Am. Lat. Hist. Econ., vol. 14, núm. 2, julio-diciembre, 2007, pp. 120-125. http://alhe.mora.edu.mx/index.php/ALH
Reseñas
Manuel Miño Grijalva (coord.),
Núcleos urbanos mexicanos. Siglos XVIII y XIX. Mercado, perfiles sociodemográficos y conflictos de autoridad,
México, CEH- Colmex, 2006.
A partir de los años setenta los estudios de las ciudades dejaron de ser el telón de fondo de los acontecimientos políticos. El acontecer histórico de los núcleos urbanos se convirtió en objeto de muchos trabajos, donde los factores económicos, políticos, sociales y culturales se analizaron como determinantes de las acciones que sobre el espacio imponían los grupos sociales. Antropólogos, sociólogos, arquitectos, urbanistas, historiadores y economistas, entre otros, observaron las ciudades, las estudiaron, las analizaron y las caracterizaron por su tamaño, por la densidad de su población, su morfología, sus actividades económicas, su heterogeneidad e interacción social y su cultura, pero sobre todo se abrió a debate su contraposición al campo como espacio urbano o protourbano, preindustrial o industrial. Las ciudades se miran con lupa y se vinculan a ciertas condiciones: la producción de un excedente agrícola, la concentración de población, la división del trabajo, la instalación de un mercado y la concentración de órganos de decisión.
El concepto ciudad se definió como un concepto con contenidos variables y como un campo de experiencias históricas que podían estudiarse bajo la perspectiva de la interacción social.
La mirada que se dirigió hacia las ciudades fue diferente, iba más allá de sus límites urbanos, de su relación con el espacio que las rodea, con otras ciudades cercanas o lejanas. La ciudad, como núcleo urbano, se consideró como el punto central, la sede de un control territorial que le permitía formar redes o estructuras urbanas. Es precisamente dentro de este campo donde destaca el libro Núcleos urbanos mexicanos. Siglos XVIII y XIX. Mercado, perfiles sociodemográficos y conflictos de autoridad, coordinado por Manuel Miño Grijalva, que viene a llenar un vacío en la historiografía urbana y regional.
El trabajo tiene como base fundamental el estudio de espacios urbanos y protourbanos como núcleos articuladores identificados a partir de la funcionalidad de un mercado, y del intercambio con unidades protourbanas o zonas más amplias a las cuales organiza, vincula y establece interrelaciones que permiten, por una parte, el desarrollo de un comercio interno e interregional, y, por otra, la conformación de padrones sociales y culturales.
Utilizando como fuentes los registros alcabalatorios, registros parroquiales, informes, narraciones de viajeros y padrones de población, se exponen seis trabajos que permiten entender y afirmar que la estructura urbana desarrollada desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX estaba jerarquizada y presentaba, por medio del comercio interno y del movimiento de cantidades pequeñas de mercancías y de productos, una red de relaciones y una organización social y productiva. Es cierto que el registro de alcabalas y los padrones de población presentan grandes inconsistencias; sin embargo, los autores han visto más allá del dato cuantitativo para vincularlos con otras fuentes primarias y secundarias y así poder comprobar la existencia regular de un comercio interior, la presencia de núcleos urbanos y protourbanos como ejes de interrelaciones regionales y, sobre todo, determinar la relación entre actividades económicas, estructura social y cambios culturales.
La primera impresión que tuve de este libro fue su título, el cual me pareció demasiado general, me hizo pensar que su contenido sería una suma de diferentes conjuntos llenos de números, cuentas y gráficas. Si bien las investigaciones utilizan estas herramientas, lo importante es que su aplicación nos permite entender la movilidad demográfica, las crisis, las epidemias, la estructura social y la importancia del comercio interno y sus relaciones interregionales. En cinco de los trabajos existe un hilo conductor, que puede ser un censo, un informe, o bien los registros alcabalatorios que les otorga, a pesar de la diversidad, una unidad que permite conocer la conformación económico-social de los núcleos urbanos desde fines del siglo XVIII hasta mediados del XIX. Sólo el último trabajo, sin dejar de ser importante, rompe con la estructura general del libro. Cabe destacar lo fundamental que resultó la incorporación de los apéndices que nos permiten tener al alcance fuentes de primera mano.
