http://dx.doi.org/10.18232/1318
Reseña
Julio Djenderedjian1, *, 0000-0001-8812-2771
1 Instituto Ravignani, Universidad de Buenos Aires, Conicet, Argentina.
Correspondencia: juliodjend@yahoo.com.ar
La región pampeana argentina, que abarca las áreas agrícolas más productivas del país(algunas de las más fértiles del mundo), no es de ningún modo homogénea, pues el relieve llano y el aspecto general de pradera ocultan suelos con desigual balance de nutrientes, zonas con excesiva humedad y un progresivo descenso de las precipitaciones a medida que se avanza hacia el oeste, hasta alcanzar la isoyeta de los 600 milímetros anuales, límite aceptado tradicionalmente de las tierras aptas para el cultivo en secano. Este límite, que determina un aumento significativo del riesgo climático en un espacio en el que la irrigación artificial está ausente, pasa por el extremo norte del antiguo territorio nacional (desde 1951 provincia) de La Pampa, dejando a casi todo su espacio productivo debajo de esa marca, y por tanto a merced de las grandes perturbaciones ambientales. Estas lógicamente azotan a toda la región, pero lo hacen con una particular intensidad en La Pampa que han provocado terribles desastres en la zona.
La Pampa se incorporó tardíamente a la vida económica nacional y experimentó unos inicios de explotación agrícola sumamente auspiciosos, con una superficie cultivada que pasó de alrededor de 10 000 a más de un 1 000 000 de hectáreas entre 1895 y 1914; sin embargo el sobrecultivo extensivo con técnicas poco ecológicas y una particular coyuntura de sequía hicieron de ella durante la década de 1930, un calco más pequeño del dust bowl que afectó contemporáneamente a América del Norte casi por las mismas causas. Desde entonces, los mares de trigo que estuvieron cerca de alcanzar las manos ansiosas de productores y comercializadores se volvieron un recuerdo, y los ganados perdidos se contaron por millares. Los pastos que resistieran lo mejor posible el ambiente local y su ominoso riesgo de sequía se convirtieron en una obsesión; de esta manera los productores de La Pampa, resignados a la imposibilidad de replicar los lozanos cereales de antaño, se aferraron a la cría de ganado para sobrevivir.
En este marco la acción de las agencias estatales de apoyo y experimentación agropecuaria se hizo cada vez más crucial. Si bien desde la década de 1900 el avance del estudio de soluciones para las regiones de riesgo climático fue rápido, los cambios políticos y crisis económicas relegaron o interrumpieron el apoyo gubernamental a las mismas. Para 1920, las investigaciones sobre dry farming debían publicarse en forma privada, lamentando sus autores el recorte del financiamiento ministerial del que habían gozado. Sin embargo, la tragedia de la década siguiente puso una vez más a productores y gobiernos ante los enormes costos de haber descuidado la paciente labor en los márgenes, realizada hasta 1916 por los agrónomos; el límite productivo de las tierras cultivables en secano, desde hacía ya dos décadas, convertía a la frontera en un recuerdo de prosperidad, más fantasmal aún entre las nubes de polvo traídas por la calamidad coyuntural. Las décadas de 1940 y 1950, erróneamente caracterizadas aún hoy como de estancamiento, vieron en realidad el derrumbe de la producción agrícola de la región pampeana y un avance relativo de la ganadería, es decir, una regresión inesperada en el proceso de incremento de la intensividad que se había ensayado al principio exitosamente como salida posible a la crisis, y cuyo vuelo aún escaso encontraba límites de mercado y de inversión de capital.
El libro de Federico Martocci, premiado como tesis doctoral por la Asociación Argentina de Historia Económica, retrata en detalle la época tan significativa para el agro de la región y el territorio en que, desde mediados del siglo xx, se detuvo por fin la caída de la producción cerealera y comenzó un lento aunque sostenido proceso de expansión que después aceleró. Esta aceleración está fundamentada ya no en la ampliación de la escala o el avance sobre tierras marginales, sino en la incorporación de mejoras y tecnología generadas en una búsqueda tan trabajosa como febril, y a veces accidentada, que es llevada a cabo tanto por agencias estatales (en particular el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) como por los mismos productores y por centros de innovación privados. Los métodos de los inicios de esa etapa, aunque más complejos que en las previas, comenzaron a incorporar ciencia profesional con la organización de grupos de investigación y cátedras de enseñanza. El ensayo y error pesaban aún en la labor en el campo, pero el rol de los laboratorios y la circulación de información, obtenida tanto localmente como de la experiencia internacional, se abrían camino, incluso contra extensos lotes de prejuicios. Así, el rol de las agencias estatales era cada vez más amplio y profundo, y las relaciones entre productores e ingenieros agrónomos más francas y auspiciosas ya que los avances también demandaban el desarrollo de técnicas específicas que culminarían con el tiempo en transformaciones revolucionarias, como la siembra directa.
