http://dx.doi.org/10.18232/alhe.1134
Reseña
Antonio Ibarra1, * 0000-0003-0169-9979
1 Universidad Nacional Autónoma de México
Correspondencia: ibarrara@unam.mx
El libro La irrupción del Imperio. Caribe y América Central bajo el dominio del capital norteamericano (1898-1940), es una estimulante lectura por tres motivos: primero, porque su enfoque regional no pierde de vista las distintas escalas nacionales y la observación local de los escenarios; segundo, por conjuntar distintos autores y sus enfoques sobre un momento crucial de la historia del Caribe y la economía global, y tercero, por mostrar los resultados de una iniciativa que nació de la Asociación Caribeña de Historia Económica.
El primer referente de la lectura, el tratamiento regional y sus escalas de observación, nos permite construir una interpretación de la insularidad caribeña como un racimo de trayectorias históricas, herederas de distintas formas de inserción en la economía tardo colonial europea en el área, que desembocan en un cauce coetáneo a la expansión estadunidense en la globalización financiera.
Los editores ya nos ponen en un escenario de múltiples procesos que van desde la expansión de la oferta de capitales privados a la producción, el financiamiento de la deuda pública externa y el dominio de “corporaciones azucareras” de tipo moderno, pero inscritas en un mundo arcaico. Es también el protagonismo de la política de expansión militar e impulso de gobiernos autoritarios que producirán relaciones de vasallaje entre “repúblicas tropicales” y el nuevo eje financiero del mercado global. El Caribe es el escenario del expansionismo de nuevo tipo, que será el momento del cerrojazo al mundo colonial precedente que se cierra con la derrota hispana.
La iniciativa parte de este problema regional y de una época axial para entender la transición al nuevo esquema de control financiero de las economías tradicionalmente exportadoras: de la derrota española en Cuba y Puerto Rico a la expulsión del capital europeo de la banca, la deuda soberana y las aduanas. El National City Bank será el nuevo protagonista de esta “transición” financiera que se traducirá en un nuevo modelo de dominación de las cadenas productivas exploradoras, los beneficios fiscales y la deuda de las frágiles finanzas estatales del Caribe mayor (Cuba, República Dominicana y Haití), así como la cuenca centroamericana, particularmente Panamá.
Las escalas nacionales, en este marco analítico, son importantes por la complejidad de los escenarios de intervención financiera y geopolítica regional: solo mencionare tres. Para Cuba, Alejandro García Álvarez, nos explica la transición colonial a las estrategias de penetración americana en la Cuba republicana, que promovió la recuperación exportadora, con lo que se impulsó la infraestructura ferroviaria e instaló los servicios financieros como herramienta de gestión del poder de penetración americana, frente a otros actores internacionales como la banca española residual, la canadiense y los socios locales. La mayor isla del Cribe sería, también, el mejor escenario de la nueva “influencia” financiera en el reconvertido modelo de exportación, en “los brazos del azúcar”. El enfoque de larga duración nos muestra la transición en una escala global, de la caída española a la crisis del 29, y sus expresiones locales en la nueva configuración de una república azucarera.
En otro escenario, el de República Dominicana, Roberto Cassá nos hace un recorrido de la pequeña inversión al control corporativo de las finanzas públicas, la deuda y el mercado bursátil, hasta la empresa azucarera. Es una historia larga, inscrita a fines del siglo xix, que se lastra hasta la intervención americana en 1916 y abre una nueva etapa de dominio corporativo. La crónica es estupenda y la complejidad interna es perfectamente recreada para explicar el influjo de la inversión extranjera, el escenario propicio de los precios que derivan en la emergencia de tres conglomerados —Cuban Dominican, South Puerto Rico y Vicini— que dominarán la riqueza azucarera. La banca, comandada por el capital extranjero, que controló las exportaciones y administró los fondos de la Receptoría General de Aduanas se tradujo en un dominio total. La dictadura de Leónidas Trujillo, como secuela y derrotero de la monopolización, personificó esta concentración de riqueza, inhibición de una burguesía nacional y la preeminencia de un Estado adueñado por un dictador rapaz. La herencia fue desastrosa, por eso la solución fue: “Maten al León”, como escribiría Ibargüengoitia.
La experiencia haitiana, tan bien trabajada en su tesis por Guy Pierre, ahora es abordada desde un recorrido intelectual que resulta esclarecedor sobre la renuncia de historiadores para interpretar el atraso de la economía y su vinculación con la inversión americana. El repaso de ideas, narrativas y posiciones ideológicas expresan muy diáfanamente posturas, intereses y proyectos sobre el nexo entre inversión y subdesarrollo. El texto es una carta de navegación sobre el pensamiento y conocimiento de la historia haitiana reciente, tan ignorada. Por ello el texto de Pierre se inscribe en un nuevo modelo de observación de la historia isleña en el contexto caribeño y global.
En otro horizonte de análisis, Salomón Kalmanovitz, ofrece un estudio seriamente documentado sobre las capacidades estatales para desarrollar la economía en el contexto del intervencionismo económico y la función estratégica de Panamá, entre la construcción del canal interoceánico y la segunda posguerra. El contrapunto con las historias insulares, por las características de su posición y funciones en el Mare nostrum americano resulta extraordinariamente iluminador. Una historia económica de la política le permite desentrañar la complejidad de una economía internacionalizada y una clase política clientelar, patrimonialista y discursivamente nacionalista, a la vez que ligada a una burguesía cobijada por el Estado. El análisis de la fiscalidad le permite a Kalmanovitz detectar las coyunturas de gestión política de la bonanza y las crisis, sensibles al comportamiento global de las economías, las inversiones americanas y el déficit fiscal panameño. Los bancos se adueñaron de la economía pública, a través del financiamiento del déficit, pero los ingresos por el Canal le dieron capacidades al Estado para invertir, generar industrias en las coyunturas de recesión mundial y promover un cierto desarrollo que contrasta con las economías insulares. Sin embargo, el patrón clientelar, el proteccionismo a una burguesía adosada a los privilegios fiscales y la inequidad tributaria, marcaron la pauta para preservar la inequidad y generar tensiones que, en su momento, el nacionalismo catalizó en un sentimiento popular por la soberanía de un canal y su economía. Es una historia inconclusa, pero muy esclarecedora, desde la lente fiscal con que Kalmanovitz la examina.
Finalmente, el texto de Piqueras que cierra el libro es un trabajo de síntesis entre el pensamiento critico sobre le “imperialismo” moderno y una nueva percepción, seriamente historiada, del papel estadunidense en la construcción de modelos de dominación económica donde la dimensión financiera es crucial, acaso laboratorio de la economía global en la que vivimos este siglo. La narrativa de Piqueras va poniendo mojoneras históricas en la construcción de una estrategia expansionista, de dominación estratégica y de gestión política de la inversión y las finanzas. Es una historia que teje, virtuosamente, el pensamiento coetáneo y las interpretaciones contemporáneas sobre el imperialismo en su terreno, en sus practicas económicas y en sus desplantes militares. El trabajo de Piqueras nos permite re-pensar el papel del Caribe en la economía global, mediante una nueva lectura del expansionismo con una percepción intelectual e histórica del “imperialismo”, para reconstruir un concepto que no es vituperio sino experiencia histórica.