En el primer trabajo, "Población y abasto de alimentos en la ciudad de México, 1730-1838", con base en el análisis de las entradas de los productos y las variaciones registradas en los índices demográficos, Manuel Miño explica un conjunto de conductas y actitudes que modificaron los padrones de consumo de una población diferenciada. De manera clara, el autor nos introduce a la ciudad de México, una ciudad en constantes cambios espaciales y demográficos, resultado de migraciones, crisis agrícolas y epidemias, que durante el periodo de 1730-1833 definieron no sólo su carácter heterogéneo, sino su estructura social y su sistema alimentario. Miño establece que, si bien existió un incremento de los precios, este no fue lo suficientemente fuerte para afectar los niveles de vida y provocar una baja en el consumo de alimento. Los cambios demográficos que se suscitaron en la ciudad de México fueron producto de las epidemias y no de los niveles de abasto. Los registros de ingreso de la carne de res, de carnero, de cerdo, de maíz, de la harina de trigo, de las aves y del aguardiente le permiten afirmar que fueron los precios los que afectaron el nivel de vida de la población de escasos recursos y promovieron la sustitución y preferencia de un alimento por otro. Así las crisis agrícolas tuvieron mayor repercusión en las poblaciones rurales que en la ciudad de México, pues se sustituyó el maíz por la harina de trigo. A través del estudio se puede constatar que si bien existe, en el periodo de estudio, un crecimiento constante de la población urbana como consecuencia de la migración, no se observa que la oferta de mano de obra provocara una baja en los salarios, lo anterior lleva al autor ha señalar que "la migración a la ciudad no tuvo la suficiente fuerza como para alterar el mercado laboral o que los salarios nominales que conocemos no son en una sociedad de antiguo régimen, como la novohispana, el verdadero indicador de los niveles de vida, de la propia constitución del salario y de la capacidad de compra de los alimentos".
El segundo trabajo que se presenta es el de Luis Alberto Arrioja Díaz Viruell, "El abasto de una villa serrana: la Villa Alta de San Ildefonso (Oaxaca) a fines del siglo XVIII". Utilizando como fuente los cuadernos de viento y libros reales del fondo Alcabalas-Indiferente, el autor pudo establecer no sólo el tipo de mercancías que ingresaban o salían y los circuitos mercantiles, sino también las relaciones con el entorno y los actores sociales que definieron, a fines del siglo xviii, a San Ildefonso Villa Alta, Oaxaca. Partiendo de la idea de Miño de que los pueblos de indios fueron núcleos protourbanos cuyo desarrollo económico, político y social constituyó la base de la expansión urbana novohispana, el autor establece dos factores que permitieron la incorporación de esta localidad al sistema económico colonial. El primero fue su innegable ubicación geográfica que le permitió ser una localidad de enclave, punto de articulación comercial para la producción mercantil de las planicies costeras del Golfo, la sierra mixe y la sierra zapoteca. El segundo factor tiene que ver con su carácter económico-político, en este sentido se destaca el papel que desempeñó el repartimiento como medio para aprovechar y añadir los diferentes productos indígenas a la demanda de la economía novohispana. Incorporó las poblaciones protourbanas al mercado interno y "estimuló los intercambios mercantiles, la especialización regional, la circulación monetaria y la acumulación del capital comercial". A través de esta investigación se refleja Villa Alta como una localidad integrada regionalmente y articulada con circuitos mercantiles que la interrelacionan con su región y con otros espacios lejanos. Es un punto de atracción y redistribuidor de mercancías que se destinan para satisfacer sus propias necesidades, así como las demandas de insumos de la producción regional. Pero Villa Alta es, además, una localidad de convivencia donde los comerciantes indígenas y los españoles se integran para dotar a la villa de sus propias y distintivas características.
El trabajo de Jesús Hernández, "El mercado urbano de Toluca y su articulación regional, 1822-1854", está centrado en la consideración de Toluca como un núcleo articulador, redistribuidor e intermediario de un comercio de mercancías y productos en cantidades pequeñas, lo cual lo llevó a determinar tres factores que caracterizaron el comercio en Toluca. El primero tiene que ver con el cambio en la actividad productiva de los textiles locales. El segundo fue el reemplazo en el consumo del pulque por el aguardiente; y el tercero, la importancia que adquirió la preferencia del ganado porcino como materia prima. El análisis de los datos registrados lleva a afirmar al autor que el comercio de Toluca mantuvo una estrecha relación con su entorno "en la medida en que se diluían los vínculos con el espacio exterior, tanto nacional como internacional, se dinamizaba el mercado local". Los datos estudiados demuestran que la contracción del mercado toluqueño obedeció a una caída demográfica que se manifestó sólo en la ciudad, pues en general la población del partido aumentó, lo que indica un proceso de "ruralización" de la población urbana.