La Pampa, aún a mediados de siglo lamentando las terribles sequías de dos décadas atrás, no podría sumarse a ese lento resurgimiento de la agricultura cerealera al no contar con una receta tecnológica que le permitiera sentirse a salvo de los ominosos riesgos ambientales. Sin embargo. la opción por desarrollar su ganadería implicaba igualmente la de cultivar forrajes que combinaran el suficiente valor nutritivo y la capacidad de resistencia a las condiciones ambientales, siendo a la vez útiles para fijar los suelos pulverizados.
El caso de La Pampa es particularmente interesante, ya que combina el horizonte tradicional de avanzar hacia el oeste, al tiempo que sumía los desafíos de la zona árida con la investigación aplicada a la búsqueda de soluciones prácticas que contrarrestaran el creciente riesgo climático, y la generación de conocimiento en grupos científicos y centros de educación superior formando nodos de innovación. Esto y la aceptación de un nuevo destino agrario, vinculado a la expansiva demanda de ganado vacuno para el consumo interno, se combinaron con la circunstancia nada banal de ser una provincia de reciente creación al momento de iniciarse el periodo tratado.
La Pampa fue construida sobre un antiguo territorio nacional, lo que permite entender con mayor claridad el accionar de un estado federal mucho más estructurante y categórico que en otras regiones, donde agencias locales siempre escasas de recursos, y no necesariamente bien engarzadas a los sistemas de innovación del resto del país, tenían de todos modos parte significativa en el esfuerzo de sostén productivo realizado sobre el terreno. El que ese territorio nacional haya pasado a ser una provincia más marcó una ruptura relativa (como lo hicieron los vaivenes políticos), porque la marca de nacimiento y los vínculos tejidos en la etapa en que dependía del gobierno federal dejaron allí impreso un perfil perdurable. El objetivo fundamental que era entender las características, los límites y las mejoras posibles de productividad del suelo pampeano y los instrumentos más adecuados para ellos, se había combinado creativamente con los propios del Estado federal, que no iban más allá de asegurar una porción más a la oferta ganadera nacional, y en todo caso evitar los costos económicos y políticos de nuevas tragedias climáticas. En esa deriva, el programa local y sus necesidades determinaron las acciones encaradas desde un inicio y trascendieron sin alteraciones el cambio de jurisdicción.
El libro tiene el mérito no menor de rescatar los antecedentes de la fundación del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (inta) y las difíciles circunstancias de su desempeño en sus comienzos, algo muy dejado de lado no solo por la historiografía sino por el mismo organismo, cuya historia institucional y sus aportes son desgraciadamente escasos; sin embargo, esos antecedentes son imprescindibles para entender las líneas de acción y el recorrido tomado en el largo plazo, a menudo menos rupturista de lo que podría parecer desde el prisma siempre deformante de los cambios en la política mayor de esos años. Más allá de algunos nombres que se alejan y aparecen con el inta, otros permanecen y retornan, y sobre todo lo hacen las formas de funcionamiento, generación y transmisión de información que marcaron a su vez el peso de rutinas y tradiciones, y definieron cosas como las relaciones jerárquicas entre el propio personal, las instituciones entre sí, y el sector privado y los representantes del Estado.
Sobre lo anterior y el funcionamiento e impacto de las burocracias agronómicas en la economía real no hay mucho escrito en Argentina para el periodo que va entre 1960 y 1980, esa sinergia que constituye la trama medular que plante Martocci es imprescindible para entender, entre otras cosas, el encadenamiento detrás del reposicionamiento de la producción agraria de la región pampeana entre las más modernas del mundo en las décadas subsiguientes, como veremos pronto.
Los tres capítulos que componen el recorrido principal del libro, aunque siguen cronológicamente los cortes determinados por las políticas provincial y nacional, van en realidad mucho más allá de ellas. No casualmente el primero inicia en 1958, es decir la fecha de una nueva administración a nivel nacional, que coincide con otra local nombrada por aquélla con carácter de intervención federal; lo significativo allí es la figura de Ismael Amit, quien, entre constantes cambios de gobernadores que duraban solo unos pocos meses o aún días, fue el único que logró ser reelecto en dos oportunidades bajo gobiernos democráticos en los años sucesivos. Esa significativa inestabilidad institucional contrasta con las continuidades que el libro se esfuerza de todos modos en destacar, y a su vez no olvida recordarnos que esas continuidades iban más atrás en el tiempo, aún hasta los días en que la política estaba dominada por actores y doctrinas completamente distintos.
