasó de 600 000 empleados a 2 200 000 en seis años. Iniciativas de promoción social, como el Infonavit, surgieron en este periodo, con la ineficacia y corrupción que las distingue.

El costoso cabildeo internacional que pretendía hacerlo secretario de las Naciones Unidas y su pretendido liderazgo de los países socialistas y comunistas del mundo, en los que había que insertar a México, tuvieron un precio muy alto. Así, la deuda externa se triplicó, pues pasó de 8 000 millones dólares a 26 000.

Y democracia, poca: a las represiones del jueves de Corpus de 1971, en las que el presidente responsabilizó a "emisarios del pasado" infiltrados en el gobierno, se añadieron los golpes a los "riquillos", como los asesinatos de dos líderes empresariales del país, Aranguren (de Guadalajara) y Eugenio Garza Sada (de Monterrey), de esos que, a diferencia de los empresarios menos golpeados por el régimen, miembros de la Canacintra, le plantaron cara al presidente y a sus asesores. Líderes de izquierda que no pasaron a formar parte de las filas de la burocracia o de los intelectuales de régimen (e. g. Carlos Fuentes) también sufrieron persecución y cárcel.

Finalmente, acompañado por refranes como si la leche es poca, al niño le toca", la participación del sector agrícola en el PIB llegó en 1976 a su nivel mínimo desde 1950, que fue de 9.61% (todavía habría de precipitarse más con López Portillo). Aquellos a los que se decía que se quería beneficiar, los pobres, siguieron siéndolo con una caída dolorosa de su poder de compra. Y para cerrar, devaluación de la moneda, como bien documenta la autora.

En fin, el sexenio de Luis Echeverría, el del "nuevo Cárdenas", dará mucho que hablar. Queda aún abierta la discusión en torno a esta etapa de la historia de México que empobreció a dos generaciones de mexicanos y en la que algunos respetados académicos afirman, como bien cita la autora, que surgió una pugna entre dos proyectos irreconciliables de nación: uno neocardenista, preocupado de la democracia, del reparto equitativo de la riqueza, del fortalecimiento del mercado interno; otro globalizador y neoliberal, con mínima participación del Estado y ciego a las necesidades de los desprotegidos. A vistas de lo que fue el gobierno de Echeverría, merecería la pena dar una relectura a esta hipótesis.

Finalmente, Elsa M. Gracida cierra con sobriedad y buen sustento documental el también crítico sexenio de López Portillo, un presidente que, pudiendo haber beneficiado a México del descubrimiento de nuevas reservas petroleras y del boicot de precios de la OPEP que reacomodó las fuerzas económicas del mundo, volcó al país en el despilfarro e invitó a participar de él, a través de la industria petroquímica y petrolera, a grupos empresariales como fue el caso del grupo Alfa de Monterrey. El populismo y el apalancamiento financiero llegó hasta las entrañas de la iniciativa privada. Pero, finalmente, los bancos extranjeros y el Fondo Monetario Internacional cerraron el crédito a México, cuya deuda alcanzó los 80 000 millones de dólares. Una suspensión de pagos de 90 días, la confiscación de la banca (mal llamada nacionalización, pues este hecho hizo que la banca mexicana dejase, con el tiempo, de ser completamente mexicana), devaluaciones sucesivas, control de cambios, fuga de capitales y una creación original de México que castigó a aquellos ahorradores que dejaron sus dólares en México, los "mexdólares", fueron el cierre de este sexenio, en 1982.

Elsa M. Gracida cierra su libro diciendo que iniciaría con el periodo de Miguel de la Madrid el dominio de la doctrina neoliberal. Se le imputa al presidente Luis Echeverría la frase "la economía de México se decide en Los Pinos", que es la residencia oficial en donde habita el presidente. Si esto es así, también valdría la pena revisar cómo se entiende una doctrina económica bajo esta premisa.

 

María José García Gómez
El Colegio de México