En el trabajo "Perfil sociodemográfico y económico de Malinalco en 1790", de Francisco Javier Delgado, la fuente principal que se utiliza es el padrón de Malinalco de 1790. El desarrollo del trabajo gira en torno a tres ejes temáticos: la composición étnica de la población, sus principales actividades económicas y su estructura social y ocupacional. El resultado que se nos presenta es la conformación de una localidad como un núcleo integrado a una red de intercambios comerciales que incide tanto en su estructura social como en su orientación económica. Es una localidad donde su población era en su mayoría indígena (35%) y donde la presencia del mestizaje era aún incipiente. Sin embargo, el autor considera que se puede tomar como un indicador del mestizaje al grupo de individuos cuya etnia no se especifica y que corresponde al conjunto de 0 a 20 años. De acuerdo con el padrón, las principales actividades económicas de los habitantes de Malinalco eran principalmente agrícolas, artesanales y comerciales.
En el sector agrícola se destaca la presencia mayoritaria de trabajadores y en menor grado de pequeños propietarios, situación que se explica por la carencia de tierras ocupadas por la hacienda de Santa Lucía y el ingenio de Xalmolonga, propiedad de los jesuitas. En cuanto a las actividades artesanales sobresale la de tejedores de entre una gran variedad de oficios. Es decir, que de acuerdo con los datos registrados, Malinalco se distinguía por ser una localidad que abastecía de mano de obra para el campo y de productos manufacturados que se vendían en los mercados de la región. Esto se comprueba al constatar que dentro del sector de comercio la presencia más importante era la de los arrieros. Al igual que en el resto de los pueblos y ciudades que formaban la estructura urbana novohispana, Malinalco también se caracteriza por una elite cuyas actividades se concentran en los oficios religiosos y administrativos. La interpretación de los datos, que llevó a cabo el autor, reafirma que no existía una relación entre etnia y oficios y la existencia de localidades articuladoras que se incorporaban a la red urbana y comercial de Nueva España.
Otro núcleo urbano que se presenta como articulador de una red marítima y terrestre es el puerto de Mazatlán, estudiado por Karina Busto Ibarra en "Mazatlán: estructura económica y social de una ciudad portuaria, 1854-1869". Este trabajo se apoyó en el análisis de los censos de 1854, 1867 y 1869; comparativamente se determinó que esta localidad modificó su población, sus actividades productivas y sus formas de consumo. Por su ubicación geográfica Mazatlán se desarrolló como una ciudad comercial y de servicios, núcleo de articulación entre las regiones del noroeste y de la costa del Pacífico, donde se llevó a cabo una importante actividad comercial en el ámbito local, nacional e internacional que significó una fuente de riqueza para sus habitantes. Mazatlán como ciudad portuaria y administrativa organizó su espacio habitacional conforme a as condiciones económicas, políticas, sociales y culturales de sus habitantes, generando un espacio socialmente diferenciado. La importancia económica de Mazatlán estuvo sustentada en su categoría de puerto de altura, en el asentamiento de pobladores de diversos países y en su interrelación comercial con otros puertos y localidades. Para el autor, hacia finales del siglo XIX Mazatlán presenta, más que un estancamiento, una reorganización y una serie de cambios que la fortalecerían como una importante ciudad portuaria.
El último trabajo es el de C. Rene de León Meza: "Servicios públicos y conflictos jurisdiccionales entre las autoridades de México y Guadalajara", su objetivo es estudiar las interrelaciones políticas como producto de un sistema que tuvo como base la política de los "pesos y contrapesos" para controlar y limitar el poder que ejercían las autoridades virreinales en Nueva España. La creación de la Audiencia de Guadalajara es un ejemplo que implicó una serie de conflictos, tanto jurisdiccionales como de interpolación de funciones.
Tomando como base el análisis de algunos servicios públicos y la fundación de la Casa de Moneda de Guadalajara, el autor nos presenta el clima de inconformidad y las acciones que tuvieron que emprender los administradores locales ante una política sumamente corrupta, burocrática y centralizadora que impedía no sólo la realización de las obras, sino que generaba alianzas entre los sectores sociales para hacerle frente a las necesidades y ocasionar, hasta cierto punto, la autonomía que se buscaba controlar.
Los trabajos reunidos en este libro nos permiten ir reconstruyendo una estructura urbana jerarquizada en donde las interrelaciones comerciales locales y regionales permitieron el crecimiento de localidades grandes o pequeñas.
Regina Hernández Franyuti
Instituto Mora