La continuidad de las acciones educativas y experimentales, relacionadas con las burocracias ligadas al agro provincial, definen de ese modo la impronta que se buscaba garantizar: un perfil profesional, práctico y a salvo de los vaivenes de las crisis. Ello no oculta que las personas soportaran igualmente las consecuencias de un entorno demasiado inestable; los salarios, sin dudas, debieron sufrir notablemente por la inflación y las dificultades en conseguir ajustarlos cuando los resortes para ello excedían la capacidad de las autoridades provinciales. Problemas como ese, que jalonan todo el periodo tratado en el libro, no son abordados integralmente por este, sin duda por falta de espacio. Aún así resulta de todos modos significativo que para un cuerpo de expertos del que varios miembros podían seguramente hallar oportunidades en economías más estables haya resultado en pérdidas de capital humano, e incluso quienes habían realizado estadías de perfeccionamiento en el exterior optaron luego por volver.
El mismo tono y las mismas contradictorias impresiones se recogen en los siguientes capítulos. A la continua y por momentos exasperante inestabilidad del marco político general (que conoce cualquier interesado en historia argentina pero que apenas se recoge en el libro) se acompaña casi siempre una sorprendente continuidad en el accionar y los programas de las instituciones agrarias provinciales. Quizá en parte eso se explique en que el saber agronómico rendía buenos frutos: la incorporación del pasto llorón como forraje resolvió en gran medida los problemas de alimentación del ganado en un entorno semiárido. Pero otras acciones están menos ligadas a ese tipo de resultados puntuales: el creciente peso de las actividades de extensión (es decir, divulgación de saber científico entre los productores para su aplicación práctica) se proyecta al menos desde inicios del siglo xx, y trasciende a todos los cambios de administración, cualesquiera que ellos fuesen. Más aún: ese extensionismo tan característico no se limitaba al ámbito de aplicación específico, sino que interactuaba con otros muy distintos y abrevaba en fuentes múltiples. Los actores más destacados apelan frecuentemente al argumento de que las problemáticas tratadas trascendían con mucho el territorio local, y por ello resultaba imprescindible hacerlas circular, no solo por su propio valor científico.
Aún cuando esto sea cierto, explica solo una parte de su conducta. La que muestra palpablemente el libro es mucho más convincente: se trata de que ese cuerpo de expertos, apenas unos pocos al inicio, ha ido no solo creciendo sino formando lazos duraderos y sólidos tanto a nivel provincial como nacional e internacional; más aún, el ámbito provincial era por definición demasiado limitado, al menos para la concreción de un prestigio que en buena medida parecía bastarse por sí mismo. En ese recorrido, juzgaban además con buena dosis de razón que ese saber especializado (y los vínculos profesionales de alcance mayor que ayudaba a forjar) bastaba para ponerlos a cubierto de las sórdidas tormentas políticas. Más allá de ello, y de que de todos modos lograron brindar respuestas prácticas nada desdeñables, resulta bastante sorprendente su capacidad de construir autoridad, sobre todo ante productores con tendencia al escepticismo. La labor de cátedra daba anclaje y solidez local a esa trayectoria y garantizaba un recorrido académico y profesional con bastante proyección incluso en esas circunstancias.
A tal punto, que aun en el último periodo (quizá el más difícil de todo el recorrido en lo que respecta a tensión política) ese esquema básico persistió, y también se reconoce la impronta de las tradiciones en la mayor parte de las estrategias encaradas. Por ejemplo la complementariedad buscada con el accionar de las agronomías particulares, para las cuales los recursos del estado constituían una avanzada sobre áreas en las que aquéllas en general no operaban. Algo en definitiva no muy distinto de las estrategias de investigación financiadas por el Ministerio tan lejos como 1915, en que se dividían esfuerzos con el sector privado, este actuando sobre todo en las áreas nucleares y en los rubros principales más rentables e intensivos en capital, mientras las del Estado se centraban en actividades de gran impacto social, en los cultivos industriales y los estudios regionales.
Pero no todas las iniciativas habrían de preservar esa larga tradición de continuidad; de una forma u otra, el nuevo contexto nacional e internacional operante desde mediados de la década de 1970 dislocó las líneas fundamentales que marcaban las acciones de las agencias estatales desde hacía tanto tiempo. La desarticulación de las tareas de extensión rural fue, en ese recorrido, un indicio notorio entre tantos; otro indicio, quizá más aciago, corresponde a la incipiente pérdida relativa de la fuerza de convicción que las burocracias agronómicas tenían en torno a su propia capacidad para resolver los problemas con los que lidiaban desde hacía décadas. La ampliación sustentable de la frontera productiva seguía siendo, al final del periodo estudiado, todavía una deuda no saldada; la árida frontera del oeste, como medio siglo atrás, era aún en la década de 1980 un ominoso límite a las posibilidades productivas del territorio.
Los testimonios individuales de los técnicos no siempre condescienden a reconocerlo, y es innegable que no les faltaban motivos de orgullo en los qué respaldarse: las soluciones encontradas habían tenido un discreto impacto tanto productivo como ambiental y la acción de las estaciones agronómicas, aún cuando acotada y siempre insuficiente, no había sido inocua. Pero de todos modos una íntima sensación de desaliento comienza a ganar el análisis: todo ese esfuerzo no había bastado para generar una sinergia suficiente entre ciencia y tecnología aplicada a los problemas específicos de la región, y las capacidades innegables de los técnicos parecían debatirse en el vacío.
Sin embargo, dos preguntas tácitas quedan sin respuesta ante ese tono pesimista: la primera, ¿hasta qué punto se trataba de cuestiones solo imputables a la labor científica, y cuánto de ellas en realidad dependía de factores que las excedían con amplitud?, por ejemplo la necesidad de inversiones de capital demasiado grandes para la época y el lugar, o en otras palabras, para los fondos disponibles en un país que atravesaba una crisis económica y en medio de un ciclo de precios internacionales poco estimulantes o francamente desalentadores. La segunda pregunta es ¿qué parte de esa agenda en realidad estaba ya siendo resuelta en otras regiones del país mejor dotadas, con otros instrumentos que respondían a un cambio de paradigma contradictorio al imperante hasta entonces?, es decir, a ese que había dado en La Pampa si no resultados extraordinarios, al menos sí pasablemente decentes. Esos nuevos instrumentos labraban también nuevos desafíos, porque en su avance arrollador amenazaban frontalmente partes del paisaje anteriormente poco o nada valoradas. Las reacciones a ese cambio de paradigma explican así, entre otras cosas, la alarma ante la desaparición del bosque nativo, que se sumaba a otras más antiguas que no habían tampoco logrado ser resueltas, como el recrudecimiento de la erosión o el conflictivo manejo del agua.
En todo caso, el recorrido de la agronomía en La Pampa retratado en este libro llena un vacío difícilmente huérfano de significación: es el contrapunto necesario de las áreas nucleares de la gran región agraria argentina, de la que La Pampa forma una parte sin dudas menos privilegiada. Pero su territorio está hoy lejos de ser considerado marginal: en efecto, las nuevas tecnologías de manejo agronómico de los cultivos, que permiten hacer frente en condiciones enormemente mejores que antaño a los entornos áridos y a las amenazas de las anomalías climáticas, favorecen una progresiva incorporación al mismo esquema básico de las mejor dotadas. En la última década, la superficie implantada con cereales y oleaginosas en La Pampa aumentó proporcionalmente más que en cualquier otra provincia argentina, y el área total allí cultivada en 2018 multiplicó casi por treinta la implantada dieciséis años antes. No estuvo, dicho sea de paso, demasiado lejos del porcentaje que le había correspondido en el total del país en el dorado año de 1914, antes de las terribles experiencias de la década de 1930.
Ese dinamismo de hoy se encontraba aún ausente para 1983, año en que cierra su análisis el libro; pero ya entonces se desarrollaban las técnicas conservacionistas que transformarían por completo la agricultura en la región y que habrían de impactar plenamente en La Pampa algunos lustros más tarde.
El aporte de la obra de Martocci pone entonces en perspectiva histórica el largo proceso por el cual la agronomía provincial se construyó a sí misma, ayuda a ponderar sus logros y sus límites, y exhibe las bases institucionales y humanas que dejó asentadas para el periodo posterior, cuyos frutos sazonados no siempre permiten percibir lo difícil y complejo que fue lograr que arraigaran. Porque esos logros y esos límites eran crudamente probados sobre el terreno y sus resultados se medían en dinero.